Queridos diocesanos:
Este III Domingo del Tiempo Ordinario celebramos el Domingo de la Palabra de Dios con el objetivo, entre otros, de conocerla mejor y divulgarla más, como señaló el Papa Francisco al instaurar este día en 2019. El Papa desea que esta jornada haga crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios ocupa, en efecto, un lugar central en la vida de la comunidad eclesial y un papel decisivo en la vida espiritual de todo cristiano en los diferentes ministerios y estados de vida.
La Sagrada Escritura es la Palabra escrita de Dios vivo. No pertenece al pasado sino al presente. Dios nos sigue hablando en la Escritura. En su origen y raíz está el deseo de Dios de comunicarse a la humanidad. Dios nos abre su corazón y designio, nos muestra su rostro, nos ofrece su amistad y nos invita a compartir con Él su misma vida en su Hijo, la Palabra encarnada. Dios mismo es quien nos habla y quiere suscitar nuestra fe, provocar nuestra conversión y liberarnos de nuestras esclavitudes.
La Palabra de Dios pide, por tanto, ser leída, proclamada, escuchada y acogida sabiendo que es Dios mismo quien nos habla aquí y ahora. El Sínodo de los Obispos de 2008, dedicado a La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, insistió en la necesidad de un acercamiento orante al texto sagrado y propuso para este fin especialmente el método de la lectio divina. La gran tradición de los santos Padres de la Iglesia ha recomendado siempre acercarse a la Escritura en diálogo con Dios. Como dice san Agustín: “Tu oración es un coloquio con Dios. Cuando lees, Dios te habla; cuando oras, hablas tú a Dios”.
Se ha de evitar, no obstante, el riesgo de un acercamiento individualista, teniendo presente que la Palabra de Dios nos llega en la Iglesia y se nos da precisamente para construir comunión, para unirnos en la Verdad en nuestro camino hacia Dios. Es una Palabra que se dirige personalmente a cada uno, pero también es una Palabra que construye comunidad, que construye la Iglesia. Por tanto, hemos de acercarnos al texto sagrado en la comunión eclesial. Por eso, es importante leer y escuchar la Sagrada Escritura en comunión con la Iglesia, es decir, con todos los grandes testigos de esta Palabra, desde los primeros Padres hasta los santos y el Magisterio de hoy.
La lectio divina es una antigua práctica que enseña a leer, meditar y vivir la Sagrada Escritura por medio de un método sencillo con varios pasos. Nos abre no sólo el tesoro de la Palabra de Dios sino que también nos lleva al encuentro con Cristo, Palabra divina y viviente.
Puestos en presencia de Dios e invocado el Espíritu Santo se comienza con la lectura pausada y atenta del texto bíblico elegido para conocer qué dice el texto; se lee el texto cuantas veces sea necesario hasta comprender bien lo que en él se dice, acompañados, si es preciso, de un buen comentario.
Sigue la meditación en la que nos preguntamos qué nos dice el texto bíblico; cada uno personalmente debe dejarse interpelar y examinar por la Palabra, pues no se trata ya de considerar palabras pronunciadas en el pasado, sino en el presente: qué me dice Dios con este texto.
Se llega así al momento de la oración, es decir del diálogo con Dios sobre lo que Él nos ha comunicado y hemos descubierto en el texto bíblico; responde a la pregunta qué le decimos al Señor como respuesta a su Palabra; puede ser una oración para darle gracias, pedirle perdón, alabarle, adorarle o hacerle alguna petición.
Sigue el momento de la contemplación, un tiempo en silencio en la presencia de Dios en el que ponemos el pensamiento y los afectos en el Señor, durante la cual aceptamos como don suyo su propia mirada sobre nuestra realidad; y nos preguntamos qué conversión de mente, de corazón y de vida nos pide el Señor; la contemplación tiende a crear en nosotros una visión sapiencial, según Dios, de la realidad y a formar en nosotros “la mente de Cristo” (1 Co 2,16); pues la Palabra de Dios “es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón” (Hb 4,12). Así se llega a la acción, el momento de concretar lo que el Señor quiere que pongamos en práctica en nuestra vida.
Termina con una oración final de acción de gracias al Señor por esta lectio divina.
Sigamos el ejemplo de la Virgen María, que “conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón” (Lc 2,19; cf. 2,51). Oremos con y desde la Palabra de Dios. Ella irá moldeando nuestros criterios, valores, sentimientos, actitudes y conducta según la mente de Cristo.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón