HOMILÍA EN LA FIESTA DE SANTA GENOVEVA
Iglesia parroquial de los Santos Juanes, Almenara, 4 de enero de 2021
(Ecco 2,7-13; Sal 90; Ga 6,14-18; Mt 25,31-40)
Hermanas y hermanos en el Señor Jesús.
El Señor nos convoca para celebrar esta Eucaristía en la fiesta de Santa Genoveva. A nuestra acción de gracias por el don del misterio pascual unimos nuestra gozosa acción de gracias a Dios por el don de Santa Genoveva Torres Morales, por su santidad y por su obra, la Congregación de las Angélicas. Desde Almenara, el pueblo que la vio nacer, cantamos y alabamos al Señor, que miró la humillación y sencillez de este ‘ángel de la soledad’ y la llenó con su gracia y una vida de santidad: desde entonces Genoveva enriquece a nuestra Iglesia y se ha convertido en fermento evangélico en la Iglesia y en el mundo. A Dios, Uno y Trino, alabamos y damos gracias por la humildad y entereza de Genoveva, por su fortaleza y entrega, por su caridad y por santidad.
Miramos el pasado con gratitud, y contemplamos el presente y el futuro con esperanza. Porque sabemos bien de Quien nos hemos fiado y con el salmista decimos: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti” (Sal 90, 1).
Semblanza de Genoveva
Recordemos brevemente. Genoveva Torres Morales nació a esta vida aquí en Almenara el 3 de enero de 1870; al día siguiente renació a la vida de los hijos de Dios por el bautismo en esta iglesia parroquial de los Santos Juanes. Hija del matrimonio formado por Vicenta y José, del que nacieron otros cinco hijos, quedó huérfana de padre a la edad de un año y de madre a los ocho años. En tan sólo seis años vio morir a cuatro hermanos. Quedó sola al cuidado de su hermano mayor -de dieciocho años de edad-, y tuvo que hacer desde niña de “ama de casa”. A sus trece años le fue amputada una pierna de forma rudimentaria. Desde entonces tendrá que andar siempre con muletas.
Más tarde fue asilada en la “Casa de la Misericordia” de Valencia completando allí su deficiente cultura y creciendo en su vida espiritual. Su discapacidad le impidió ser admitida en las “Carmelitas de la Caridad”, como era su deseo. A los veinticuatro años, unida a dos compañeras, fundó en Valencia, el 2 de febrero de 1991, la “Sociedad Angélica” para dar amparo a mujeres solas y para la adoración nocturna de la Eucaristía. Trasladada a Zaragoza, desde esta ciudad su obra se extendió rápidamente por España y más allá de nuestras fronteras.
Genoveva, de carácter afable y misericordioso, gobernó con sabiduría espiritual la obra fundada por ella que denominó “Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles”. Muy devota de la Virgen tuvo por centro de su vida al Corazón de Jesús y la Eucaristía. Murió en Zaragoza el 5 de enero de 1956. El pueblo comenzó a invocarla con el título de “ángel de la soledad”. Fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 29 de enero de 1995. Y canonizada el 4 de mayo de 2003.
Su carisma: el cuidado de las mujeres solas y necesitadas.
Genoveva, mujer alegre y trabajadora, generosa y desprendida, acepta en todo momento la voluntad de Dios, en quien pone su confianza, especialmente en las pruebas. Para ella, Dios es el único Señor verdadero, y no abandona nunca a quien confía en Él. Sólo “el Señor es compasivo y misericordioso, perdona los pecados y salva en tiempo de desgracia” (Ecco 2,7).
Su experiencia personal de dolor, con una pierna amputada, los problemas familiares y la propia soledad, la dispusieron para acoger la obra a la que Dios la había destinado: el cuidado de las ancianas y de las personas afligidas. A ello se había preparado ya desde niña en el cuidado de la casa, de su hermano mayor y de los pobres. Más tarde lo hará con las mujeres mayores y solas y animará a sus hijas a amar mucho a Dios para acertar en el trato con las señoras que viven en las residencias de la Congregación. Genoveva se caracterizará por ese amor entregado, atendiendo a las residentes más necesitadas, haciendo nuevas fundaciones y visitando a sus hijas, a pesar de su impedimento físico.
Genoveva es testigo de un amor total a Dios y a su voluntad, que se hace amor y entrega a los hermanos, en especial a los más necesitados, en quienes ve al mismo Cristo. “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Ella solía repetir: “Todo lo vence el amor”. Este amor a Cristo, a quien ve en los necesitados, la movió a consagrar su vida al servicio de las mujeres que sufrían soledad, a remediar el desamparo y la necesidad en que se encontraban muchas de ellas, atendiéndolas material y espiritualmente en un verdadero hogar.
La soledad y el abandono están entre los males más dolorosos de todas las épocas, también y en gran medida en nuestro tiempo. La soledad y el abandono lo sufren no sólo personas mayores, también niños, adolescentes, jóvenes y personas adultas. A estos males ellos quiso hacer frente nuestra santa para acompañar y mostrar la cercanía de Dios a quienes sufren soledad y abandono. Genoveva fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor.
La fuente: su amor a la Eucaristía y el Corazón de Jesús.
Lo que impulsaba a Genoveva era su gran devoción a la Eucaristía, fundamento desde el que desplegaba su apostolado humilde y sencillo, abnegado y caritativo. En la adoración eucarística, ella entraba en el Corazón de Jesús, en el amor de Cristo, un amor entregado hasta el extremo por la vida del mundo, por la vida de todos los hombres. Ella se sentía amada en el Amado. Un amor que la llevaba a la entrega de sí misma para darse, gastarse y desgastarse hasta la muerte por las mujeres solas y abandonadas y por sus hijas, las Angélicas. En la Eucaristía, aprendía a conocer a las personas en su corazón, y a salir al encuentro de las necesitadas para llevarlas al amor de Cristo.
La Eucaristía estaba en el centro de su vocación y de su vida consagrada. En la Eucaristía, Genoveva se encontraba con el Señor, despojado de su gloria divina, sufriente y humillado hasta la muerte en la cruz y entregado por cada uno de nosotros. Como para nuestra Santa, la Eucaristía es para todos nosotros una escuela de vida, en la que aprendemos a entregar diariamente nuestra vida a Dios y a su voluntad, amando y sirviendo a los hermanos. Este es el camino de la santidad, hasta alcanzar la perfección en el amor. Día a día, hemos de aprender a desprendernos de nosotros mismos, a estar a disposición del Señor para lo que necesite de nosotros en cada momento. Sólo quien da su vida la encuentra y genera vida, esperanza y amor. Es la aparente paradoja de nuestra fe, de la cruz de Señor. Por eso debemos decir con san Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Ga 6, 14).
Su legado: el cuidado del prójimo.
Al celebrar hoy su fiesta, toda nuestra Iglesia diocesana está llamada a dejarse interpelar por santa Genoveva. Ella nos enseña la importancia del cuidado de los unos hacia los otros para vivir el Evangelio y para construir una sociedad basada en relaciones de fraternidad. Su carisma y su obra son de enorme actualidad. Lo estamos viendo en estos tiempos de pandemia. Por ello, el papa Francisco, en su mensaje para la Jornada mundial por la paz de este año, nos exhorta a trabajar por una cultura del cuidado de las personas y de la creación. Seamos profetas y testigos de la cultura del cuidado de toda persona y de toda vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, en particular cuando la vida humana es más vulnerable y más lo necesita: al comienzo de su vida, en la discapacidad, en la soledad, en la ancianidad, en la enfermedad, en el dolor y en la muerte. Frente a una cultura de la muerte, que se extiende entre nosotros como una macha de aceite, eduquemos a nuestros niños, sobre todo en la familia, en la cultura de la vida. Toda persona y toda vida humana ha de ser acogida, protegida, cuidada y acompañada en todo momento. Cuidemos los unos de los otros; aprendamos a vivir la fraternidad y el respeto mutuo. Trabajemos por el bien común. Respetemos y cuidemos de la creación.
Pidamos a Dios para nuestra Iglesia diocesana la gracia de caminar por las sendas de la santidad, siguiendo el ejemplo de Genoveva, esta primera santa de Segorbe-Castellón, cuidando a las personas que están a nuestro lado. Donde mejor podremos encontrar la fuente y la fuerza es en el encuentro con el Señor Eucaristía, como Genoveva. Desde la adoración eucarística y la escucha atenta y dócil de la Palabra de Dios podremos dar también respuesta a las nuevas soledades de nuestro tiempo.
Que Santa Genoveva, “ángel de la soledad”, nos guíe, ayude y proteja a todos en nuestro caminar. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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