Amar al migrante y refugiado
Queridos diocesanos:
En este curso pastoral, dedicado a la caridad y a la justicia social, hemos de prestar especial atención a los migrantes y los refugiados. Dios nos llama a abrir nuestro corazón a su amor para dejarnos transformar y poder así ser signos eficaces de su amor, ofrecido en Cristo. Dios quiere llegar a todos; quienes acogen el abrazo amoroso del Padre quedan trasformados en manos que se abren a otros para que también ellos experimenten la cercanía amorosa de Dios: sea quien fuere, en este abrazo fraterno debe saberse amado como hijo de Dios y sentirse ‘en casa’ en la única familia humana.
Con este deseo celebraremos la Jornada Mundial de los migrantes y refugiados, el domingo, día 27. Nuestra Iglesia diocesana, sus miembros y sus comunidades, estamos llamados a celebrar esta Jornada e invitados a participar en la Misa en la Concatedral de Santa María de Castellón, a las 19:00 horas. Es una celebración no sólo para los migrantes y refugiados, sino para toda nuestra Iglesia diocesana.
El lema de este año, “como Jesucristo, obligados a huir”, nos recuerda que, en la huida a Egipto, el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica condición de migrante, desplazado y refugiado. Hoy también son miles las personas que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias. Jesús está presente en cada uno de ellos, obligados como Él a huir para salvarse. Estamos llamados a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos interpela (cf. Mt 25,31-46). Si lo reconocemos, seremos nosotros quienes le agradeceremos haberlo conocido, amado y servido.
Como Iglesia y como cristianos estamos llamados por Jesús a acoger, proteger, promover e integrar a quienes por una razón u otra se ven obligados a salir o incluso a huir de su patria. Nuestra respuesta no puede ser otra que la que nos muestra Jesús en el Evangelio. Esto comienza por sentir verdadera compasión ante los miles de personas, que huyen ante la guerra y la persecución, o que tienen que buscar una vida más digna lejos de su país. No nos pueden ser indiferentes. No podemos habituarnos a su sufrimiento y a su precariedad. Hacerlo sería entrar en el camino de la complicidad.
Ante tantas personas afectadas por el fenómeno migratorio es necesario examinar sus causas y analizar los problemas de estos hermanos desde el punto de vista humano, económico, político, social y pastoral. Nos urge repensar nuestras actitudes personales, eclesiales, sociales y políticas, y redoblar nuestro compromiso real y efectivo con los emigrantes, los refugiados y sus familias, y en especial con los que llegan hasta a nosotros. No es un fenómeno más; no se trata de números; son ante todo personas con la misma dignidad sagrada que los autóctonos. Ellos nos interpelan en nuestro modo tradicional de vivir; a veces se encuentran por nuestra parte con sospechas, temores y prejuicios que hemos de analizar y superar. Como personas humanas que son, los migrantes y refugiados se merecen acogida, respeto y estima; ellos, a su vez, han de respetar y reconocer el patrimonio material y espiritual del país que los hospeda.
Entre todos hemos de fomentar actitudes y comportamientos de acogida, de encuentro y de dialogo. Jesús nos dice“fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35); Jesús se identifica así con la persona del emigrante y refugiado; y nos llama a su acogida, como si de Él mismo se tratara. Cada uno de nosotros es responsable de su prójimo.
Como nos recuerda el papa Francisco en su Mensaje de este año, es necesario conocer a estas personas y su historia personal y familiar para poder comprenderlas; y Jesús nos exhorta a hacernos su prójimo como el Samaritano para poder servirlas. En ellos, el Señor viene a nuestro encuentro; son su presencia viviente en nuestras vidas.
Jesús nos llama de forma apremiante a hacernos próximos, a mostrarles nuestra cercanía real y cordial, a valorarlos en su bondad propia y en su modo de vivir la fe, a reconocer su belleza, que está más allá de su apariencia, a no utilizarlos para intereses personales o políticos, y a trabajar para que sea reconocida su dignidad humana tantas veces negada. Acogerlos y amarlos es acoger y amar a Jesús mismo en persona.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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