S.I. Catedral de Segorbe – 24 de Diciembre de 2022
(Is 9,2-7. Sal 95; Tit 2,11-14; Lc 2,1-14)
Hermanas y hermanos, muy amados todos en el Señor
1. “A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada” (cf. Lc 2,6s). Con estas palabras, el evangelio de Lucas expresa el acontecimiento que celebramos esta noche santa de navidad. A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito. Es el momento que le había anunciado el Ángel en Nazaret: “Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo” (Lc 1,31). Es el momento esperado por el pueblo de Israel desde hacía muchos siglos, durante tantas horas oscuras de su historia. Era el momento en cierto modo esperado por toda la humanidad. Sí, de algún de modo y de manera confusa, la humanidad esperaba que Dios se preocupase por nosotros, que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él renovase todo.
2. Con ternura y amor maternal, con santa alegría y con callado celo María “lo envolvió en pañales y lo acostó en pañales, porque no tenían sitio en la posada”. El pueblo de Israel lo espera; en cierto modo, la misma humanidad espera a Dios y su cercanía; pero cuando llega el momento, no tienen sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro.
Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve referencia de san Lucas sobre la situación de Belén: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (1,11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él. Se refiere también a Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.
En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la sociedad en su conjunto. ¿Tenemos tiempo y espacio para Dios? ¿Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos? ¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo?
3. Junto a aquellos que no perciben a Dios que viene, que no tienen ni tiempo ni espacio para el niño, en el Evangelio encontramos también quienes tienen tiempo y espacio para Dios en su vida. En Lucas encontramos el amor de su madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su gran alegría, y en Mateo encontramos la visita de los sabios Magos, llegados de lejos, así también nos dice Juan: “Pero a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios” (Jn 1,12). Hay quienes lo acogen y, de este modo, desde fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo. El mensaje de Navidad nos hace reconocer la oscuridad de un mundo cerrado a Dios; sin duda una realidad que vemos cotidianamente.
Pero Navidad nos dice también que Dios no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. Mediante la palabra del Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia, la luz del Redentor entra en nuestra vida. Si somos pastores o sabios, la luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.
En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso, de allí brota la alegría y nace el canto.
4. Acojamos con fe y celebremos con alegría, hermanos, al Niño Dios. El Hijo de Dios nace y se hace hombre por amor a nosotros. La celebración del nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne no pertenece sin más del pasado. No recordamos lo ocurrido en Belén como un mero hecho del pasado. Dios se hace uno de los nuestros para hacernos de los suyos: hijos suyos en el Hijo. Y Dios sigue haciéndose presente entre nosotros. Dios sale a nuestro encuentro en su Palabra. Celebremos la cercanía de Dios, que nos acompaña en el camino de nuestra vida. El nos invita a acogerlo y a seguirlo por el camino del amor y de la paz. Recuperemos y vivamos el genuino sentido de la Navidad. No habrá verdadera Navidad si Dios, su amor y su paz, no nacen en nuestro interior, en nuestras familias y en nuestra sociedad, si no nos dejamos encontrar y amar por El. No habrá verdadera Navidad si, amados por Dios, no acogemos a todos los demás seres humanos como hermanos en el Niño Dios, nacido en Belén: en especial a los pobres, a los enfermos y a los emigrantes. No habrá verdadera Navidad si vivimos de espaldas a Dios y a sus leyes. No habrá verdadera Navidad mientras existan el odio y el rencor entre los hombres y no sean superados por el perdón y la reconciliación, mientras se de el terrorismo en nuestro mundo y las guerras entre los pueblos, mientras los hombres y mujeres no nos amemos en verdad los unos a los otros como Cristo nos ama.
Navidad es misterio de amor y de paz. “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc. 2, 14). Desde la gruta de Belén se eleva hoy una llamada apremiante para que el mundo no caiga en la indiferencia, la sospecha y la desconfianza de los unos para con los otros. Los creyentes en Cristo Jesús, junto con los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir la paz, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación.
Que María nos ayude a contemplar y descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de su Hijo. Que ella nos ayude a acogerle en nuestra vida para ser testigos de lo que hemos visto y oído, para que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo reconozcan en el Niño al único Salvador del mundo,
¡¡¡Feliz Navidad para todos!!!.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón