XXIV Encuentro Diocesano del Apostolado de la Oración
Iglesia de La Sagrada Familia de Castellón, 17 de noviembre de 2024
(Os11,1b.3-4.8c-9; Salmo: Is 12, 2-3; Ef 3,8-12.14-19; Jn 19, 31-37)
Hermanas y hermanos, amados todos en el Señor.
1. Os saludo fraternalmente a todos cuantos participáis en este XXIV Encuentro diocesano del Apostolado de la Oración, bajo el lema: “Acompañados por el Corazón de Jesucristo”. Un saludo especial a D. David Fornieles, Director Nacional de APOR, a D. Esteban Badenes, Director Diocesano, a D. Miguel Abril, párroco de esta parroquia de la Sgda. Familia que nos acoge, a los sacerdotes concelebrantes y a los diáconos asistentes.
El Evangelio, que acabamos de proclamar, nos lleva al centro de nuestro Encuentro. “Al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua” vv. 33-34). El costado y el corazón traspasado de Jesús es la sede del amor infinito de Dios por la humanidad; un amor divino y humano; un amor, que culmina en el don de Jesús, el Hijo Dios, hasta el extremo; un corazón traspasado destinado a ser fuente del amor infinito de Dios.
El corazón traspasado de Jesús nos invita a abrirnos al misterio de Dios y de su amor. Es la fuente a la que debemos recurrir para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo, para contemplar su amor, para experimentarlo más a fondo, para dejarnos transformar por él y tener un corazón semejante al suyo.
Como escribió san Juan Pablo II, y han recordado los papas Benedicto y Francisco, “junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el sentido verdadero y único de su vida y de su destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a evitar ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo. Así -y esta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador- sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la civilización del Corazón de Cristo” (Carta de Juan Pablo II al Prepósito General de la Compañía de Jesús, 5 de octubre de 1986).
Estas palabras muestran la grandeza de vuestro carisma, de vuestra devoción y de vuestra misión, queridos cofrades del Sagrado Corazón de Jesús y del Apostolado de la oración. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús es de plena actualidad. A quienes pudieran considerar que esta devoción es anacrónica, el Papa Francisco acaba de decirnos en su Encíclica Dilexit nos: “Algunos se preguntan si hoy tiene un significado válido. Pero cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo sin saber finalmente para qué, de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón” (n. 2). Ante la creciente desconexión espiritual y la pérdida de la relación personal con Dios, Francisco nos propone a los cristianos redescubrir el amor de Dios en Cristo, mediante la devoción al Sagrado Corazón. Y después haber llamado a la fraternidad universal en un mundo fragmentado por las guerras, los conflictos, las desigualdades y el consumismo en su Encíclica Fratelli tutti, el Papa invita a la sociedad mundial a volver al amor de Cristo simbolizado en su Corazón. “Sólo su amor hará posible una humanidad nueva”, nos dice.
2. Dios es Amor y ama a sus creaturas. Dios nos ama siempre, no deja de amarnos, como nos recordaba el profeta Oseas, porque su amor es eterno. Es un amor fiel y lleno de ternura, “con lazos humanos lo atraje, con vínculos de amor” (Os 11,4). Dios nos cuida como un padre o una madre cuida de sus hijos; con mimo y con paciencia nos atrae hacia sí, nos abraza para protegernos y llevarnos a la Vida. Sin embargo, la respuesta del hombre es tantas veces la ingratitud, el alejamiento, el desprecio, la falta de correspondencia a su amor. Pero Dios no se cansa de amarnos; en lugar de retirarnos el don de su gracia, se conmueve: “Mi corazón está perturbado, se conmueven mis entrañas” (Os 11,8). Mirar y contemplar la imagen del sagrado Corazón de Jesús con sus brazos abiertos y su costado traspasado, nos lleva hasta las entrañas mismas de Dios. Todos estamos invitados a recostarnos en ese corazón traspasado de Jesús, a meternos en su corazón. Entrar en el corazón de Cristo es entrar en el misterio mismo de Dios.
Jesús, “manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29), nos muestra el misterio del amor de Dios hacia todos con sus gestos, con sus palabras y con su mirada amorosa y compasiva. El gesto por excelencia es la Cruz. Lo que más oprime el corazón del hombre es el rechazo del amor de Dios por el pecado. Para librarlo de este peso Jesús lo toma sobre sí mismo, lo lleva a la cruz y lo destruye con su muerte. Por eso no se cansa de ir en busca de pecadores que salvar, de hijos pródigos que devolver al amor del Padre y de mujeres extraviadas que poner de nuevo en el camino del bien. La única condición que Jesús pone para seguirle abrir nuestro corazón, creer en él, aceptar su Persona y su mensaje, acoger su obra redentora, fiarse de él y sustituir el peso oprimente del pecado por el liviano de su ley. “Cargad con mi yugo…, porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” nos dice (Mt 11, 29-30). La ley de Cristo es “yugo”, porque exige disciplina de las pasiones y negación del egoísmo; pero es un yugo “llevadero y ligero”, porque es la ley del amor.
“El Corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios; pero no es un símbolo imaginario, es un símbolo real, que representa el centro, la fuente de la que ha brotado la salvación para la entera humanidad”, nos recordaba el Papa Francisco ya al comienzo de su pontificado. En el Corazón de Jesús, “resplandece el amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado. Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo” (Homilía 03.06.2016).
La principal y más importante necesidad de todo ser humano es un amor que dé un sentido pleno a su existencia: el ser humano está hecho para amar y para ser amado. En el Corazón de Jesús podemos experimentar el amor misericordioso de Dios: un amor que nunca falla, que sana y llena nuestra afectividad, que endereza nuestra voluntad y nos impulsa a amar a nuestro prójimo como Cristo nos ama.
3. Los soldados al ver que Jesús ya estaba muerto no le quebraron las piernas, pero uno con la lanza le traspasó el costado, “y al punto salió agua y sangre” (Jn 11,34). Es el fruto de la Pascua, de la entrega del Señor hasta el extremo. Del costado abierto de Jesús brota el don Espíritu Santo, de los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, y todos los dones del amor de Dios. De ese Corazón hemos renacido nosotros, renacemos a la Vida de Dios por el agua y la sangre, por el Bautismo y la Eucaristía.
El costado traspasado del Redentor es la fuente permanente de la salvación. El papa Francisco nos recuerda que hemos de recurrir siempre a esta fuente para experimentar más a fondo su amor. Así podremos comprender mejor lo que significa conocer en Jesucristo el amor de Dios, experimentarlo teniendo puesta nuestra mirada en él, hasta vivir completamente de la experiencia de su amor, para poderlo testimoniar después a los demás (cf. Benedicto XVI, Carta sobre el culto al Corazón de Jesús al prepósito General de la Compañía de Jesús, de 15.05.2006).
Cinco rasgos caracterizan la auténtica devoción al Corazón de Jesús, contenidos en los verbos conocer, contemplar, experimentar, vivir y testimoniar. En primer lugar hemos de conocer y contemplar el amor de Dios que se ha manifestado en Cristo. No hay verdadero conocimiento sin búsqueda y sin deseo. Y sólo buscamos conocer lo que de verdad nos interesa. Interesémonos por Cristo, busquémosle con toda nuestra vida, deseemos que su Reino habite en nosotros y en el mundo, y brotará entonces el conocimiento interior, “que trasciende todo conocimiento” (Ef 3,19). Volvamos constantemente a la sagrada Escritura para conocer y contemplar al Señor. Recibamos los sacramentos que son fuente de conocimiento y experiencia del amor de Dios, pues en ellos se nos da la gracia. Contemplemos el Corazón de Cristo en la adoración de la Eucaristía.
Además hemos de experimentar personalmente el amor de Dios en el Corazón de Jesús. Y para experimentarlo es fundamental mirar al Señor y dejarnos mirar por Él. Mirar al Señor nos cambia, la mirada de Cristo nos transforma. El Evangelio nos enseña que Jesús mira con amor, y su amor nos cura. Experimentar el amor y la misericordia de Dios es la condición de cualquier conversión, renovación y sanación interior.
Y la experiencia del amor de Dios nos lleva a la vida. Nos lleva a vivir de esa experiencia del amor de Dios. El que experimenta el amor de Dios ya no puede, no sabe vivir sin ese amor. Toda su vida será el amor de Dios, amando a Dios y al hermano con un corazón semejante al de Jesús: compasivo y misericordioso, tierno y entrañable, paciente, manso y humilde.
Y, por último, el testimonio. Lo que hemos visto y oído, lo que hemos experimentado y vivido, hemos de anunciarlo a los demás. “Porque de lo que rebosa el corazón habla la boca” (Lc 6,45). No es este un tesoro para guardarlo, sino para anunciarlo y que llegue a todos. El testimonio es condición de crecimiento y signo de fecundidad de la devoción cristiana. Sin anuncio, sin testimonio, la vida cristiana pierde su vigor y la devoción se hace vacía. La experiencia espiritual personal y el compromiso comunitario, misionero y social están indisolublemente unidos, nos recuerda Francisco en la Encíclica Dilexit nos (n. 91). Toda auténtica devoción al Corazón de Cristo al “llevarnos al Padre, nos envía a los hermanos” (ib. n. 163).
Desde estos rasgos que definen la devoción al Corazón de Jesús, podemos entender la consagración que vamos a renovar. Su auténtico sentido “debe asimilarse a la acción misionera de la Iglesia misma, porque responde al deseo del Corazón de Jesús de propagar en el mundo, a través de los miembros de su Cuerpo, su entrega total al Reino”. A través de los cristianos, “se derramará el amor en el corazón de los hombres, para que se edifique el Cuerpo de Cristo que es la Iglesia y se construya también una sociedad de justicia, paz y fraternidad” (ib. n. 206).
Como os decía con motivo de la Consagración de la Diócesis al Sagrado Corazón de Jesús en 2019, con su renovación de hoy confiamos de nuevo “a toda nuestra Diócesis –a sus miembros, familias, comunidades e instituciones- al Corazón del Hijo de Dios, hecho hombre, pues queremos que a todos llegue el amor de Dios que se nos ha revelado en el Corazón de Jesús. En el amor de Dios está la fuente indispensable para nuestra renovación personal, comunitaria, pastoral y misionera y para dar respuesta a las exigencias evangelizadoras del presente”.
4. Miremos al Corazón de Jesús: él es la fuente inagotable del amor, de consuelo y de salvación. Renovemos nuestra consagración a su corazón. Recuperemos y mantengamos viva la devoción al Sagrado Corazón y vuestro compromiso con el Apostolado de la Oración para que el amor de Dios siga llegando a todos. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón