Queridos diocesanos:
Nuestra Iglesia diocesana se dispone a iniciar un proceso ‘sinodal’ de oración y reflexión para preparar el Año Jubilar diocesano y discernir juntos los caminos para la misión hoy. Es un tiempo de gracia en el que el Señor nos llama a dejarnos purificar y renovar espiritual y pastoralmente. Como a los Apóstoles, Jesús nos convoca a estar con Él y escucharle para enviarnos a evangelizar. El encuentro con Cristo será fuente de alegría y avivará nuestra condición de bautizados, llamados a ser discípulos misioneros del Señor, cada cual según su vocación y ministerio. Y desde este encuentro se irá generando, con la ayuda del Espíritu Santo, una Iglesia de discípulos misioneros del Señor y viviremos “en estado permanente de misión”.
Son muchos los lugares y ámbitos donde el Señor viene a nuestro encuentro: en la escucha orante de su Palabra, en los sacramentos, de modo especial en la Eucaristía y la Penitencia, en la oración personal y comunitaria, en la escucha de los hombres y mujeres de hoy, y, en especial, en los hambrientos y sedientos, en los enfermos y encarcelados. También en las distintas expresiones de la piedad popular, como el rezo del santo Rosario, el Señor sale a nuestro encuentro. Es bueno recordarlo al comienzo del mes de octubre, mes misionero y mes de la Virgen del Rosario.
No cabe duda que el rezo sosegado y devoto del Rosario, hecho en compañía y a ejemplo de María, nos conduce al encuentro con Cristo, nos ayuda a contemplar su rostro, y así a conocerle, amarle y seguirle. Recitar el Rosario, nos dijo San Juan Pablo II, es “en realidad contemplar con María el rostro de Cristo”. Y en palabras del papa Francisco, “el Rosario es una síntesis de los misterios de Cristo: los contemplamos junto a María, que nos dona su mirada de fe y de amor”.
En efecto; el Rosario, la oración de los sencillos y de los santos, cuando es rezado con atención, fe y devoción nos lleva a Cristo, al encuentro con su Persona, con sus palabras y con sus obras de Salvación. Los misterios de gozo y de luz, de dolor y de gloria del Rosario son una síntesis del Evangelio. A través de su contemplación llegamos a la Persona misma de Jesucristo. Su rezo se encuadra en el camino espiritual de nuestra Iglesia diocesana, llamada a ser una comunidad evangelizada y evangelizadora con la mirada, la mente y el corazón puestos en el Señor Jesús. Si nuestras parroquias quieren ser presencia viva de Jesús y de su Evangelio en el pueblo o en el barrio, hemos de volver nuestra mirada a Jesús, reencontrarnos con El, contemplar su rostro, para así conocer, amar, seguir y anunciar a Cristo y el Evangelio.
Así pues, el rezo del Rosario, lejos de alejarnos de Cristo, nos lleva a Él. El Rosario es una oración de marcado carácter mariano; pero, como siempre, María nos lleva a Cristo; de manos de la Madre vamos a su Hijo. Así, centrados en Cristo, en el rezo del Rosario podemos aprender de María a contemplar la belleza del rostro de su Hijo y a experimentar la hondura de su amor desde la profundidad de todo el mensaje evangélico. Porque el Rosario se nutre directamente de las fuentes del Evangelio. No sólo los misterios de gozo y de luz, de dolor o de gloria, sino también sus oraciones principales -el Padrenuestro, el Ave María y el Gloria- están tomadas directamente del Evangelio. En verdad: el Rosario es un verdadero ‘compendio del Evangelio’, como ya dijeron Pío XII y San Pablo VI. El rezo del Rosario se convierte así en medio para el primer anuncio del Evangelio.
El Rosario es además fuente de gracias abundantes. Su rezo sosegado, tranquilo y devoto nos abre y dispone a la gracia de Dios. Es fuente de comunión con Dios mediante la comunión vital con Cristo en la contemplación de los misterios. Y es fuente de comunión con los hermanos en Cristo, al ofrecer su rezo por alguna necesidad propia o ajena, de personas cercanas o desconocidas, de las familias, de la sociedad, de la humanidad o de la Iglesia. Peticiones todas ellas que, si son sinceras, irán unidas necesariamente al compromiso efectivo con lo que pedimos.
Recemos el santo Rosario en privado o en grupo, en las parroquias, en las comunidades y en las familias. Evitemos su rezo mecánico y distraído. En estos momentos y durante este mes pidamos de modo especial a Dios de manos de la Virgen María por la renovación espiritual y misionera de nuestra Iglesia diocesana en sus miembros y comunidades. Que Dios nos conceda la gracia de abrirnos a la acción del Espíritu Santo para crecer en comunión y salir con alegría a la misión.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón