Queridos diocesanos:
El próximo sábado, 25 de marzo, celebramos la Solemnidad de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María, es decir, el inicio de su vida humana. El Verbo de Dios asumió nuestra naturaleza humana para sanarla y llevarla a su plenitud. Concebido en el seno virginal de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, el Hijo de Dios se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado. “El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre”, nos dice el Concilio Vaticano II (GS 22), mostrándonos así el valor incomparable de cada vida humana.
Ya la sola razón es suficiente para que todo hombre y mujer, creyente o no creyente, abierto sinceramente a la verdad y el bien, pueda reconocer el valor sagrado e inviolable de cualquier vida humana. Si además lo miramos desde la fe, la encarnación revela a la humanidad no sólo el amor infinito de Dios que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3, 16), sino también el valor incomparable de cada vida y persona humana. Por ello, de modo particular los creyentes en Cristo debemos acoger, cuidar, defender y promover el don precioso de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, siempre e independientemente de cualquier circunstancia o condición.
Esto es lo que nos recuerda la Jornada por la Vida que celebramos también el 25 de marzo. Es una jornada dedicada a orar por la vida, para que toda vida humana sea acogida, protegida y respetada por todos, para tomar conciencia del valor de toda vida humana y para invitar a todos a acompañar cada vida humana en todas las fases de su existencia, desde su concepción hasta su muerte natural, aumentando los cuidados cuando la vida es más vulnerable: en el seno de la madre, en la enfermedad, en la ancianidad o en la hora de la muerte.
Ya el Concilio Vaticano II, en una página de dramática actualidad, denunció los numerosos delitos y atentados contra la vida humana; entre otros, los homicidios, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario, o todo lo que viola la integridad y la dignidad de la persona humana (cf. GS 27). Por su actualidad nos fijaremos en el cuidado de la vida a su inicio.
Acaba de entrar en vigor la nueva ley del aborto, llamado eufemísticamente “de la interrupción voluntaria del embarazo”. Va en contra de la realidad hablar de interrupción, cuando en verdad ya no se puede continuar el embarazo pues se elimina el embrión o el feto. Los conocimientos sobre el ADN, las ecografías 3D, 4D y 5D permiten afirmar que existe una nueva vida en el seno de una mujer embarazada desde la concepción. El aborto sigue siendo “un crimen abominable” de un ser humano totalmente indefenso, como enseñó el Concilio Vaticano II (cf. GS 51).
No se puede hablar de un ‘derecho al aborto’, pues no es un bien lo que se persigue, sino un mal; habría que hablar de un “derecho a matar’, aunque lo revistamos con un lenguaje que oculte la realidad y anestesie las conciencias. En consecuencia las leyes que promueven y amplían este presunto “derecho al aborto” son absolutamente injustas e inicuas porque no solo no amparan ningún bien, sino que legalizan la muerte de personas inocentes e indefensas. Hablar de un supuesto “derecho a decidir sobre el propio cuerpo” es una falacia, pues los conocimientos citados indican que los embriones o fetos, aún estando en el seno de la mujer, son seres humanos distintos a ella. Eliminar una vida humana no puede ser solución para las madres que afrontan, muchas veces en soledad, un embarazo no deseado. Iniciativas a favor de la vida o de las mujeres embarazadas, propias o ajenas como las que ofrece la asociación civil ‘Provida’ o la acción internacional ‘40 días por la vida’, que rezan y no acosan a nadie, tendrán siempre nuestro apoyo.
Esta Jornada nos llama a todos los cristianos y a todas las personas de buena voluntad a implicarnos por crear una cultura de la vida en la que toda vida humana sea acogida con amor, gratitud y alegría frente a una mentalidad anticoncepcionista y antinatalista; una cultura de la vida en la que toda vida humana sea respetada desde su concepción hasta su muerte natural frente a una mentalidad abortista y eutanásica; y una cultura en la que la vida humana sea cuidada en todo momento, sobre todo cuando es más frágil e indefensa, cuidando al que sufre o está necesitado, al anciano o al moribundo.
Trabajemos para que se recupere entre nosotros el sentido de la maternidad y de la fecundidad como el gran don de Dios a la mujer, que la dignifica, y como un servicio impagable e impagado a la sociedad. Ofrezcamos los medios que eviten que cualquier mujer embarazada vea en el aborto la solución a sus problemas y a sus angustias.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón