La religiosidad popular cristiana
Queridos diocesanos:
En nuestro pueblo existe una rica religiosidad o piedad popular con múltiples y variadas manifestaciones en torno a Jesucristo, la Virgen María y los Santos. En la Navidad celebra la fe en el misterio del Dios hecho hombre con los belenes, los villancicos o la cabalgata de reyes. La Pasión y Muerte del Señor cobra una especial relevancia en la Semana Santa con las procesiones, el viacrucis o las representaciones de la Pasión. También celebra la Resurrección en las “procesiones del encuentro” con su Madre la Virgen María en la mañana de Pascua. La devoción a la Eucaristía tiene su expresión en la fiesta y la procesión del “Corpus Christi”. Existe entre nosotros también una profunda devoción a Santa María, la “Mare de Déu”, bajo las más diversas advocaciones, a la que se dedican novenas, procesiones, gozos, himnos y representaciones. También son objeto de devoción los santos, particularmente los patronos de las poblaciones, que se expresa en imágenes, reliquias, estampas, novenas, “gozos”, procesiones y libros piadosos.
Esta religiosidad está vinculada a algunos lugares santos. La geografía diocesana está poblada de ermitas y santuarios, verdaderos centros de piedad y de peregrinación, en los que los fieles buscan el encuentro con Dios. Muchas personas viven su religiosidad con el rezo, la ofrenda de flores, el encendido de una vela o el esfuerzo de peregrinar a un lugar. Finalmente, también gozan de gran aprecio el rezo de Rosario, del Ángelus y el Vía Crucis. Para promover esta gran variedad de actividades existen numerosas cofradías, hermandades, mayordomías y asociaciones.
Estas y otras manifestaciones de religiosidad popular son un tesoro que debemos conservar. Más allá del reconocimiento de algunas como fenómenos de interés turístico, todas ellas son, ante todo, manifestaciones de la fe cristiana de un pueblo. Esta religiosidad no puede ser considerada como algo primitivo o como una manifestación menos pura de la fe. Son expresiones legítimas de la fe cristiana y son válidas para el anuncio de Jesucristo y la transmisión de la fe cristiana.
La religiosidad popular es expresión de la búsqueda de Dios y de la fe cristiana de un pueblo de acuerdo con su idiosincrasia y su historia. Pablo VI escribió que “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer” (EN 48). Surge de la apertura a la Trascendencia, a Dios, propia de toda persona humana. En el ser humano y en los pueblos existe un hondo sentido de lo sagrado, que se expresa de diversas maneras, según las vivencias y la cultura propia del pueblo. La llamamos “popular” porque mediante ella el pueblo de Dios expresa su fe según los rasgos de la cultura propia de cada lugar; es una fe que se hecho cultura. En su origen es una expresión pública y compartida de la fe cristiana. Mediante ella el pueblo cristiano llano vive y expresa su relación con Dios, con la Virgen y con los Santos. Su fuente se encuentra en la presencia viva y activa del Espíritu de Dios en el organismo eclesial. Las formas auténticas de piedad popular son fruto del Espíritu Santo y deben ser consideradas como expresiones de la piedad de la Iglesia (Catecismo, 1674).
La religiosidad popular tiene, sin embargo, sus límites. Como todas las realidades cristianas no siempre está exenta de errores o desviaciones. A veces se puede quedar en un sentimiento pasajero o en lo superficial, y quedar vaciada de su verdadero sentido y fin. La piedad popular necesita también ser evangelizada, “para que la fe que expresa, llegue a ser un acto cada vez más maduro y auténtico” (Juan Pablo II).
Entre la liturgia y la piedad popular debe existir una relación armónica, sin olvidar que la primera tiene la primacía sobre la segunda. El Concilio Vaticano II afirma que la liturgia “es la forma más perfecta de expresar el culto hacia Dios”, pero “no abarca toda la vida espiritual” (SC 12). Las distintas formas de religiosidad popular complementan la vida litúrgica, pero nunca la igualan, ni la sustituyen. Los actos de religiosidad popular son auténticos cuando tienen en cuenta la sagrada liturgia, “derivan en cierto modo de ella y conducen al pueblo a ella” (Catecismo, 1675).
La piedad popular es válida para la evangelización. Muchas personas encuentran en ella una forma sencilla y más intuitiva de expresar su fe y de acercarse a la celebración litúrgica y a la integración más plena en la Iglesia. Sus celebraciones son ocasión propicia para el primer anuncio y para catequizar explicando el sentido de cada acción de religiosidad popular. Por eso hay que cuidarla para que lleven al encuentro con Cristo, y no se queden en el mero sentimiento o caigan en la superstición.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón