La música como expresión de fe y comunión protagonizó anoche un evento único en la Catedral de Segorbe: el primer concierto de coros parroquiales de la Diócesis de Segorbe-Castellón, una iniciativa promovida por el Obispo, D. Casimiro López Llorente, para resaltar la riqueza musical de nuestra Diócesis, que surgió tras el éxito del Festival Ecuménico de Villancicos que se celebró en el mismo escenario en diciembre de 2022.
El concierto contó con la participación del Coro de la Capilla Musical de la Catedral, dirigido por D. David Montolio, y el Coro de Cáritas Diocesana, bajo la dirección de D. Pedro Quiralte. Ambos coros ofrecieron un repertorio que fusionó tradición y espiritualidad, destacando piezas de música sacra y una selección de villancicos que evocaron, como dijo nuestro Obispo, «el verdadero sentido de la Navidad: celebrar el nacimiento del Salvador y acoger la Buena Noticia».
La música como instrumento de evangelización En su intervención, D. Casimiro López Llorente expresó su gratitud por el esfuerzo y dedicación de los coros participantes, destacando que este evento no solo es un reconocimiento a la calidad artística de las formaciones musicales, sino también un medio para animar a otros coros parroquiales a sumarse en futuras ediciones.
El canto es una oración hecha música que eleva nuestras almas hacia Dios. En este sentido, el concierto fue una oportunidad única para poner en valor la riqueza musical de nuestra Diócesis y para inspirar a otros coros parroquiales a participar en esta iniciativa. En el contexto de la Navidad, los villancicos son una manifestación maravillosa de cómo la música «nos ayuda a vivir el verdadero sentido de esta celebración: la alegría del nacimiento de Jesús”, afirmó el Obispo.
Un encuentro de voces y corazones El Coro de la Capilla Musical de la Catedral interpretó obras clásicas del repertorio sacro que resaltaron la solemnidad de la Catedral, así como algunos villancicos populares. Muy emotiva fue la interpretación de Alba Gil, de Altura, y alumna de D. David Montolio, que interpretó un magnífico solo de un villancico irlandés. Por otra parte, el Coro de Cáritas Diocesana ofreció interpretaciones cargadas de emotividad y esperanza, recordando su misión de servicio a los más vulnerables. El momento más destacado llegó al final, cuando ambos coros interpretaron conjuntamente el Ave Verum de Mozart, dirigidos por D. David Montolio; y Adeste Fideles, dirigidos por D. Pedro Quiralte, que arrancaron la ovación del numeroso público asistente.
Una invitación para el futuro El éxito de este primer concierto ha sentado las bases para que esta iniciativa se consolide como una tradición diocesana. El Obispo hizo un llamamiento a los coros de las diferentes parroquias para que participen en futuras ediciones, subrayando que este tipo de encuentros no solo enriquecen la vida cultural y espiritual de la Diócesis, sino que también fortalecen los lazos de comunión entre las comunidades.
El evento concluyó en un ambiente de alegría y gratitud, demostrando que la música es una poderosa herramienta para transmitir el mensaje de fe y esperanza que nos trae la Navidad. Así, la Diócesis de Segorbe-Castellón reafirma su compromiso con la promoción de la música litúrgica como medio de evangelización y celebración comunitaria.
«Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Juan 8, 12).
Muy pocas veces, al entrar en un espacio sagrado, nos fijamos en la trascendencia artística e histórica, religiosa y comunicativa, que presentan esos espectaculares vidrios narrativos instalados en el interior de un edificio tan impresionante como el de una catedral. Unas ejecuciones que, por su ubicación delicada en el cierre de los edificios, ha estado siempre muy expuesta a las pérdidas, ataques y alteraciones de su conservación por la climatología, guerras, expolios, etc. La labor del vidriero, ante tales circunstancias, fue siempre la de creación artística, restauración y mantenimiento y conservar en lo posible su obra para el futuro, con el empleo de un lenguaje muy personal y propio. Siempre con una paleta de colores muy limitada a las propias materias naturales y una técnica de plasmación del boceto y cartón opaco a uno traslúcido.
Conocemos el desempeño de estos elementos en el templo, vidrio y fuego, desde tiempos medievales, afán de sus promotores de alcanzar la inmortalidad a través de una técnica y un material extremadamente frágil, que eran un soporte completamente diferente, en modo e intensidad, activando desde el exterior unas imágenes de esencia traslúcida que eran vislumbradas al interior en su mayor riqueza de luz y color, enriqueciendo el espacio litúrgico en diferentes tonalidades según la hora del día o de la noche. Una sensación que, al igual que en la actualidad, asombraba y cautivaba a los fieles, ilustrando su retina e introduciéndolo en la trascendencia. La hermosura del trabajo exquisito del artista en cristal teñido, la fascinación de los rayos solares dorados transfigurados en efectos cromáticos de su paleta de colores sin fin, añadían al repertorio de los relatos y ornamentaciones una impresión divina.
En ese ambiente de mirada encendida, la vinculación espiritual con Dios, los personajes sagrados, las Sagradas Escrituras y demás pasajes de la vida de los santos, la impresión velada de lo trascendente, a través de la mirada, directamente compungía el corazón de toda la comunidad.
Entendida la excitación y emociones que provocaba la contemplación de estos bellos paneles, podemos entender cómo la mayoría de los templos con recursos procurasen instalar estos divinos diseños en los ventanales abiertos en sus muros, en muchos casos sustituyendo la piedra de luz o alabastro, comprendemos la expansión de estos «admirandarum vitrearum operarios» y su arte, de tierras septentrionales a meridionales, por todo el continente europeo del siglo XII.
Si bien el tratado de Sebastiano Serlio (1537-1551), en su Tercero y Quarto Libro de Arquitectura, ya apostaba por el uso de vidrieras geométricas y no decorativas, el gusto clasicista de tiempos tardomedievales, renacentistas y barrocos se inclinaba por el de las vidrieras translúcidas, el impacto modernista de los albores del siglo XX inclinaba la balanza hacia las decorativistas o historicistas, tal y como hoy podemos contemplar en la seo segobricense. La principal diferencia entre ambas era, como es de suponer, el tratamiento de la luz.
«A este respecto, puede afirmarse que, en España, hasta las últimas décadas del siglo XVI, la iluminación coloreada y cambiante que proporcionaba un sentido oscurecido y trascendente a los interiores funcionó como una idea general de la arquitectura. En las catedrales españolas, frente a la iluminación diáfana propia de las iglesias del Renacimiento italiano, este sistema de iluminación medieval creado por las vidrieras permaneció con independencia del carácter gótico o renacentista del continente arquitectónico» [Nieto Alcaide, 2011].
León Battista Alberti, en su «De re aedificatoria»(1485), recomendaba el empleo de ventanales altos en los templos, para no reflejar el transitar diario de las gentes y evitar así, mirando a los cielos, cualquier tipo de distracción del fiel en medio de sus meditaciones. Además, en esta línea, el Concilio de Trento, en sus Instructiones Fabricae et Supellectilis Ecclesiaticae (1577) del cardenal San Carlos Borromeo, se propiciaba una iluminación conveniente e idónea de las iglesias, con ventanas selladas por cristales transparentes.
Por todo el mundo son conocidos los hermosos repertorios del siglo XV, en seos como la de León, y del XVI, en catedrales como Segovia, Salamanca, Pamplona, Sevilla o Granada, muchas veces fruto de la colaboración entre pintores que creaban y trazaban sus modelos y vidrieros que los ejecutan sobre el cristal, adaptando los diseños originales a las posibilidades físicas del material. Si bien, es cierto que el templo segorbino no tenía la presencia arquitectónica de aquellas, también son constatables las intervenciones de maestros vidrieros en la decoración de sus ventanales.
Desde tiempos medievales, la mayoría de vidrieros poseían su propio taller, con sus operarios y aprendices, realizando las obras en taller o estableciendo un obrador provisional a pie de obra durante los trabajos propios. Sin embargo, por la excepcionalidad de su labor y de la búsqueda incesante de faena, podríamos decir que la práctica mayoría de maestros solían ser itinerantes, como lo eran canteros o escultores. De ahí la presencia de artífices del norte en muchos de los proyectos, aportando todas las innovaciones en este campo que se iban produciendo e introduciendo, incluso, muchas de las corrientes estéticas que marcaron nuestra particular historia del arte. Los materiales que solían llevar consigo estos obradores solían ser vidrios blancos, grisalla, amarillo de plata y sanguina, empapados de colores o esmaltados, punzones, vidrios de ciba, hilo de conejo para las redes de protección, cartones preparatorios, etc.
Esta importante impronta de vidrieros extranjeros resulta, si cabe, más evidente aun al estudiar el particular y pequeño caso de la Catedral de Segorbe y de las pocas noticias que se pueden localizar. Es bien conocida la altiva presencia de los ventanales góticos de la nave, conservados muy fragmentariamente en el lado de la Epístola, visibles desde el claustro alto y reconstruidos en la maqueta de Carlos Martínez (2001).
Si bien encontramos en los libros de fábrica de la Seo [ACS, 365] pagos diversos a vidrieros para cristales del viril o lámparas para la Iglesia, como el de tres sueldos realizado en 11 de diciembre de 1578 a Juan de Ríos por unas «llantias y llantieros», por unas piedras para la realización de la vidriera de la capilla de San Miguel en 1604 [ACS, 376], a Joan Ramo por el mismo motivo, presente en las cuentas de fábrica de 1605-1606, pronto hallamos más entregas de dinero a maestros especializados del ramo, como al francés Pierriz o Pierre, en 1609 y 1610-1611, adobando, entre otras cosas, las lámparas del altar mayor [ACS, 371] o a Joan Maran, en las cuentas de 1619-1620, en tiempos de reformas del obispo Ginés de Casanova (1610-1635) en la Catedral, como la construcción de la Capilla de la Comunión [Montolío-Olucha, 2002].
No obstante, no dejan de ser más anecdóticas respecto a las noticias conservadas a partir de mediados del siglo XVII, coincidiendo con la barroquización del templo catedralicio, propiciado por el obispo mercedario José Sanchis (1679-1694) y Catalina de Aragón, duquesa de Segorbe [Montolío-Vañó, 2021], en manos de los arquitectos del equipo de Pérez Castiel, Francisco Lasierra y Mateo Bernia [Montolío-Simón-Esteve, 2020]. Ya en todas las cuentas citadas, a partir de 1659, resultaban muy evidentes los pagos de hierros para las vidrieras del templo, indicadores de la actividad ingente de la fábrica de vidrio tintado para el primer templo de la diócesis.
Un tiempo en el que encontramos citados a muy diversos artesanos del ramo, como a los franceses Paulo Garrigues o Jacobo Palmier, habitantes en Torres Torres y Santa Eulalia de Teruel respectivamente, o Joan Bovila y Antón Morana, ambos de Segorbe, en 1635 [ACS, 918]. También al galo Pedro Landich, vecino de la ciudad en 1669 [ACS, 1079] o José Las Escuras, también de la nación vecina y habitando en la localidad [ACS, 1111].
Durante la renovación ilustrada de la Catedral entre 1770 y 1816 [Montolío, 2021], podemos reconocer el trabajo del vidriero Isidro Robles, además de la importancia que se da a estos trabajos, habida cuenta que se pide que se guarden las vidrieras antiguas del tramo del lado del Evangelio de la catedral que da a Palacio Episcopal, sustituidas por alabastros: «Con motivo de quitar las bidrieras del lienzo de Yglesia que cae al Palacio, subrrogando en su lugar piedras de luz, se comisionó al Señor Tesorero, para que custodiadas bajo su direccion se les pueda dar el destino, que convenga en su caso» [ACS, 599]. Poco tiempo después, en 1820, Vicente Marzal componía las vidrieras del Palacio Episcopal [ACS, 373]. No obstante, de la época de la renovación, aun podemos encontrar bellísimos ejemplos conservados, unos, en la antesacristía, y otros resguardados en los almacenes del museo; vidrieras multicolores emplomadas de carácter geométrico modulares típicas de ese momento histórico.
Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, se apreciará un progresivo aprecio por el arte de la vidriera y su recuperación, iniciado en los comentados encargos para la Seo. Un trabajo que aunaba el conocimiento de la ciencia, técnica e historia del arte en un contexto de restauración, -como el de la recuperación de la Catedral de León-, puesta en valor de la vidriera y realización de otras nuevas [Viollet-le-Duc, 1868], devolviendo al templo cristiano la imagen de un idílico sueño, recuperando el aspecto primitivo que tuvo o que tenía el propósito de tener y no alcanzó a realizar. Todavía se requería, bastante habitualmente y pese a todo y para pequeños encargos, a talleres franceses y alemanes, en un momento en que este arte funcionaba de una manera inseparable con la arquitectura.
Era tanto el celo que el Cabildo tenía por la conservación de las vidrieras de su Catedral, que el tres de enero de 1917 adoptaba la decisión de proteger con una estructura de madera y metal las vidrieras en el coro [ACS, 612]. Tras la guerra civil de 1936, el conjunto de las vidrieras del templo quedó muy dañado [Carot García, 1949]. Regiones Devastadas, ocupada en la rehabilitación del templo, del conjunto de las ubicadas en el citado coro, tuvo que restaurar la central de la Virgen de los Ángeles y construir de nuevo las laterales, con la imagen de Santa Cecilia y San David Rey y Profeta; desechándose otros bocetos magníficos del maestro interviniente Vicente García Simón, como el de la Epifanía del Señor, conservado en la colección Zafón-Garnes de Segorbe. La vidriera central de la Virgen, preciosa obra capital decimonónica del arte de la vidriera, debe ser atribuida a uno de los artistas catalanes más importantes de su tiempo, Enric Monserdá Vidal (1850-1926), que acabaría siendo el director artístico del taller de la Casa Amigó, activa para clientes como el arquitecto Joan Martorell i Montells (1833-1906) y en multitud de obras variadas durante su actividad profesional, cuyo papel fue básico para la evolución de la técnica de la cristalería artística durante el siglo XIX hasta el modernismo, hasta 1920. Sabemos que el artista hizo cartones para las catedrales de Lugo, Segorbe y Barcelona, monasterio de Montserrat, Santa María del Mar, San Agustín y los Jesuitas de la ciudad condal, la sala de sesiones de Santa Cruz de Tenerife y el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona [Rodríguez Codolá, 1944]. De la impresionante serie de ventanales de la nave, construidas unos años antes, la Unión de Artistas Vidrieros de Irún restauraba las imágenes del Santo Ángel Custodio, San Francisco de Asís, San José, San Gregorio Magno, San Andrés, San Ambrosio y San Agustín y realizaba, ex novo, la de San Ramón Nonato y San Andrés.
Por desgracia, hoy en día, muy pocos se fijan en todas esas frágiles maravillas que tamizan la luz que viene de lo alto en la Catedral de Segorbe, escenario de la metáfora sagrada donde la vidriera ha estado presente durante siglos. A pesar de la introducción de nuevas técnicas y materiales en polvo de vidrio más baratas hacia el año 2000, no siempre muy estéticas ni apropiadas, inundando muchas iglesias valencianas y españolas, en nuestra diócesis, en las últimas décadas, su lenguaje único ha recuperado la importancia y la calidad que tuvo en el pasado con algunas obras grandiosas, como la gran vidriera horizontal de hormigón del Mater Dei de Castellón (1961-1966), proyectada por el arquitecto Luis Cubillo de Arteaga (1921-2000) y realizada por Arcadio Blasco (1928-2013) [Albert-Bonet-Montolío, 2014], las clásicas e imponentes de la Concatedral de Castellón, obras de Carlos Muñoz de Pablos, o la pequeña y magnífica de la Capilla de la Casa Sacerdotal de Castellón de los talleres catalanes Bonet, entre otras.
La Diócesis de Segorbe-Castellón ha dado inicio al Jubileo de la Esperanza este domingo, 29 de diciembre, día en que la Iglesia celebraba la fiesta de La Sagrada Familia, con dos solemnes Eucaristías que estuvieron presididas por el Obispo, Mons. Casimiro López Llorente. Este acontecimiento marca el inicio de un tiempo de gracia, reconciliación y renovación espiritual que se extenderá hasta el 28 de diciembre de 2025, en sintonía con el Jubileo Ordinario convocado por el Papa Francisco.
En ambas celebraciones, el Pueblo de Dios de Segorbe-Castellón estuvo representado por el conjunto de los fieles, pero también por los representantes de las principales instituciones políticas, así como por diferentes Cofradías, movimientos de la Iglesia, realidades eclesiales y apostolados parroquiales que hicieron visible la fe de Segorbe-Castellón.
La jornada comenzó en Castellón, con una ‘estación’ a las 11:30 h en la Iglesia de la Purísima Sangre. Desde allí, los fieles participaron en una peregrinación hacia la Concatedral de Santa María, donde se celebró la Eucaristía de apertura. Por la tarde, las celebraciones continuaron en Segorbe, con una ‘estación’ a las 18:00 h en el Seminario y una peregrinación hacia la la S.I. Catedral, culminando con otra solemne Eucaristía. La apertura del Jubileo supone el inicio de un Año Santo, acogido como un don de Dios.
Las celebraciones eucarísticas se configuraron, en ambos casos, como una Misa estacional que incluyó un signo especial: la peregrinación hacia la Concatedral (en Castellón) y hacia la Catedral (en Segorbe), expresando el camino de esperanza del pueblo peregrino tras la cruz de Cristo. Este rito se desarrolló en tres momentos:
La reunión de los fieles en la Iglesia de la Purísima Sangre de Castellón y en la Capilla del Seminario Diocesano de Segorbe desde donde partieron las peregrinaciones.
La propia peregrinación, que se celebró bajo la guía de la cruz y en oración, cantando las letanías de los santos.
La Entrada en el templo, que simboliza a Cristo como única entrada a la salvación.
Previo a la celebración de la Misa como punto culminante del rito de apertura del Jubileo y, una vez alzada la cruz en el umbral de la puerta de la Concatedral y de la Catedral, la comitiva hizo parada en la pila bautismal para celebrar la conmemoración del Bautismo que nos recuerda el momento en el que entramos a formar parte de la vida cristiana. Así, el Obispo de Segorbe-Castellón, roció con agua bendita a los fieles como recordatorio del Bautismo, que nos une a Cristo y nos llama a la santidad.
La celebración de la Eucaristía, centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente, comenzaba con la entrada solemne del Obispo y sacerdotes concelebrantes, precedidos por la cruz procesional, el evangeliario.
Ya la monición inicial invitaba a los fieles a contemplar el misterio de la Encarnación y a acoger este Jubileo como un tiempo de renovación espiritual y comunitaria. En Segorbe, Iglesia Madre de nuestra Diócesis, el Cristo de la Cofradía de La Santísima Trinidad, presidió la celebración.
Un Año Santo para todos
Tras la litrugia de la Palabra, Mons. Casimiro López Llorente, destacó en su homilía el profundo significado de este Año Santo, invitando a los fieles a un encuentro vivo y personal con Cristo, fuente de salvación, perdón y esperanza.
Siguiendo el deseo del Papa Francisco, el Jubileo será celebrado en todas las iglesias diocesanas, permitiendo que los fieles, incluso aquellos que no puedan peregrinar a Roma, accedan a las gracias jubilares. En este sentido, el Obispo subrayó que este tiempo especial está destinado a revitalizar la esperanza de los cristianos y fortalecer su compromiso con el mensaje del Evangelio.
Un Año Santo para todos
Contemplar, confesar y actuar
D. Casimiro exhortó a los fieles a adoptar tres actitudes fundamentales durante el Jubileo: contemplar a Cristo, confesar su esperanza y actuar con amor. Mons. Casimiro López Llorente recordó la importancia de la contemplación, especialmente durante el tiempo de Navidad, como una oportunidad para renovar la fe al contemplar al Niño Dios en Belén.
Coincidiendo con la Fiesta de la Sagrada Familia, el Obispo resaltó que el nacimiento de Jesús en una familia humana refleja el amor y la comunión divina. En este contexto, enfatizó que la familia, según el plan de Dios, es un icono del amor eterno. También subrayó que la dignidad de todo ser humano se proclama en Navidad, recordando que Dios se hace hombre en Jesús para redimir y dignificar a la humanidad.
Una esperanza activa y solidaria
El Obispo instó a los fieles a ser signos tangibles de esperanza a través de acciones concretas. Pidió especialmente a los fieles a trabajar por la paz, cuidar la vida desde la concepción hasta su fin natural, apoyar a los jóvenes, acompañar a los privados de libertad y a los más necesitados, y practicar las obras de misericordia. «No hay esperanza sin ejercicio concreto de la misericordia», afirmó.
María, Madre de la Esperanza
Mons. Casimiro López Llorente, concluyó su homilía recordando a la Virgen María como modelo de fe y esperanza. «María nos muestra que la fe es nuestra victoria porque todo es posible al que cree», señaló, invitando a los fieles a mirar a María como guía en el camino de conversión y esperanza que el Jubileo propone.
Con esta celebración, la diócesis de Segorbe-Castellón inicia un camino de gracia y renovación, alentando a sus fieles a profundizar en su fe y a ser testigos activos de la esperanza que Cristo trae al mundo.
Templos jubilares y eventos especiales
Durante el Año Santo, tal como dio a conocer nuestro Obispo a través del Decreto sobre las Disposiciones Diocesanas para el Jubileo 2025, publicado el pasado mes de noviembre, se han designado templos jubilares donde los fieles podrán ganar indulgencias: la Catedral de Segorbe, la Concatedral de Castellón, la Basílica del Lledó, la capilla del Centro Penitenciario Castellón I y la capilla del Centro de Acogida San Pascual en Vila-real. Además, se celebrarán eventos especiales, como el Jubileo de la Infancia el 22 de febrero, el de las Familias el 8 de marzo, y el de los Jóvenes el 5 de abril.
Un Tiempo de Esperanza
El Jubileo de la Esperanza es una invitación a reavivar la fe y la confianza en el amor misericordioso de Dios. En un mundo marcado por tensiones y retos, este año santo nos llama a vivir en reconciliación, paz y esperanza. Como dijo el Papa Francisco: “La esperanza no defrauda porque está fundada en el amor de Dios, misericordioso y fiel”. Con este Jubileo, la Diócesis de Segorbe-Castellón se une a la Iglesia universal en un camino de gracia y conversión hacia la Jerusalén celestial.
S.I. Catedral y S.I. Concatedral, 29 de diciembre de 2024
(1 Sam 1,20-22 24-28; Sal 83;1 Jn 3, 1-2, 21-24: Lc 2, 41, 52)
Amados hermanos y hermanas en el Señor!
1. Bienvenidos a esta Misa estacional en la fiesta de la Sagrada Familia con la que, por expreso deseo del papa Francisco, abrimos en nuestra diócesis el Jubileo ordinario 2025 “peregrinos de esperanza”. El Santo Padre quiere que el Jubileo sea celebrado en todas las Iglesias diocesanas para que todos los fieles podamos obtener las gracias jubilares, también aquellos que no puedan peregrinar a Roma. Que este Año santo “pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, puerta de salvación (cf. Jn 10,7.9); [un encuentro]con él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza» (1 Tim 1,1” (Bula, Spes non confundit, n.1). Este encuentro vivo y personal con el Señor reavivará y sostendrá nuestra esperanza.
El Año santo es un tiempo de gracia para a acercarnos a Dios en Cristo con un corazón contrito y renovado, buscando el perdón en el sacramento de la Reconciliación, la sanación en la Indulgencia plenaria y la paz con Dios y los hermanos. Es un tiempo propicio para la conversión y la renovación personal y comunitaria.
2. Hoy, recordando nuestra condición de Iglesia peregrina, hemos venido en procesión hasta la (Catedral y Concatedral) para encontrarnos con Cristo vivo, en su Palabra y en la Eucaristía. Hemos entrado por la puerta principal que representa a Cristo. Hemos recordado nuestro bautismo, que nos recuerda que “somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es” (1 Jn 3, 1-2). Somos peregrinos de esperanza hacia el encuentro definitivo en la vida eterna con el Señor Jesús, nuestra esperanza. Y finalmente nos hemos adentrado en la escucha de la Palabra, que nos lleva a la actualización del misterio pascual, fuente de vida, de salvación y de esperanza.
Para este Jubileo, la Iglesia nos propone, entre otras, tres cosas de nuestra vida cristiana que nos ayudarán a mantener siempre nuevo el encuentro con Jesús. Se resumen en tres palabras: contemplar, confesar y actuar. Se nos invita a contemplar a Cristo, a confesar que Él es nuestra esperanza y a actuar con el mismo amor del corazón de Cristo.
3. En primer lugar, contemplar a Cristo. La Navidad es una llamada a la contemplación del Niño-Dios. Recordemos las palabras del ángel a los pastores: “Os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Esta buena noticia es la razón profunda de nuestra alegría navideña y el fundamento de nuestra esperanza; una alegría y una esperanza para todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
Los pastores acudieron a toda prisa a Belén y encontraron “a María y a José, y al niño acostado en el pesebre” (Lc 2, 16). Contemplaron a aquel Niño y creyeron; y “se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho” (Lc 2,20). Los primeros testigos del nacimiento de Cristo, los pastores, no sólo encontraron al Niño Jesús, sino también a una pequeña familia: madre, padre e hijo recién nacido. Dios quiso hacerse carne naciendo en una familia humana. Por eso, la familia humana se ha convertido en icono de Dios, de la Trinidad, que es comunión de amor. Con todas las distancias entre el Misterio de Dios y su criatura humana, la familia, según el plan de Dios, refleja el Misterio insondable del Dios amor.
Como los pastores, los creyentes acudimos prontos a Belén a contemplar con fe el misterio de nuestra salvación: el Hijo de Dios se ha hecho carne y ha acampado entre nosotros. Dios se ha hecho uno de los nuestros y ha asumido nuestra naturaleza para mostrarnos a Dios y descubrirnos quién es el hombre. Dios desciende a nosotros para elevarnos y llevarnos al abrazo del Padre, para darnos su amor, su perdón y su misma vida. Ese Niño es el Emmanuel, “Dios-con-nosotros”, que viene a llenar la tierra de la gracia y del amor de Dios, de luz, de verdad y de vida. Dios se hace hombre en Jesús para que, en él y por medio de él, todo ser humano pueda quedar sanado, redimido y salvado, pueda renovarse y alcanzar la plenitud y la felicidad que tanto anhela. A quien lo acoge con fe, le da el poder ser hijo de Dios (cf. Jn 1,12).
Con el nacimiento de Jesús, Dios mismo entra en la historia humana y la abraza. El mundo, la historia y la humanidad recobran su sentido. A pesar de las guerras, de las penurias, de las dificultades, de la enfermedad y de la muerte no estamos sometidos a las fuerzas de un ciego destino o a una evolución sin rumbo. El destino de la humanidad no es otro sino Dios, su amor y su vida para siempre. Es posible la esperanza. Con Jesús, Dios pone su tienda en medio de la humanidad y se solidariza con todos. Dios se hace nuestro prójimo y el prójimo deviene lugar de encuentro con Dios. Navidad es la proclamación de la dignidad de todo ser humano. El hombre y la mujer sólo son digno de Dios y de su amor.
Este amor de Dios por el ser humano llegará hasta el extremo de entregar a su Hijo hasta la muerte en la Cruz. El papa Francisco nos dice que “la esperanza nace del amor y se funda en el amor que brota del corazón de Jesús traspasado en la cruz” (Bula n. 3). El evangelista Juan refiere a propósito de la crucifixión de Jesús que los soldados “al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua” (cf. Jn 19, 33-34). Cuando se abrió el costado de Cristo brotó el torrente del amor de Dios nacido de su corazón, un torrente que perdona al que pone su mirada en él, se deja abrazar en oración de lágrimas y bebe para saciar su sed.
Los autores de la antigüedad cristiana han visto en el costado abierto de Cristo el nacimiento de la Iglesia. Para que la Iglesia no pierda su identidad debe mirar siempre al corazón traspasado de Cristo, de donde brota el amor que reúne y congrega a cuantos por el bautismo (agua) y la eucaristía (sangre) somos hechos partícipes de su misma vida e incorporados a la comunión con él, que es la comunión de la Trinidad santa.
La contemplación del Niño-Dios y del corazón de Cristo son caminos privilegiados para centrar la vida en el amor de Dios, responder a su amor, gozar la comunión de la Iglesia y fortalecer la esperanza. Dejémonos encontrar y amar por Dios.
4. La segunda palabra es confesar: confesar de palabra y por las obras que Jesucristo es nuestra esperanza. Nos recuerda el papa Francisco que “la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos a Cristo como «nuestra esperanza» (1 Tim 1,1)” (Bula, n. 1). Ahora bien, en san Pablo descubrimos que la tribulación y el sufrimiento son las condiciones propias de los que anuncian el Evangelio en contextos de persecución (cf. 2 Cor 6,3-10). Es entonces cuando se aprende que la fuerza que sostiene la evangelización, brota de la cruz y de la resurrección de Cristo y de la fe en la presencia de Cristo resucitado en la vida y misión de su Iglesia. La vida entera de san Pablo es un testimonio preclaro de que “la esperanza no defrauda” (Rom 5,5) y se identifica con Cristo mismo. Su testimonio es el de un convertido y un misionero: a partir del encuentro con el Señor resucitado que cambió su vida, su único deseo es que todos conozcan a Jesucristo, nuestra esperanza.
Aprendamos de Pablo ante la dificultad de nuestra Iglesia en la tarea evangelizadora en un contexto de secularización e indiferencia religiosa, de laicismo militante y de alejamiento de la Iglesia de tantos bautizados. No dejemos que la debilidad de nuestras comunidades y la aparente falta de frutos nos roben la esperanza.
5. Y finalmente estamos llamados a actuar con el mismo amor del corazón de Cristo. “En el año jubilar estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza” (Bula, n. 10). Para ser verdaderos portadores de esperanza, hemos de trabajar con acciones concretas para lograr la paz con Dios, con los hermanos, en las familias y entre los pueblos; para lograr la apertura a la vida, don de Dios, cuidada desde su concepción hasta su último aliento natural, ante el dramático descenso de la natalidad y el avance de la cultura de la muerte. Hemos de acompañar a los privados de libertad para que no pierdan la esperanza de que es posible su recuperación y su reinserción en la sociedad. No podemos olvidar el cuidado de los enfermos, de los que sufren y de los ancianos; o estar cercanos y acompañar a los jóvenes ante un futuro incierto; o de acoger a los migrantes, exiliados y refugiados; y, de manera apremiante, hemos de amar a los pobres y necesitados. Se trata, en realidad, de recordar que “las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza” (Bula, n, 10).
El encuentro vivo y personal con Cristo, meta del año jubilar, requiere volver a recorrer con renovado entusiasmo el camino de las obras de misericordia. Para ver a Jesús hay que tocar su carne en el necesitado: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, hospedar al forastero, vestir al desnudo, visitar al enfermo y encarcelado. No hay esperanza sin ejercicio concreto de la misericordia.
Para ser peregrinos de esperanza es necesario hacer experiencia concreta de la misericordia divina en la propia vida mediante la conversión que lleva a recibir el perdón y la reconciliación, y, a la vez, hacer experiencia de la misericordia en obras concretas con el prójimo. Dejarse amar por el Señor, para llegar a amar a los demás con su mismo amor.
6. Miremos a María, Madre de la Esperanza. Dichosa por haber creído, la Virgen nos muestra que la fe es nuestra dicha y nuestra victoria, porque “todo es posible al que cree” (Mc 9, 23). María es la madre de la esperanza, porque nos ha dado a Jesús, nuestra esperanza. En Maria, Dios, dador de vida, irrumpe en la historia humana. Dios no deja sola y abandonada a la humanidad. Dios ama a los hombres, nos llama a su amor y a vivirlo en el amor a los hermanos. Dios nos bendice y nos ofrece la salvación en su Hijo Jesús, nuestra esperanza. Amén.
El pasado martes, 24 de diciembre de 2024,el Papa Francisco abrió la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, marcando el inicio del Jubileo Ordinario de 2025. Con el rito de la apertura de la Puerta Santa de la Basílica de San Pedro en el Vaticano, ha comenzado este tiempo de gracia que se extenderá hasta el 6 de enero de 2026, según la disposición del Pontífice en la Bula de Indicción «Spes non confundit».
Este próximo domingo, 29 de diciembre, coincidiendo con la festividad de La Sagrada Familia, la Diócesis de Segorbe-Castellón, celebrará la apertura del Jubileo de la Esperanza, con dos solemnes ceremonias que tendrán lugar:
a las 11:30h, desde la Iglesia de la Purísima Sangre, en peregrinación hacia la Concatedral de Santa María, en Castellón
a las 18:00h, desde la Capilla del seminario Diocesano de Segorbe, en peregrinación hacia la S.I. Catedral
En ambos templos se celebrará la Misa Estacional que, presididas por Mons. Casimiro López Llorente, constituirán el punto culminante de la apertura del Jubileo de la esperanza en nuestra Diócesis.
El Obispo hizo extensiva la invitación a participar en las celebraciones, a través de una carta a todo el Pueblo de Dios de Segorbe-Castellón (puedes leerla AQUI).
La S.I. Catedral de Segorbe acogió, como es tradicional, la solemne Misa de Nochebuena, presidida por el Obispo D. Casimiro López Llorente. En su homilía, el Obispo destacó la profunda dimensión espiritual de la Navidad, subrayando que esta festividad es, ante todo, un misterio de luz, vida y amor.
D. Casimiro recordó que el Niño que nace en Belén no es fruto de un mito ni de una creación humana, sino un acontecimiento histórico que tuvo lugar en un momento y lugar concretos. Destacó que este nacimiento en la ciudad de David simboliza la luz que ilumina tanto la vida personal como la historia de la humanidad. Es el mismo Dios quien, por amor, entra en la historia humana para traer esperanza, paz y redención, especialmente en un mundo marcado por las tinieblas.
El Obispo invitó a reflexionar sobre el amor divino que se hace cercano y accesible en la fragilidad del Niño Jesús, recordando que la verdadera Navidad es un acto de acogida y generosidad hacia los demás. Subrayó la importancia de vivir esta festividad no solo en el ámbito personal y familiar, sino también en la sociedad, acogiendo a los más necesitados y promoviendo el perdón, la reconciliación y la fraternidad.
Finalmente, exhortó a los presentes a no caer en las sombras del egoísmo y la indiferencia, sino a seguir el ejemplo de amor y entrega que el Niño Jesús ofrece. Animó a todos a celebrar una Navidad auténtica, centrada en el amor, la paz y la esperanza, deseando una Feliz y Santa Navidad llena de luz y alegría.
Precisamente esta misma noche, el Papa Francisco ha abierto la Puerta Santa del Jubileo 2025 en Roma, marcando el inicio de un tiempo de gracia para toda la Iglesia. En este contexto, el Obispo ha recordado la próxima apertura diocesana del Año Jubilar 2025 bajo el lema “Peregrinos de esperanza”.
La celebración tendrá lugar el domingo 29 de diciembre de 2024, con una solemne Eucaristía por la mañana en Castellón y otra por la tarde en Segorbe. En Castellón, la jornada comenzará a las 11:30 h en la Iglesia de la Purísima Sangre con un rito inicial, seguido de una peregrinación hacia la Concatedral de Santa María, donde se celebrará la Misa. En Segorbe, la apertura será a las 18:00 h en la capilla del Seminario, con una peregrinación hacia la Catedral-Basílica, donde tendrá lugar la Misa estacional.
La S.I. Catedral de Segorbe, acogió ayer tarde la Solemne Eucaristía celebrada con motivo de la fiesta de la Inmaculada Concepción, que estuvo presidida por el Obispo de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente, quien, tras la proclamación de la Palabra, resaltó la importancia de esta solemnidad en la tradición católica y en la vida espiritual de los fieles.
D. Casimiro, destacó en primer lugar que esta fiesta, tan profundamente arraigada en el pueblo español, celebra el misterio de la preservación de la Virgen María de toda mancha de pecado, incluso del pecado original, desde el momento de su concepción. Subrayó que este privilegio único se realizó en previsión de los méritos de Cristo, el Salvador, para que María pudiera ser la digna morada del Hijo de Dios.
María, «Llena de gracia»
Citando las palabras del Ángel Gabriel, el obispo enfatizó que el saludo «Llena de gracia» revela el núcleo de la fe del pueblo cristiano: la pureza e inmaculada santidad de María. Esta expresión no solo manifiesta su plenitud de gracia divina, sino que también «da testimonio de la obra redentora de Cristo», en la que María participó de manera singular.
Reflexión sobre el Adviento
Coincidiendo con el segundo domingo de Adviento, el obispo invitó a los fieles a preparar sus corazones para recibir al Señor, reconociendo la importancia de vivir en comunión con Dios, como lo hizo María. Recordó que la Palabra de Dios proclamada durante la celebración «llama a todos a buscar la santidad y la perfección del amor, dejando que Dios transforme nuestras vidas».
D. Casimiro también exhortó a los presentes a vivir este tiempo con esperanza, confiando plenamente en el amor de Dios. «A pesar de las oscuridades y las contrariedades, al final triunfa el amor de Dios», afirmó. Señaló a la Virgen María como modelo de confianza y entrega total, quien respondió al plan divino con su célebre «Hágase en mí según tu palabra».
La Iglesia como presencia de Dios en el mundo
En sus palabras, el obispo recordó que, así como María fue concebida sin pecado y llena de gracia para cumplir su misión, «la Iglesia está llamada a ser presencia viva de Dios en el mundo». Invitó a los fieles a examinar su vida de fe, para que como María, puedan dar testimonio del amor y la misericordia de Dios en medio de la humanidad.
María, modelo de esperanza y alegría
El obispo concluyó su homilía animando a los fieles a pedir la intercesión de María, para que acompañe a cada creyente en su camino de fe y les ayude a acoger a Cristo en sus vidas. «María es la aurora de nuestra salvación, la primera en participar plenamente del amor de Dios. Que ella sea nuestra guía en este tiempo de Adviento», expresó.
La celebración culminó renovando la confianza de los fieles en la intercesión de María y en el plan salvador de Dios. «Jesús está a la puerta y llama. Dejemos que su amor transforme nuestras vidas», concluyó el obispo, invitando a todos a vivir el Adviento con fe y esperanza.
Este jueves, 21 de noviembre, a las 19:30 horas, la Catedral de Segorbe será escenario de una conferencia titulada «Fe y Martirio: El Obispo Serra Sucarrats (1868-1936)», en memoria del Siervo de Dios D. Miguel Serra Sucarrats. La charla estará a cargo de D. Silvestre Segarra Segarra, quien profundizará en la vida, obra y martirio del prelado.
D. Miguel Serra asumió el pastoreo de la Diócesis de Segorbe en 1936, en medio de un contexto de creciente persecución religiosa. A pesar de las advertencias de retrasar su llegada debido a la situación convulsa del país, declaró con firmeza: “Si pueden pasar cosas importantes en España, razón de más para que no retrase mi presencia en la Iglesia cuyo pastoreo Cristo me ha confiado”.
Su ministerio en Segorbe, aunque breve, fue un testimonio de fe y valentía. En julio de 1936, fue expulsado violentamente del Palacio Episcopal y, tras un período de refugio y encarcelamiento, sufrió torturas que culminaron en su martirio el 9 de agosto en La Vall d’Uixó. Antes de morir, perdonó a sus verdugos y les bendijo, pronunciando las palabras: “Que Dios os perdone como yo os perdono”.
Este homenaje busca mantener viva su memoria, reconociendo su ejemplo como pastor entregado a la fe y a la Iglesia, incluso en medio de la adversidad. La entrada al evento es libre y abierta a todos los interesados.
S.I. Catedral-Basílica de Segorbe – 8 de septiembre de 2024
(Judit 13, 17-20; Romanos 5, 12.17-19; Lucas 1, 39-47)
Amados hermanos y hermanas en el Señor!
1. Os saludo de corazón a todos cuantos habéis acudido a esta celebración para honrar y venerar a nuestra Madre y Patrona, la Virgen de la Cueva Santa. Saludo cordialmente a los Ilmos. Cabildo-Catedral y Cabildo-Concatedral, a los párrocos y vicario parroquial de la Ciudad y a los sacerdotes concelebrantes. Saludo con respeto y agradecimiento a la Sra. Alcaldesa y a los miembros de la Corporación Municipal, a las autoridades que nos acompañan, a las Reinas Mayor e Infantil de las Fiestas, a sus damas y corte, a las Doncellas segorbinas, a la Comisiones de Toros y de Fiestas, y a las representaciones de Asociaciones y Cofradías.
Nuestra ciudad de Segorbe celebra hoy con gratitud y alegría la fiesta de su “patrona”, la Virgen de la Cueva Santa; a ella la hemos cantado con las palabras de libro de Judit: “Tú eres el orgullo de nuestro pueblo” y la hemos saludado con las palabras de Arcángel Gabriel: “Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo…” (Lc 1,28). En esta festividad, recordamos y agradecemos su visitación y cercanía maternal; con Ella cantamos su “magnificat” y le confiamos la vida de nuestro pueblo y de sus habitantes, de nuestros niños y jóvenes, de nuestras familias, de nuestros mayores y enfermos, de nuestras parroquias y de nuestra Iglesia diocesana.
2. Con la emotiva ofrenda de flores de ayer tarde, mostrabais una vez más el cariño, la gratitud y la devoción de los segorbinos a la Virgen de la Cueva Santa. Hoy, en esta Eucaristía damos gracias a Dios por la Virgen de la Cueva Santa, por su patrocinio y por su protección; agradecemos a Dios todos los dones que, generación tras generación, nos ha dispensado a través de su intercesión maternal. Esta tarde, miramos, honramos y rezamos a María; ella nos acoge con amor de Madre; ella cuida de muestras personas y de nuestras vidas; ella camina con nosotros en nuestro peregrinaje por esta vida. ¡Qué sería de nosotros, de nuestras familias y de Segorbe sin la protección maternal de la Virgen de la Cueva Santa en el pasado y en el presente!
Hoy sentimos de un modo especial su cercanía maternal y su presencia amorosa. Con gozo espiritual contemplamos a la Virgen María, la más humilde y a la vez la más grande de todas las criaturas. En ella resplandece la eterna bondad de Dios-Creador que, en su plan de salvación, la escogió de antemano para ser Madre de su Hijo unigénito y, en él, nuestra Madre.
3. En el evangelio hemos escuchado, una vez más, la escena de la visitación de la Virgen a su prima Isabel, y el “Magníficat”. Es la respuesta de María a las palabras de su prima Isabel: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 42-45)”. En las palabras de Maria queda reflejada su alma, porque en el canto de Magníficat brota de su corazón.
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador” (Lc 1,47) La Virgen proclama que el Señor es grande, y que ha hecho obras grandes por ella. Maria es una mujer humilde; por ello sabe muy bien que cuanto es y cuanto de ella se dice, se lo debe enteramente al amor de Dios. Por ello, la Virgen canta la grandeza de Dios. Y así, ante los elogios de su prima, dirige su mirada y nuestra mirada a Dios. María sabe que Dios ha sido grande en su vida y quiere que Dios sea grande en el mundo, que Dios sea grande en todos nosotros.
“No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios”, le dijo el ángel en la anunciación (Lc 1, 30). María no tiene miedo a dejarse amar por Dios. No tiene miedo de que Dios con su grandeza pueda quitarle algo de su libertad, o quitarnos algo de la nuestra. Ella sabe que, si Dios es grande y porque Dios es grande, también ella y nosotros somos grandes. Dios no oprime la vida del ser humano; todo lo contrario: la eleva y la hace grande: precisamente entonces, el ser humano se hace grande con el esplendor de Dios.
El libro del Génesis (cf. 3,1-7) narra, sin embargo, que nuestros primeros padres, Adán y Eva, pensaron lo contrario. Se dejaron llevar por la serpiente y temieron que, si dejaban a Dios ser Dios, eso quitaría algo a su vida. Quisieron ser como dioses al margen de Dios. Y lo desobedecieron a fin de tener espacio para ellos mismos. Esto es el núcleo del pecado original. Y así “por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron” (Rom 5,12), como nos ha recordado hoy san Pablo:
Como en el origen, lo mismo sucede en la época moderna y en la actualidad. Vivimos tiempos de secularización, agnosticismo y cancelación de todo lo cristiano. Se piensa, se cree y se difunde que el ser humano llegará a ser realmente libre si prescinde de Dios y si es totalmente autónomo frente a Dios. Pero cuando Dios desaparece, el hombre no llega a ser más grande ni más libre; al contrario, pierde su dignidad divina, pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se convierte en el producto de un progreso sin rumbo, en alguien del que se puede usar y abusar, en esclavo de sus deseos. Eso es precisamente lo que está confirmando la experiencia de nuestra época.
Ahí está el verdadero drama de nuestro tiempo: la quiebra de humanidad por la falta de una visión verdadera del hombre. El error fundamental del hombre actual es querer prescindir de Dios en su vida, erigirse a sí mismo en señor y centro de la existencia. El hombre quiere suplantar a Dios, quiere ser dios sin Dios, y quiere poder cambiar incluso su propia naturaleza de ser hombre o mujer y erigirse en señor y dueño de la vida humana, especialmente al principio y al final.
4. La Virgen nos muestra, por el contrario, que el hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debemos comenzar a comprender que es así. La Virgen nos invita a dejar que Dios esté presente, a dejar que Dios sea grande en nuestra vida. Así también todo ser humano, todos nosotros tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.
María canta y nos muestra la grandeza del Dios único, en el que todo hombre encuentra la luz y el sentido de la vida, la libertad, la salvación y la felicidad. La humanidad está necesitada de la luz y de la verdad de Dios. Esta necesidad es un verdadero clamor en nuestros días. María, la Virgen de la Cueva Santa, es faro en la oscuridad de nuestra noche, faro que nos conduce hacia la Luz, que es Dios: ella es bendita porque acoge y cumple la Palabra de Dios, fuente de gracia y de salvación; ella es bienaventurada porque ha creído en Dios y se ha fiado de Él; ella es la más grande porque ha dejado a Dios ser grande en su vida.
La Virgen María nos enseña confiar enteramente en Dios. Nos muestra que reconocer a Dios como Dios, reclama que seamos humildes, que estemos dispuestos plenamente a dejarnos amar por Dios y abiertos a su voluntad. Y esto es fuente de la dicha, la vida y la libertad, y raíz de la esperanza.
5. En el Magníficat, María nos canta la verdad de Dios, que no es otra sino su misericordia infinita. Dios ama, engrandece, levanta, sana, libera y salva a cada ser humano. Esta es la verdad de Dios, que ha hecho obras grandes en María.
Y ésta es también la verdad del hombre. Esta es la grandeza de todo ser humano: ser de Dios, ser criatura suya, amada por Él, creada a su imagen y semejanza. Ser de Dios y vivir para Dios, mostrar a Dios y dejar que aparezca su grandeza en el hombre, vivir la obediencia a Dios y cumplir su voluntad: ésta es la más genuina verdad del ser humano.
No nos dejemos llevas por las voces empeñadas en hacer desaparecer a Dios de nuestra vida, de nuestras familias, de la educación de niños, adolescentes y jóvenes, de la cultura y de la vida pública. La historia, incluso la historia muy reciente, demuestra que no puede haber una sociedad libre, ni verdadero progreso humano al margen de Dios. El olvido o rechazo de Dios quiebra interiormente el verdadero sentido de las profundas aspiraciones del hombre, debilita y deforma los valores éticos de convivencia, socava las bases para el respeto de la dignidad inviolable de toda persona humana y priva del fundamento más sólido para el amor, la justicia, el bien, la libertad y la paz. Quien no conoce a Dios, no conoce al hombre, y quien olvida a Dios acaba ignorando la verdadera grandeza y dignidad de todo hombre.
6. En este día de fiesta damos gracias al Señor por el don de esta Madre y pedimos a María que nos ayude a encontrar el buen camino cada día. Ella acoge el amor de Dios con gratitud y gozo: “Proclama mi alma la grandeza del Señor”. María acoge a Dios con fe y confianza plenas. Que de manos de María sepamos acoger en nuestras vidas al Dios que nos ama hasta el extremo en Cristo Jesús, hoy y todos los días de nuestra vida. Amén.
Mons. Casimiro López LLorente preside la Solemnidad del Corpus Christi en Segorbe
La Santa Iglesia Catedral de Segorbe acogió ayer tarde con toda Solemnidad la Santa Misa que antecedía a la procesión que más tarde recorrería las calles de la capital del Alto Palancia. El Señor, presente en el Santísimo Sacramento del Altar era venerado públicamente ensalzando su presencia viva y real entre nosotros.
El Obispo de Segorbe-Castellón presidía la Santa Misa, acompañado del Cabildo Catedral. D. Federico Caudé, así como por una representación de sacerdotes concelebrantes, diáconos y seminaristas. Como ocurriera el sábado en Castellón, especial protagonismo tuvieron también las niñas y niños de Primera Comunión que junto a sus catequistas ocupaban los primeros bancos, seguidos de sus padres y el resto de los fieles.
También las principales autoridades políticas, civiles y militares se sumaron a la celebración en la que D. Casimiro, a partir de la liturgia de la Palabra puso el énfasis en el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor que «que bajo las especies dle pan y del vino se entrega a todo hombre como alimento y bebida de salvación», dijo, de forma que la solemnidad del Corpus Christi, «nos ayuda a crecer en la conciencia del lugar central que corresponde a la Eucaristía en nuestra vida como cristianos, como comunidad eclesial y en nuestra historia».
Describió la Eucaristía como «memorial, comunión y presencia» porque conmemoramos «el sacrificio redentor de Jesús en la cruz que actualizamos de modo incruento en cada Santa Misa» donde «el Señor mismo se nos da en comida de salvación», y «presencia real, permanente y sustancial bajo la apariencia de pan de Cristo resucitado entre nosotros».
El amor de Dios
El sacramento eucarístico fue el hilo conductor de una homilía en la que «el amor de Dios» estuvo muy presente pues «es el mayor signo del amor de Dios hacia todos los hombres, manifestado de una vez para siempre en el sacrificio redentor de Cristo en la cruz que nos descubre el verdadero rostro de Dios».
D. Casimiro recordó también que la Eucaristía «es el sacramento de la nueva y eterna alianza de Dios con la humanidad en Cristo» pues el cuerpo entregado y la sangre derramada de Cristo son un nuevo y definitivo pacto entre Dios y la humanidad. Una entrega, recordó el Obispo, que es única «para la reconciliación de la humanidad con Dios y que la actualizamos de modo ininterrumpido en cada Santa Misa para que el amor de Dios alcance a todos en todos los tiempos». En esta alianza definitiva «instaura una relación radicalmente nueva de Dios con los hombres; una relación de amor y de comunión de vida establecida por Jesucristo» quien durante su vida, advirtió D. Casimiro, «no tuvo otro fin que darnos a conocer y comunicarnos el misterio de Dios que es amor, comunión de vida y de amor infinito en sí mismo».
Eucaristía: centro de la vida de la Iglesia
El Obispo se refirió también a la Eucaristía como centro de la vida de la Iglesia, de todo cristiano y de toda comunidad cristiana, «fuente de la que nos nutrimos y, a la vez, cima hacia la que caminamos que está destinada a ser «fermento de la unidad de Dios con los hombres y de estos entre sí». La Iglesia nace y se renueva en cada Eucaristía y sin «la participación plena en este sacramento, la fe y la vida de todo cristiano languidecen, se apagan y terminan muriendo».
Exhortó a participar de una manera activa y plena en cada Eucaristía «para perseverar y existir como discípulos del Señor y no ser cristianos de ocasión que han dejado de ser sal en la tierra y luz en el mundo, que se han mundanizado». Del mismo modo invitó a «la fraternidad participando de la Eucaristía de la que brota el mandamiento nuevo del amor: amaos los unos a los otros, como yo os he amado».
Llamados a la caridad
D. Casimiro recordó también que coincidiendo con el Corpus Christi celebramos el Día de la Caridad. Dejándonos empapar del amor de Dios «todos estamos llamados a vivirlo de tal modo que a todos llegue porque a todos está destinado».
Se refirió al lema de la Semana de la Caridad este año y «abrir caminos de esperanza siendo cristianos «llamados a ser la comunidad de los que se conmueven ante la necesidad de los demás que siguen los pasos de Jesús y se implican en la atención de los más desfavorecidos». Todos los que en la comunión comparten el amor de Cristo «son enviados a ser sus testigos».
Finalmente exhortó a «contemplar su amor supremo, participando de Él y dejándonos moldear para ser testigos comprometidos de su amor en el mundo».
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