150 aniversario del nacimiento de Santa Genoveva Torres
HOMILÍA EN EL 150 º ANIVERSARIO DEL NACIMIENTO DE SANTA GENOVEVA
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Iglesia parroquial de los Santos Juanes, Almenara, 3 de enero de 2019
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(Ecco 2,7-13; Sal 90; Ga ó,14-18; Mt 25,31-40)
Hermanas y hermanos en el Señor Jesús!
1. El Señor nos convoca para celebrar esta Eucaristía en el 150 Aniversario del nacimiento de Santa Genoveva. A nuestra acción de gracias por el don del misterio pascual y de la Eucaristía unimos nuestra más ferviente y gozosa acción de gracias a Dios por el don de Santa Genoveva Torres Morales, por su santidad y por su obra, la Congregación de las Angélicas.
Desde Almenara, el pueblo que vio nacer a Santa Genoveva, cantamos y alabamos al Señor, que miró la humillación y sencillez de este ‘ángel de la soledad’, que la llenó con su gracia, que se convirtió en ella en itinerario espiritual de santidad: desde entonces Genoveva enriquece a nuestra Iglesia y se ha convertido en fermento evangélico en la Iglesia y en el mundo. A Dios, Uno y Trino, fuente y origen de todo bien y de todo don, alabamos y damos gracias por la humildad y entereza, por la fortaleza y la entrega, por la caridad y por la santidad de Genoveva.
Miramos el pasado con gratitud, y éste nos lleva a mirar presente y el futuro con esperanza. Porque sabemos bien de Quien nos hemos fiado y con el salmista decimos: “Refugio mío, alcázar mío, Dios mío, confío en ti” (Sal 90, 1).
2. Recordemos brevemente. Genoveva Torres Morales nació a esta vida aquí en Almenara el 3 de enero de 1870; al día siguiente renació a la vida de los hijos de Dios por el bautismo en esta iglesia parroquial de los Santos Juanes. Hija del matrimonio formado por Vicenta y José, del que nacieron otros cinco hijos, quedó huérfana de padre a la edad de un año y de madre a los ocho años. En tan sólo seis años vio morir a cuatro hermanos. Quedó sola al cuidado de su hermano mayor -de dieciocho años de edad-, y tuvo que hacer desde niña de “ama de casa”. A sus trece años tuvieron que amputarle una pierna de forma rudimentaria.
Desde entonces tendría que andar siempre con dos muletas. Hubo de ser asilada en la “Casa de la Misericordia” de Valencia completando allí su deficiente cultura y creciendo en su vida espiritual. Su discapacidad le impidió ser admitida en las “Carmelitas de la Caridad”, como era su deseo. Más tarde, a los veinticuatro años, unida a dos compañeras, fundó en Valencia, el 2 de febrero de 1991, la “Sociedad Angélica” para dar amparo a mujeres solas y para la adoración nocturna de la Eucaristía. Trasladada a Zaragoza, desde la Casa Madre de la Congregación en esta ciudad, su obra se extendió rápidamente por España y más allá de nuestras fronteras. De carácter afable y misericordioso, gobernó con sabiduría espiritual la obra fundada por ella que, con la aprobación pontificia, se denominó “Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles”. Muy devota de la Virgen, especialmente mediante el rezo del Rosario, tuvo por centro de su vida al Corazón de Jesús y la Eucaristía. Murió en Zaragoza el 5 de enero de 1956. El pueblo comenzó a invocarla con el título de “ángel de la soledad”. Fue beatificada por el Papa Juan Pablo II el 29 de enero de 1995. Y canonizada el 4 de mayo de 2003.
3. La historia de la Iglesia se nutre de numerosos testigos del amor entregado a Dios y a su voluntad, que se hace amor y entrega a los hermanos, en especial a los más necesitados, en quienes ven al mismo Cristo. Uno de estos testigos es Santa Genoveva. Mujer humilde, tanto por su origen como por su cultura, poseyó la ciencia del amor divino, aprendido en su intensa devoción al Corazón de Jesús. Ella solía repetir: “Todo lo vence el amor”. Este amor la movió a consagrar su vida al servicio de las mujeres que sufrían soledad, a remediar el desamparo y la necesidad en que se encontraban muchas de ellas, atendiéndolas material y espiritualmente en un verdadero hogar. Genoveva estaba siempre a su lado como un verdadero “ángel de la soledad”.
La soledad y el abandono, con sus consiguientes peligros, están entre los males más dolorosos de todas las épocas, también y en gran medida en nuestro tiempo. La soledad y el abandono los sufren no sólo las personas mayores, también niños, adolescentes, jóvenes y personas adultas. A estos males ellos quiso hacer frente Genoveva Torres. A ella le pedimos que interceda para que cuantos formamos esta Iglesia diocesana seamos sensibles para acompañar y mostrar la cercanía de Dios a través de la nuestra a quienes sufren soledad y abandono: a los pobres –sedientos y hambrientos-, enfermos, migrantes, encarcelados, descartados por la sociedad; viudas, hijos de familias desestructuradas, mujeres y hombres abandonados,… A ella le pedimos que vosotras, sus hijas, las Angélicas, fieles al carisma que ella recibió del Espíritu y os dejó en testamento, continuéis su obra imitando su ejemplo. Esta es vuestra razón de ser como Instituto y como religiosas Angélicas. No os aburgueséis; no os anquiloséis. Mirad a vuestro alrededor y avivad el carisma que habéis recibido.
Santa Genoveva fue instrumento de la ternura de Dios hacia las personas solas y necesitadas de amor, de consuelo y de cuidados en su cuerpo y en su espíritu. Lo que impulsaba su espíritu era la adoración reparadora de la Eucaristía, fundamento desde el que desplegaba su apostolado, lleno de humildad y de sencillez, de abnegación y de caridad. En la adoración eucarística, ella entraba en el corazón de Jesús: entraba en el amor de Cristo, un amor entregado hasta el extremo por la vida del mundo, por la vida de todos los hombres. Ella se sentía amada en el Amado. Un amor que la llevaba a la entrega de sí misma para darse, gastarse y desgastarse hasta la muerte por las mujeres solas y abandonadas y por vosotras, las Angélicas. En la Eucaristía, aprendía a conocer a las personas en su corazón, y a salir al encuentro de las necesitadas para llevarlas al amor de Cristo.
La Eucaristía estaba en el centro de su vocación y de su vida consagrada. En la Eucaristía, Genoveva se encontraba con el Señor, despojado de su gloria divina, humillado hasta la muerte en la cruz y entregado por cada uno de nosotros. Como para nuestra Santa, la Eucaristía debe ser para todos nosotros y, en especial, para vosotras, sus hijas, una escuela de vida, en la que aprendamos a entregar diariamente nuestra vida a Dios y a su voluntad, amando y sirviendo a los hermanos. Este es el camino de la santidad, hasta alcanzar la perfección en el amor. Día a día, hemos de aprender a desprenderos de nosotros mismos, a estar a disposición del Señor para lo que necesite de nosotros en cada momento. Sólo quien da su vida la encuentra y genera vida, esperanza y amor. Es la aparente paradoja de nuestra fe, de la cruz de Señor. Por eso debemos decir con san Pablo: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Ga 6, 14). Miremos y recemos a María, la virgen, como lo hacía Genoveva. María es la mujer eucarística; es decir, pura donación amorosa a la voluntad de Dios y, desde él, puro amor de entrega a la humanidad.
4. Al celebrar este 150º Aniversario del nacimiento de Santa Genoveva pedimos a Dios para nuestra Iglesia diocesana la gracia de la renovación espiritual para caminar por las sendas de la santidad, como lo supo hacer esta primera santa de Segorbe-Castellón. Como la conversión, también la renovación debe ser algo permanente en la vida de todo cristiano de toda comunidad cristiana, de nuestra Iglesia diocesana. Para vosotras, queridas hermanas, se trata de vivir con fidelidad evangélica vuestro carisma fundacional como consagradas al Señor. Y ¿dónde mejor podremos encontrar la fuente de nuestra renovación que en el encuentro con el Señor Eucaristía, como Genoveva? En la adoración eucarística y en la escucha atenta y dócil de la Palabra siguiendo a nuestra Santa y vuestra Fundadora podremos dar también respuesta a las nuevas soledades de nuestro tiempo. No olvidemos que la santidad es el camino fundamental de la renovación espiritual, que necesita nuestra Iglesia, nuestras comunidades y vuestro Instituto. El Señor os invita y llama, queridas hermanas, a vivir con radicalidad vuestra consagración a Dios. Unidas al Niño-Dios que se nos ha dado en Belén seréis luz que alumbre las tinieblas de nuestro mundo y testigos de alegría y esperanza para la mujer de hoy. Vivid sencillamente lo que sois: signo perenne de la vocación más íntima de la Iglesia, recuerdo permanente de Dios compasivo y misericordioso y de que todos estamos llamados a la santidad, a la comunión en el amor de Dios. Que la Virgen Maria, fiel y obediente esclava del Señor, y que Santa Genoveva, “ángel de la soledad” nos guíen, ayuden y protejan a todos en nuestro caminar. Amén.
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón