POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTÓLICA,
OBISPO DE SEGORBE CASTELLÓN
Para preparar y conmemorar fructuosamente el Centenario de la Coronación pontificia de la imagen de Santa María de Lledó, el 4 de mayo de 2024, solicitamos, el día 28 de diciembre pasado, al Papa Francisco, a través de la Penitenciaria Apostólica, que nos concediera la gracia de poder ganar la Indulgencia plenaria desde el 7 de mayo de 2023 al 5 de mayo de 2024. La Penitenciaría Apostólica, mediante sendos decretos de cuatro de mayo del año del Señor de veinte mil veintitrés, en virtud de las facultades especialísimas recibidas del Santo Padre nos ha concedido benignamente la gracia solicitada así como la facultad de impartir la Bendición Apostólica con Indulgencia plenaria el día que libremente determinemos.
A tenor de lo establecido en los decretos citados y de la facultad que nos confiere el derecho, por el presente
DISPONEMOS
1. Celebrar un Año Jubilar de Lledó que sirva al incremento de la devoción a la Virgen María, la Mare de Déu del Lledó, de la fe y vida cristiana de los fieles, y de la renovación pastoral y misionera de las comunidades parroquiales de nuestra Diócesis y, en especial, de las de la Ciudad de Castelló.
2. El Año Jubilar de Lledó comenzará el día 7 de mayo de 2023 con la Santa Misa Estacional en la Basílica de Nuestra Señora de Lledó y concluirá con la Sabatina y Procesión en la misma Basílica, del día 5 de mayo de 2024.
3. Podrán obtener el don de la Indulgencia plenaria, aplicable también como sufragio por las almas del purgatorio, los fieles cristianos que estén verdaderamente arrepentidos de sus pecados, cumplan debidamente las condiciones acostumbradas (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Papa), y, dentro de las fechas citadas participen devotamente como peregrinos en la celebraciones jubilares en la Basílica, en la S.I. Concatedral de Santa María de Castelló o en las iglesias parroquiales de la Ciudad; y aquellos que, al menos, peregrinen a la Basílica y dediquen allí un conveniente espacio de tiempo a la meditación piadosa, concluyendo con el rezo del Padrenuestro, la recitación del Credo y la invocación a la Virgen María, nuestra Señora de Lledó.
4. Podrán conseguir de igual modo la Indulgencia plenaria los ancianos, los enfermos y todos los que por una causa grave no pudieran salir de casa, si detestando todo pecado y con la intención de cumplir, cuanto antes le fuera posible, las tres condiciones acostumbradas (confesión sacramental, comunión eucarística participación y oración por las intenciones del Papa), se unieran espiritualmente a las celebraciones jubilares, ofreciendo a Dios misericordioso sus oraciones, dolores y sufrimientos.
5. La Bendición Apostólica con Indulgencia Plenaria será impartida al final de la Santa Misa Estacional, el día 5 de mayo de 2024, para todos los presentes que cumplan las condiciones acostumbradas. También podrán ganar la Indulgencia Plenaria, si cumplen dichas condiciones, los fieles que devotamente reciban la Bendición Apostólica, aunque no pudieran estar presentes físicamente en la Basílica de Lledó por una circunstancia razonable, si siguen la Santa Misa piadosamente a través de la retransmisión televisiva o radiofónica.
6. Siguiendo las indicaciones de la Penitenciaría Apostólica pido encarecidamente al Prior de la Basílica y a los sacerdotes, dotados de facultades para confesar, que ofrezcan con ánimo generoso la celebración individual del sacramento de la Penitencia, especialmente en la Basílica de Lledó.
Ruego a Dios por intercesión de la Santísima Virgen que el Año Jubilar sea un verdadero año de gracia para la Ciudad de Castelló de la Plana y para toda nuestra Iglesia diocesana, que nos ayude a crecer en comunión y a la renovación espiritual, pastoral y misionera.
Dado en Castellón de la Plana, a cinco de mayo del Año del Señor de dos mil veintitrés.
1. Saludo de corazón a los sacerdotes concelebrantes, en especial, al Prior de esta singular Basílica, al Prior de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó, y al Ilmo. Sr. Prior emérito de la Cofradía. Mi saludo cordial al Presidente, Directiva y Cofrades de la Real Cofradía así como a la Presidenta de la Junta y Camareras de la Virgen. Mi saludo respetuoso y agradecido a las autoridades, en especial, a la Sra. Alcaldesa y Miembros de la Corporación Municipal de Castelló en el día de su Patrona. Un saludo especial a la Regidora de Ermitas y Procuradora Municipal de la Basílica, al Clavario y al Perot de este año, y a las Reinas Mayor e Infantil de las Fiestas. Os aludo a todos cuantos habéis venido hasta la Basílica para participar en esta solemne celebración eucarística, y a cuantos a través de la TV estáis unidos a nosotros, especialmente a los ancianos, enfermos e impedidos para salir de casa.
Cada primer domingo de Mayo, el Señor nos convoca para cantar y honrar a Santa María de Lledó en el día de su Fiesta Mayor. Ella es nuestra Madre, Reina y Señora, ella es la Patrona de Castelló. Al abrir hoy el Año Jubilar para prepararnos al Centenario de su Coronación pontificia nos acogemos a su especial protección de Madre: a ella le rezamos y a sus pies ponemos nuestras esperanzas en este tiempo de gracia. Maria nos mira y nos acoge con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestras parroquias y la Ciudad entera estamos en su corazón. Que este Año Jubilar sea un tiempo en que se acreciente nuestro amor y devoción hacia la Virgen de Lidón, para que de sus manos se avive y se fortalezca la fe y vida cristiana en y entre nosotros, y para que nuestras parroquias se renueven en su acción pastoral y en su misión evangelizadora. Mirando a la Virgen hallaremos el camino y la fuerza para acoger a Dios en su Hijo en nuestras vidas y para perseverar firmes en la fe en tiempos de increencia y de indiferencia religiosa.
María es la Madre de Dios
2. Vuestra presencia es un signo elocuente de la devoción secular de la Ciudad a la Mare de Déu del Lledó. Sí: María es ante todo la Madre del Hijo de Dios. “Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo” (Lc 1,31-32), acabamos de escucharen el Evangelio. María nos da al Hijo de Dios y dirige nuestra mirada hacia Él. Su deseo más ferviente es que nuestra devoción hacia su persona sea el camino para nuestro encuentro personal con Cristo Jesús, que avive y fortalezca nuestra fe para que se renueve nuestra vida cristiana y comunitaria.
Nuestra devoción a María ha deestar siempre orientada a Dios en su Hijo, Cristo Jesús. Porque su Hijo, el Señor Resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres: Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida: el Camino para ir a Dios y a los hermanos, la Verdad que nos muestra el rostro de Dios y quién es el hombre, y la Vida en plenitud que Dios nos regala con su muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús, fruto bendito de su vientre. María, la Madre de Dios y Madre nuestra, no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).
Contemplar la fe de María
3. Este Año Jubilar nos ofrece la oportunidad de contemplar la fe de María. Ella es el modelo de fe en Dios y a Dios. La Virgen, antes de nada, escucha con atención a Dios que le habla por medio del Ángel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. En su turbación ante estas palabras, María medita qué podría significar aquel saludo. La voz del ángel suena de nuevo, pero sus palabras son más desconcertantes aún: “No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. El será grande, se llamará Hijo el Altísimo”. Ante estas palabras, la Virgen de Nazaret no duda, pero indaga: “¿Cómo será eso, pues no conozco varón?”. Al final, la Virgen se fía de Dios y acoge su designio: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (cf. Lc 1, 26-38). Con este acto de fe libre, de confianza plena y de disponibilidad total, María se convierte en la Madre del Hijo de Dios; así se consuma el mayor y más decisivo acto de fe en la historia del mundo.
La Virgen, porque se sabe llena de gracia y amada por Dios, confía en Dios, se fía plenamente de Él y de su Palabra; ella cree que será la Madre del Salvador sin perder la virginidad. Ella es la mujer humilde. Y porque la humildad no es apocamiento, sino vivir en la verdad (Sta. Teresa de Jesús), María sabe que sin Dios nada es. Desde el primer instante se adhiere con todo su corazón al plan de Dios sobre ella, un plan que trastoca el orden natural de las cosas: una virgen madre, una criatura madre del Creador.
María cree cuando el ángel le habla. Y sigue creyendo cuando el ángel la deja sola y se ve rodeada de las humildes circunstancias de una mujer cualquiera que está encinta. María supo confiar siempre en Dios y confiarse siempre a Dios. La verdadera fe siempre significa salir de sí mismo para dejarse encontrar por Dios, para dejarse amar y sorprender por Dios y su novedad. “Dichosa tú porque has creído porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45).
La vida de María fue una peregrinación en la fe. Ni el designio de Dios ni la divinidad de su Hijo le fueron totalmente manifiestos; ella se fió de Dios y vivió apoyándose en la Palabra de Dios. El plan de Dios se le ocultó a veces bajo un velo oscuro y desconcertante: la extrema pobreza en que nace Jesús, la necesidad de huir al destierro para salvarle de Herodes, las fatigas para proporcionarle lo estrictamente necesario o su sufrimiento al pie de la Cruz. María “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc. 2, 19). Aunque no entendía muchas cosas, no dudó que aquel hijo débil e indefenso, era el Hijo de Dios. La Virgen creyó y se fio siempre, aun cuando no entendiera el misterio. La Virgen vive en Dios, está como impregnada por la Palabra de Dios; todo su pensamiento, toda su voluntad y todas sus acciones están impregnados y formados por Dios y su Palabra. Caminemos en este Año Jubilar tras las huellas de María.
La fe de María, modelo de fe para los cristianos
4. Nuestra devoción a la Mare de Déu será auténtica, si como ella acogemos a Dios en nuestra vida, si escuchamos a Dios y su Palabra, si acogemos con alegría su voluntad, si nos lleva al encuentro con Cristo vivo, si en María descubrimos de verdad a la Madre de Dios, a la primera discípula, al modelo perfecto de seguimiento de Jesús. Si honramos a María con amor sincero acogeremos de sus manos al Hijo de Dios para, como ella, dejarnos encontrar por El, conocerle, amarle y seguirle con una adhesión personal en estrecha comunión con la Iglesia. María nos anima y exhorta a creer en Dios y a perseverar en la fe en su Hijo.
La fe cristiana no es el resultado de nuestros esfuerzos o razonamientos. La fe es un don gratuito de Dios. Pero no es privilegio de unos pocos. Porque Dios busca y sale al encuentro de todo ser humano, porque nos ama y nos llama a participar de su amor en plenitud. Para que esta llamada de Dios se haga realidad es preciso que cada uno se deje, como María, amar por Dios y le abra su corazón, que se adhiera confiadamente y de todo corazón a Dios. La fe consiste antes de nada en creer a Dios. Y porque confiamos en Él, acogemos, a la vez y en el mismo acto, lo que Él nos revela y los caminos que nos ofrece para llegar a la Vida. Lo decisivo es la adhesión confiada al Dios vivo en su Hijo, Jesucristo.
La fe cristiana es antes de nada vivir desde Dios que nos crea a la vida por amor y nos llama a su amor y su vida en plenitud. Los seres humanos no somos el centro ni la medida de todas las cosas; no somos dueños de nuestras vidas. No podemos alcanzar con nuestras propias fuerzas nuestro deseo innato de infinitud, de felicidad, de inmortalidad, de libertad y de vida. Reconozcamos nuestra finitud y limitación. Nuestro origen y destino están en Dios. Él es el fundamento sobre el que descansa todo.
La fe es siempre una experiencia personal. La fe tiene lugar en el seno de la comunidad de los creyentes, en el seno de la Iglesia y en comunión de fe con la fe de la Iglesia; pero la decisión personal no puede ser reemplazada por nada ni por nadie. La fe sucede en lo más íntimo de nuestra persona, en lo más íntimo de nuestro corazón, y compromete a la persona en su totalidad; es el acto personal más intenso. La fe proyecta todo el ser de la persona hacia Dios. No se cree sólo con el sentimiento, con la voluntad o con la razón. La fe consiste en la entrega incondicional y confiada de toda la persona a Dios. “Buscarás al Señor, tu Dios, y lo encontrarás si lo buscas de todo corazón” (Dt 4,29).
¡Así lo han experimentado nuestros antepasados en la fe generación tras generación desde aquel 1366, año de la feliz ‘troballa’ de la imagen de Nuestra Señora de Lledó! Ellos han experimentado su presencia maternal en sus vidas, la coronaron Reina del cielo. De sus manos, acogieron a su Hijo, el Rey mesiánico, y pervearon firmes en su fe.
Ante la crisis espiritual, avivar la fe en Dios
5. Miremos esta mañana una vez a la Mare de Déu del Lledó. Vivimos momentos de una profunda crisis en todos los ámbitos. Es sobre todo una crisis humana y espiritual; una crisis que afecta a la sociedad, a las personas, a los matrimonios, las familias y a las nuevas generaciones, sobre todo a los más jóvenes. Se trata de una crisis del espíritu, que amenaza con dejar al hombre sin esperanza, porque se pretende desalojar a Dios de nuestras vidas.
Con frecuencia somos víctimas de un ambiente, en el que el hombre y la sociedad son entendidos y viven como si Dios no existiera; un ambiente que está marcando también la vida de nuestras familias, la educación de los hijos y las relaciones sociales, labores y políticas. Dejamos a Dios al margen de nuestros proyectos y de nuestras acciones cotidianas. Pero el silenciamiento de Dios abre el camino a una vida sin rumbo, y a proyectos que acortan nuestro horizonte y se limitan a intereses inmediatos. El silenciamiento de Dios lleva al ocaso del hombre. Expoliado de su profundidad espiritual, eliminada su referencia a Dios, se inicia la muerte del ser humano, el ocaso de su dignidad. Una sociedad que da la espalda a Dios, a su amor, a su ley y sus caminos termina por deshumanizar al hombre; termina por volverse en contra el mismo hombre, contra su inviolable dignidad y sus derechos más sagrados.
En estas circunstancias acudimos a María y le pedimos que nos enseñe a ser creyentes auténticos de Dios y testigos de su amor. Nuestra Iglesia en Castellón, a imagen de María, está llamada a dejarse vivificar por el Señor resucitado. Contemplando a María nuestras comunidades cristianas están llamadas a ser el lugar donde todos puedan encontrar y experimentar la cercanía de Jesucristo y del amor de Dios. Sólo el Señor resucitado es capaz de vivificarnos plenamente y hacer de nosotros instrumentos de vida para el mundo y testigos de su amor en nuestro caridad fraterna y comprometida, en especial con los más necesitados y desfavorecidos.
Oración final
6. Mare de Déu del Lledó, madre del Hijo de Dios y madre nuestra. Hoy reconocemos agradecidos que la historia de Castelló ha sido un canto de amor hacia ti, que eres el honor de nuestro pueblo. Ante tu altar, Castelló ha begut sa glòria, proclamándote bienaventurada de generación en generación. Por eso te invocamos como nuestra alegría, esperanza y consuelo. En este Año Jubilar pedimos a Dios Padre por tu intercesión el perdón de nuestras faltas de fe, esperanza y caridad. Qué Dios nos conceda un amor sincero a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres, a los que sufren y a los necesitados. Bendice copiosamente a nuestras familias y a nuestra Iglesia, que camina junto a ti con esperanza, para crecer en la comunión y ser enviados a la misión evangelizadora. ¡Oh Santa María del Lledó! Tú que eres de l’amor nostre, Senyora, escucha la oración de tus hijos que te aclaman como Madre, Reina y Patrona. Amén.
Ayer por la tarde tuvo lugar, en la Basílica de Ntra. Sra. del Lledó, el rezo del Santo Rosario y la tradicional Sabatina a la Mare de Déu. Al finalizar se celebró la Procesión General, precedida por una cabalgata costumbrista, con la imagen de la Patrona de Castellón por la Avenida del Lledó hasta la rotonda de la Ronda Este.
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Al retorno de la Virgen, entrada festiva de la imagen a la Basílica, canto de los Gozos y Salve Popular a cargo de la Coral de Barreros de la Mare de Déu del Lledó, con Augusto Belau en el órgano.
Esta mañana, en la Fiesta Mayor de la Mare de Déu del Lledó, ha tenido lugar la Misa Estacional en la Basílica, así como la apertura del Año Jubilar de Lledó, que será clausurado con la Sabatina y Procesión del día 5 de mayo de 2024. Ha sido presidida por nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, y concelebrada por varios sacerdotes, entre ellos el Prior de la Basílica y el Prior de la Real Cofradía.
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Al oficio, que ha sido retransmitido por TVCS-Televisió de Castelló, La 8 Mediterráneo y el canal diocesano en YouTube, han asistido cientos de castellonenses, así como autoridades civiles y miembros de la corporación municipal, las Reinas Mayor e Infantil de las fiestas, el Clavario, el Perot, la Junta de Gobierno de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó y la Junta de Camareras. La parte musical ha corrido a cargo del coro de jóvenes de San José Obrero y de “Ensemble Aurea Vocalis”.
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Al comienzo de la celebración, el Canciller-Secretario General, D. Ángel Cumbicos, ha leído el Decreto del Obispo por el que se proclama el Año Jubilar del Lledó con ocasión del Centenario de la coronación pontificia de la imagen de la Patrona de Castellón, concedido por el Papa Francisco con la gracia de poder granar la Indulgencia plenaria a lo largo de todo este año.
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“Que este Año Jubilar sea un tiempo en que se acreciente nuestro amor y devoción hacia la Virgen de Lidón, para que de sus manos se avive y se fortalezca la fe y vida cristiana, y para que nuestras parroquias se renueven en su acción pastoral y en su misión evangelizadora”, ha deseado D. Casimiro en la homilía.
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La presencia de una gran multitud de castellonenses en la Eucaristía es signo del inmenso amor y devoción a la Virgen, que será auténtica y sincera si está “orientada a Dios en su Hijo, Cristo Jesús. Porque su Hijo, el Señor Resucitado, es el centro y fundamento de nuestra fe”, ha señalado. Él es el Camino, la Verdad y la Vida.
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Este Año Jubilar que hoy comienza “nos ofrece la oportunidad de contemplar la fe de María”, siendo ella el “principal ejemplo de fe en Dios”. Por su humildad, por su escucha a Dios y porque se sabe amada por Él, cree y se fía plenamente de Él y de su Palabra, ha explicado. “María sabe que sin Dios nada es. Desde el primer instante se adhiere con todo su corazón al plan de Dios sobre ella”. “Caminemos en este Año Jubilar tras las huellas de María”, ha exhortado.
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“La fe no es el resultado de nuestros esfuerzos o razonamientos”, ha advertido. Más bien “es un don gratuito de Dios, que sale al encuentro de todo ser humano, porque nos ama y nos llama a participar de su amor en plenitud”. Pero para ello es necesario “que cada uno se deje, como María, amar por Dios y le abra su corazón”. Es una experiencia personal que nace “en el seno de la comunidad de los creyentes, en el seno de la Iglesia y en comunión de fe con la fe de la Iglesia”.
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D. Casimiro ha advertido también sobre la profunda crisis en la que se encuentra hoy nuestra sociedad, “sobre todo una crisis humana y espiritual; es una crisis que afecta a las personas, a los matrimonios, las familias y a las nuevas generaciones, sobre todo a los más jóvenes. Se trata de una crisis del espíritu, que amenaza con dejar al hombre sin esperanza, porque se pretende desalojar a Dios de nuestras vidas”.
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Pero ante ello, “acudimos a María y le pedimos que nos enseñe a ser creyentes auténticos de Dios y testigos de su Amor”, pues “sólo el Señor resucitado es capaz de vivificarnos plenamente y hacer de nosotros instrumentos de vida para el mundo y testigos de su amor mediante nuestro amor fraterno y comprometido, en especial con los más necesitados y desfavorecidos”.
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Por último, el Obispo ha recitado una oración a la Virgen:
“Mare de Déu del Lledó, madre del Hijo de Dios y madre nuestra. Hoy reconocemos agradecidos que la historia de Castelló ha sido un canto de amor hacia ti, que eres el honor de nuestro pueblo. Ante tu altar Castelló ha begut sa glòria, proclamándote bienaventurada de generación en generación. Por eso te invocamos como nuestra alegría, esperanza y consuelo. En este Año Jubilar pedimos a Dios Padre por tu intercesión el perdón de nuestras faltas de fe, esperanza y caridad. Qué Dios nos conceda un amor sincero a nuestros hermanos, especialmente a los más pobres, los que sufren y los necesitados. Bendice copiosamente a nuestras familias y a nuestra Iglesia, que camina junto a ti con esperanza, para crecer en la comunión y ser enviados a la misión evangelizadora. ¡Oh Santa María del Lledó! Tú que eres de l’amor nostre Senyora, escucha la oración de tus hijos que te aclaman como Madre, Reina y Patrona. Amén.
Este domingo, 7 de mayo, con la Misa Estacional en la Basílica de Lledó tendrá lugar la apertura del Año Jubilar de Lledó, que será clausurado el 5 de mayo de 2024. Con este año deseamos conmemorar el Centenario de la coronación pontificia de la imagen de Nuestra Señora de Lledó, que tuvo lugar el 4 de mayo de 1924. El papa Francisco nos ha concedido la gracia de poder ganar la Indulgencia plenaria a lo largo de todo este año, para que redunde en frutos de conversión y renovación espiritual, cristiana y mariana.
La historia y el presente de Castellón es impensable sin la Mare de Déu del Lledó. A lo largo de los siglos, ella ha sido y es para los castellonenses, la Madre atenta y solícita, la mediadora de todo don y de toda gracia, venerada e invocada como auxilio de los cristianos, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Ella es signo permanente de la presencia de Dios en medio de nuestro pueblo y mediadora de la bondad divina para con nosotros. Así lo entendieron y vivieron nuestros antepasados en la fe. Fue su experiencia real de la cercanía maternal de María, la que llevó a pedir la coronación de su imagen. Querían así manifestar su sincera gratitud y su profunda devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra.
Al contemplar coronada esta entrañable imagen sentimos a la Virgen como nuestra Reina. María es nuestra Reina porque es la Madre del Hijo de Dios, el Rey mesiánico, cuyo reino no tendrá fin (cf. Lc 1, 33). A María la llamados Reina, porque ella es la llena de gracia de Dios, unida íntimamente a Cristo y asociada a su obra redentora; ella nos lleva a la fuente de la gracia, su Hijo muerto y resucitado para que todo el que cree en Él tenga vida eterna, plena y feliz. Y, finalmente, a María la proclamamos Reina, porque ya participa plenamente de la gloria de su Hijo en cuerpo y alma en el cielo: ella ha recibido ya la corona merecida, la corona de gloria que no se marchita; María se ha convertido así en esperanza nuestra (cf. 1Pe 5, 4). Nuestra Señora de Lidón nos acompaña con su protección maternal a los creyentes de todos los tiempos en nuestro peregrinaje por los caminos de la historia. Generación tras generación, los creyentes experimentamos su cercanía. Por ello la invocamos con confianza, la llamamos bendita entre todas las mujeres y la proclamamos Reina.
El recuerdo de la coronación nos ha de llevar a dar gracias a Dios por habernos dado a tan buena Madre y Reina de nuestras almas. Este año nos ofrece la oportunidad para acrecentar nuestra devoción a la Mare de Déu del Lledó. Es nuestro deseo que este tiempo nos ayude a despertar o fortalecer la devoción a la Virgen en niños, jóvenes y adultos, en las familias y en las parroquias de la Ciudad y de la Diócesis. Nuestro amor a la Virgen nos llevará al encuentro o reencuentro personal con su Hijo vivo, el único capaz de dar sentido, alegría y esperanza a nuestra existencia; un encuentro que implica nuestra adhesión de mente y corazón a Dios en su Hijo para experimentar la alegría de saberse amado por Dios y para compartir con otros esta experiencia de amor.
Este año será también un tiempo para dar gracias a Dios por el don de la fe cristiana del pueblo castellonense, en cuyas raíces se encuentra la devoción a Santa María del Lledó. Si de sus manos acogemos a su Hijo, Vida para el mundo, será un año de crecimiento en santidad del pueblo cristiano; un año en que los fieles cristianos y las parroquias quedarán fortalecidos en su fe y en su vida cristiana, en la comunión eclesial y en su vida pastoral y misionera. Ella, la primera misionera en la visitación a su prima Isabel, nos alentará a salir sin demora, fortalecidos por el Espíritu Santo, a la misión de anunciar a Jesucristo y su Evangelio en medio de una sociedad cada vez más secularizada y que vive como si Dios no existiera.
Esto es lo que nos mueve en este Año Jubilar de Lledó. A María acudimos en todos los momentos de nuestra vida, y, en especial, en los momentos de debilidad o de dificultad, de dolor o de aflicción, personal y comunitaria. Como una buena madre, María nos protege, vela por nosotros y nos lleva a su Hijo. Ella nos susurra las palabras de su Hijo Jesucristo para que perseveremos en la fe y vida cristiana, sobre todo en estos momentos de increencia, de indiferencia religiosa y de alejamiento de la fe y de la Iglesia.
María nos enseña a creer y confiar siempre en Dios, a escuchar y acoger la Palabra de Dios, a mantenernos unidos en la oración y a salir sin miedo a la misión. ¡Acojamos de corazón de manos de María la gracia de este Año Jubilar en memoria de su Coronación!
Del 18 al 21 de septiembre de 2023 (plazas limitadas)
Lo anunció Mons. Casimiro López Llorente ante el Nuncio de S.S en España el pasado 16 de abril en la ceremonia de clausura del Año Jubilar Diocesano.
Tras un año de gracia en el que hemos hecho memoria agradecida del pasado por el importante legado de fe que dejaron nuestros antepasados, con renovado espíritu, hemos fortaleciendo el vínculo con la Iglesia de Segorbe-Castellón de la que formamos parte, y hemos crecido en comunión con nuestro Obispo y con nuestros hermanos.
Ahora es momento de emprender la misión evangelizadora que nos ha sido encomendada y anunciar la alegría del Evangelio. Para culminar este Jubileo, acudiremos a Roma, sede de la sucesión Apostólica, para dar Gracias a Dios por todos los dones recibidos. En peregrinación diocesana, y sintiéndonos parte viva de la porción del Pueblo de Dios en Segorbe-Castellón, junto a nuestro Pastor, renovaremos nuestro firme compromiso para contribuir en la tarea pastoral y emprender la misión según nuestra condición y vocación.
Serán tres días en los que habrá ocasión de visitar la Roma Barroca, Cristiana e Imperial, así como viajar hasta Asís para, entre otras actividades visitar la tumba de San Francisco. Todo ello desde la participación en la Eucaristía diaria en los principales templos para, unidos a Jesucristo, fortalecer nuestra comunión con Él y en Él.
Los peregrinos participarán en la audiencia pública del Santo Padre y visitarán la Basílica de San Pedro así como los museos vaticanos y la Capilla Sixtina. Del mismo modo asistirán a la Eucaristía que celebrará nuestro Obispo en el altar de la Cátedra de San Pedro.
Inscripción y formalización de la reserva
La peregrinación se ha organizado en colaboración con la agencia de viajes «Viajes para no parar». Al objeto de poder facilitar al peregrino la gestión de su reserva, se ha elaborado un formulario de inscripción y así poder recopilar los datos necesarios para poder realizar la compra de los billetes de avión y la reserva de hotel.
Es necesario, por tanto, inscribirse a través del formulario (accede AQUÍ). Una vez registrados tus datos, te enviarán un email para formalizar tu reserva a través del pago mediante transferencia bancaria siguiendo las indicaciones. Tu plaza quedará reservada tras remitir el justificante del pago.
Modalidades de pago y plazos
La peregrinación tiene un coste de 875€ con todos los gastos incluidos (excepto bebidas, propinas y gastos personales), y de 1.025€ en caso de solicitar habitación individual. Al objeto de facilitar el pago existe la opción de poder pagar en dos plazos.
Opción A: pago único de 875€ o 1.025€, según tipo de habitación
Opción B: pago en dos plazos
500 € antes del 15 de junio
375€ o 525€ (según tipo de habitación) antes del 15 de julio
MÁS INFORMACIÓN
Si necesitas más información o aclarar alguna duda:
Con gran devoción y fervor a la Mare de Déu del Lledó, cientos de castellonenses se han reunido esta mañana en la Concatedral de Santa María para celebrar el Canto del Magnificat a la Reina y Patrona de la ciudad de Castellón, acto que ha presidido nuestro Obispo, D. Casimiro, en el nonagésimo noveno aniversario de la Coronación de la Virgen, y vigésimo cuarto de la Consagración de la Concatedral.
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La parte musical ha corrido a cargo de la Coral de Barreros de la Mare de Déu del Lledó, con Augusto Belau en el órgano, y con la intervención del tenor solista Manuel Navarro Forcada. Además, se han disparado 99 salvas, con el volteo de campanas “Vol de la Coronació” desde el Fadrí.
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Se ha procedido al traslado de la imagen de la Virgen del Lledó desde la capilla lateral del templo hasta el Altar Mayor y, posteriormente, se ha proclamado el Evangelio de la Visitación de la Virgen María a su prima Isabel.
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“Atentos a la llamada de la Madre hemos venido a la Concatedral, para celebrar con este Magnificat el 99º aniversario de su Coronación, que nos está preparando ya para el Año Jubilar que vamos a iniciar el próximo domingo”, ha dicho el Obispo en la homilía. “Hoy sentimos la cercanía maternal y la presencia amorosa de nuestra Madre, la Mare de Déu del Lledó… la más humilde, y a la vez la más grande de todas las criaturas”.
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“El Magnificat es la respuesta de María a las palabras de saludo de su prima Isabel: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!», ha explicado D. Casimiro. “La Virgen proclama la grandeza del Señor”, dirigiendo nuestra mirada a Él. Ella “no tiene miedo de Dios”, porque sabe que “Él no oprime la vida del ser humano”, más bien todo lo contrario, ella es grande porque ha dejado a Dios ser grande en su vida.
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“En la actualidad se piensa y se cree que, apartando a Dios, y siendo el hombre totalmente autónomo, siguiendo sus propias ideas y su voluntad, llegará a ser más libre y podrá hacer lo que desee”, ha advertido. “Pero cuando Dios desaparece, el hombre pierde la dignidad”.
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Este es el verdadero problema de nuestro tiempo, ha indicado, “la quiebra de humanidad, la falta de una visión verdadera del hombre, que es inseparable de Dios creador y redentor”. El hombre de hoy prescinde de Él en su vida y “se erige así mismo en el centro de su existencia, suplantando a Dios por que querer ser Dios, sin Dios”, lo cual “ocurre en la vida personal, familiar, política y legislativa”, “se margina a Dios”. Pero “el ser humano es grande solo si Dios es grande”, ha señalado el Obispo.
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Ante ello ha puesto a la Madre de Cristo como nuestro modelo a seguir, y ha exhortado a no alejarse de Dios, “haciendo que esté presente y sea grande en nuestra vida”. “Recuperemos a Dios en nuestra existencia, dejemos a Dios ser Dios”.
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“La Mare de Déu del Lledó es faro en la oscuridad de nuestra noche, faro que nos conduce hacia la luz, que es Dios mismo”. Ella “nos enseña a poner toda nuestra confianza en Dios, en las alegrías y en las penas, en la dificultad, en la enfermedad, y también en la muerte”, porque Él es amor y hace maravillas.
La celebración podrá seguirse en directo por televisión
El próximo domingo, día 7 de mayo, es la Fiesta Principal de la Mare de Déu del Lledó, patrona de la ciudad de Castellón de la Plana. Se celebrará con una solemne Eucaristía en su Basílica, presidida por nuestro Obispo, D. Casimiro López Llorente, a las 11 h.
Además, tendrá lugar la apertura del Año Jubilar Mariano con motivo del Centenario de la Coronación de la Virgen del Lledó, aprobada por el Papa Pío XI, que tuvo lugar el 4 de mayo de 1924. Se celebrará hasta el 5 de mayo del 2024, gracia concedida por la Penitenciaria Apostólica con la posibilidad de ganar la Indulgencia Plenaria, y con un amplio programa de actos y eventos planificados por la Comisión Organizadora.
Asistirán autoridades, Clavario, Perot y Junta de Gobierno de la Real Cofradía de la Mare de Déu del Lledó. La parte musical correrá a cargo de la “Ensemble Aurea Vocalis”.
Además, en esta ocasión serán dos las televisiones que retransmitirán en directo la celebración: TVCS-Televisió de Castelló y La 8 Mediterráneo. También podrá seguirse por el canal diocesano en YouTube: «Diócesis Segorbe-Castellón».
«El solo nombre de la Madre de Dios contiene todo el misterio de la economía de la encarnación»[1]. Esta frase de san Juan Damasceno el «sello de los Padres» – como gusta llamarlo el Oriente – recapitula la convicción constante que brota de la memoria de la fe cristiana con respecto a María. La Virgen Madre, en cuanto relacionada del todo con el misterio del Verbo encarnado, es un denso compendio del Evangelio y figura concreta de la fe de la Iglesia. Verdaderamente, «la estructura profunda del misterio de María es la estructura misma de la alianza, vista desde el lado de los hombres a quienes María representa»[2], y el discurso de fe sobre ella subraya el intimo entrelazarse de los misterios en su relación con la unidad divina.
Es ya el testimonio bíblico el que hace emerger, en todo cuanto afirma sobre ella, una ley de totalidad: por una parte, resulta evidente que no es posible hablar de ella si no es en relación con su Hijo y con la economía total de la revelación y de la salvación en él realizada; por otra parte, los textos bíblicos muestran tal densidad de relación de 1a Madre con el Hijo que hacen que en ella reverbere la totalidad de cuanto en él se cumplió. Por eso puede afirmarse que la historia de María es «la historia compendiada del mundo, su teología reducida a una sola palabra», y que ella es «el dogma viviente, la verdad sobre la criatura realizada»[3]. María es la mujer icono del misterio.
1. María, la mujer icono del Misterio
La referencia a María en cuanto mujer pone de manifiesto principalmente el carácter concreto de este personaje, la historicidad de esta joven de la casa de Israel, a quien fue concedido vivir la extraordinaria experiencia de llegar a ser la madre del Mesías. Ciertamente no es posible extraer de los evangelios una biografía de María, como tampoco es posible reconstruir una biografía de Jesús. Los evangelios son un testimonio pascual, que releen, con los ojos iluminados por la experiencia del encuentro con el Resucitado, aquellos aspectos y momentos de los sucesos anteriores a la pascua, considerados especialmente densos de mensaje para la fe. Con todo, el múltiple testimonio de las fuentes, el principio de la imposibilidad de atribuir algunos datos fundamentales al mundo en el que fueron expresados (el primero de ellos es la idea de la concepción virginal) y el criterio de continuidad y homogeneidad del mensaje evangélico en su conjunto, permiten destacar algunos rasgos seguros de la figura histórica de María. Así, la grandeza de aquello que le sobrevino no debe hacer olvidar la humildad de su condición, la normalidad de sus fatigas diarias en la familia de Nazaret, la oscuridad del itinerario de fe por el que caminó, los condicionamientos recibidos del ambiente circundante, haber vivido personalmente los diferentes estados de la experiencia femenina: virgen, madre, esposa. María no es un mito, ni una abstracción, como demuestran los rasgos profundamente hebreos de su personalidad de mujer, que supo vivir del modo más encumbrado la fe y la esperanza mesiánica, experimentando en si misma de modo inaudito y asombroso su cumplimiento y su nuevo comienzo.
Esta mujer concreta ha sido el lugar de la venida de Dios en carne al mundo, sin perder nada de su feminidad. María no es un caso entre muchos; al contrario, es la «Virgo singularis», la mujer irrepetible en su historicidad, la persona de la feminidad concreta e intensa que el Eterno eligió para la revelación del Misterio. Y es de su Hijo – el Universal concreto, norma y arquetipo de lo humano – de quien la Virgen Madre recibe una específica y singular participación suya en la universalidad del designio salvífico, «bendita entre todas las mujeres», como es «bendito el fruto de su vientre», Jesús (cf. Lc 1, 42). No se trata, por tanto, de desarrollar una presunta «ontología de lo femenino», partiendo de la figura de María, Virgen-Madre-Esposa; los riesgos de abstracción que tal búsqueda del «eterno femenino» [4] pueden entrañar han sido justamente denunciados. Se trata más bien de indagar sobre algunos aspectos del misterio escondido en toda mujer, y recíprocamente también en todo hombre, a partir del caso absolutamente singular que es la mujer «Virgen Madre, hija de su Hijo». En resumen, el significado universal de María se sostiene o cae con su singularidad de mujer concreta. Cuanto más sea apreciada esta singularidad femenina, tanto más será posible percibir su valor de arquetipo de la dimensión femenina del ser humano y penetrar el misterio realizado en ella.
Es este juego de visible concreción y de invisible profundidad el que permite hablar de María como de un icono. María es tal porque en ella se realiza el doble movimiento -descendente y ascendente- que todo icono tiende a transmitir, es decir, la antropología de Dios y la teología del hombre. En ella resplandece la elección del Eterno y el libre consentimiento de la fe en él. Como «el icono es la visión de las cosas que no se ven» [5], así la Virgen Madre se ofrece a la mirada de la fe como el lugar de la divina Presencia, el arca de la alianza, cubierta con la sombra del Espíritu Santo (cf. Lc. 1, 35.39-45.56), la morada santa del Verbo de la vida entre los hombres. Y así como el icono necesita del color y de la forma, para que lo que la Biblia dice con las palabras él lo haga presente con las líneas y los colores [6], así la Madre del Señor da expresión al misterio que se hizo presente en ella, con la concreción de sus rasgos. Por tanto, mirar a María como «icono» significa dirigir al dato bíblico referido a ella una mirada capaz de sondear las profundidades divinas que en él se comunican, tal como ha sabido leerlas la ininterrumpida tradición creyente de la Iglesia desde sus orígenes. Cuando se medita sobre María en la Escritura se llega a releer la Escritura en María, es decir, a captar en la figura bíblica de la Madre del Señor toda la economía de la alianza, narrada en un fragmento.
María es la mujer icono del Misterio, del designio divino de salvación, escondido un tiempo, pero revelado por fin en Jesucristo, gloria oculta bajo los signos de la historia [7], implica a la vez la visibilidad de los sucesos en los que se cumple y la profundidad invisible de la obra divina que en ellos se realiza. En cuanto tal, el misterio abraza la verdad sobre Dios y la verdad sobre el hombre, creado y redimido por él. Y esta verdad se ofrece en Aquel que es en persona «el camino, la verdad y la vida» (Jn. 14, 6). María es toda ella relativa a él, a su misterio de Verbo encarnado. Ya la escena de la anunciación, densa anticipación de la pascua, revela a la Trinidad como el seno adorable que acoge a la Virgen santa, a la vez que manifiesta a María como el seno de Dios [8]. Envuelta en el designio del Padre, María será cubierta por la sombra del Espíritu Santo, que hará de ella la madre del Hijo eterno hecho hombre. Entre María y la Trinidad se establece así una relación de profundidad singular: ella es «el santuario y la morada de la santísima Trinidad» [9], su imagen o icono. En el acontecer concreto de la mujer María podrán, por tanto, reconocerse las distintas dimensiones de la existencia redimida, en cuanto participe de la vida trinitaria y tendente a la realización de su gloria. El Todo se ofrece en el fragmento de aquella que, precisamente por esto, es llamada la «toda hermosa», la mujer bella, de una belleza sin mancha ni arruga.
2. El Todo en el fragmento de una historia
A las tres Personas divinas se vinculan los tres aspectos de la condición terrena de María. En cuanto Virgen, ella está ante el Padre como pura receptividad y se ofrece, por tanto, como icono de Aquel que en la eternidad es puro recibir, el Engendrado, el Amado, el Hijo eterno, la Palabra salida del Silencio. En cuanto Madre del Verbo encarnado, María se relaciona con él en la gratuidad del don, como manantial de amor que da la vida y es, por eso, icono materno de Aquel que desde siempre y para siempre empezó a amar, el Generante, el eterno Amante, el Padre, Silencio fontal y último. En cuanto arca de la alianza nupcial entre el ciclo y la tierra, Esposa en la que el Eterno une a sí la historia y la enriquece con su don, María se relaciona con la comunión entre el Padre y el Hijo y entre ellos y el mundo, y se ofrece, por esto, como icono del Espíritu santo, que es nupcialidad eterna, vínculo de caridad infinita y apertura permanente del Dios vivo a la historia de los hombres. De este modo, en la Virgen Madre llega a reflejarse el misterio mismo de las relaciones divinas; en la unidad de su persona reposa la impronta de la vida del Dios tripersonal.
La comunión trinitaria se refleja también en el misterio de la Iglesia. Icono de la Trinidad ella misma, la comunión eclesial encuentra en el adorable misterio su origen, su modelo y su patria. La Iglesia procede de la Trinidad, que la suscita por la iniciativa admirable del designio del Padre y los envíos del Hijo y del Espíritu santo; va hacia la Trinidad en la peregrinación de la historia, encaminada hacia el tiempo en que Dios será todo en todos; es estructurada a imagen de la Trinidad en una especie de «perijoresis» eclesiológica, en la cual la diversidad de los dones y de los servicios radica en la unidad del Espíritu y se manifiesta en el dialogo de la comunión. Siendo María icono de la Trinidad y siéndolo también la Iglesia, la relación entre ambas no puede menos de ser una identidad simbólica, intuida ya desde el testimonio de fe de los orígenes: María es la mujer Iglesia, la hija de Sion del tiempo mesiánico llegado a su inaudito cumplimiento. «Los vínculos entre la Iglesia y la Virgen no son sólo numerosos y estrechos; son esenciales. Están entretejidos desde dentro… En la tradición, los mismos símbolos bíblicos son aplicados, alternativa o simultáneamente, con idéntica y siempre mayor frecuencia, a la Iglesia y a la Virgen» [10] nueva Eva, Paraíso, Escala de Jacob, Arca de la alianza… En la figura concreta de la Madre del Señor, la Iglesia contempla su propio misterio, no sólo porque en ella encuentra el modelo de la fe virginal, de la caridad materna y de la alianza esponsal, a las que es llamada, sino también porque reconoce en María el propio arquetipo, la figura ideal de lo que debe ser, templo del Espíritu, madre de los hijos engendrados en el Hijo y Cuerpo suyo en la carne solidaria con aquella que por la Virgen fue donada al mundo. Así, si de una parte la vida de María es «sustancia y revelación del misterio de la Iglesia», de la otra, «la Iglesia es verdaderamente la María de la historia universal» [11]. La Virgen-Madre-Esposa, icono del misterio de Dios, es, pues, análogamente, icono del misterio de su Iglesia.
María es también simplemente la criatura humana ante Dios: una criatura concreta, una mujer singular e irrepetible, interlocutora de un diálogo con el Eterno, que tiene todas las características del diálogo de la creación y de la redención. Sobre ella desciende la sombra del Espíritu, evocando la primera creación, cuando «el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas» (Gn. 1, 2); en ella parece evocada la figura de la mujer de los orígenes (cf. Gn. 3, 15 y el uso de la palabra «mujer para designar a María en el cuarto evangelio); es ella la sierva del Señor, bienaventurada porque «ha creído en el cumplimiento de las palabras del Señor» (Lc 1,45), la humilde, hacia la cual dirigiré su mirada el Omnipotente, realizando en ella grandes cosas (cf. Lc 1, 48s). En el «sí» de María resplandece la obra maestra de la acción creadora de Dios: la dignidad de la criatura, hecha capaz de dar su asentimiento más libre al proyecto del Eterno y de convertirse por ello de algún modo en colaboradora de Dios. El Señor, que eligió a María y recibió su consentimiento, no es el competidor del hombre, sino el Eterno que por amor nos ha creado libres sin contar con nosotros, y que por el mismo amor no nos salvará sin el consentimiento de nuestra libertad. La antropología de Dios se corresponde en la Virgen Madre con la teología del hombre: el movimiento de descenso produce un movimiento de ascenso; Dios elige y llama gratuitamente; el hombre, elegido y llamado, responde en la libertad y en la gratuidad del consentimiento.
Esta antropología de Dios -revelada en la anunciación- manifiesta lo que fue el designio del Eterno desde la primera mañana del mundo y lleva en sí el sello de la vida del Dios trinitario: la Virgen, figura de la acogida del Hijo, es la creyente que en la fe escucha, acoge, consiente; la Madre, figura de la sobreabundante generosidad del Padre, es la engendradora de la vida que, en la caridad, da, ofrece, transmite; la Esposa, figura de la nupcialidad del Espíritu, es la criatura rica de esperanza que sabe unir el presente de los hombres con el porvenir de la promesa de Dios. Fe, amor y esperanza reflejan en la figura de María la profundidad del consentimiento a la iniciativa trinitaria y el sello que esta misma iniciativa imprime indeleblemente en ella. La Virgen Madre se ofrece como icono del hombre según el proyecto de Dios, creyente, esperanzado y amante, icono él mismo de la Trinidad que lo ha creado y redimido, y para cuya obra de salvación se le pide el consentimiento en la libertad y en la generosidad del don. En el fragmento que es María resplandece la belleza del designio total de Dios sobre la criatura.
Todo esto se realiza en María no prescindiendo de su concreta personalidad femenina, sino precisamente a través de ella. No es lo humano en abstracto lo que se manifiesta en ella, sino lo humano femenino en la concreta densidad de su ser Virgen-Madre-Esposa. En ella, figura de la criatura ante el Creador y del hombre redimido ante su Señor, lo humano aparece en su densidad original e irrenunciable, constituida por la reciprocidad de los dos polos: el femenino y el masculino. También aquí está vigente la ley de la totalidad: la polaridad remite al todo. «La mujer es otro “yo” en la humanidad común… En la “unidad de los dos” el hombre y la mujer están llamados desde el principio no sólo a existir el “uno al lado de la otra” o bien “juntos”, sino que están llamados también a existir recíprocamente “el uno para el otro”» [12]. La creación de Adán (término colectivo en hebreo) es la creación del ser humano originario como un hombre-mujer, en la totalidad del comienzo que remite a la totalidad del fin, donde «ya no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 28). «En el Señor, ni la mujer existe sin el hombre, ni el hombre existe sin la mujer: así como la mujer deriva del hombre, así el hombre recibe la vida de la mujer; todo, en último término, proviene de Dios» (1 Cor. 11, 11s).
Por su excepcional cercanía a Jesús, el hombre nuevo y perfecto, María refleja en sí, en su feminidad verdadera y plena, la totalidad de lo humano en su unidad originaria y final: su completa biografía -desde la concepción inmaculada hasta la asunción corpórea en la gloria de Dios- revela en plenitud el proyecto divino sobre la criatura humana. En ella, lo femenino no es alternativo o contrapuesto a lo masculino; al contrario, es su revelación profunda precisamente en su identidad de femenino y en la reciprocidad de lo que vive y hacia lo que conduce. Toda ella relativa a Cristo, María vive en esta totalidad, integrando su feminidad en la plenitud de la humanidad nueva; por eso, contemplarla en su verdad de mujer significa reencontrar en ella la feminidad de lo humano total, lo femenino que revela mediante la reciprocidad y la integración lo masculino, y que deja transparentar en sí los rasgos de la criatura nueva en el Señor. La acogida fecunda de la Virgen, en ningún modo pasiva; la generosidad pura de la Madre, forma de la gratuidad recibida del Padre y dada a los hombres; la reciprocidad de la Esposa, con su carga de alianza liberadora y anticipadora, revelan no sólo la feminidad de la mujer, sino también lo femenino de lo humano, las dimensiones que todo ser humano debe integrar en si mismo para realizarse plenamente según el designio de Dios.
Modelo y Madre, María favorece en cada uno de los discípulos el cumplimiento del proyecto del Eterno, manifestado en ella no en la soledad de un espíritu cerrado en sí mismo, sino en la comunión de las relaciones fecundas que ella ha vivido y vive con cada una de las Personas divinas, en la Trinidad y en la Iglesia. Su belleza llama y ayuda a la nuestra: en una y otra hay una participación de la infinita belleza de Dios. Termino evocando esta belleza con la más hermosa poesía dedicada a la Virgen Bella, la Madre del Hijo eterno en la carne, el hymno de Dante a María:
[1] San Juan Damasceno, De fide ortodoxa, III, 12, en PG 94, 1029 C.
[2] I. de la Potterie, Maria nel mistero dell’alleanza, Marietti, Genova 1988, 279. Existe version cast.: Maria en el misterio de la alianza, Biblioteca de autores cristianos, Madrid 1993.
[3] P. Evdokimov, La mujer y la salvación del mundo, Sígueme, Salamanca1980.
[4] La expresion “el eterno femenino” (“das Ewigweibliche”) se encuentra en J. W. Goethe, Faust, parte II, acto 5, 12110, y ha tenido un gran éxito.
[5] P. Evdokimov, La mujer y la salvacion del mundo; cf., del mismo Autor, El arte del icono. Teología de la belleza, Publicaciones claretianas, Madrid 1991.
[7] Cf. Rm 16, 25; 1 Cor 2, 7s; Ef 1, 9; 3, 3: 6, 19; Col 1, 25-27; 1 Tim 3, 16.
[8] Se trata de una escena con significado trinitario. «Su estructura narrativa revela de manera absolutamente clara por primera vez la Trinidad de Dios»:H. U. von Balthasar, María en la doctrina y en el culto de la Iglesia, en J. Ratzinger-H. U. von Balthasar, María, primera Iglesia, Narcea Ediciones, Madrid 1982.
[9] S. Luis María Griñon de Montfort, Tratado de la verdadera devoción a la Santa Virgen, en Opere 1, Ed. Monfortane, Roma 1990, n. 5 (y BAC, Madrid 1984).
[10] H. de Lubac, Meditazione sulla Chiesa, Paoline, Milano 1965, 392s.
[11] H. Rahner, María e la Chiesa, Paoline, Milano 1974, 79 y 68 (existe versión cast.: María y la Iglesia, Mensajero, Bilbao 1958).
[12] Juan Pablo 11, Carta apostolica Mulieris dignitatem (15 agosto 1988),n. 6 y7.
[13] Oración de San Bernardo a la Virgen María: Divina Comedia, Paraíso, canto XXXIII.En seguidaeloriginal italiano: «Vergine madre, figlia del tuo figlio, / umile e alta più che creatura, / termine fisso d’etterno consiglio, / tu se’ colei che l’umana natura / nobilitasti sì, che ‘l suo fattore / non disdegnò di farsi sua fattura. / Nel ventre tuo si raccese l’amore, / per lo cui caldo ne l’eterna pace / così è germinato questo fiore. / Qui se’ a noi meridïana face / di caritate, e giuso, intra ‘ mortali, / se’ di speranza fontana vivace. / Donna, se’ tanto grande e tanto vali, / che qual vuol grazia e a te non ricorre, / sua disïanza vuol volar sanz’ali. / La tua benignità non pur soccorre / a chi domanda, ma molte fïate / liberamente al dimandar precorre. / In te misericordia, in te pietate, / in te magnificenza, in te s’aduna / quantunque in creatura è di bontate».
El canal de televisión nacional ha acercado la labor de la Pastoral Penitenciaria a través de un reportaje de más de 30 minutos, en los que se muestra cómo, algunas mujeres y hombres privados de libertad, encuentran esperanza a través de la labor de la Iglesia.
El equipo de «Solidarios por un bien común» visita el Centro Penitenciario de Castellón junto a Florencio Roselló, Director de la Pastoral Penitenciaria de la Conferencia Episcopal Española y, a la par, Capellán del Centro.
«Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.»
El texto bíblico de Mateo 25, 35-40, se hace actual a través del testimonio, en primera persona, de quienes abrazan el rostro de Cristo a través de las diferentes actividades formativas que ponen en marcha los voluntarios en el interior de la prisión. Pero también a través de toda la labor administrativa dirigida a ellos y a sus familiares.
Gracias a la Pastoral Penitenciaria de nuestra Diócesis, muchas mujeres y hombres privados de libertad, ven la luz allí donde antes todo era oscuridad, y se les ayuda acrecer espiritualmente en la fe y se abre, para ellos, la puerta a la esperanza de la reinserción social y laboral gracias al encuentro con Cristo.
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