Queridos diocesanos:
Nos disponemos a celebrar el próximo domingo, 18 de octubre, la Jornada Mundial de las Misiones, el Domund, bajo el lema “Aquí estoy, mándame” (Is 6,8). Este año, marcado por el dolor, el temor y la incertidumbre que en todo el mundo está causando la pandemia de la Covid-19, el camino misionero queda iluminado por la frase del lema, tomada del relato de la vocación del profeta Isaías. Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: “¿A quién enviaré?” (ibíd.). Esta llamada viene del corazón de Dios, de su Amor misericordioso que interpela a nuestra Iglesia y a cada bautizado personalmente. Dios nos invita a ser misioneros de su Amor, mostrado y ofrecido en Jesucristo. Jesús nos llama especialmente en esta situación a salir de nosotros mismos por amor a Dios y al prójimo para compartir, servir e interceder.
“En el sacrificio de la cruz, -escribe el Papa en su Mensaje- donde se cumple la misión de Jesús, Dios revela que su amor es para todos y cada uno de nosotros. Y nos pide nuestra disponibilidad personal para ser enviados, porque Él es Amor en un movimiento perenne de misión, siempre saliendo de sí mismo para dar vida. Por amor a los hombres, Dios Padre envió a su Hijo Jesús (cf. Jn 3,16). Jesús es el Misionero del Padre: su Persona y su obra están en total obediencia a la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34; 6,38; 8,12-30; Hb 10,5-10). A su vez, Jesús, crucificado y resucitado por nosotros, nos atrae en su movimiento de amor; con su propio Espíritu, que anima a la Iglesia, nos hace discípulos de Cristo y nos envía en misión al mundo y a todos los pueblos”.
Jesucristo mismo es la encarnación, revelación y realización más perfecta del amor de Dios en la historia humana. Quien se encuentra personalmente con Cristo resucitado, vivo y presente, escucha su pregunta y acoge su propuesta a compartir su misión de llevar el amor de Dios a todos los hombres y mujeres; el misionero sabe que Jesús “camina con él, habla con él, respira con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera” (Francisco, EG 266).
El misionero sale de sí mismo para ir al encuentro de todos, especialmente de los más pobres, enfermos y necesitados, y mostrarles con palabras y obras a Dios, que es compasivo y misericordioso, cercano y providente. Con su vida entregada al Señor, el misionero sirve a los hombres y les revela la alegría que produce ser y saberse amados por Dios. Por medio de los misioneros, la cercanía y el amor de Dios alcanzan a cada persona allá donde se encuentra. El amor es la identidad de Dios que ofrece y da a todo aquel que lo acoge amor, perdón, reconciliación, luz, vida, esperanza y salvación. El amor es también la identidad de la Iglesia, hogar donde cada persona puede y debe sentirse acogida, amada y alentada a vivir desde el amor de Dios manifestado en Cristo; y es también la identidad del misionero, que acompaña a las personas, compartiendo su día a día en sus alegrías y en sus penas.
La misión nace de un amor apasionado por Jesús y que se convierte en un amor apasionado por todo hombre y mujer. Quien contempla a Jesús crucificado, reconoce todo el amor, que nace del corazón traspasado de Cristo, y que está destinado a la humanidad entera. El misionero descubre que Jesús le quiere tomar como instrumento para llegar cada vez más cerca de su pueblo amado y de todos aquellos que lo buscan con corazón sincero.
El día del Domund es una ocasión privilegiada para que todos los integrantes del Pueblo de Dios tomemos conciencia de la permanente validez y la urgencia del mandato misionero de Jesús: “Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio a toda creatura”. Un mandato y un envío que valen para todos los cristianos. La Iglesia, toda comunidad cristiana y todos los cristianos hemos sido convocados para ser enviados, para salir al mundo y ser testigos con obras y palabras de la Buena Noticia del Amor de Dios.
Esta Jornada debe servir también para renovar nuestro recuerdo agradecido por los misioneros, para orar por ellos y ofrecerles nuestra ayuda generosa: los misioneros, siguiendo la llamada del Señor, lo han dejado todo y entregan su vida para que la Buena Nueva del Amor de Dios resuene en todos los continentes. Son muchas y, en algunos casos extremas las carencias y necesidades materiales de los misioneros en el cumplimiento de su tarea evangelizadora y promotora del desarrollo integral de las personas, en especial de los más pobres. Seamos generosos en la colecta de este día. Sigamos rezando al Señor para que suscite en nuestra Iglesia nuevas vocaciones para la misión, entre nosotros y en los países llamados de misión: para que no falten nunca misioneros, testigos del Amor de Dios.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón