Octubre, mes del Rosario
Queridos diocesanos:
El mes de octubre es el mes del Rosario. Hay quien piensa que su rezo es algo trasnochado, quizá por la forma rutinaria, distraída y superficial con que a veces se hace. Cierto que hay que mejorar su rezo, pero nunca dejarlo de rezar, en particular, en comunidad o en familia. Porque su rezo sosegado y atento es una oración que nos lleva a Cristo y a contemplar de manos de Maria el rostro de su Hijo: es una oración eminentemente cristológica.
El Rosario es además una oración sencilla y profundamente evangélica: es un ‘compendio de todo el Evangelio’ (Pío XII). Rezado con fe, devoción y atención nos lleva a conocer a Cristo, sus palabras y sus obras salvadoras a través de los misterios de gozo y de luz, de dolor y de gloria. Desde los misterios del Rosario llegamos al Misterio del Hijo de Dios, encarnado, muerto y resucitado para la Vida del mundo. El rezo del Rosario, bien hecho, es anuncio de Cristo Vivo y nos lleva al encuentro personal y comunitario con Él. Con la Virgen María podemos aprender a contemplar y experimentar la hondura y la anchura del amor de Cristo desde todo el Evangelio. Las mismas oraciones principales están tomadas del Evangelio: el Padrenuestro, la oración que Jesús enseño y mandó hacer a sus discípulos; el Avemaría, con que saludamos a la Virgen con las palabras del ángel Gabriel y de su prima Isabel, y pedimos su intercesión en el presente y en el paso definitivo a la vida eterna. Al finalizar cada misterio, invocamos y alabamos a Dios Uno y Trino, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
El Rosario es fuente de gracia y de santidad para todos. Nos abre y dispone a la gracia de Dios. Es fuente de comunión con Dios mediante la comunión con Cristo en la contemplación de sus misterios; y es fuente de comunión con los hermanos en Cristo al ofrecer su rezo por alguna necesidad propia o ajena.
El Rosario se encuadra perfectamente en el camino espiritual de nuestra Iglesia diocesana, llamada a ser misionera con la mirada y el corazón puestos en el Señor. Nuestra principal tarea en este curso se centra en el Primer Anuncio. Es decir, en anunciar con obras y palabras a Cristo Vivo, que ha muerto y resucitado para que todo el que crea en Él tenga vida en plenitud, la vida eterna. Un Anuncio que invite a cada persona a encontrarse o reencontrase con el amor de Dios, manifestado y ofrecido en Jesucristo; un encuentro que mueva a establecer o fortalecer una relación personal con Cristo Vivo y a orientar la vida según el Evangelio en el seno de la comunidad de los creyentes. Entre todos los bautizados hemos de promoverlo mediante la manifestación explícita de la fe y el anuncio del Evangelio para facilitar a todos el encuentro personal, transformador, liberador y salvador con Cristo.
El Primer Anuncio ha de hacerse a todos, también a creyentes y practicantes. Es el fundamento de la vida de todo bautizado: es el anuncio que siempre hay que volver a escuchar de una forma o de otra a lo largo de la vida de todo cristiano. La base indispensable para ser cristiano es el bautismo, por el que renacemos a la Vida misma de Dios; pero esta nueva Vida pide ser acogida y vivida en el encuentro personal con el Señor resucitado, que vaya transformando el corazón y lleve a una adhesión de mente, de corazón y de vida a Cristo y su Evangelio.
El papa Francisco, citando a Benedicto XVI, nos recuerda: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (EG 7). Este encuentro personal con Cristo no se da de una vez para siempre, sino que hay que mantenerlo vivo día a día para que no decaiga nuestra condición de bautizados, llamados a ser discípulos misioneros del Señor, cada cual según su vocación, ministerio y carisma: como presbíteros, diáconos, religiosos o seglares, matrimonios o familias cristianas. Este encuentro personal con Cristo vivo irá generando, con la ayuda del Espíritu Santo, comunidades de discípulos misioneros que ayuden a otros a su encuentro con Cristo Vivo.
Son muchos los lugares y ámbitos donde Cristo Vivo es anunciado y sale a nuestro encuentro. Especialmente en la lectura y proclamación de su Palabra, de modo único en la Eucaristía, en la oración personal y comunitaria, en cada hombre y en cada acontecimiento, y en las distintas expresiones de la piedad popular, entre las que destaca el Rosario. Recuperemos su rezo en privado, en comunidad y en las familias.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón