“Corazones fervientes, pies en camino”
Queridos diocesanos:
El próximo domingo, 22 de octubre, celebramos la Jornada Mundial de las Misiones, el Domund, bajo el lema Corazones fervientes, pies en camino. Cada año, este día constituye una ocasión privilegiada para recordar, orar y ayudar con nuestra generosa aportación económica a los misioneros en los ‘países de misión’.
Esta Jornada quiere también ayudarnos a todos los cristianos a tomar conciencia de que el Señor nos llama a ser sus discípulos misioneros, en todas partes, allá donde nos encontremos, también entre nosotros. Como Iglesia hemos sido convocados por Jesús para ser enviados a la misión; esta es nuestra razón de ser, nuestra dicha y nuestro gozo. Al despedirse de sus Apóstoles, Jesús les dijo: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15). Estas palabras de Jesús atañen a todos los bautizados de todos los tiempos (San Juan Pablo II, Redemptoris Missio, n. 2).
En su Mensaje para esta Jornada, el papa Francisco nos exhorta de nuevo a la necesaria y urgente conversión misionera de toda la Iglesia, sirviéndose del pasaje de los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35). Aquellos dos discípulos se alejaban de Jerusalén y caminaban tristes a causa de la muerte de Jesús. Ante el aparente fracaso del Maestro crucificado, su esperanza de que Él fuese el Mesías se había derrumbado. No se habían encontrado aún con Cristo resucitado. Tampoco daban crédito a las mujeres de su grupo que decían que el sepulcro estaba vacío y que Jesús estaba vivo. De repente, Jesús en persona se pone a caminar con ellos, les pregunta sobre su conversación y comienza a explicarles lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegados a la aldea, los dos discípulos invitan a Jesús a entrar en la posada. Ya a la mesa, Jesús tomó el pan, lo bendijo y lo partió. Sus ojos se abrieron entonces y lo reconocieron en la fracción del pan. Jesús renueva ante los dos comensales el signo de la multiplicación de los panes y sobre todo el de la Eucaristía. Pero precisamente en el momento en el que reconocen a Jesús “Él había desaparecido de su vista”. Se habían encontrado con Jesús resucitado. Y, aunque ya era de noche, volvieron a prisa a Jerusalén para contar a los Apóstoles lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
“Aquellos dos discípulos –escribe el Papa- estaban confundidos y desilusionados, pero el encuentro con Cristo en la Palabra y en el Pan partido encendió su entusiasmo para volver a ponerse en camino hacia Jerusalén y anunciar que el Señor había resucitado verdaderamente”. Este pasaje traza el itinerario de todo discípulo misionero para renovar su ardor para anunciar en el mundo actual a Jesucristo, muerto y resucitado para que todo el que crea en Él tenga vida eterna. Este itinerario es el encuentro personal con Cristo Vivo en la Palabra de Dios y en la Eucaristía para salir de nuevo con alegría y esperanza a la misión. Este encuentro es la base y la fuente para la conversión misionera de nuestra Iglesia.
Como a aquellos dos discípulos, también a nosotros nos invade con frecuencia la tristeza porque dudamos que Cristo ha resucitado, y está vivo y presente en medio de nosotros. Con frecuencia nos atenaza el desánimo ante la aparente ineficacia de nuestra acción evangelizadora en un contexto de increencia e indiferencia, y de alejamiento de la Iglesia y el enfriamiento de tantos bautizados. Este contexto nos desconcierta y no encontramos el modo de anunciar el Evangelio al hombre y la mujer de hoy.
Hoy como entonces, el Señor resucitado sale a nuestro encuentro y camina con nosotros, especialmente cuando nos sentimos perdidos y desanimados. Como entonces Jesús nos habla en la Palabra de Dios para que se encienda nuestro corazón. Jesús es la Palabra viviente, la única que puede abrasar, iluminar y trasformar el corazón. Leamos con atención la Sagrada Escritura; escuchemos al Señor resucitado que nos explica su sentido. Dejemos que Él encienda nuestro corazón, nos ilumine y nos trasforme.
Hoy como entonces, Jesús sale a nuestro encuentro de un modo único en la Eucaristía, en el Pan partido y compartido con nosotros, sus discípulos de hoy. El se hace nuestro alimento nos atrae a sí y nos une a él y a los hermanos, para encender nuestros corazones todavía más, impulsándonos a retomar el camino sin demora para comunicar a todos la experiencia única del encuentro con el Resucitado.
En este día del Domund tenemos especialmente presentes en nuestra oración a tantos misioneros y misioneras. Mostremos también nuestra solidaridad fraterna con nuestra generosa aportación económica en la colecta de este día.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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