EL REPORTAJE DEL DOMINGO: Cómo la Pastoral Penitenciaria conjuga amor y justicia
El jueves próximo, 24 de septiembre, se celebra la Virgen de la Merced, patrona de los internos y trabajadores de los centros penitenciarios. En el territorio de la Diócesis de Segorbe-Castellón se encuentran dos prisiones: Castellón I en la capital de la Plana, y Castellón II en Albocácer. Dentro reside una población de 1.600 reclusos.
Detrás de las rejas, que en estos meses de confinamiento se han hecho más gruesas, se producen sin embargo milagros. Es la presencia de los capellanes y voluntarios que llevan el amor y la misericordia de Dios. «El gran valor de la Iglesia en las cárceles, personificado en la Pastoral Penitenciaria, en los capellanes y voluntarios, es humanizar la misericordia en la realidad de cada hombre y mujer en prisión», afirma Florencio Roselló, mercedario y capellán del centro de Castellón.
En una formación difundida en abril de este año, Roselló, que también es el director del Departamento Nacional de la Conferencia Episcopal, aseguraba que capellanes y voluntarios están llamados a ser «proclamadores y anunciadores de la misericordia de Dios», pero que esta misión se enfrenta a menudo a una dialéctica entre justicia y amor. Es un debate extrapolable a toda la acción pastoral, especialmente a la Diócesis en este curso, ya que estas dos realidades – caridad y justicia – conforman el objetivo diocesano para ser Iglesia samaritana.
Batalla cultural
«Se da una batalla en nuestra cultura. Los defensores de la justicia temen que hablar de compasión y gratuidad sentimentalice y difumine la radicalidad del compromiso por el cambio de estructuras. Por el contrario, los defensores de la misericordia, la ternura y la compasión en la lucha por la justicia, recriminan a los anteriores su no implicación personal, su falta de sensibilidad para escuchar y dar protagonismo a las víctimas del sistema, su rigidez, su cuasi-burocrática a la hora de trabajar por los excluidos», analiza el capellán de Castellón I.
La sociedad, denuncia Florencio Roselló, se deja llevar por el lado de la justicia: «Se nos llena la boca de pedir justicia, un equilibrio social, pero lo que estamos pidiendo es venganza. Estamos reclamando para el infractor un castigo, si puede ser, mayor del que el propio delincuente ha cometido. No nos atrevemos a pedir venganza, y lo edulcoramos con la palabra justicia. Nos convertimos en jueces sociales, pensando que toda la sociedad piensa y pide lo mismo que nosotros».
Sin embargo, igual que le ocurriría a la familia si se la despoja del sentimiento y la humanidad, si al mundo de la justicia «le quitamos el amor, la misericordia, la ternura, nos estamos quedando con el código penal puro y duro. Si a la justicia le quitamos el rostro y la vida del que juzga, se queda vacía. Y hoy en día este código penal es duro», afirma Florencio Roselló. Para justificarlo, da datos: «España es el segundo país con menos delitos violentos de Europa y menos del mundo, y en cambio es de los que mayor porcentaje tiene de presos de Europa. No hay una proporción ni equilibrio entre delito y prisión».
Justicia sí, pero humana
En esta dialéctica, la Iglesia afirma, a través de la Pastoral Penitenciaria, que la ternura y la misericordia no anulan la justicia: «La justicia tiene que tener su camino, en nuestra sociedad debe de haber una justicia que guíe nuestras relaciones sociales, pero es necesario que sea humana», sentencia el capellán de Castellón I.
Esta humanidad se traduce en una justicia restaurativa que promueve el diálogo, un proceso de perdón -que implica el reconocimiento del daño por parte del victimario – y finalmente llega a reinsertar al delincuente: «La misericordia lleva a la misericordia. Si el voluntariado crea misericordia, los propios presos y presas serán generadores de misericordia y de paz». Una evidencia son las conversiones: «Los internos se convierten en los ‘hijos pródigos’ que vuelven a la casa del Padre. Lo hacen en la cárcel, en el lugar impensable para abrazar la fe, pero muchos de ellos descubren allí la fe».
Tienes que saber que…
- la población reclusa en la Diócesis es de unas 1.600 personas, de los que solo 60 son mujeres.
- en la Pastoral Penitenciaria participan 70 voluntarios.
- la pandemia ha suprimido las comunicaciones, «vis a vis» y permisos para evitar riesgo de contagio.
- las fiestas de la Virgen de la Merced se reducen a celebraciones reducidas, con el capellán pero sin voluntarios.
- la Pastoral Penitenciaria se está reinventando para seguir ayudando.
- y que cuenta contigo para mantener los pisos de acogida y el «Punto Libertad», haciendo un donativo a en ES38 3058 7307 1027 2000 3580
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