“24 horas para el Señor” en el Año de san José
Queridos diocesanos:
En el camino cuaresmal hacia la Pascua y de nuestra conversión a Dios, la Iglesia nos ofrece celebrar las “24 horas para el Señor”. Es una iniciativa del papa Francisco a la que nuestra Iglesia diocesana se ha venido uniendo de corazón. A pesar de las restricciones de movilidad y las medidas sanitarias a causa de la pandemia, el santo Padre quiere que se celebren también este año. Serán los días 12 y el 13 de marzo, días previos al cuarto domingo de Cuaresma.
Esta hermosa iniciativa tiene como objetivo celebrar el sacramento de la Confesión en un contexto de oración y de Adoración Eucarística. El tema elegido para este año es un versículo del Salmo 103, 3: “Él perdona todos tus pecados y cura todas tus enfermedades”. El salmista nos llama a confiar en la bondad y misericordia de Dios, a acercarnos a Él con humildad y acoger con gratitud su perdón. Del perdón de Dios brota la alegría y la felicidad del corazón; esta es la experiencia del creyente tocado por el amor misericordioso de Dios. Sí, es verdad, el Señor perdona todas nuestras culpas y al mismo tiempo cura todas nuestras enfermedades: perdona y cura. Jesús mismo, el Emmanuel, el Dios-con-nosotros, dijo en la sinagoga de Nazaret, que su misión mesiánica era llevar a los pobres de la tierra la salvación integral; liberar de las prisiones materiales, espirituales y morales que encadenan a la humanidad y la llevan al pesimismo y la desesperación; y dar la vista a los ciegos que no son capaces de ver a Dios vivo y presente en sus vidas y en la historia de cada día y que no pueden ver su rostro en los hermanos. Grande es el amor de nuestro Padre celestial, que es “compasivo y misericordioso” (Sal 103, 8).
En el camino cuaresmal resuenan las palabras de San Pablo: “¡Dejaos reconciliar con Dios!” (2 Cor 5, 20). Es innegable que existe el mal moral en nuestro mundo. Basta contemplar la escena cotidiana de violencias, guerras, injusticias, abusos, odios, egoísmos, celos, venganzas y abusos de la creación. Se pueden aducir muchas causas, pero la raíz del mal moral se halla en el pecado personal. De ahí deriva a las estructuras. El pecado es el amor replegado sobre sí mismo, que niega a Dios y rechaza su amor. El rechazo del amor de Dios lleva al rechazo de los hermanos y al abuso de la creación. El pecado es una gran tragedia. La pérdida del sentido de pecado debilita y endurece el corazón ante el espectáculo del mal. Si somos sinceros, si no hemos perdido el sentido del bien y del mal y de la responsabilidad personal, reconoceremos que también en nuestra vida existe el pecado; y que tenemos necesidad de recomponer las fracturas, de cicatrizar las heridas, de ser perdonados y reconciliados con Dios y los hermanos.
Dios Padre nos ofrece la reconciliación en su Hijo Jesucristo, muerto y resucitado, para el perdón de los pecados. El mismo Jesús, en la tarde del día de Pascua, envió el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y les dio el poder de perdonar los pecados: “A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 23). Es su don pascual que pervive en su Iglesia. Estas palabras nos invitan a contemplar en la Eucaristía el rosto misericordioso del Padre, cuyas entrañas se conmueven cuando cualquiera de sus hijos, alejado por el pecado, retorna a El y confiesa su culpa ante un ministro de la Iglesia.
En este año dedicado a san José acudamos a su intercesión para que nos sea concedida la gracia de la conversión. San José ayudó a Jesús a ver la ternura de Dios Padre en él, su padre en la tierra. ¡Que el custodio del Redentor nos ayude a contemplar en él la ternura y la misericordia de Dios! ¡Y que nos ayude a aceptar nuestra propia debilidad con una humildad como la suya! Es el mejor modo de aceptar nuestra propia debilidad y fragilidad, de reconocer y confesar nuestros propios pecados.
A pesar de las restricciones de la pandemia celebremos con especial fervor estas “24 horas para Señor”. De manos de san José vayamos al encuentro personal con el Señor y postrémonos en adoración ante Él, presente realmente en la Eucaristía. Oremos por todos los afectados por la pandemia y por su pronto cese. Acojamos la misericordia Dios y el abrazo del perdón de nuestros pecados en el sacramento de la Confesión, fruto de la ternura de Dios. Nuestra confesión sincera será el signo de nuestra verdadera conversión a Dios. Pidamos también por la conversión a Dios de todos los pecadores y de la humanidad, necesarias para evitar cualquier tipo de pandemia.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón