Queridos diocesanos:
En el Evangelio de este primer domingo de la Cuaresma contemplamos a Jesús tentado en el desierto. Después ser bautizado, el Espíritu, empuja a Jesús al desierto, el lugar de la soledad y del encuentro con Dios. Allí permaneció durante cuarenta días y se dejó tentar por Satanás. El objetivo de toda tentación siempre es apartarnos de Dios.
Al inicio de la Cuaresma, la Iglesia nos recuerda la misma idea. Si hemos empezado nuestro camino cuaresmal con el propósito de volver nuestro corazón a Dios y de unirnos más a Cristo, se nos avisa que nos vamos a encontrar con una tentación continua e insistente a abandonar nuestro propósito: unos pensarán que no vale la pena, otros que a Dios eso le es indiferente o que hay otros modos de ser buenos sin pasar por Cristo. Cada día, pero especialmente en este tiempo cuaresmal, el cristiano debe librar un combate, como el que Cristo libró en el desierto de Judá, y luego en Getsemaní, cuando rechazó la última tentación, aceptando hasta el fondo la voluntad del Padre.
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