Queridos diocesanos:
El próximo día tres de octubre comienza el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes. Se trata de un Sínodo ordinario, es decir de los que se celebran cada dos años. Desde su inicio con el papa Pablo VI han desfilado por los Sínodos temas como evangelización, la catequesis, la familia, los laicos, los sacerdotes, la predicación de la Palabra de Dios o la celebración de la Eucaristía. En esta ocasión versará sobre una cuestión que preocupa seriamente a la Iglesia: los jóvenes. Que la Iglesia apuesta por los jóvenes está claro; solo hay que ver las Jornadas Mundiales de la Juventud y otros encuentros que tenemos a nivel diocesano o parroquial. Pero hay que hacerlo con mayor intensidad y convicción. Los jóvenes son la generación no sólo del futuro sino también del presente de la Iglesia y, al menos entre nosotros, la impresión general es que la Iglesia es cada vez más para personas mayores.
El papa Francisco nos ha recordado que anunciar la alegría del Evangelio es la misión que el Señor ha confiado a su Iglesia. En su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium nos indica cómo llevar a cabo esta misión en el mundo de hoy. Los dos Sínodos extraordinarios sobre la familia y la Exhortación Apostólica Post-sinodal Amoris laetitia se han dedicado al acompañamiento de las familias hacia esta alegría. Como continuación de este camino, a través de este nuevo sínodo sobre “los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional”, la Iglesia quiere preguntarse cómo acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la vida en plenitud; y quiere también pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a identificar los modos más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia. A través de los jóvenes, la Iglesia podrá percibir la voz del Señor que resuena también hoy. Escuchando sus aspiraciones podemos entrever el mundo del mañana que se aproxima y las vías que la Iglesia está llamada a recorrer (cf. Documento preparatorio).
Se trata de un Sínodo sobre los jóvenes, para los jóvenes y con los jóvenes. La Iglesia quiere y ha de estar cerca de los jóvenes y escucharles. De hecho, los jóvenes han intervenido en su preparación mediante sus respuestas a las encuestas específicas para ellos. El documento final del encuentro de 300 jóvenes de todo el mundo en el Vaticano –al que se unieron otros quince mil por internet- ha entrado a formar parte del Instrumentum laboris, o documento de trabajo previo a las sesiones sinodales. Aquí hay ya pistas para nuestra pastoral juvenil aquí y ahora. Los jóvenes manifiestan que quieren ser escuchados con empatía, desean compartir su existencia cotidiana con sus gozos y esperanzas, con sus problemas y dificultades y desean que sus opiniones sean tenidas en cuenta; los jóvenes buscan sentirse parte activa de la Iglesia, sujetos y no meros objetos de evangelización; quieren ser escuchados porque la escucha es la primera forma de lenguaje verdadero y audaz. Los jóvenes piden además ser acompañados a nivel espiritual, formativo, familiar, vocacional. Acompañar no es dirigir, sino ayudar al joven a decidir en verdad, con libertad y responsabilidad. Este acompañamiento no es una opción sino un deber eclesial y un derecho de todo joven que sirve para formar su conciencia y su libertad, para cultivar sus sueños pero también para dar pasos concretos en las estrecheces de la vida. Y en este marco el papel de la familia es central y sigue representando una referencia privilegiada en el proceso de desarrollo integral de la persona. Los jóvenes piden ser ayudados en el discernimiento que les haga capaces de reconocer los tiempos de Dios y no desaprovechar sus inspiraciones y su invitación a crecer. Discernimiento que es un don y riesgo porque no es inmune al error, pero enseña a los jóvenes la disponibilidad a asumir decisiones que cuestan.
El tema central del sínodo es el acompañamiento de los jóvenes en su discernimiento vocacional, para que reconozcan y acojan la llamada de Dios al amor y a la vida en plenitud. No se puede reducir el tema de la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada. De hecho cada joven tiene su vocación, es decir su llamada que puede ser expresada en varios ámbitos: sacerdocio, vida consagrada, matrimonio y familia, laicado, profesión, política, etc. Esta es la certeza básica: Dios ama a cada uno, y a cada uno dirige personalmente una llamada al amor, que es la vocación, y a la plenitud del amor, que es la santidad. Es un regalo que, cuando se descubre, llena de alegría (cfr. Mt 13, 44-46).
Oremos todos en estos días por el buen desarrollo y por los frutos del Sínodo,
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón