Queridos diocesanos:
De nuevo es Navidad. En esta noche santa escucharemos una vez más el anuncio del ángel a los pastores: “Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11). Esta es la buena Noticia de la Navidad, la razón profunda de nuestra alegría navideña, destinada a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Como los pastores, los cristianos escuchamos con estupor este anuncio y acudimos con gozo a la gruta de Belén a contemplar este misterio de salvación: el Hijo de Dios, se hace carne. Dios asume nuestra propia carne y viene hasta nosotros para darnos el amor de Dios y hacernos participes de la vida misma de Dios.
Como san Juan nos dice en su evangelio: el Hijo de Dios, el Verbo de Dios, se hizo carne (cf. 1,14). La palabra ‘carne’, según el uso hebreo, indica el hombre en su integridad; es decir, a todo el hombre bajo el aspecto de su caducidad y temporalidad, de su pobreza y finitud. Esto quiere decir que la salvación traída por Dios al hacerse ‘carne’ en Jesús de Nazaret toca al hombre en su realidad concreta y en todas sus dimensiones. Dios asume la naturaleza y condición humana para sanarla de todo lo que la separa de Él, para permitirnos llamar a Dios Padre y ser verdaderamente hijos de Dios, en su Hijo unigénito, si lo acogemos con fe. Como dice san Pablo, en Jesús Dios se hace pobre para enriquecernos con su pobreza: sin dejar de ser Dios, por puro amor asume nuestra humanidad para enriquecernos con su divinidad (cf. 2 Cor 8,9), para hacernos hijos de Dios y partícipes de su misma vida, inmortal y gloriosa.
Ese Niño, que yace pobre y frágil en el portal de Belén, es el Mesías esperado, es la luz para el pueblo que camina en tinieblas (cf. Is 9, 1). Al pueblo oprimido y doliente se le apareció “una gran luz”. Es la luz de la nueva creación. En el Niño de Belén, la luz del origen vuelve a resplandecer en el cielo para la humanidad y despeja las tinieblas del pecado y de la muerte. La luz radiante de Dios aparece en el horizonte de la historia para proponer a los hombres un nuevo futuro de esperanza, basado en el amor, en el perdón y la reconciliación. Es la luz divina que da dignidad, valor y sentido a todo ser humano y a toda vida humana, a la historia y a toda la creación. Sin esta luz divina todo estaría desolado y nada tendría sentido.
Ese Niño, que nace en Belén, no es un mito o una invención humana. Es un hecho histórico que ha acontecido en un lugar concreto y en un momento preciso de la historia. Es el mismo Dios que entra en la historia humana por amor a cada uno de nosotros y a toda la humanidad. Él viene para alumbrar nuestra noche, para orientar nuestros caminos y para llevarnos por la senda de la verdad y del amor, de la santidad y de la gracia, de la justicia y de la paz. Él viene para sanar nuestras heridas, dolencias y pecados, para destruir la muerte y darnos la vida y el amor de Dios. En la noche oscura de Navidad, nace Dios. La luz de Dios se hace carne, palabra y mensaje de esperanza.
Como entonces, también hoy nuestro mundo vive una noche oscura y camina en tinieblas, porque está huérfano de Dios. La tiniebla de nuestro mundo es la voluntad de querer vivir sin Dios, de espaldas a Él e incluso en contra de Él: es el querer ser dioses al margen de Dios. La noche obscura de nuestro mundo es declarar con tono altivo que Dios ha muerto para suplantarlo por el hombre. La mayor tiniebla del hombre es el rechazo mezquino del amor de Dios que lleva al rechazo y descarte del prójimo, y al abuso de la naturaleza; un rechazo nacido del corazón soberbio y satisfecho con logros limitados.
Sin embargo, un mundo sin Dios se convierte en un mundo inhumano en el que reina la frialdad egoísta y calculadora de los hombres. Una frialdad que se manifiesta en las guerras, el terrorismo, el desprecio de la vida humana, sobre todo de los no nacidos y de los enfermos incurables, el descarte de los más vulnerables y de los ancianos, el afán desmedido de lucro a costa de los demás, las víctimas de la violencia y de los malos tratos, y tantas otras situaciones de mentira y de injusticia.
Hoy resuena de nuevo mensaje del Ángel: “No temáis, hoy nos ha nacido un Salvador”. En este Niño-Dios se nos da el amor y la vida de Dios. Él quiere nacer en todos y viene a nuestro encuentro. Acojámosle. No nos dejemos llevar por los intentos de silenciar la Navidad o de suplantar al Nino-Dios por papá Noel. Mantengamos vivo el verdadero sentido de la Navidad. Dediquemos un tiempo a meditar sobre la verdad de la Navidad ante el portal de Belén. En Navidad nace Dios, vida, luz y esperanza para el mundo,
Os deseo a todos una feliz y santa Navidad.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón