El domingo, centro del Año Litúrgico
Queridos Diocesanos:
Este domingo comenzamos el tiempo del Adviento y, a la vez, el Año Litúrgico a lo largo del cual iremos celebrando el Misterio de Cristo, desde su encarnación, natividad, pasión, muerte y resurrección hasta su retorno glorioso. En días determinados, veneraremos con especial devoción a la Virgen María, la Madre de Dios y Madre nuestra, y recordaremos a los santos, que vivieron para Cristo y con Él han sido glorificados.
Como nos recuerda el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, “el centro del tiempo litúrgico es el domingo, fundamento y núcleo de todo el año litúrgico, que tiene su culminación en la Pascua anual, fiesta de las fiestas” (n. 241). Conviene recordar que para este curso pastoral nos hemos propuesto potenciar la celebración del domingo como día del Señor, día de la Eucaristía y día de la comunidad parroquial.
Desde el inicio del cristianismo, el domingo es el día del Señor. Es el día de la resurrección del Señor, la Pascua semanal. El primer día de la semana al salir el sol, el Señor resucitado se apareció a María Magdalena. El mismo día se apareció a los dos discípulos de Emaús. También “la tarde del primer día de la semana, estando cerradas las puertas” se apareció a los discípulos reunidos en el cenáculo. Con toda intención el Señor se manifestó el primer día de la semana, el día siguiente al sábado judío, para hacerlo el día primordial de los cristianos. Este día tomó el nombre de dominica, que viene de ‘Dominus’ (Señor) y del que deriva domingo, el único día de la semana con nombre cristiano. La preponderancia del domingo se descubre ya en las cartas de san Pablo y en los Hechos de los Apóstoles. El domingo es una tradición apostólica (SC 106). Desde entonces hasta hoy, los cristianos celebramos con gozo el domingo por ser el día en que Jesús resucitó de entre los muertos.
El domingo es, sobre todo, el día de la Eucaristía. Los cristianos se reunían y nos reunimos en el día del Señor para celebrar la Eucaristía. Ya desde los orígenes, la celebración de la Eucaristía y la participación de los cristianos en ella está ligada al domingo. El domingo y la Eucaristía son inseparables. La Iglesia, la comunidad cristiana y parroquial, y los cristianos no pueden vivir sin la Eucaristía dominical. Así lo entendieron y ratificaron con su sangre en el siglo IV los famosos mártires de Abitinia en el Norte de África. Aunque el emperador Diocleciano les había prohibido reunirse el domingo, en cierta ocasión fueron sorprendidos en la Eucarística dominical casi cincuenta cristianos. Todos sufrieron el martirio en medio de grandes tormentos. Con valentía, esperanza y paz dieron testimonio de su fe que ha quedado plasmado en una frase lapidaria: “Sin la celebración dominical no podemos vivir”. Ellos nos han dejado el testimonio de que se puede renunciar a la vida terrena por la Eucaristía, porque ésta nos da la vida eterna, haciéndonos partícipes de la victoria de Cristo sobre la muerte. Un testimonio que muestra qué bien entendieron los primeros cristianos la trascendencia de la celebración de la Eucaristía dominical; un testimonio que nos interpela a todos y pide una respuesta sobre qué significa para cada uno de nosotros participar en la misa y acercarnos a la mesa del Señor en el domingo. Al compararnos con estos héroes fervorosos quizá nos avergoncemos por nuestras actitudes tibias ante la Eucaristía o ante la indiferencia de tantos bautizados que no participan en la misa dominical.
Como nos ha dicho el papa Francisco, los “cristianos vamos a misa el domingo para encontrar al Señor resucitado, o mejor, para dejarnos encontrar por Él, escuchar su palabra, alimentarnos en su mesa y así convertirnos en Iglesia, es decir, en su Cuerpo místico viviente en el mundo”, porque “el domingo es un día santo para nosotros, santificado por la celebración eucarística, presencia viva del Señor entre nosotros y para nosotros. ¿Qué domingo es, para un cristiano, en el que falta el encuentro con el Señor?” (Audiencia general de 13.12. 2017).
El domingo es la fiesta primordial de los cristianos, un día de alegría y liberación, día del descanso, de la caridad y de la familia. Pero es, sobre todo, el día del encuentro con el Señor en la Eucaristía, que nos congrega, instruye, alimenta y envía a la comunidad cristiana a la misión. No perdamos el tesoro del domingo. La cultura del ‘fin de semana’ va desplazando el sentido del domingo, también entre los cristianos. Merece la pena que todos –en especial, sacerdotes, padres, catequistas- nos preguntemos qué hacer para recuperar los valores del domingo cristiano y de la Eucaristía dominical entre los cristianos católicos, las familias y las comunidades.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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