Puedes descargar AQUÍ la CARTA PASTORAL del Obispo D. Casimiro para el curso 2024-25
EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL Y PASTORAL
Escuchar, cuidar y acompañar a las personas
A todo el Pueblo de Dios de Segorbe-Castellón: seglares, religiosos y religiosas, diáconos permanentes y sacerdotes.
Amados todos en el Señor Jesús.
Con la mirada puesta en el Señor Resucitado, vivo y presente entre nosotros, y abiertos a la acción del Espíritu Santo nos disponemos a comenzar con esperanza un nuevo curso pastoral. Es el segundo en la aplicación de nuestro Plan Diocesano de Pastoral, y estará centrado en el acompañamiento pastoral y espiritual.
Nuestra Iglesia diocesana, en sus miembros y en sus comunidades, está llamada a ser una comunidad que acoge, escucha, cuida y acompaña a las personas. Por lo tanto, hemos de favorecer el acompañamiento de la personas para que, en sus anhelos y necesidades, puedan alcanzar una vida más plena y evangélica vinculándose más fuertemente a Cristo y a su Iglesia.
El pasado curso, la acción pastoral de nuestra Iglesia diocesana estuvo centrada en el Primer Anuncio. Recordemos que su contenido es anunciar de forma explícita a Jesucristo, que ha muerto y ha resucitado, para que todo el que crea en Él tenga vida en plenitud, la vida eterna. O, con palabras del papa Francisco, consiste en anunciar que “Jesucristo te ama, dio su vida para salvarte, y ahora está vivo a tu lado cada día, para iluminarte, para fortalecerte, para liberarte”[1] (EG 164). Su objetivo es facilitar el encuentro o reencuentro de cada persona con el amor de Dios en Cristo vivo, que la ama, libera, salva y colma su deseo innato de vida, verdad, libertad, plenitud y felicidad: un encuentro que mueva a cada persona a creer de corazón en Cristo vivo, a adherirse a Él, a entrar en una relación personal con Él y a orientar toda su vida según el Evangelio en el seno de la comunidad de los creyentes, la Iglesia.
El encuentro personal con el Señor pide, a su vez, un camino de crecimiento y maduración en la fe y en la vida cristiana personal unidos a la comunidad eclesial. Esto implica tomarse muy en serio a cada persona en la realidad concreta de su vida y el proyecto que Dios tiene sobre ella. Dios nos crea por puro amor, para que viviendo el mandamiento nuevo del amor, lleguemos a la perfección del amor. Este es el designio, el proyecto, la voluntad, la llamada o la vocación de Dios para todos. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). El camino es Jesucristo, verdad y vida para el mundo. Cada ser humano necesita dejarse encontrar por Cristo vivo, amarle y seguirle más y más, para irse configurando con Él hasta poder decir con Pablo: “Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gál 2, 20; cf. EG, n. 160). En este camino hacia la santidad es muy conveniente, e incluso necesario, el acompañamiento espiritual y pastoral, al que vamos a dedicar el próximo curso pastoral.
En los objetivos específicos de este curso pastoral se nos anima a “promover y generar una cultura de la acogida y del acompañamiento, una cultura vocacional potenciando espacios de acogida y experiencias de acompañamiento personal y comunitario en nuestras comunidades”.
El papa Francisco pide que iniciemos a sacerdotes, religiosos y laicos en el ‘arte del acompañamiento’ para que todos aprendamos siempre a quitarnos las sandalias ante la tierra sagrada del otro (cf. Ex 3,5). Hemos de dar a nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad, con una mirada respetuosa y llena de compasión pero que al mismo tiempo sane, libere y aliente a madurar en la vida cristiana (cf. EG n.169). Y en otro lugar nos dice: “Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño.” (EG n.171).
Os ofrezco unas breves notas sobre el acompañamiento, que nos ayuden a aproximarnos a esta realidad rica y compleja, con el fin de entender y profundizar en el objetivo de este año[2].
1. ¿Qué entendemos por acompañamiento espiritual y pastoral?
Acompañar viene etimológicamente del latín “ad cum pane”, “el que come pan con”. Acompañar es estar o ir en compañía de otra u otras personas; no de una forma pasiva, sino consciente y cercana, activa y comprometida. Esta definición nos habla de la relación entre personas (dos o más) que están o van en movimiento, acompañándose unas a otras. Porque acompañar es ir a alguna parte con alguien, con un rumbo, elevando su nivel de conciencia y aumentando su nivel de responsabilidad.
Cuando hablamos de acompañamiento desde la fe, también partimos de una idea muy similar, pero añadimos un elemento básico. En el acompañamiento cristiano no son dos sino tres los que intervienen: el acompañante, el acompañado y Dios. Es el Espíritu Santo, quien mueve y cambia el corazón, quien sana e ilumina la mente, quien santifica. El modelo es Jesucristo; el modelador, el Espíritu Santo, por medio de la gracia. Quien acompaña es un ‘instrumento’ de Dios, que es quien da el crecimiento (cfr. 1 Co 3,7-9). Hay que dejar a la gracia de Dios que haga su obra y respeta siempre la libertad de la persona, para que aparezca la imagen de Jesús, en que se convierte el hombre santo. Esa gracia es una participación en la vida de Jesucristo, que en la Eucaristía nos hace, un solo corazón y una sola alma (cf. Hch 4, 32); y nos convierte en familia, en Iglesia.
En un primer acercamiento podríamos decir que acompañar “consiste en ayudar a las personas en su proceso de crecimiento en la fe y en orden a clarificar y discernir la voluntad de Dios, y llegar a un compromiso y una opción vocacional mediante la Palabra de Dios, los sacramentos y la oración. Habrá que cuidar el compromiso apostólico, la escucha, el diálogo, el testimonio y otras muchas claves, respetando el desarrollo de cada persona que camina hacia la configuración con Cristo”[3].
1.1. El acompañamiento de Jesús en el Evangelio.
Para entender mejor y, sobre todo, poner en práctica la tarea de acompañar, siempre tenemos como referente a Jesús en el evangelio, porque nuestro acompañamiento debe ser “como Cristo y con Cristo”. Él es el gran acompañante. Vamos a detallar algunos pasajes del evangelio en los que observamos el comportamiento de Jesús, sus opciones y el modo cómo Él acompañaba a las personas. Os invito a releer y meditar los textos y orar con ellos; la lectio divina nos permitirá llevarlos a nuestra vida.
En la parábola del sembrador (Mt 13, 3-9), Jesús esparce la semilla por todos los lados; parte cae al borde del camino, parte entre piedras o entre hierbas y parte en tierra buena. Podemos decir que este labrador derrocha la semilla; para nuestra mentalidad no sería un buen agricultor. Pero Jesús lo hace conscientemente, porque Él solo ve tierra buena. Da igual cómo estemos, da igual la mochila que arrastremos, Él va a estar a nuestro lado; y así reconoce la dignidad de hijos e hijas de Dios a todas las personas; a todos está dirigida la Palabra de Dios, todos están invitados al Reino de Dios. Esta es la primera lección para nuestro acompañamiento: reconocer la dignidad de toda persona. Y justo por esto, Jesús se acerca a todos, con preferencia a las personas que la sociedad tiene excluidas, porque ellas necesitan más que nadie su apoyo, su palabra (personas con lepra, gente que vivía en los sepulcros, mujeres que ejercían la prostitución…).
Jesús no espera en casa ni en la sinagoga. Sale a los caminos a encontrarse con la gente. En muchas ocasiones no espera a que acudan a Él, es Él quien se adelanta, es quien sale al encuentro de los que están en las orillas del camino. “¿Qué quieres que haga por ti?” (Lc 18, 41), pregunta Jesús al ciego sentado al borde del camino pidiendo limosna.
Y así lo sigue haciendo con nosotros. Al igual que hizo con la mujer samaritana. Jesús se hace el encontradizo, entabla un diálogo con ella, la escucha atentamente y mantiene una relación de reciprocidad con ella (cf. Jn 4, 7-15). Podemos decir que Jesús toma la iniciativa, sale al encuentro, nos mira y escucha. El diálogo forma parte del método de Jesús; lo mismo que aceptar incondicionalmente a la persona que tiene delante, sin juzgarla: “Ni él ni sus padres pecaron” (Jn 9, 3).
Jesús muestra el camino de la salvación, y lo hace dando protagonismo a la persona en la acción de curarse. “Ve a la piscina y lávate” (Jn 9, 7), porque cree firmemente en sus capacidades para salir de la situación. “Levántate, toma tu camilla y anda” (Jn 5, 8). En los momentos de crisis y de dificultad, Jesús se hace presente y acompaña; pero no hace a las personas dependientes de él, sino que permanece a su lado el tiempo necesario y luego desaparece. Así acontece en el camino de Emaús (cf. Lc 24, 13-24). Porque lo que ofrece es un camino a un encuentro con el Padre, como aliento y estímulo para la vida. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
El acompañamiento de Jesús no es intimista ni individualista. Una vez han descubierto el tesoro de la Buena Nueva, invita a la transformación y a la participación social. “Anda y haz tú lo mismo” (Lc 10,37). Así contesta al maestro de la ley que le pregunta qué ha de hacer para alcanzar la vida eterna: actuar e implicarse como el buen Samaritano.
Por último, el Señor Jesús eligió a un grupo de discípulos, los acompañó y les explicó los detalles del Reino con mucha paciencia y durante todo el tiempo que estuvo con ellos, Los acompañó en su proceso de crecimiento en la fe. Ellos vivieron la fe en la comunidad de discípulos. Como refiere el libro de los Hechos de los apóstoles, todos “perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones… Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno” (Hch 2, 42-45). Jesucristo nos invita a todos a seguir sus pasos en la Iglesia, en la comunidad.
1.2. El acompañamiento forma parte del proyecto evangelizador de la Iglesia.
Junto a la Palabra de Dios otra referencia para acercarnos al acompañamiento es el magisterio de la Iglesia. Os recuerdo algunas de las aportaciones más recientes.
San Juan Pablo II definía el discernimiento evangélico con estas palabras: “es la interpretación que nace a la luz y bajo la fuerza del Evangelio, del Evangelio vivo y personal que es Jesucristo, y con el don del Espíritu Santo. De este modo el discernimiento evangélico toma de la situación histórica y de sus vicisitudes y circunstancias no un simple “dato”, que hay que registrar con precisión y frente al cual se puede permanecer indiferentes o pasivos, sino un “deber”, un reto a la libertad responsable, tanto de la persona individual como de la comunidad”[4].
Hablando de la actividad caritativa de la Iglesia, el papa Benedicto XVI describe, de una manera profunda y hermosa, la atención cordial que necesitan vivir los agentes de pastoral con los pobres: “dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una “formación del corazón”: se les ha de guiar hacia ese encuentro con Dios en Cristo, que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad (cf. Gál 5,6)”[5] (DCE n.31a).
En la Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el Papa Francisco nos pide a la Iglesia, a todas sus comunidades, que procuremos “los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no sirve una “simple administración”. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un “estado permanente de misión” (EG n.25). Esta es nuestra misión y no otra: evangelizar. Y para caminar hacia ella, nos propone cinco verbos: “Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar”. Iglesia en salida es “la comunidad de discípulos misioneros que primerean, que se involucran, que acompañan, que fructifican y festejan”. Sobre el acompañar nos dice: “Luego, la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límite” (EG n.24).
En la Exhortación Postsinodal Christus Vivit, el Papa habla del acompañamiento y su finalidad: acompañar para discernir. En este sentido la Iglesia es vista como “casa del acompañamiento y ambiente de discernimiento”. El objetivo del acompañamiento es el discernimiento, y este se presenta como una necesidad imperiosa en este momento de la historia. Afirma en el número 244: “En el Sínodo muchos han hecho notar la carencia de personas expertas y dedicadas al acompañamiento. Creer en el valor teológico y pastoral de la escucha implica una reflexión para renovar las formas con las que se ejerce habitualmente el ministerio presbiteral y revisar sus prioridades. Además, el Sínodo reconoce la necesidad de preparar consagrados y laicos, hombres y mujeres, que estén cualificados para el acompañamiento a jóvenes”.
Volviendo a la Exhortación Evangelii Gaudium afirma: “Sin disminuir el valor ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las posibles etapas de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día” (EG n.44).
Son de destacar, los números 169 a 173 de Evangelii Gaudium en los que el Papa Francisco reflexiona sobre el acompañamiento en un sentido personal, siguiendo el enfoque de la teología espiritual. Más adelante nos centraremos en ellos con mayor detalle.
Por último, en la Exhortación pastoral de la Conferencia Episcopal Española Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes, se nos llama a una profunda conversión personal y comunitaria: “Practicar la cultura de la acogida mutua tiene un valor transformador en las personas, las instituciones y las estructuras” (n. 30). La cultura del encuentro “comienza a tejerse en los encuentros cotidianos de nuestra familia, en nuestra vecindad, en nuestras comunidades parroquiales” (n, 24).
2. Algunas claves para acompañar
A continuación, os expongo algunas claves que nos pueden ayudar, educar e iluminar en el acompañamiento personal y comunitario. Las primeras podemos decir que son de metodología, de cómo hacer o no hacer. Las segundas son actitudes y cualidades que debe cuidar el acompañante. En ambos casos, se pretende concretar todo lo que hemos visto desde el Evangelio y el Magisterio de la Iglesia.
2.1. Claves metodológicas.
Ofrezco algunas claves para el acompañante sobre el modo de acompañar:
· Estate o ve al lado de la persona para compartir un camino común. En el camino somos todos compañeros y nos ayudamos y transformamos mutuamente. Cuando acompañes no es empujes, arrastres o impongas.
· Reconoce, potencia y ayuda a descubrir las capacidades de la persona acompañada. Hazle sentirse como la persona única que es, con un montón de cosas que ofrecer, a sí misma y a los demás. No seas paternalista, salvador o protector.
· Respeta la toma de decisiones de la persona acompañada, aunque no te gusten. No seas impositivo ni manipulador.
· Da tiempo al camino que hay que recorrer. Se trata de procesos. No quieras tener logros y resultados inmediatos. Evita las prisas.
· Admite que el acompañamiento tiene avances y retrocesos. No les juzgues, ni fiscalices, intimides o inspecciones.
· Pon a la persona como protagonista y centro de su camino. No decidas por ella, ni tampoco te centres en sus problemas.
· Deja que las personas tomen sus propias decisiones. Dales protagonismo y participación en la creación de este proyecto común. No tomes decisiones por ellas.
· Sé guía en su camino. Ayúdale para que vea la realidad con más profundidad.
· Celebrad la fe y la vida juntos. Festejad y reíd juntos. Los momentos de celebración genuina unen y construyen lazos. No trates de organizar celebraciones e invitar.
· Deriva hacia la ayuda adecuada. En los procesos de acompañamiento aparecen situaciones que requieren la colaboración de algún acompañamiento especializado. No trates de abarcar todo el proceso.
· Acoge. Con este verbo se quiere indicar que no elegimos nosotros a los acompañados. Son ellos los que nos eligen.
· Ora personalmente y con las personas a quienes acompañas. La oración es indispensable para abrirse a la acción del Espíritu Santo. Una oración con y por el que ha iniciado su camino el acompañante y que sostiene en la tarea y en el resto de la vida cristiana.
· Contempla. Se trata de sentirse instrumento de Dios.
· Cada persona/comunidad requiere por su situación una “intensidad” distinta de acompañamiento, teniendo en cuenta:
– Que quieren ser acompañados, ofreciendo un acompañamiento respetuoso. Y sabiendo retirarse cuando sea necesario.
– Que se requiere compromiso y implicación por ambas partes.
– Que es necesario un clima de confianza, incluso de vínculo.
2.2. Cualidades y actitudes específicas para el acompañamiento.
Para iniciar un camino conjunto, necesitamos primero conocer nuestro propio caminar y tener la experiencia de ser acompañado. Es preciso conocerse para comprender, para poder acoger y amar, evitando protagonismos y paternalismos. Se trata de acompañar con cercanía y amor.
El acompañamiento pide una actitud de auténtica escucha. Hay que escuchar en profundidad, sin juicios ni prejuicios. Muchas personas desean ser escuchadas. Pero escuchar no es tan sencillo. No es lo mismo que oír. En ocasiones es más fácil decir palabras sensatas y dar buenos consejos que escuchar. Todos tenemos palabras sensatas y nos vienen a la mente mil consejos. Pero, ¡qué suerte encontrar a alguien que escuche! Este talante debe ayudar a descubrir cada realidad y profundizar en ella, en el convencimiento que es posible salir de la situación y de moverse, la superación y la transformación personal/comunitaria. Hemos de reconocer nuestros límites y aceptarlos. Y saber cuándo podemos estar y cuándo no. En el acompañamiento son necesarias las virtudes de la humildad, la fortaleza y la paciencia.
En el acompañamiento ha de reinar la corresponsabilidad, es decir, una responsabilidad compartida, confidencial y sincera, que mira la realidad soñando que puede ser de otra manera. Necesitamos ser utópicos, llenos de la virtud de la esperanza.
El acompañante ha de estar formado y dotado de habilidades prácticas sociales y conocimientos específicos. Somos conscientes que necesitamos formación permanente, puesto que todo acompañamiento ha de partir de la experiencia de fe y de vida cristiana y comunitaria. El acompañante necesita también ser acompañado, abarcando todas las dimensiones de la vida, a sabiendas que el acompañamiento no puede entenderse limitado a la dirección o al acompañamiento espiritual.
El acompañamiento ha de ser preventivo, sanador y misericordioso, prestando una especial atención a las personas vulnerables. Se necesitan, también, espacios de apertura, de amistad y de fraternidad, que favorezcan el encuentro con Cristo vivo.
Los laicos, junto a los presbíteros y diáconos, debéis descubrir también la llamada a acompañar a otros laicos. Ello responde a vuestra identidad bautismal para el acompañamiento evangelizador.
3. Las formas de acompañamiento en la Iglesia
Según la Exhortación Apostólica del papa Francisco Evangelii Gaudium existen, al menos, tres formas de acompañamiento, que se complementan y contribuyen al mismo fin de la Iglesia:
· El acompañamiento que realizamos cada uno de nosotros, y la Iglesia en su conjunto, a todos y cada uno de nuestros hermanos y hermanas, a la humanidad entera, en orden a instaurar aquí y ahora el Reino de Dios y su justicia, optando prioritariamente por las personas más pobres.
· El que desarrollamos como comunidad cristiana al interior de la Iglesia, mediante nuestros grupos y estructuras pastorales, por el que acompañamos y somos acompañamos, personalmente y como comunidad.
· El acompañamiento personal y espiritual a cada uno de los hermanos.
3.1. Acompañar a la humanidad.
En Evangelii Gaudium, el papa Francisco nos dice que toda comunidad evangelizadora tiene el encargo de acompañar a la humanidad en todos sus procesos. Si en la tradición de la Iglesia el acompañamiento ha estado vinculado con la dirección espiritual, mayormente llevada a cabo por sacerdotes, el Papa nos hace caer en la cuenta de que, junto a este acompañamiento espiritual, hemos de cuidar el acompañamiento que damos y recibimos como comunidad. Su objeto no será otro que la misión de la Iglesia y sus destinatarios son cada uno de nuestros hermanos y la humanidad entera.
Para el Papa, el acompañamiento pastoral abarca toda la existencia, todos los pueblos, todos los ambientes de convivencia y a todas las personas en todos los ámbitos de la vida (cf. EG 179, 181). Esta es posiblemente la razón por la que el Santo Padre se refiere en su magisterio normalmente al acompañamiento sin los adjetivos pastoral y espiritual. Puesto que para él, el acompañamiento pastoral no tiene límites precisos, toca acciones muy variadas del ser humano; acciones que se realizan en el campo de las obras de misericordia, en el trabajo y la lucha por los derechos y la dignidad de las personas, en el crecimiento y la maduración de la persona, en los proyectos educativos y en el cuidado de la comunidad cristiana o el acompañamiento espiritual.
«En su forma más básica el acompañamiento pastoral es cualquier ayuda, estímulo o apoyo prestado por un cristiano a otra u otras personas a las que considera sus prójimos»[6]. En este sentido nos dice el papa Francisco: “¡Una Iglesia que acompaña en el camino, sabe ponerse en el camino con todos! Y hay una antigua regla de los peregrinos, que San Ignacio asume, por eso yo la conozco. En una de sus reglas dice que aquel que acompaña a un peregrino y que va con él, debe ir al paso del peregrino, sin adelantarse ni retrasarse. Y esto es lo que quiero decir: una Iglesia que acompaña en el camino y que sepa ponerse en camino, como camina hoy» [7].
3.2. Acompañamiento pastoral/comunitario.
a) El acompañamiento comunitario como medio de renovación pastoral
A la hora de entender el acompañamiento tanto de los jóvenes como de la totalidad del Pueblo de Dios nos puede servir de luz el punto de vista, expresado en el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, de 2018. Partiendo de la reflexión y el discernimiento sobre el término hubo una verdadera conversión: “Durante la Asamblea sinodal fue criticada una tendencia individualista en el pensar y practicar tanto el acompañamiento como el discernimiento. En cambio, surgió con gran fuerza la presencia y la acción de la comunidad y esto nos hace dar cuenta del enfoque del Documento Final sobre estos temas: mientras que en el Instrumentum Laboris el acompañamiento partía desde lo personal y llegaba al nivel comunitario y eclesial, en el Documento Final se parte de la Iglesia como sujeto de acompañamiento y luego se llega al nivel personal. Este cambio fue importante, y creo que durante la Asamblea sinodal hubo una verdadera «conversión»”[8].
El acompañamiento se convierte así en una forma de ser Iglesia, de ser comunidad eclesial y de ser parroquia. Es la comunidad eclesial la que se ha de sentir llamada a acompañar a niños, jóvenes, novios, matrimonios y familia, adultos y mayores en el crecimiento y maduración de la fe y de la vida cristiana. Se trata de ser y sentirse responsables los unos de los otros, de un estilo de camino compartido. Porque es, precisamente, caminando juntos cuando sanamos, nos convertimos, crecemos y maduramos en la fe, la esperanza y la caridad, cuando se genera una comunidad cristiana de discípulos misioneros, presencia de Dios en medio del mundo.
Si nos acercamos a la Exhortación apostólica Amoris Laetitia vemos que el acompañamiento pastoral de la comunidad es también una de las propuestas que el Santo Padre hace para poder atender pastoralmente a los matrimonios y las familias. Utiliza la palabra acompañamiento en un sentido amplio: “La Iglesia quiere llegar a las familias con humilde comprensión, y su deseo es acompañar a cada una y a todas las familias para que puedan descubrir la mejor manera de superar las dificultades que se encuentran en su camino”[9].
b) Con un modelo de comunidad para la Iglesia del Tercer Milenio
Nuestra Iglesia diocesana necesita comunidades que pongan en el centro a Cristo vivo, que se reúnan en torno a la Palabra de Dios y la Eucaristía compartida, en la que todos se sientan miembros igualmente importantes y necesarios: sacerdotes, consagrados y laicos de cualquier edad. Juntos recorremos el camino de la fe, podemos decir que nos acompañamos mutuamente, abiertos siempre a la acción del Espíritu en nuestras vidas y asumiendo nuestra misión de evangelizar en medio del mundo.
Una comunidad que acompaña es aquella en la que nadie se siente extraño, en la que sus miembros se conocen y se cuidan, comparten su fe y su vida, en la que los unos se preocupan y ocupan de los otros, tanto los que llevan tiempo, como los recién llegados. Nos debemos preguntar por el modelo de Iglesia que les estamos ofreciendo, especialmente en nuestras parroquias, y en qué medida se sienten acogidos, integrados y acompañados por la comunidad de creyentes.
El curso pasado vimos que el Primer Anuncio es en estos momentos la prioridad de nuestra Iglesia, para cada uno de los cristianos, personalmente y como comunidad. En el presente curso pastoral nos proponemos como objetivo específico “desarrollar el Primer Anuncio despertando procesos de conversión, de iniciación o revivificación de la fe, acompañando las personas en los procesos hacia la inserción eclesial mediante el catecumenado y el discipulado misionero”. Ya desde ahora nos hemos de plantear qué podemos y debemos ofrecer a las personas que han vivido una experiencia fundante de encuentro son Cristo vivo mediante el Primer Anuncio; porque si no cuidamos y alimentamos ese fuego que se ha avivado o encendido, normalmente acabará apagándose.
Una forma concreta de posibilitar esta vivencia de fe en comunidad son los grupos o equipos de vida, que también pueden tener otras muchas denominaciones. En la práctica son equipos formados por varias personas que deciden libremente iniciar juntos un proceso de maduración en la fe. “Son pequeñas comunidades que transmiten la fe, la oración y la liturgia de la Iglesia, con un estilo de vida y de compromiso apostólico peculiar que facilita la constante interacción entre fe y vida, según las edades y circunstancias”[10]. Necesitamos pequeñas comunidades en las que nos dejemos a acompañar de otros que caminan en la misma dirección, y que en determinados momentos del camino nos sirvan de apoyo, impulso o, simplemente, alguien con quien compartir los avatares del peregrinar. Se hace necesaria la compañía de otros creyentes que ayuden a tener y descubrir la peculiar experiencia de Dios en la profundidad de la existencia. Porque compartir vida y fe es compartir, tanto las alegrías como el dolor, los momentos de crecimiento y también los momentos de dudas y sin respuestas. Todo esto puede y es acompañado por los miembros de la comunidad, que se saben en terreno sagrado.
Esta manera de acompañar, en el ver y escuchar con otros lo concreto de los acontecimientos, es lo que va permitiendo adentrarse en el corazón de los hombres y mujeres para sentir la huella que deja la vida, intuir lo que está aconteciendo y percibir que Dios mismo habla al corazón y llama. En estos grupos se acompañan unos a otros, crecen juntos y se interpelan fraternalmente. En muchas ocasiones contarán con la figura de un acompañante, una persona de la comunidad, formada para ello y que ayuda al grupo a encontrarse con Jesucristo y vivir la comunión con Él en su Iglesia.
La parroquia pasa a ser una comunidad de comunidades. La parroquia no debe limitarse a ser una forma de organización, una estructura, ni un territorio, ni siquiera un templo donde celebrar los sacramentos. Debe asumir un papel clave en la renovación pastoral, en la que se encuentren los grupos, los movimientos, las asociaciones de fieles y las cofradías que la forman, así como los fieles habituales de la parroquia. Como comunidad deberá recorrer el camino que le toca en un tiempo y espacio concreto, con unas personas concretas, abierta a todas las personas que formen parte o no de la comunidad parroquial.
Los movimientos y asociaciones eclesiales son también en sí mismos espacios de este acompañamiento, tanto en los grupos que lo forman como en su conjunto. Justamente llevan mucho recorrido hecho en acompañar y ser acompañados comunitaria y personalmente. Son verdaderas escuelas en las que nos podemos y debemos fijar, también para avanzar y no quedarnos con modelos que responden a tiempos pasados.
Partiendo de que la Iglesia es la comunidad de los fieles, es donde cobra sentido el acompañamiento espiritual personal. En la actualidad esta tarea no se encomienda exclusivamente a los sacerdotes, sino que laicos, religiosos y religiosas, diáconos, debidamente formados, entran también a realizar este acompañamiento.
Sin embargo, hemos de destacar el papel del sacerdote, que es insustituible, como maestro de la Palabra, ministro de los Sacramentos y pastor y guía de la comunidad que se le encomienda. Llevamos tiempo hablando de la renovación pastoral, también de nuestras comunidades parroquiales, y esta renovación debe tener efectos claros en las parroquias, movimientos y asociaciones, tanto en la tarea asumida por el laicado como por los sacerdotes. Necesitamos laicos que asuman el papel y compromiso en la Iglesia y en el mundo, que les viene dado por su bautismo. Igualmente necesitamos sacerdotes que asuman, con actitud de servicio, la tarea de acompañar a la comunidad que les es encomendada. Y que acompañen espiritualmente a cada uno de sus miembros que libremente se lo pida.
3.3. Acompañamiento personal y espiritual
Por acompañamiento espiritual se entiende una relación continuada entre dos personas en la que una de ellas, mediante frecuentes conversaciones, ayuda a la otra a buscar y realizar la voluntad de Dios según su vocación particular, buscada mediante el discernimiento espiritual, con el empleo de distintos recursos verbales y de otros instrumentos pastorales. El acompañamiento debe estar orientado hacia la madurez de la persona, hacia la experiencia cristiana de Dios, hacia la santidad, que es la perfección del amor.
Sacerdotes, consagrados y laicos debidamente formados, están llamados a realizar esta tarea, desde el respeto y la reverencia hacia el otro, y cuyo fin no es otro que llevar al acompañado más y más a Dios en Cristo, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad y la vida eterna. El acompañante deberá ponerse a un lado para dejar que el Espíritu Santo actúe.
El papa Francisco dedica cinco números en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium al acompañamiento personal, siguiendo el enfoque de la teología espiritual, bajo el título: «El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento» (EG 169-173). Resulta significativo que estén situados dentro del capítulo del Anuncio del Evangelio.
A continuación, detallamos un decálogo para el acompañamiento personal que nos sugiere la lectura de estos números y pueden ser de utilidad para todos:
1. Acompañar con una mirada cercana. Es aquella que pasa de ser una mirada conmovida a ser una mirada comprometida con el otro. Se trata de estar junto a la persona partiendo del contexto en el que vive, para que ella alcance su propia plenitud gracias al encuentro con quien acompaña, quien le proporcionará un acompañamiento que contiene tres tiempos: Reconocer-Interpretar-Elegir (Ver-Juzgar-Actuar), y que en todo momento le conduzca al encuentro personal con Cristo.
2. Acompañamiento integral. Que no sea solo intelectual o afectivo, sino que posibilite el desarrollo de todas las dimensiones de la persona. Es decir, que haga posible la experiencia del discernimiento de qué está haciendo Dios o qué espera Dios del acompañado (acompañamiento espiritual); y la experiencia de cuál es tu sitio en la Iglesia y en el mundo (acompañamiento pastoral); pero además todo esto en clave de crecimiento, que es la dimensión educativa.
3. Acercarse a la persona con respeto y reverencia. Esto supone que el acompañante al iniciarse en el arte de acompañar comienza a experimentar la alegría de ver cómo otros van dando pasos en el camino del Señor, y se acerca a ellos con proximidad y respeto. Es la realización de la vocación de aquellos que consideran este servicio como una gracia, como algo que nace del corazón de quien es capaz de contemplar, como el Samaritano, la necesidad del hermano y no pasar de largo, ya seamos sacerdotes, religiosos o laicos.
4. Llevar a la persona más y más a Dios en Cristo. Acompañar espiritualmente es guiar a los demás en su peregrinación con Cristo hacia al Padre. Haciéndoles cada vez más conscientes de la presencia de hermanos y hermanas que junto a ellos caminan en la misma dirección, y la cercanía de Aquel que será su sostén a lo largo de su peregrinar: Jesús, su camino, su verdad y su vida.
“Aunque suene obvio, el acompañamiento espiritual debe llevar más y más a Dios, en quien podemos alcanzar la verdadera libertad. Algunos se creen libres cuando caminan al margen de Dios, sin advertir que se quedan existencialmente huérfanos, desamparados, sin un hogar donde retornar siempre. Dejan de ser peregrinos y se convierten en errantes, que giran siempre en torno a sí mismos sin llegar a ninguna parte. El acompañamiento sería contraproducente si se convirtiera en una suerte de terapia que fomente este encierro de las personas en su inmanencia y deje de ser una peregrinación con Cristo hacia el Padre” (EG 170).
5. Acompañantes acompañados. Un buen acompañante no nace, se hace. Es un camino de crecimiento donde gustar “el arte de acompañar”, pero no de manera teórica únicamente, aprendiendo, conociendo o estudiando técnicas referentes a esta tarea, sino de manera experiencial principalmente, viviendo en primera persona el ser acompañado por otro.
6. Acompañantes que conozcan los procesos. Esto es:
· Capaces de salir de sí mismos y ponerse en el lugar del otro.
· Prudentes, para ayudar a la persona a saber discernir y elegir el plan de Dios en su vida.
· Sabiendo comprender y aprender a escuchar sin moralizar, sin juzgar, aguardando el momento en el que puedan proponer cambios constructivos para la persona acompañada.
· Con paciencia, calma y templanza. La experiencia de haber sido acompañados en momentos duros les hará tener una sensibilidad especial para acoger incondicionalmente al acompañado, venga como venga, valorando todo lo positivo.
· Con sigilo absoluto, pues comprenderán que el interior de las personas es un lugar sagrado.
· Para evangelizar, para llevar al encuentro con el Señor.
“Más que nunca necesitamos de hombres y mujeres que, desde su experiencia de acompañamiento, conozcan los procesos donde campea la prudencia, la capacidad de comprensión, el arte de esperar, la docilidad al Espíritu, para cuidar entre todos a las ovejas que se nos confían de los lobos que intentan disgregar el rebaño. Necesitamos ejercitarnos en el arte de escuchar, que es más que oír. Lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la proximidad, sin la cual no existe un verdadero encuentro espiritual. La escucha nos ayuda a encontrar el gesto y la palabra oportuna que nos desinstala de la tranquila condición de espectadores. Sólo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida”. (EG, 171)
7. Acompañantes con sentido comunitario. Esto ayudará en dos direcciones. De un lado, nos ayudará a vivir en comunión una pastoral de conjunto, porque sabemos que todos somos necesarios y necesitados unos de otros, y porque el otro, quizá por su vocación o carisma, puede ofrecer un mejor servicio que yo. Y de otra parte, para saber despertar en la persona la necesidad de la comunidad en su vida cristiana, como el lugar donde encontrar el calor que le anime a formarse, a crecer en su vida espiritual (oración y celebración), a integrarse en la comunidad y a responder desde la luz del Evangelio a las situaciones que en cada momento le toque vivir.
8. Acompañantes con “capacidad del corazón”. Lo más importante no es tener muchos conocimientos, sino la capacidad de emocionarte con el otro, dejando de ser meros espectadores de su vida y siendo capaces de transmitirles, desde el corazón, el anhelo y la sed de Dios. Esto nos facilitará una proximidad, que posibilitará la transparencia de Dios, es decir, en palabras del Papa: “despertará el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida” (EG 171).
9. El acompañante ha de saber proponer, corregir y ayudar. El acompañamiento es un camino que animamos a recorrer a alguien, pero que es él quien debe ir avanzando paso a paso, haciendo frente al cansancio, al desánimo y a los obstáculos que pretendan impedirle avanzar (el “mal espíritu” que llamaba S. Ignacio de Loyola). Pero sobre todo, también, haciéndolo consciente de todo el camino recorrido y de todo lo positivo que en su andadura ha ido descubriendo y viviendo.
“El acompañante sabe reconocer que la situación de cada sujeto ante Dios y su vida en gracia es un misterio que nadie puede conocer plenamente desde afuera. El Evangelio nos propone corregir y ayudar a crecer a una persona a partir del reconocimiento de la maldad objetiva de sus acciones (cf. Mt 18,15), pero sin emitir juicios sobre su responsabilidad y su culpabilidad (cf. Mt 7,1; Lc 6,37). De todos modos, un buen acompañante no consiente los fatalismos o la pusilanimidad. Siempre invita a querer curarse, a cargar la camilla, a abrazar la cruz, a dejarlo todo, a salir siempre de nuevo a anunciar el Evangelio. La propia experiencia de dejarnos acompañar y curar, capaces de expresar con total sinceridad nuestra vida ante quien nos acompaña, nos enseña a ser pacientes y compasivos con los demás y nos capacita para encontrar las maneras de despertar su confianza, su apertura y su disposición para crecer” (EG 172).
10. Un acompañamiento que suscite apóstoles para la misión. Hombres y mujeres que sean discípulos misioneros, que busquen la unidad de fe y vida, de vida personal y acción evangélica, y anuncien con alegría la Buena Noticia que, a ellos, un día, les fue anunciada.
4. Necesidad de una buena formación
En el Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes se habló de la necesidad de una buena formación para el acompañamiento.
“Para poder desempeñar el propio servicio, el acompañante sentirá la necesidad de cultivar su propia vida espiritual, alimentando la relación que lo vincula a Aquel que le ha confiado la misión. Al mismo tiempo necesitará sentir el apoyo de la comunidad eclesial de la que forma parte. Será importante que reciba una formación específica para este particular ministerio y que a su vez él también se beneficie de acompañamiento y de supervisión” [11].
En este sentido la formación para el acompañamiento debe atender los aspectos vocacionales y motivacionales del acompañante, los fundamentos y la espiritualidad del acompañamiento, así como los aspectos prácticos sobre la manera de proceder en el acompañamiento. Dos criterios nos orientan: la formación tiene que llegar a lo profundo de la persona y solo será buen acompañante quien tenga la experiencia de haber sido acompañado.
De esta manera queda claro que la metodología, que siempre pregunta qué hacer y cómo hacer, debe situarse en un mapa más amplio: profundizar en la espiritualidad, dar densidad a los procesos pastorales y ver las huellas que deja la acción pastoral en el propio educador. Como puede verse esta formación no se improvisa sino que necesita planes consistentes y bien estructurados; lo que se forma es el corazón, la mente y la acción del acompañante.
5. Estructuras y procesos que facilitan el acompañamiento
Si estamos en proceso de renovación pastoral y misionera a nivel personal y comunitario, nos hemos de plantear también en qué medida nuestras acciones y estructuras están favoreciendo esta renovación que pasa por poner el Primer Anuncio en el centro de nuestra actividad pastoral, acompañar a las personas en su proceso de crecimiento en el discipulado, favorecer la presencia pública de la Iglesia y su misión en el mundo. Dicho así, en conjunto parece una tarea inabarcable. Pero leído como proceso, en el que no importa correr mucho sino saber qué camino estamos recorriendo paso a paso, confiando en la acción del Espíritu que es quien marca los tiempos, la tarea se vuelve ligera.
Hemos de potenciar una cultura vocacional del acompañamiento propiciando el acercamiento de las personas a la fe y poniendo en marcha planes de formación para el acompañamiento y experiencias de acompañamiento a acompañantes. Ello exige, al mismo tiempo, crear espacios y tiempos para transformar paulatinamente la tarea de acompañar en un auténtico proceso que abarque todas las etapas de la vida. Me limitaré a algunos sectores.
· En relación con los jóvenes estamos llamados a favorecer procesos que den respuesta a los problemas reales que sienten y viven los jóvenes, generen confianza recíproca, susciten el diálogo y ayuden a su formación y crecimiento integral, incluida la dimensión espiritual. Para ello hemos de acercarnos a los jóvenes, escucharles y hablar ellos con un lenguaje adecuado.
· En relación con la familia hemos de impulsar procesos que ayuden al diálogo dentro de la familia, que refuercen la formación prematrimonial (itinerario) y el seguimiento y acompañamiento de los matrimonios. Ello requiere de la coordinación entre nosotros, particularmente entre los movimientos familiares específicos, las parroquias y los grupos diocesanos dedicados a este ámbito pastoral así como de la integración y coordinación con otros espacios fundamentales directamente vinculados con la familia como son la escuela y la parroquia.
· En relación con las personas en situación de vulnerabilidad, debemos potenciar procesos que nos conduzcan a un cambio de mentalidad a nivel familiar, eclesial y social para sensibilizarnos con las concretas situaciones de especial vulnerabilidad y/o riesgo de exclusión o discriminación –soledad, pobreza, discapacidad, inmigración–.
· En relación con quienes no creen, nos sentimos llamados a impulsar procesos que exploren caminos de diálogo y apertura a la dimensión trascendente de la persona, particularmente en ámbitos como el diálogo fe-cultura, el arte, la naturaleza, el deporte o el mundo virtual.
Será cada comunidad la que deberá discernir sinodalmente cuál es su camino y qué pasos dar en cada momento.
6. Conclusión
Queridos diocesanos: Dispongámonos al nuevo curso pastoral centrado en el acompañamiento pastoral y espiritual. Como os digo más arriba, no olvidemos que también en el acompañamiento espiritual, el protagonista es el Espíritu Santo. El modelo de acompañamiento es Jesús; el modelador, el Espíritu Santo, por medio de la gracia. El acompañante es un ‘instrumento’ de Dios, que es quien da el crecimiento (cfr. 1 Co 3,7-9). Sin la gracia de Dios, sin la unión a Cristo Jesús y sin la fuerza del Espíritu nada podemos hacer.
Acometamos la tarea, unidos al Señor, que nos envía de nuevo a todos a su misión. El Señor Jesús es nuestro compañero de camino y su Espíritu nos ilumina, alienta y fortalece para emprender este nuevo curso con ánimo y esperanza renovados.
Pido a la Santísima Virgen María, Nuestra Señora de la Cueva Santa, que aliente a nuestra Iglesia diocesana en esta nueva etapa pastoral. ¡Que ella nos enseñe a ser fieles a su Hijo, a las necesidades de los hombres y mujeres del presente y a nuestra Iglesia diocesana!
Con mi afecto y la bendición del Señor,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
Puedes descargar AQUÍ la CARTA PASTORAL del Obispo D. Casimiro para el curso 2024-25
Bibliografía
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● Magisterio:
Papa San Juan Pablo II:
- Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis
Papa Benedicto XVI:
- Encíclica Deus Caritas Est
Papa Francisco:
○ Encíclica Gaudete et Exultate
○ Exhortación Amoris Laetitia
○ Exhortación Evangelii Gaudium
○ Exhortación Postsinodal Chistus Vivit
○ “Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales”, consultado el 6 de noviembre de 2019.
Sínodo de los Obispos sobre los Jóvenes:
- Documento Final del Sínodo sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional (DF). Octubre de 2018.
CEE:
- “La Iniciación Cristiana. Reflexiones y Orientaciones”. Madrid. 1998
- Exhortación Pastoral “Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes”. Madrid. 2024.
- Comisión Episcopal para los Laicos, Familia y Vida: “Hacia un renovado Pentecostés. Guía de trabajo para el poscongreso de laicos”. EDICEP. 2020. Madrid.
● ACCIÓN CATÓLICA GENERAL, “Llamados a acompañar”.
● ÁVILA A., Acompañamiento espiritual, Madrid, PPC, 1998, pp. 189-190.
● Cáritas Diocesana de Getafe, “Criterios para el acompañamiento” (2017)
● Cáritas Española, “Modelo de Acción Social” (Documentos institucionales)
● Consejo Diocesano de Pastoral, 24 de febrero de 2024: El Acompañamiento.
Definición, claves fundamentales y concreción de propuestas de cara al próximo curso
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● GARCÍA DOMÍNGUEZ, Luis Mª: “El libro del discípulo”. Sal Terrae.
● GARCÍA SAN EMETERIO, S.A., “El acompañamiento. Un ministerio de ayuda”,
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● KOLDO GUTIERREZ SDB “Experiencia formativa en el acompañamiento espiritual de jóvenes”.
● Reflexión Diocesana en el proceso sinodal: “Sesión 3: El Acompañamiento”. Curso
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● ROSSANO SALA, “El acompañamiento. La evolución del concepto durante el
sínodo sobre los jóvenes”.
● SÁNCHEZ CASTRO, L.S.: “El acompañamiento en el magisterio del Papa
Francisco” (2013-2019).
[1] Francisco, Exhortación apostólica Evangelii Gaudium sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, de 24 de noviembre de 2013, n. 164. Se citará con la abreviatura: EG.
[2] Agradezco de corazón a la Comisión sobre el Acompañamiento de la Delegación para los Laicos, su reflexión y trabajo sobre el “arte de acompañar” que ha servido de base para esta Carta pastoral.
[3] GARCÍA SAN EMETERIO, S., El acompañamiento. Un ministerio de ayuda. Ed. Paulinas, 2001, p. 21.
[4] San Juan Pablo II, Exhortación apostólica Pastores dabo vobis sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual, de 25 de marzo de 1992, n.10.
[5] Benedicto XVI, Carta encíclica Deus caritas est sobre el amor cristiano, de 25 de diciembre de 2005, n. 31a.
[6] Antonio Ávila, Acompañamiento pastoral (Madrid: PPC, 2018), p. 15.
[7] Francisco, Discurso a los participantes en la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales, de 21 de septiembre de 2013.
[8] Rosano Sala, El acompañamiento. La evolución del concepto durante el Sínodo sobre los jóvenes: Sinite, 61. 2021, p. 237.
[9] Francisco, Exhortación Apostólica postsinodal Amoris laetitia sobre el amor en la familia, de 19 de marzo de 2016, n.200.
[10] Acción Católica General. Llamados a acompañar.
[11] Documento Final de la XV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional, n, 103.