Intenciones de oración del mes de septiembre
Con el inicio del mes de septiembre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el clamor de la tierra: “Oremos para que cada uno de nosotros escuche con el corazón el clamor de la Tierra y, de las víctimas de las catástrofes ambientales y de la crisis climática, comprometiéndonos personalmente a cuidar el mundo que habitamos”.
En su discurso a los participantes de la 6ª reunión mundial del Foro de los Pueblos Indígenas, Francisco decía lo siguiente:
Desgraciadamente, asistimos a una crisis social y medioambiental sin precedentes. Si realmente queremos cuidar nuestra casa común y mejorar el planeta en el que vivimos, son imprescindibles cambios profundos en los estilos de vida, son imprescindibles modelos de producción y de consumo. Deberíamos escuchar más a los pueblos indígenas y aprender de su forma de vida para comprender adecuadamente que no podemos continuar devorando codiciosamente los recursos naturales, porque “la tierra se nos ha confiado para que pueda ser para nosotros madre, la madre tierra, capaz de dar lo necesario a cada uno para vivir” (cf. Videomensaje a la Conferencia de 500 representantes nacionales e internacionales: “Las Ideas de la Expo 2015 – Hacia la Carta de Milán”, 7 febrero 2015). Por tanto, la contribución de los pueblos indígenas es fundamental en la lucha contra el cambio climático. Y esto está comprobado científicamente.
Hoy más que nunca son muchos los que reclaman un proceso de reconversión de las estructuras de poder consolidadas que rigen en la sociedad, en la cultura occidental y, al mismo tiempo, transforman las relaciones históricas marcadas por el colonialismo, la exclusión y la discriminación, dando lugar a un diálogo renovado sobre la forma en la que estamos construyendo nuestro futuro en el planeta. Necesitamos con urgencia acciones mancomunadas, fruto de una leal y constante colaboración, porque el desafío ambiental que estamos viviendo y sus raíces humanas tienen un impacto en cada uno de nosotros. Un impacto no sólo físico, sino psicológico y cultural.
Por ello pido a los Gobiernos que reconozcan a los pueblos indígenas de todo el mundo, con sus culturas, lenguas, tradiciones, espiritualidades, y que se respete su dignidad y derechos, con la conciencia de que la riqueza de nuestra gran familia humana consiste precisamente en su diversidad. Sobre esto voy a volver después.
Ignorar a las comunidades originarias en la salvaguarda de la tierra es un grave error, es el funcionalismo extractivista, ¿no?, por no decir una gran injusticia. En cambio, valorar su patrimonio cultural y sus técnicas ancestrales ayudará a emprender caminos para una mejor gestión ambiental. En este sentido, es encomiable la labor del FIDA por asistir a las comunidades indígenas en un proceso de desarrollo autónomo, gracias sobre todo al Fondo de Apoyo a los Pueblos Indígenas, si bien estos esfuerzos se deben multiplicar todavía y acompañar con más decidida y clarividente toma de decisiones, en una transición justa.
Me quiero detener en dos palabras que son claves en esto: El buen vivir —o el vivir bien— y la armonía. El vivir bien, no es el “dolce far niente”, la “dolce vita” de la burguesía destilada. No, no. Es el vivir en armonía con la naturaleza, el saber buscar, no tanto el equilibrio, sino más bien la armonía, que es superior al equilibrio. El equilibrio puede ser funcional; la armonía nunca es funcional, es soberana en sí misma.
Saber moverse en la armonía, eso es lo que da la sabiduría que nosotros llamamos el bien vivir: La armonía entre una persona y su comunidad; la armonía entre una persona y el ambiente; la armonía entre una persona y toda la creación. Las heridas contra esta armonía son las que evidentemente estamos viendo que destruyen los pueblos. El extractivismo, en el caso de la Amazonía, por ejemplo; la desforestación o, en otros lugares, el extractivismo de la minería.
Entonces, siempre buscar la armonía. Cuando los pueblos no respetan el bien del suelo, el bien del ambiente, el bien del tiempo, el bien de la vegetación o el bien de la fauna, ese bien general, cuando no respetan esto, caen en posturas no humanas, porque pierden ese contacto con —voy a decir la palabra— la madre tierra. No en un sentido supersticioso, sino en un sentido de aquella que nos da la cultura y nos da esa armonía.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por todas las actividades que comienzan en las parroquias y comunidades cristianas, especialmente las relacionadas con el ámbito de la catequesis, para que a todos se pueda ofrecer una formación sólida y un testimonio fiel de Cristo, el Señor, y vivir lo en la Iglesia”.
En su carta del día 13 de abril, nuestro Obispo D. Casimiro nos decía lo siguiente:
En el ámbito de la catequesis, en nuestra Iglesia diocesana vamos dando pasos en la dirección correcta. Pueden parecer pocos, pequeños o lentos, pero son innegables. Ahí está el mayor cuidado de la formación y el acompañamiento de catequistas en su ser y en su quehacer con el fin de que sean cada día más fieles a Cristo Jesús y a su misión evangelizadora, así como a su destinatario, el hombre actual en su contexto cultural concreto. Ahí están también los avances en la catequesis de iniciación cristiana, algunas experiencias en catequesis de adultos, la mayor sensibilidad por la catequesis de muchos -sacerdotes, laicos y consagrados-, y de comunidades cristianas.
Pero no podemos ocultar las dificultades. Vivimos en tiempos de profunda secularización y de globalización, de indiferencia religiosa y de alejamiento de la vida de fe y de la Iglesia de muchos bautizados. Vemos, por desgracia, que la catequesis sigue siendo entendida por muchos como un medio para recibir un sacramento y no como un proceso de crecimiento y maduración en la fe y vida cristiana, desde el encuentro personal con Jesús, la adhesión personal a Él, el cambio de vida, que lleve a un compromiso para ser discípulo misionero suyo, inserto en la comunidad eclesial. La experiencia nos dice que es escasa la acogida de la catequesis de iniciación cristiana como un proceso continuado; son muchos los niños que no que continúan después de la primera Comunión y la mayoría se alejan después de su Confirmación.
[…] En el momento actual no podemos dar por supuesto que nuestros niños, cuando piden la primera Comunión, y los adolescentes, jóvenes o adultos, cuando solicitan la Confirmación, hayan recibido el primer anuncio y hayan tenido una experiencia personal de fe. Esta situación pone de relieve la necesidad de una catequesis kerigmática, cuyo corazón sea hacer presente y anunciar la persona de Jesucristo. La catequesis, insiste el Directorio, “está llamada a ser ante todo un anuncio de la fe y no debe delegar en las demás acciones eclesiales la tarea de ayudar a descubrir la belleza del Evangelio. Es fundamental que sea, precisamente a través de la catequesis, que cada persona descubra que vale la pena creer. De este modo, ya no se reduce a ser un momento de crecimiento de la fe más armonioso, sino que ayuda a generar la propia fe y permite descubrir su grandeza y credibilidad. Por tanto, el anuncio no puede ser considerado solo como la primera etapa de la fe, previa a la catequesis, sino más bien la dimensión constitutiva de cada momento de la catequesis” (n. 57).
La finalidad primera de la catequesis es el encuentro vivo con el Señor que transforma la vida y genera, con la ayuda de la gracia, un cristiano, es decir, un creyente discípulo misionero del Señor en el seno de la comunidad de la Iglesia. No tengamos miedo. Dejémonos alentar por el Espíritu del Señor Resucitado, que está y actúa entre nosotros.