Compromiso de todos por la Paz
Queridos diocesanos:
Al comienzo de un nuevo año, os digo a cada uno: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz” (Nm 6, 24. 26). Con esta antigua fórmula de bendición de los sacerdotes sobre el pueblo de Israel pido sobre todos nosotros y sobre el mundo entero la bendición del Señor para el nuevo año. Que sea un tiempo de gracia, de prosperidad material y espiritual y, sobre todo, de compromiso por la paz en el mundo entero.
El primer día del año celebramos la Jornada mundial por la paz. El papa Francisco en su mensaje para este año nos pide “recomenzar desde el Covid-19 para trazar juntos caminos de paz”. Justo cuando parecía que lo peor de la pandemia había pasado, comenzó la injusta invasión y la guerra de Ucrania que tantas víctimas inocentes se está cobrando. Y no sólo entre los directamente afectados, sino de forma generalizada en todo el mundo por sus efectos colaterales como son la escasez de trigo y los precios del combustible, por ejemplo. Ante esta situación podríamos pensar que la llamada al compromiso por la paz son palabras vacías y podríamos caer así en la tentación de considerar la paz como una utopía inalcanzable. Sin embargo hay que afirmar que la paz es posible, necesaria y apremiante. La guerra en Ucrania y los conflictos en otras partes del mundo, el terrorismo, la violencia y la intolerancia, las injusticias, los odios, el hambre, los sufrimientos, la incultura y el subdesarrollo hacen más urgente, si cabe, el compromiso efectivo de todos juntos por la paz.
La Navidad nos llama a los creyentes a fijar en primer lugar nuestra mirada en el Niño-Dios, que nace en Belén. Él es el Príncipe de la paz y la Luz que ilumina nuestros pasos por los caminos de la justicia, de la verdad, del amor y de la libertad. En el Niño de Belén, la luz originaria vuelve a resplandecer en el cielo para la humanidad y despeja las tinieblas del pecado y de la muerte. La luz radiante de Dios aparece en el horizonte de la historia para proponer a los hombres un nuevo futuro de esperanza. Es la Luz divina que da valor, sentido y dignidad a todo ser humano, a todos los pueblos y a toda la creación. Sin esta Luz divina todo estaría desolado y nada tendría sentido. En Jesús, Dios nos ha dado todo: su amor, su vida, la salvación. Jesús es nuestra paz (cf. Ef 2, 14) y trae al mundo la semilla del amor, del perdón y de la paz, que son más fuertes que el odio, el pecado y la violencia.
Nuestra primera acción en favor de la paz ha de ser la oración. Oremos confiada e insistentemente a Dios para que nos conceda el don de la paz. Él es quien puede dar la auténtica paz al corazón del hombre, a las familias y a los pueblos de la tierra. Esta paz es mucho más que la paz exterior, la convivencia pacífica y respetuosa, o la simple ausencia de agresiones o de conflictos. Esta paz comienza en el corazón de cada uno. La paz de Cristo es el sosiego interior, que nace de una relación reconciliada y de amistad con Dios, de la paz con uno mismo, con las personas cercanas, con la sociedad y con la creación entera. Una paz así se nos escapa si no abrimos nuestra mente y nuestro corazón a Dios, si no acogemos a Jesús en nuestra vida, si no nos dejamos transformar en nuestros criterios y si no adquirimos los sentimientos de Cristo. Jesús, ‘el príncipe de la paz’, es el único que da la paz que necesita la humanidad, una paz basada en la reconciliación y comunión de Dios con los hombres y de los hombres entre sí.
Pero la paz es también una tarea para todos. Estamos llamados a trabajar para que la paz se extienda entre los hombres y los pueblos. La paz no es la mera ausencia de guerras ni el equilibrio de las fuerzas adversarias ni el fruto de una dominación despótica. La paz auténtica se basa en cuatro pilares esenciales, que son la verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Los cristianos hemos de ser testigos comprometidos por la paz y constructores de una cultura de la paz. Unidos a todos los hombres de buena voluntad, hemos de trabajar por el respeto efectivo de la igual dignidad de todo ser humano y hemos de poner en práctica el amor fraterno hacia todos. El testigo de la paz respeta, acoge y perdona al otro, respeta su dignidad humana, su cultura y su religión, trabaja para que se implante la justicia para todos y entre todos los pueblos, se muestra solidario con el que sufre o padece pobreza material o espiritual, fomenta el dialogo sincero, la comunicación y la reconciliación entre los hombres desde la verdad y la caridad.
Que Dios nos ayude a trazar juntos caminos de paz durante el nuevo año que nos concede vivir. ¡Feliz Año Nuevo a todos!
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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