Gratitud por nuestra Iglesia diocesana
Queridos diocesanos:
Este domingo celebramos el Día de la Iglesia diocesana. Es una ocasión muy propicia para conocer algo más a nuestra Iglesia diocesana, para amarla como propia y para sentirla como nuestra propia gran familia. Nuestro Año Jubilar diocesano nos invita a dar ‘gracias por tanto’, como dice el lema elegido para este año.
Nuestra Iglesia diocesana o diócesis de Segorbe-Castellón no es un territorio ni una estructura administrativa. Nuestra diócesis es una porción del Pueblo de Dios, de Iglesia universal extendida por todo el mundo. En nuestra comunidad diocesana se realiza, se hace presente y actúa la Iglesia de Jesús. La formamos todos los fieles católicos que vivimos en las 146 comunidades parroquiales que la integran, distribuidas en los dos tercios del sur de la provincia de Castellón. La sirve, guía y ‘pastorea’ el Obispo, en nombre de Jesús, el Buen Pastor, con la cooperación de los sacerdotes. Todos juntos formamos esa gran familia de los hijos de Dios, que peregrina en Segorbe-Castellón. A todos nos corresponde participar responsablemente en su vida y misión.
La Iglesia diocesana no es, pues, algo ajeno a cada uno de los católicos que la formamos: es nuestra Iglesia, nuestra familia y nuestra madre en la fe, que se hace presente y actúa en cada parroquia. Cada comunidad parroquial es un miembro del gran cuerpo de la Iglesia diocesana, a la que ha estar vitalmente unida en su vida y en su misión, si no quiere enfermar, languidecer y morir como comunidad eclesial.
Hoy damos una vez más gracias a Dios por nuestra Iglesia diocesana y por tantos dones que de Él hemos recibido a lo largo de estos casi ocho siglos de existencia y en el presente. Nuestra Diócesis es ante todo un don del amor gratuito de Dios. Somos pueblo elegido por Dios para ser su morada entre los hombres; está vivificada y alentada por la acción del Espíritu Santo y se alimenta en la Palabra y los Sacramentos para ser lugar de la presencia eficaz del Señor resucitado y de su obra salvadora y sanadora entre nosotros y para todos. A veces no somos agradecidos por tantos bienes recibidos de nuestra Iglesia, como son, entre otros: la fe en Jesucristo, el Bautismo, la Palabra de Dios, la Eucaristía y los demás sacramentos, la educación en la fe y de la conciencia moral, el perdón de los pecados, la capacidad de amar y de perdonar a los demás, la continua renovación de nuestras personas, la ayuda material y espiritual en la necesidad, la llamada al compromiso en la sociedad y la esperanza en la vida eterna. Seamos agradecidos y amémosla de corazón porque es un don de Dios. Hemos de saber amarla de corazón como a nuestra misma madre, a pesar de sus defectos y arrugas, que son nuestros pecados y defectos, nuestras tibiezas y mediocridades.
El mismo Jesús nos ha encomendado la hermosa misión de ser sus testigos y de anunciar el Evangelio, de celebrar los sacramentos, de vivir la caridad y la misericordia de Dios y de transformar el mundo para que su Salvación llegue a todos. En esta Jornada queremos dar gracias a Dios por la entrega y dedicación de tantos que colaboran y trabajan en la vida y misión de nuestra Iglesia diocesana; la inmensa mayoría de una forma voluntaria y totalmente gratuita: catequistas, lectores, cantores y acólitos en la liturgia, maestros y profesores, voluntarios de cáritas, visitadores de enfermos, miembros de los consejos y tantos otros. Su compromiso resulta decisivo, especialmente en momentos de tanta necesidad como el actual.
Como en nuestra propia familia, la vida y la misión de nuestra Iglesia piden el compromiso de todos sus miembros. La prueba del grado de nuestro amor a nuestra Iglesia será nuestro compromiso en la vivencia de la fe y vida cristianas, y nuestra implicación en sus tareas. La vida y misión de nuestra Iglesia es cosa de todos. Juntos llegamos más lejos.
Para llevar a cabo la misión evangelizadora, celebrativa y caritativa que Jesús la ha encomendado, nuestra Iglesia ha de disponer de los medios necesarios, personales y económicos. Todos podemos colaborar. Podemos hacerlo con nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestra oración y alegría, con nuestra pasión porque Jesucristo sea más conocido y amado, y con nuestro dinero. Todo sirve para edificar la Iglesia. Nuestra implicación en su vida y misión y nuestra colaboración económica son indispensables. Oremos y trabajemos para que nuestra Iglesia sea cada día más la Iglesia que Jesús quiere: una Iglesia santa, presencia diáfana de Él y de su Evangelio, una Iglesia renovada y misionera, y una Iglesia servidora de los más pobres y necesitados.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón