Esta mañana, en la Fiesta Mayor de la Mare de Déu del Lledó, ha tenido lugar la Misa Estacional en la Basílica, así como la apertura del Año Jubilar de Lledó, que será clausurado con la Sabatina y Procesión del día 5 de mayo de 2024. Ha sido presidida por nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, y concelebrada por varios sacerdotes, entre ellos el Prior de la Basílica y el Prior de la Real Cofradía.
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Al oficio, que ha sido retransmitido por TVCS-Televisió de Castelló, La 8 Mediterráneo y el canal diocesano en YouTube, han asistido cientos de castellonenses, así como autoridades civiles y miembros de la corporación municipal, las Reinas Mayor e Infantil de las fiestas, el Clavario, el Perot, la Junta de Gobierno de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó y la Junta de Camareras. La parte musical ha corrido a cargo del coro de jóvenes de San José Obrero y de “Ensemble Aurea Vocalis”.
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Al comienzo de la celebración, el Canciller-Secretario General, D. Ángel Cumbicos, ha leído el Decreto del Obispo por el que se proclama el Año Jubilar del Lledó con ocasión del Centenario de la coronación pontificia de la imagen de la Patrona de Castellón, concedido por el Papa Francisco con la gracia de poder granar la Indulgencia plenaria a lo largo de todo este año.
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“Que este Año Jubilar sea un tiempo en que se acreciente nuestro amor y devoción hacia la Virgen de Lidón, para que de sus manos se avive y se fortalezca la fe y vida cristiana, y para que nuestras parroquias se renueven en su acción pastoral y en su misión evangelizadora”, ha deseado D. Casimiro en la homilía.
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La presencia de una gran multitud de castellonenses en la Eucaristía es signo del inmenso amor y devoción a la Virgen, que será auténtica y sincera si está “orientada a Dios en su Hijo, Cristo Jesús. Porque su Hijo, el Señor Resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe”, ha señalado. Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
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Este Año Jubilar que hoy comienza “nos ofrece la oportunidad de contemplar la fe de María”, siendo ella el “principal ejemplo de fe en Dios”. Por su humildad, por su escucha a Dios y porque se sabe amada por Él, cree y se fía plenamente de Él y de su Palabra, ha explicado. “María sabe que sin Dios nada es. Desde el primer instante se adhiere con todo su corazón al plan de Dios sobre ella”. “Caminemos en este Año Jubilar tras las huellas de María”, ha exhortado.
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“La fe no es el resultado de nuestros esfuerzos o razonamientos”, ha advertido. Más bien “es un don gratuito de Dios, que sale al encuentro de todo ser humano, porque nos ama y nos llama a participar de su amor en plenitud”. Pero para ello es necesario “que cada uno se deje, como María, amar por Dios y le abra su corazón”. Es una experiencia personal que nace “en el seno de la comunidad de los creyentes, en el seno de la Iglesia y en comunión de fe con la fe de la Iglesia”.
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D. Casimiro ha advertido también sobre la profunda crisis en la que se encuentra hoy nuestra sociedad, “sobre todo una crisis humana y espiritual; es una crisis que afecta a las personas, a los matrimonios, las familias y a las nuevas generaciones, sobre todo a los más jóvenes. Se trata de una crisis del espíritu, que amenaza con dejar al hombre sin esperanza, porque se pretende desalojar a Dios de nuestras vidas”.
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Pero ante ello, “acudimos a María y le pedimos que nos enseñe a ser creyentes auténticos de Dios y testigos de su Amor”, pues “sólo el Señor resucitado es capaz de vivificarnos plenamente y hacer de nosotros instrumentos de vida para el mundo y testigos de su amor mediante nuestro amor fraterno y comprometido, en especial con los más necesitados y desfavorecidos”.
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Por último, el Obispo ha recitado una oración a la Virgen:
“Mare de Déu del Lledó, madre del Hijo de Dios y madre nuestra. Hoy reconocemos agradecidos que la historia de Castelló ha sido un canto de amor hacia ti, que eres el honor de nuestro pueblo. Ante tu altar Castelló ha begut sa glòria, proclamándote bienaventurada de generación en generación. Por eso te invocamos como nuestra alegría, esperanza y consuelo. En este Año Jubilar pedimos a Dios Padre por tu intercesión el perdón de nuestras faltas de fe, esperanza y caridad. Qué Dios nos conceda un amor sincero a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres, los que sufren y los necesitados. Bendice copiosamente a nuestras familias y a nuestra Iglesia, que camina junto a ti con esperanza, para crecer en la comunión y ser enviados a la misión evangelizadora. ¡Oh Santa María del Lledó! Tú que eres de l’amor nostre Senyora, escucha la oración de tus hijos que te aclaman como Madre, Reina y Patrona. Amén.
Este domingo, 7 de mayo, con la Misa Estacional en la Basílica de Lledó tendrá lugar la apertura del Año Jubilar de Lledó, que será clausurado el 5 de mayo de 2024. Con este año deseamos conmemorar el Centenario de la coronación pontificia de la imagen de Nuestra Señora de Lledó, que tuvo lugar el 4 de mayo de 1924. El papa Francisco nos ha concedido la gracia de poder ganar la Indulgencia plenaria a lo largo de todo este año, para que redunde en frutos de conversión y renovación espiritual, cristiana y mariana.
La historia y el presente de Castellón es impensable sin la Mare de Déu del Lledó. A lo largo de los siglos, ella ha sido y es para los castellonenses, la Madre atenta y solícita, la mediadora de todo don y de toda gracia, venerada e invocada como auxilio de los cristianos, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Ella es signo permanente de la presencia de Dios en medio de nuestro pueblo y mediadora de la bondad divina para con nosotros. Así lo entendieron y vivieron nuestros antepasados en la fe. Fue su experiencia real de la cercanía maternal de María, la que llevó a pedir la coronación de su imagen. Querían así manifestar su sincera gratitud y su profunda devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra.
Al contemplar coronada esta entrañable imagen sentimos a la Virgen como nuestra Reina. María es nuestra Reina porque es la Madre del Hijo de Dios, el Rey mesiánico, cuyo reino no tendrá fin (cf. Lc 1, 33). A María la llamados Reina, porque ella es la llena de gracia de Dios, unida íntimamente a Cristo y asociada a su obra redentora; ella nos lleva a la fuente de la gracia, su Hijo muerto y resucitado para que todo el que cree en Él tenga vida eterna, plena y feliz. Y, finalmente, a María la proclamamos Reina, porque ya participa plenamente de la gloria de su Hijo en cuerpo y alma en el cielo: ella ha recibido ya la corona merecida, la corona de gloria que no se marchita; María se ha convertido así en esperanza nuestra (cf. 1Pe 5, 4). Nuestra Señora de Lidón nos acompaña con su protección maternal a los creyentes de todos los tiempos en nuestro peregrinaje por los caminos de la historia. Generación tras generación, los creyentes experimentamos su cercanía. Por ello la invocamos con confianza, la llamamos bendita entre todas las mujeres y la proclamamos Reina.
El recuerdo de la coronación nos ha de llevar a dar gracias a Dios por habernos dado a tan buena Madre y Reina de nuestras almas. Este año nos ofrece la oportunidad para acrecentar nuestra devoción a la Mare de Déu del Lledó. Es nuestro deseo que este tiempo nos ayude a despertar o fortalecer la devoción a la Virgen en niños, jóvenes y adultos, en las familias y en las parroquias de la Ciudad y de la Diócesis. Nuestro amor a la Virgen nos llevará al encuentro o reencuentro personal con su Hijo vivo, el único capaz de dar sentido, alegría y esperanza a nuestra existencia; un encuentro que implica nuestra adhesión de mente y corazón a Dios en su Hijo para experimentar la alegría de saberse amado por Dios y para compartir con otros esta experiencia de amor.
Este año será también un tiempo para dar gracias a Dios por el don de la fe cristiana del pueblo castellonense, en cuyas raíces se encuentra la devoción a Santa María del Lledó. Si de sus manos acogemos a su Hijo, Vida para el mundo, será un año de crecimiento en santidad del pueblo cristiano; un año en que los fieles cristianos y las parroquias quedarán fortalecidos en su fe y en su vida cristiana, en la comunión eclesial y en su vida pastoral y misionera. Ella, la primera misionera en la visitación a su prima Isabel, nos alentará a salir sin demora, fortalecidos por el Espíritu Santo, a la misión de anunciar a Jesucristo y su Evangelio en medio de una sociedad cada vez más secularizada y que vive como si Dios no existiera.
Esto es lo que nos mueve en este Año Jubilar de Lledó. A María acudimos en todos los momentos de nuestra vida, y, en especial, en los momentos de debilidad o de dificultad, de dolor o de aflicción, personal y comunitaria. Como una buena madre, María nos protege, vela por nosotros y nos lleva a su Hijo. Ella nos susurra las palabras de su Hijo Jesucristo para que perseveremos en la fe y vida cristiana, sobre todo en estos momentos de increencia, de indiferencia religiosa y de alejamiento de la fe y de la Iglesia.
María nos enseña a creer y confiar siempre en Dios, a escuchar y acoger la Palabra de Dios, a mantenernos unidos en la oración y a salir sin miedo a la misión. ¡Acojamos de corazón de manos de María la gracia de este Año Jubilar en memoria de su Coronación!
Del 18 al 21 de septiembre de 2023 (plazas limitadas)
Lo anunció Mons. Casimiro López Llorente ante el Nuncio de S.S en España el pasado 16 de abril en la ceremonia de clausura del Año Jubilar Diocesano.
Tras un año de gracia en el que hemos hecho memoria agradecida del pasado por el importante legado de fe que dejaron nuestros antepasados, con renovado espíritu, hemos fortaleciendo el vínculo con la Iglesia de Segorbe-Castellón de la que formamos parte, y hemos crecido en comunión con nuestro Obispo y con nuestros hermanos.
Ahora es momento de emprender la misión evangelizadora que nos ha sido encomendada y anunciar la alegría del Evangelio. Para culminar este Jubileo, acudiremos a Roma, sede de la sucesión Apostólica, para dar Gracias a Dios por todos los dones recibidos. En peregrinación diocesana, y sintiéndonos parte viva de la porción del Pueblo de Dios en Segorbe-Castellón, junto a nuestro Pastor, renovaremos nuestro firme compromiso para contribuir en la tarea pastoral y emprender la misión según nuestra condición y vocación.
Serán tres días en los que habrá ocasión de visitar la Roma Barroca, Cristiana e Imperial, así como viajar hasta Asís para, entre otras actividades visitar la tumba de San Francisco. Todo ello desde la participación en la Eucaristía diaria en los principales templos para, unidos a Jesucristo, fortalecer nuestra comunión con Él y en Él.
Los peregrinos participarán en la audiencia pública del Santo Padre y visitarán la Basílica de San Pedro así como los museos vaticanos y la Capilla Sixtina. Del mismo modo asistirán a la Eucaristía que celebrará nuestro Obispo en el altar de la Cátedra de San Pedro.
Inscripción y formalización de la reserva
La peregrinación se ha organizado en colaboración con la agencia de viajes «Viajes para no parar». Al objeto de poder facilitar al peregrino la gestión de su reserva, se ha elaborado un formulario de inscripción y así poder recopilar los datos necesarios para poder realizar la compra de los billetes de avión y la reserva de hotel.
Es necesario, por tanto, inscribirse a través del formulario (accede AQUÍ). Una vez registrados tus datos, te enviarán un email para formalizar tu reserva a través del pago mediante transferencia bancaria siguiendo las indicaciones. Tu plaza quedará reservada tras remitir el justificante del pago.
Modalidades de pago y plazos
La peregrinación tiene un coste de 875€ con todos los gastos incluidos (excepto bebidas, propinas y gastos personales), y de 1.025€ en caso de solicitar habitación individual. Al objeto de facilitar el pago existe la opción de poder pagar en dos plazos.
Opción A: pago único de 875€ o 1.025€, según tipo de habitación
Opción B: pago en dos plazos
500 € antes del 15 de junio
375€ o 525€ (según tipo de habitación) antes del 15 de julio
MÁS INFORMACIÓN
Si necesitas más información o aclarar alguna duda:
Con gran devoción y fervor a la Mare de Déu del Lledó, cientos de castellonenses se han reunido esta mañana en la Concatedral de Santa María para celebrar el Canto del Magnificat a la Reina y Patrona de la ciudad de Castellón, acto que ha presidido nuestro Obispo, D. Casimiro, en el nonagésimo noveno aniversario de la Coronación de la Virgen, y vigésimo cuarto de la Consagración de la Concatedral.
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La parte musical ha corrido a cargo de la Coral de Barreros de la Mare de Déu del Lledó, con Augusto Belau en el órgano, y con la intervención del tenor solista Manuel Navarro Forcada. Además, se han disparado 99 salvas, con el volteo de campanas “Vol de la Coronació” desde el Fadrí.
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Se ha procedido al traslado de la imagen de la Virgen del Lledó desde la capilla lateral del templo hasta el Altar Mayor y, posteriormente, se ha proclamado el Evangelio de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel.
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“Atentos a la llamada de la Madre hemos venido a la Concatedral, para celebrar con este Magnificat el 99º aniversario de su Coronación, que nos está preparando ya para el Año Jubilar que vamos a iniciar el próximo domingo”, ha dicho el Obispo en la homilía. “Hoy sentimos la cercanía maternal y la presencia amorosa de nuestra Madre, la Mare de Déu del Lledó… la más humilde, y a la vez la más grande de todas las criaturas”.
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“El Magnificat es la respuesta de María a las palabras de saludo de su prima Isabel: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!», ha explicado D. Casimiro. “La Virgen proclama la grandeza del Señor”, dirigiendo nuestra mirada a Él. Ella “no tiene miedo de Dios”, porque sabe que “Él no oprime la vida del ser humano”, más bien todo lo contrario, ella es grande porque ha dejado a Dios ser grande en su vida.
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“En la actualidad se piensa y se cree que, apartando a Dios, y siendo el hombre totalmente autónomo, siguiendo sus propias ideas y su voluntad, llegará a ser más libre y podrá hacer lo que desee”, ha advertido. “Pero cuando Dios desaparece, el hombre pierde la dignidad”.
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Este es el verdadero problema de nuestro tiempo, ha indicado, “la quiebra de humanidad, la falta de una visión verdadera del hombre, que es inseparable de Dios creador y redentor”. El hombre de hoy prescinde de Él en su vida y “se erige así mismo en el centro de su existencia, suplantando a Dios por que querer ser Dios, sin Dios”, lo cual “ocurre en la vida personal, familiar, política y legislativa”, “se margina a Dios”. Pero “el ser humano es grande solo si Dios es grande”, ha señalado el Obispo.
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Ante ello ha puesto a la Madre de Cristo como nuestro modelo a seguir, y ha exhortado a no alejarse de Dios, “haciendo que esté presente y sea grande en nuestra vida”. “Recuperemos a Dios en nuestra existencia, dejemos a Dios ser Dios”.
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“La Mare de Déu del Lledó es faro en la oscuridad de nuestra noche, faro que nos conduce hacia la luz, que es Dios mismo”. Ella “nos enseña a poner toda nuestra confianza en Dios, en las alegrías y en las penas, en la dificultad, en la enfermedad, y también en la muerte”, porque Él es amor y hace maravillas.
La celebración podrá seguirse en directo por televisión
El próximo domingo, día 7 de mayo, es la Fiesta Principal de la Mare de Déu del Lledó, patrona de la ciudad de Castellón de la Plana. Se celebrará con una solemne Eucaristía en su Basílica, presidida por nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, a las 11 h.
Además, tendrá lugar la apertura del Año Jubilar Mariano con motivo del Centenario de la Coronación de la Virgen del Lledó, aprobada por el Papa Pío XI, que tuvo lugar el 4 de mayo de 1924. Se celebrará hasta el 5 de mayo del 2024, gracia concedida por la Penitenciaria Apostólica con la posibilidad de ganar la Indulgencia Plenaria, y con un amplio programa de actos y eventos planificados por la Comisión Organizadora.
Asistirán autoridades, Clavario, Perot y Junta de Gobierno de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó. La parte musical correrá a cargo de la “Ensemble Aurea Vocalis”.
Además, en esta ocasión serán dos las televisiones que retransmitirán en directo la celebración: TVCS-Televisió de Castelló y La 8 Mediterráneo. También podrá seguirse por el canal diocesano en YouTube: «Diócesis Segorbe-Castellón».
«El solo nombre de la Madre de Dios contiene todo el misterio de la economía de la encarnación»[1]. Esta frase de san Juan Damasceno el «sello de los Padres» – como gusta llamarlo el Oriente – recapitula la convicción constante que brota de la memoria de la fe cristiana con respecto a María. La Virgen Madre, en cuanto relacionada del todo con el misterio del Verbo encarnado, es un denso compendio del Evangelio y figura concreta de la fe de la Iglesia. Verdaderamente, «la estructura profunda del misterio de María es la estructura misma de la alianza, vista desde el lado de los hombres a quienes María representa»[2], y el discurso de fe sobre ella subraya el intimo entrelazarse de los misterios en su relación con la unidad divina.
Es ya el testimonio bíblico el que hace emerger, en todo cuanto afirma sobre ella, una ley de totalidad: por una parte, resulta evidente que no es posible hablar de ella si no es en relación con su Hijo y con la economía total de la revelación y de la salvación en él realizada; por otra parte, los textos bíblicos muestran tal densidad de relación de 1a Madre con el Hijo que hacen que en ella reverbere la totalidad de cuanto en él se cumplió. Por eso puede afirmarse que la historia de María es «la historia compendiada del mundo, su teología reducida a una sola palabra», y que ella es «el dogma viviente, la verdad sobre la criatura realizada»[3]. María es la mujer icono del misterio.
1. María, la mujer icono del Misterio
La referencia a María en cuanto mujer pone de manifiesto principalmente el carácter concreto de este personaje, la historicidad de esta joven de la casa de Israel, a quien fue concedido vivir la extraordinaria experiencia de llegar a ser la madre del Mesías. Ciertamente no es posible extraer de los evangelios una biografía de María, como tampoco es posible reconstruir una biografía de Jesús. Los evangelios son un testimonio pascual, que releen, con los ojos iluminados por la experiencia del encuentro con el Resucitado, aquellos aspectos y momentos de los sucesos anteriores a la pascua, considerados especialmente densos de mensaje para la fe. Con todo, el múltiple testimonio de las fuentes, el principio de la imposibilidad de atribuir algunos datos fundamentales al mundo en el que fueron expresados (el primero de ellos es la idea de la concepción virginal) y el criterio de continuidad y homogeneidad del mensaje evangélico en su conjunto, permiten destacar algunos rasgos seguros de la figura histórica de María. Así, la grandeza de aquello que le sobrevino no debe hacer olvidar la humildad de su condición, la normalidad de sus fatigas diarias en la familia de Nazaret, la oscuridad del itinerario de fe por el que caminó, los condicionamientos recibidos del ambiente circundante, haber vivido personalmente los diferentes estados de la experiencia femenina: virgen, madre, esposa. María no es un mito, ni una abstracción, como demuestran los rasgos profundamente hebreos de su personalidad de mujer, que supo vivir del modo más encumbrado la fe y la esperanza mesiánica, experimentando en si misma de modo inaudito y asombroso su cumplimiento y su nuevo comienzo.
Esta mujer concreta ha sido el lugar de la venida de Dios en carne al mundo, sin perder nada de su feminidad. María no es un caso entre muchos; al contrario, es la «Virgo singularis», la mujer irrepetible en su historicidad, la persona de la feminidad concreta e intensa que el Eterno eligió para la revelación del Misterio. Y es de su Hijo – el Universal concreto, norma y arquetipo de lo humano – de quien la Virgen Madre recibe una específica y singular participación suya en la universalidad del designio salvífico, «bendita entre todas las mujeres», como es «bendito el fruto de su vientre», Jesús (cf. Lc 1, 42). No se trata, por tanto, de desarrollar una presunta «ontología de lo femenino», partiendo de la figura de María, Virgen-Madre-Esposa; los riesgos de abstracción que tal búsqueda del «eterno femenino» [4] pueden entrañar han sido justamente denunciados. Se trata más bien de indagar sobre algunos aspectos del misterio escondido en toda mujer, y recíprocamente también en todo hombre, a partir del caso absolutamente singular que es la mujer «Virgen Madre, hija de su Hijo». En resumen, el significado universal de María se sostiene o cae con su singularidad de mujer concreta. Cuanto más sea apreciada esta singularidad femenina, tanto más será posible percibir su valor de arquetipo de la dimensión femenina del ser humano y penetrar el misterio realizado en ella.
Es este juego de visible concreción y de invisible profundidad el que permite hablar de María como de un icono. María es tal porque en ella se realiza el doble movimiento -descendente y ascendente- que todo icono tiende a transmitir, es decir, la antropología de Dios y la teología del hombre. En ella resplandece la elección del Eterno y el libre consentimiento de la fe en él. Como «el icono es la visión de las cosas que no se ven» [5], así la Virgen Madre se ofrece a la mirada de la fe como el lugar de la divina Presencia, el arca de la alianza, cubierta con la sombra del Espíritu Santo (cf. Lc. 1, 35.39-45.56), la morada santa del Verbo de la vida entre los hombres. Y así como el icono necesita del color y de la forma, para que lo que la Biblia dice con las palabras él lo haga presente con las líneas y los colores [6], así la Madre del Señor da expresión al misterio que se hizo presente en ella, con la concreción de sus rasgos. Por tanto, mirar a María como «icono» significa dirigir al dato bíblico referido a ella una mirada capaz de sondear las profundidades divinas que en él se comunican, tal como ha sabido leerlas la ininterrumpida tradición creyente de la Iglesia desde sus orígenes. Cuando se medita sobre María en la Escritura se llega a releer la Escritura en María, es decir, a captar en la figura bíblica de la Madre del Señor toda la economía de la alianza, narrada en un fragmento.
María es la mujer icono del Misterio, del designio divino de salvación, escondido un tiempo, pero revelado por fin en Jesucristo, gloria oculta bajo los signos de la historia [7], implica a la vez la visibilidad de los sucesos en los que se cumple y la profundidad invisible de la obra divina que en ellos se realiza. En cuanto tal, el misterio abraza la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre, creado y redimido por él. Y esta verdad se ofrece en Aquel que es en persona «el camino, la verdad y la vida» (Jn. 14, 6). María es toda ella relativa a él, a su misterio de Verbo encarnado. Ya la escena de la anunciación, densa anticipación de la pascua, revela a la Trinidad como el seno adorable que acoge a la Virgen santa, a la vez que manifiesta a María como el seno de Dios [8]. Envuelta en el designio del Padre, María será cubierta por la sombra del Espíritu Santo, que hará de ella la madre del Hijo eterno hecho hombre. Entre María y la Trinidad se establece así una relación de profundidad singular: ella es «el santuario y la morada de la santísima Trinidad» [9], su imagen o icono. En el acontecer concreto de la mujer María podrán, por tanto, reconocerse las distintas dimensiones de la existencia redimida, en cuanto participe de la vida trinitaria y tendente a la realización de su gloria. El Todo se ofrece en el fragmento de aquella que, precisamente por esto, es llamada la «toda hermosa», la mujer bella, de una belleza sin mancha ni arruga.
2. El Todo en el fragmento de una historia
A las tres Personas divinas se vinculan los tres aspectos de la condición terrena de María. En cuanto Virgen, ella está ante el Padre como pura receptividad y se ofrece, por tanto, como icono de Aquel que en la eternidad es puro recibir, el Engendrado, el Amado, el Hijo eterno, la Palabra salida del Silencio. En cuanto Madre del Verbo encarnado, María se relaciona con él en la gratuidad del don, como manantial de amor que da la vida y es, por eso, icono materno de Aquel que desde siempre y para siempre empezó a amar, el Generante, el eterno Amante, el Padre, Silencio fontal y último. En cuanto arca de la alianza nupcial entre el ciclo y la tierra, Esposa en la que el Eterno une a sí la historia y la enriquece con su don, María se relaciona con la comunión entre el Padre y el Hijo y entre ellos y el mundo, y se ofrece, por esto, como icono del Espíritu santo, que es nupcialidad eterna, vínculo de caridad infinita y apertura permanente del Dios vivo a la historia de los hombres. De este modo, en la Virgen Madre llega a reflejarse el misterio mismo de las relaciones divinas; en la unidad de su persona reposa la impronta de la vida del Dios tripersonal.
La comunión trinitaria se refleja también en el misterio de la Iglesia. Icono de la Trinidad ella misma, la comunión eclesial encuentra en el adorable misterio su origen, su modelo y su patria. La Iglesia procede de la Trinidad, que la suscita por la iniciativa admirable del designio del Padre y los envíos del Hijo y del Espíritu santo; va hacia la Trinidad en la peregrinación de la historia, encaminada hacia el tiempo en que Dios será todo en todos; es estructurada a imagen de la Trinidad en una especie de «perijoresis» eclesiológica, en la cual la diversidad de los dones y de los servicios radica en la unidad del Espíritu y se manifiesta en el dialogo de la comunión. Siendo María icono de la Trinidad y siéndolo también la Iglesia, la relación entre ambas no puede menos de ser una identidad simbólica, intuida ya desde el testimonio de fe de los orígenes: María es la mujer Iglesia, la hija de Sion del tiempo mesiánico llegado a su inaudito cumplimiento. «Los vínculos entre la Iglesia y la Virgen no son sólo numerosos y estrechos; son esenciales. Están entretejidos desde dentro… En la tradición, los mismos símbolos bíblicos son aplicados, alternativa o simultáneamente, con idéntica y siempre mayor frecuencia, a la Iglesia y a la Virgen» [10] nueva Eva, Paraíso, Escala de Jacob, Arca de la alianza… En la figura concreta de la Madre del Señor, la Iglesia contempla su propio misterio, no sólo porque en ella encuentra el modelo de la fe virginal, de la caridad materna y de la alianza esponsal, a las que es llamada, sino también porque reconoce en María el propio arquetipo, la figura ideal de lo que debe ser, templo del Espíritu, madre de los hijos engendrados en el Hijo y Cuerpo suyo en la carne solidaria con aquella que por la Virgen fue donada al mundo. Así, si de una parte la vida de María es «sustancia y revelación del misterio de la Iglesia», de la otra, «la Iglesia es verdaderamente la María de la historia universal» [11]. La Virgen-Madre-Esposa, icono del misterio de Dios, es, pues, análogamente, icono del misterio de su Iglesia.
María es también simplemente la criatura humana ante Dios: una criatura concreta, una mujer singular e irrepetible, interlocutora de un diálogo con el Eterno, que tiene todas las características del diálogo de la creación y de la redención. Sobre ella desciende la sombra del Espíritu, evocando la primera creación, cuando «el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas» (Gn. 1, 2); en ella parece evocada la figura de la mujer de los orígenes (cf. Gn. 3, 15 y el uso de la palabra «mujer para designar a María en el cuarto evangelio); es ella la sierva del Señor, bienaventurada porque «ha creído en el cumplimiento de las palabras del Señor» (Lc 1,45), la humilde, hacia la cual dirigiré su mirada el Omnipotente, realizando en ella grandes cosas (cf. Lc 1, 48s). En el «sí» de María resplandece la obra maestra de la acción creadora de Dios: la dignidad de la criatura, hecha capaz de dar su asentimiento más libre al proyecto del Eterno y de convertirse por ello de algún modo en colaboradora de Dios. El Señor, que eligió a María y recibió su consentimiento, no es el competidor del hombre, sino el Eterno que por amor nos ha creado libres sin contar con nosotros, y que por el mismo amor no nos salvará sin el consentimiento de nuestra libertad. La antropología de Dios se corresponde en la Virgen Madre con la teología del hombre: el movimiento de descenso produce un movimiento de ascenso; Dios elige y llama gratuitamente; el hombre, elegido y llamado, responde en la libertad y en la gratuidad del consentimiento.
Esta antropología de Dios -revelada en la anunciación- manifiesta lo que fue el designio del Eterno desde la primera mañana del mundo y lleva en sí el sello de la vida del Dios trinitario: la Virgen, figura de la acogida del Hijo, es la creyente que en la fe escucha, acoge, consiente; la Madre, figura de la sobreabundante generosidad del Padre, es la engendradora de la vida que, en la caridad, da, ofrece, transmite; la Esposa, figura de la nupcialidad del Espíritu, es la criatura rica de esperanza que sabe unir el presente de los hombres con el porvenir de la promesa de Dios. Fe, amor y esperanza reflejan en la figura de María la profundidad del consentimiento a la iniciativa trinitaria y el sello que esta misma iniciativa imprime indeleblemente en ella. La Virgen Madre se ofrece como icono del hombre según el proyecto de Dios, creyente, esperanzado y amante, icono él mismo de la Trinidad que lo ha creado y redimido, y para cuya obra de salvación se le pide el consentimiento en la libertad y en la generosidad del don. En el fragmento que es María resplandece la belleza del designio total de Dios sobre la criatura.
Todo esto se realiza en María no prescindiendo de su concreta personalidad femenina, sino precisamente a través de ella. No es lo humano en abstracto lo que se manifiesta en ella, sino lo humano femenino en la concreta densidad de su ser Virgen-Madre-Esposa. En ella, figura de la criatura ante el Creador y del hombre redimido ante su Señor, lo humano aparece en su densidad original e irrenunciable, constituida por la reciprocidad de los dos polos: el femenino y el masculino. También aquí está vigente la ley de la totalidad: la polaridad remite al todo. «La mujer es otro “yo” en la humanidad común… En la “unidad de los dos” el hombre y la mujer están llamados desde el principio no sólo a existir el “uno al lado de la otra” o bien “juntos”, sino que están llamados también a existir recíprocamente “el uno para el otro”» [12]. La creación de Adán (término colectivo en hebreo) es la creación del ser humano originario como un hombre-mujer, en la totalidad del comienzo que remite a la totalidad del fin, donde «ya no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 28). «En el Señor, ni la mujer existe sin el hombre, ni el hombre existe sin la mujer: así como la mujer deriva del hombre, así el hombre recibe la vida de la mujer; todo, en último término, proviene de Dios» (1 Cor. 11, 11s).
Por su excepcional cercanía a Jesús, el hombre nuevo y perfecto, María refleja en sí, en su feminidad verdadera y plena, la totalidad de lo humano en su unidad originaria y final: su completa biografía -desde la concepción inmaculada hasta la asunción corpórea en la gloria de Dios- revela en plenitud el proyecto divino sobre la criatura humana. En ella, lo femenino no es alternativo o contrapuesto a lo masculino; al contrario, es su revelación profunda precisamente en su identidad de femenino y en la reciprocidad de lo que vive y hacia lo que conduce. Toda ella relativa a Cristo, María vive en esta totalidad, integrando su feminidad en la plenitud de la humanidad nueva; por eso, contemplarla en su verdad de mujer significa reencontrar en ella la feminidad de lo humano total, lo femenino que revela mediante la reciprocidad y la integración lo masculino, y que deja transparentar en sí los rasgos de la criatura nueva en el Señor. La acogida fecunda de la Virgen, en ningún modo pasiva; la generosidad pura de la Madre, forma de la gratuidad recibida del Padre y dada a los hombres; la reciprocidad de la Esposa, con su carga de alianza liberadora y anticipadora, revelan no sólo la feminidad de la mujer, sino también lo femenino de lo humano, las dimensiones que todo ser humano debe integrar en si mismo para realizarse plenamente según el designio de Dios.
Modelo y Madre, María favorece en cada uno de los discípulos el cumplimiento del proyecto del Eterno, manifestado en ella no en la soledad de un espíritu cerrado en sí mismo, sino en la comunión de las relaciones fecundas que ella ha vivido y vive con cada una de las Personas divinas, en la Trinidad y en la Iglesia. Su belleza llama y ayuda a la nuestra: en una y otra hay una participación de la infinita belleza de Dios. Termino evocando esta belleza con la más hermosa poesía dedicada a la Virgen Bella, la Madre del Hijo eterno en la carne, el hymno de Dante a María:
[1] San Juan Damasceno, De fide ortodoxa, III, 12, en PG 94, 1029 C.
[2] I. de la Potterie, Maria nel mistero dell’alleanza, Marietti, Genova 1988, 279. Existe version cast.: Maria en el misterio de la alianza, Biblioteca de autores cristianos, Madrid 1993.
[3] P. Evdokimov, La mujer y la salvación del mundo, Sígueme, Salamanca1980.
[4] La expresion “el eterno femenino” (“das Ewigweibliche”) se encuentra en J. W. Goethe, Faust, parte II, acto 5, 12110, y ha tenido un gran éxito.
[5] P. Evdokimov, La mujer y la salvacion del mundo; cf., del mismo Autor, El arte del icono. Teología de la belleza, Publicaciones claretianas, Madrid 1991.
[7] Cf. Rm 16, 25; 1 Cor 2, 7s; Ef 1, 9; 3, 3: 6, 19; Col 1, 25-27; 1 Tim 3, 16.
[8] Se trata de una escena con significado trinitario. «Su estructura narrativa revela de manera absolutamente clara por primera vez la Trinidad de Dios»:H. U. von Balthasar, María en la doctrina y en el culto de la Iglesia, en J. Ratzinger-H. U. von Balthasar, María, primera Iglesia, Narcea Ediciones, Madrid 1982.
[9] S. Luis María Griñon de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santa Virgen, en Opere 1, Ed. Monfortane, Roma 1990, n. 5 (y BAC, Madrid 1984).
[10] H. de Lubac, Meditazione sulla Chiesa, Paoline, Milano 1965, 392s.
[11] H. Rahner, María e la Chiesa, Paoline, Milano 1974, 79 y 68 (existe versión cast.: María y la Iglesia, Mensajero, Bilbao 1958).
[12] Juan Pablo 11, Carta apostolica Mulieris dignitatem (15 agosto 1988),n. 6 y7.
[13] Oración de San Bernardo a la Virgen María: Divina Comedia, Paraíso, canto XXXIII.En seguidaeloriginal italiano: «Vergine madre, figlia del tuo figlio, / umile e alta più che creatura, / termine fisso d’etterno consiglio, / tu se’ colei che l’umana natura / nobilitasti sì, che ‘l suo fattore / non disdegnò di farsi sua fattura. / Nel ventre tuo si raccese l’amore, / per lo cui caldo ne l’eterna pace / così è germinato questo fiore. / Qui se’ a noi meridïana face / di caritate, e giuso, intra ‘ mortali, / se’ di speranza fontana vivace. / Donna, se’ tanto grande e tanto vali, / che qual vuol grazia e a te non ricorre, / sua disïanza vuol volar sanz’ali. / La tua benignità non pur soccorre / a chi domanda, ma molte fïate / liberamente al dimandar precorre. / In te misericordia, in te pietate, / in te magnificenza, in te s’aduna / quantunque in creatura è di bontate».
El canal de televisión nacional ha acercado la labor de la Pastoral Penitenciaria a través de un reportaje de más de 30 minutos, en los que se muestra cómo, algunas mujeres y hombres privados de libertad, encuentran esperanza a través de la labor de la Iglesia.
El equipo de «Solidarios por un bien común» visita el Centro Penitenciario de Castellón junto a Florencio Roselló, Director de la Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española y, a la par, Capellán del Centro.
«Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.»
El texto bíblico de Mateo 25, 35-40, se hace actual a través del testimonio, en primera persona, de quienes abrazan el rostro de Cristo a través de las diferentes actividades formativas que ponen en marcha los voluntarios en el interior de la prisión. Pero también a través de toda la labor administrativa dirigida a ellos y a sus familiares.
Gracias a la Pastoral Penitenciaria de nuestra Diócesis, muchas mujeres y hombres privados de libertad, ven la luz allí donde antes todo era oscuridad, y se les ayuda acrecer espiritualmente en la fe y se abre, para ellos, la puerta a la esperanza de la reinserción social y laboral gracias al encuentro con Cristo.
Bajo el lema «Familia es Vida» se ha celebrado hoy la II Jornada Diocesana de la Familia que este año se ha enmarcado en el contexto de los diferentes cambios legislativos que atacan de lleno a la cultura de la vida fomentando la cultura de la muerte.
A las 10h se abrían las puertas del Seminario Diocesano Mater Dei acogiendo a las familias que han podido confraternizar al tiempo que se ponía en valor la vida y cómo desde Spei Mater se combate la cultura de la muerte, a través de diferentes proyectos.
Una exposición de varios paneles han acercado a los participantes a las diferentes realidades con las que se encuentra esta asociación católica de fieles que está presente en 45 diócesis españolas.
La jornada ha comenzado con la oración de las familias quienes, unidas a Mons. Casimiro López Llorente, han celebrado la vida enmarcada en el tiempo litúrgico de la Pascua de Resurrección.
Nuestro Obispo ha puesto el énfasis precisamente en este «tiempo de alegría y esperanza en el que estamos llamados a celebrar la vida desde el Señor Resucitado, porque todo el que crea en Él tendrá vida eterna». En este sentido nos ha exhortado a ser promotores de la vida y defenderla desde su concepción hasta la muerte natural «con los instrumentos que el Señor ha puesto en nuestras manos, desde el Evangelio, desde el matrimonio, y desde la familia».
La familia: comunidad de vida y amor
D. Casimiro ha definido la familia como «una comunidad de vida y amor», palabras que deben ser una referencia para nosotros y que se funda en el matrimonio, y esto, precisamente, ha dicho el Obispo, «la unión estable, permanente e incluso indisoluble, entre un hombre y una mujer, y que está siendo cuestionada y atacada a través de determinada legislación». Es la familia, ha resaltado, «como bien lo sabemos el lugar para vivir el amor, y desde ese amor, acoger la vida como don de Dios».
«En busca de la dignidad perdida»
La jornada ha continuado con una conferencia que, bajo el título «En busca de la dignidad perdida», ha tenido como ponente a Mª José Mansilla, Presidenta de Spei Mater. A partir de diversas referencias a las Sagradas Escrituras y en base un conocimiento profundo sobre la realidad provida basada en su propia experiencia por el tiempo que estuvo en EE.UU, ha trazado la exposición sobre la dignidad humana.
Ha puesto en valor la dignidad de la personas a partir de los constantes ataques a la misma como consecuencia del aborto, pero también por cuanto se niega la condición de la persona sirviéndose del ser humano para ser producido, congelado o incluso utilizarlo como objeto de compraventa, en alusión a la gestación subrogada, y también en el uso que se hace de los embriones para la elaboración de productos en laboratorios.
Se ha referido por otra parte, «a la manipulación de la opinión pública para que determinadas prácticas sean vistas como progreso social, siendo un ataque constante que no solo mata, como el aborto, sino que destruye el alma que es lo más constitutivo del ser humano como obra de Dios».
Para argumentar «la cosificación del cuerpo, el transhumanismo, el animalismo, la realidad virtual o la transexualidad» se ha servido de una canción de la década de los 80 que, titulada «Solo soy una persona» popularizó un conocido grupo de pop español de aquella época «que ya entonces profecitaba sobre la sociedad actual».
(…)no quiero andar por entre las cloacas, porque no soy una rata; ni ir a parar al cubo de basura; porque no soy una lata; No soy ni hombre ni mujer, sólo soy una persona (…)
Para determinar «en qué momento el ser humano es persona», se ha servido del Salmo 8, para afirmar que «desde el momento de la fecundación se funda el alma» y que «la dignidad de la persona se fundamenta en la segunda persona de la Santísima Trinidad porque fue hombre».
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? (…) ¡que admirable es tu nombre sobre toda la tierra
Finalmente ha puesto de relieve el cántico de San Juan de la Cruz para destacar la dignidad a la que estamos llamados poniendo de relieve la unión sustancial entre el alma y Dios.
¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias
Para concluir la conferencia, Mª José Mansilla ha dado diez pautas «para recuperar la dignidad maltratada y, a veces, ocultada de la persona»: ser testigos de la verdad exhortando al derecho de la vida; vivir la realidad huyendo de la representación ficticia de la sociedad que nos quieren hacer creer; ser pastores siguiendo el ejemplo de Jesús; tratarse uno mismo según nuestra propia dignidad; tratar a los demás ayudándolos a valorarse según su dignidad; ser misericordiosos y no juzgar ni condenar, sino siempre perdonar; dar la vida por los demás aunque nos marginen o nos ridiculicen; amar a nuestra familia; convertir las parroquias y las diócesis en lugares de acogida; e interceder por los demás a través de la oración.
Jóvenes, adolescentes y niños han tenido un papel protagonista pues durante todo el encuentro han estado realizado actividades junto a las Hermanas de la Sagrada Familia de Nazaret que han organizado juegos y dinámicas dando sentido a la importancia de la Jornada Diocesana.
Así durante toda la mañana se ha puesto en valor el lema de este encuentro que ha culminado con una foto de familia frente a la puerta principal de la Iglesia del Seminario. Finalmente las familias se han unido en oración rezando el Santo Rosario por la Familia y por la vida.
También han tenido ocasión de interceder ante el Santísimo Sacramento por el conjunto de las familias, por las heridas que causa el aborto, la eutanasia o aquellas otras formas de atacar la dignidad de la persona que hoy se han puesto de relieve durante la jornada.
Este IV Domingo de Pascua, domingo del “Buen Pastor”, celebramos la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones y por las Vocaciones nativas en los territorios de Misión. Jesús es el Buen Pastor que se entrega por sus ovejas, para que tengan vida en abundancia. Es la nueva Vida que brota de la muerte y resurrección de Jesús, destinada a todas las gentes a través de su Iglesia. Por eso el mismo Jesús nos dice: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 36-38). Él mismo antes de llamar a sus apóstoles pasa la noche a solas, en oración (cf. Lc 6, 12). Como la vocación de los apóstoles, toda vocación cristiana –al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada y también al laicado, al matrimonio cristiano- son fruto de una insistente oración al ‘Señor de la mies’.
Después de orar, Jesús llama a algunos pescadores a orillas del lago de Galilea: “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mt 4, 19-20). La llamada de Jesús implica salir de sí mismos, dejar sus planes y ocupaciones para seguirle, vivir con él, caminar con él y compartir su misión. Jesús les enseña a entregar como él su vida a Dios y a los demás, para que la misericordia de Dios llegue a todos, en especial a los más pobres, a los excluidos, a los enfermos y los pecadores. La llamada de Jesús pide renunciar a sí mismos, para sumergirse en la voluntad de Dios y dejarse guiar por ella.
Jesús sigue llamando hoy para compartir su vida y su misión. Esta Jornada de Oración pretende suscitar en niños y jóvenes la pregunta por su vocación, y que toda comunidad cristiana promueva con la oración y el acompañamiento las vocaciones cristianas, especialmente las vocaciones al sacerdocio ordenado y a la vida consagrada. También hemos de sostener con la oración y la colaboración económica las vocaciones de especial consagración que surgen en los territorios de Misión, para que ninguna de ellas se quede frustrada por falta de recursos. Las vocaciones nativas son las herederas de los misioneros y son necesarias para que la Iglesia pueda implantarse en cada Iglesia particular. Apoyar las vocaciones nativas es una apuesta por el futuro de la misión.
El lema elegido para la Jornada reza ‘ponte en camino, no esperes más’. Está en línea con el lema de la Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en agosto en Lisboa: ‘María se levantó y partió sin demora’ (Lc 1, 39), para ir a servir a su prima santa Isabel, que en su ancianidad estaba encinta de seis meses. María hubiera podido centrarse en sí misma y quedarse en Nazaret, pues llevaba ya en su seno al Hijo de Dios, recién concebido por obra del Espíritu Santo. Pero confió plenamente en Dios, se levantó y fue aprisa a la montaña para ponerse al servicio de Isabel. María sabe que los planes de Dios son el mejor proyecto de vida. Así, María, llevando en su seno al Hijo de Dios, se convirtió en templo de Dios, imagen de la Iglesia que sale y se pone al servicio de los demás. María experimenta la alegría espiritual que brota de llevar en sí al Hijo de Dios. Ella nos impulsa hoy a dar testimonio de esta misma alegría al mundo entero.
Como María, el niño o joven que se ha encontrado con Cristo resucitado se pone en camino sin demora hacia Dios y hacia los demás; ello les llena de alegría. Como María no pueden dejar de compartir los dones recibidos del Señor. Su camino, como el de María, está habitado por Dios, que nos lleva a cada uno de nuestros hermanos, para compartir con ellos sus angustias y vicisitudes. Es una prisa buena que siempre nos empuja hacia arriba y hacia los demás. Los jóvenes de hoy -creados para lo grande- también están llamados a emprender el camino de la acogida del otro, de los que son diferentes. Jesús es el mayor regalo que la Iglesia puede ofrecer al mundo, como María lo llevó a Isabel y que un joven puede llevar a otro joven.
El momento de levantarse y ponerse en camino es ahora. Imitando a María, llevemos a Jesús dentro de nosotros y dejemos que el Espíritu nos ponga en camino, sin esperar más, para llevarlo a los demás. Quien emprende el camino siguiendo a Cristo encuentra vida en abundancia, poniéndose del todo a disposición de Dios y de los hermanos. “El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna’ (Mt19,29).
Oremos al ‘Señor de la mies’ para que nuestros jóvenes no tengan miedo a salir de sí mismos y a ponerse en camino sin demora hacia Dios y hacia el prójimo; esto llenará su vida de sentido, de alegría y de felicidad.
Por personas como Ramón. Que hoy es sacerdote, pero vivió en el mundo de las drogas hasta que a los 17 años intentó suicidarse. La fuerza para cambiar se la dio el joven sacerdote que estaba en su parroquia.
Por personas como Halyna. Que es ucraniana y tuvo que huir con su hija y sus dos nietos para alejarlos de las bombas. La Iglesia les ha proporcionado una nueva vida en España.
Por personas como Ángela. Que tiene síndrome de Down y se siente, por fin, independiente desde que vive en un piso de acogida de la Iglesia en Talavera de la Reina (Toledo).
Por personas como Ruth. Que logró salir del infierno del maltrato gracias al “empujón” que recibió de sus amigas de la parroquia. Marca la X a favor de la Iglesia en tu declaración de la renta y ayudarás a quien más lo necesita.
Por personas como José. Que pasó por la cárcel, por la Legión y terminó en la construcción, donde un accidente le cambió la vida. En la parroquia le dan de comer y ha encontrado una familia y un lugar donde vivir.
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