HOMILIA EN LA CORONACIÓN CANÓNICA Y PONTIFICIA DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA
Y DE SU DECLARACION COMO PATRONA DE LA VILLA DE ALTURA
Iglesia Parroquial de Altura, 16 de Julio de 2017
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Hermanas y hermanos todos en el Señor:
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1, 28). Con estas palabras del Arcángel Gabriel saludamos esta mañana con verdadera alegría y afecto de hijos a María, Nuestra Señora de Gracia. Y con sus mismas palabras, antes de nada, damos gracias a Dios y proclamamos la grandeza del Señor, porque ha hecho grandes maravillas en María, la Virgen, y través de ella en nosotros, como madre y medianera de la gracia que es. Con estos sentimientos de gratitud y de alegría nos disponemos a coronar esta mañana su imagen y a declararla patrona de esta querida Villa de Altura, en nombre del Santo Padre, Francisco. Se cumple así un deseo, desde hace años anhelado, de vuestra comunidad parroquial, de la Cofradía Virgen de Gracia, y del pueblo de Altura. Queremos así conmemorar la construcción de la primera Capilla en su honor en 1517. Agradecemos de corazón al Santo Padre la gracia, que nos ha concedido; una vez más le expresamos nuestro afecto filial y nuestra cordial comunión a Él que nos preside en la fe y en la caridad. Gracias Santo Padre.
Saludo de corazón a todos cuantos os habéis unido a esta celebración: al Sr. Párroco de Altura, D. Juan Manuel Gallent, y a los sacerdotes concelebrantes. Saludo también con afecto y respeto a las autoridades civiles, al Sr. Alcalde y a los miembros de la Corporación Municipal, a la Junta directiva de la Cofradía Virgen de Gracia, y al Consejo Provincial de las Hermanas Terciarias Capuchinas.
La historia de esta querida Villa de Altura es impensable sin la Virgen de Gracia. Desde hace más de cinco siglos, la Virgen de Gracia está presente y ha ido entretejiendo la vida de vuestro pueblo y la historia de sus hombres y mujeres, en sus momentos de alegría y en los momentos de dolor. A ella se han dirigido y se dirigen siempre los alturanos con verdadera fe y devoción: en la necesidad para rogarle su intercesión maternal y en la bonanza para darle gracias por los beneficios obtenidos.
Desde que Altura sintió la presencia del amor maternal de la Virgen de Gracia, se ha mantenido fiel hasta el día de hoy en su devoción hacia ella: así lo muestra la celebración de la Santa Misa de los sábados a primeras hora de la mañana, la construcción de este camarín, las fiestas y los homenajes en su honor, y tantos gestos de amor entrañable hacia ella. Son tantos los consuelos y favores que habéis recibido y experimentado de manos de la Virgen, que vuestra Villa «le ha jurado por siempre amar».
Desde los inicios del culto a la Santísima Virgen de Gracia allá por 1517, la habéis tenido por «Patrona de la Villa de Altura», aunque no constase que hubiera sido proclamada como tal. A partir de hoy lo haréis con mayor razón y fundamento. Además hoy coronaremos su imagen, para mostrar que la queréis tener también como Reina.
Pero ¿qué significa tener como Patrona a la Virgen de Gracia? ¿Y por qué coronamos su imagen? La declaramos Patrona porque la consideramos y la queremos tener como protectora y guía en nuestra vida personal, familiar y social. Al coronar su imagen reconocemos a la Virgen de Gracia, como nuestra Reina y queremos que reine en nuestro corazón. Y lo hacemos porque creemos que es la Madre de Hijo de Dios, el Rey mesiánico, cuyo reino no tendrá fin (cfr. Lc 1, 33). Porque reconocemos que ella es la llena de gracia de Dios, que está unida íntimamente a Cristo y asociada a la obra redentora de su Hijo, y así nos lleva a la fuente de la Gracia (cfr. Jn 19, 26-27). Y, finalmente, a María la proclamamos Reina, porque ya participa plenamente de la gloria de su Hijo en cuerpo y alma: ella ha recibido ya la corona merecida (cfr. 2Tm 4,8), la corona de gloria que no se marchita: María es así esperanza nuestra (cfr. 1Pe 5, 4). Ella es la Señora y Reina de todo lo creado.
La Virgen de Gracia es Madre de Dios y Madre nuestra, la Madre de la Iglesia y la Madre de todos los creyentes; es la Madre que nos acompaña con su protección maternal a los creyentes de todos los tiempos en nuestro peregrinaje por los caminos de la historia. Generación tras generación, los creyentes experimentamos su protección maternal; por ello la invocamos con confianza, la llamamos bendita entre todas las mujeres y la proclamamos Reina.
Pero no podemos separar a María de Dios ni de su Hijo. Ella guía nuestros pasos hacia Dios y dirige nuestra mirada hacia su Hijo.
La grandeza y realeza de la Virgen de Gracia radican en ser la criatura elegida por Dios para ser Madre de su Unigénito, el Mesías y Rey. El Hijo de tu vientre le dice el Ángel “será grande, se llamará hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 30). Los cristianos sabemos bien que María no es una deidad. María es la Hija amada del Padre, la más grande de las mujeres de la tierra, la más excelsa de las criaturas, pero es una criatura, no una diosa.
Ella supo responder con todo su ser a la elección amorosa y gratuita de Dios. Gracias a María, gracias a su fe y confianza en Dios, gracias a su esperanza en el cumplimiento de las palabras del Ángel y gracias a su gran amor, se ha podido realizar el acontecimiento central y decisivo en la historia de la humanidad. Con María se abre la puerta de la restauración humana. Por el ‘fiat’ de María, por la Encarnación del Hijo de Dios en su seno virginal, Dios ha venido a nosotros, Dios ha entrado en nuestra historia, Dios se ha hecho el Dios con nosotros, el Dios que camina a nuestro lado.
Gracias a María, la Palabra de Dios se ha hecho hombre en su seno por obra del Espíritu Santo; en su Hijo, Dios nos comunica su misma Vida y la Verdad última y definitiva de Dios sobre sí mismo, sobre la creación y sobre el hombre: en Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre en el seno de María, Dios nos muestra que Él es amor, que nos ama a cada uno, que ama a este nuestro mundo, que conduce nuestra historia y la del mundo entero. No caminamos hacia la destrucción o la nada. Nuestra meta no está en el disfrute de lo efímero de las cosas, sino en Dios. Dios, que es amor, llama al hombre a la vida para hacerle partícipe de su misma vida, que es vida sin fin, que es felicidad plena. En el Verbo de Dios encarnado, Dios mismo se ha unido definitivamente al hombre y a todo hombre para hacernos partícipes de la misma Vida de Dios; por su muerte y resurrección nos ha liberado de esclavitud del pecado y de la muerte, y nos ha devuelto la Vida. Jesús de Nazaret, el Hijo de María, es el Camino hacia Dios y los hermanos; El es la Verdad plena sobre el mismo hombre; El es la Vida para el mundo.
Por esto, nos preguntamos ¿qué significa para nosotros declarar patrona a la Virgen de Gracia y coronar su imagen? ¿Es un acto bello y solemne, histórico –como leía ayer? O ¿es algo más, bastante más? No nos quedemos en lo externo y superficial. Si la proclamamos Reina debería ser porque queremos que ella reine en nuestro corazón, en nuestras familias, en nuestras comunidades parroquiales, en nuestro pueblo. Por ello este acto es una ocasión privilegiada para volver nuestra mirada Dios, a Jesucristo, Redentor de todos los hombres y el único en el que podemos ser salvos, el único que tiene palabras de vida eterna.
La imagen de la Virgen de Gracia tiene en su brazo a su Hijo. Acudimos a Ella porque brilla en nuestro camino, como signo de consuelo y de esperanza. Todo su gozo, gozo de madre nuestra, está en darnos a Cristo, en llevarnos a Jesús. En el fondo no se acude a María si no es para encontrar en Ella a Cristo Jesús y su salvación. Quien se acerca a María, se acerca también al Salvador. Es preciso que cada uno de los cristianos demos un gran paso y nos encontremos con Jesucristo, lo conozcamos, lo acojamos en nuestra vida, lo amemos, lo sigamos. Es necesario, mis queridos hermanos y hermanas, que abramos de par en par nuestro corazón a ese niño que la Virgen nos muestra y ofrece: a Cristo, al Hijo de Dios, al Enmanuel, Dios-con-nosotros, al Hijo de María. El es la Palabra de Dios, que, encarnándose, renueva todo; él, verdadero Dios y verdadero hombre, el Señor del universo, es también Señor de nuestra historia, el principio y el fin de toda ella.
Esta persuasión y certeza es el eje sobre el que se debe articular nuestra vida personal, familiar y comunitaria. Mirar a Jesucristo, encontrarnos con Él, identificarnos con Él, conocerle, amarle, seguirle, poner todo en relación con Él, hacer que Él esté en el centro, y que Él dé vida e ilumine todo: ése es precisamente el sentido de nuestro existir cristiano. El camino de la necesaria renovación de la Iglesia, de nuestras comunidades, de nuestras familias y de cada uno de nosotros no puede ser otro que Cristo y nuestra conversión a Él y a su Evangelio. Madre Teresa de Calcuta fue preguntada por donde debía comenzar el cambio de la Iglesia: “Por Ud. y por mi”, contestó. Necesitamos cambiar nuestra mente y nuestro corazón para pensar, sentir y obrar según Dios como ocurre en María. ¿No es verdad que nuestra mente y nuestro corazón con demasiada frecuencia se han adaptado a los criterios del mundo alejado de Dios, se han secularizado?
De manos de María hemos de volver a la escuela de Cristo para hallar el verdadero, el pleno, el profundo sentido de palabras como paz, amor, justicia, libertad. Se hace urgente, mis queridos hermanos, un continuo esfuerzo por volver a Cristo, para que podamos tener el valor de decir sí a la vida, al respeto de la dignidad de todo ser humano, a la familia, fundada en el verdadero matrimonio, a una educación cristiana de nuestros hijos y de nuestros jóvenes, al trabajo honrado para todos, al sacrificio intenso para promover el bien común. Necesitamos volver a esta escuela de Cristo, que es conocimiento de Él, que es escucha de su palabra, que es trato de amistad con Él, para convertirnos a Dios, para poder decirle sí a Cristo, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Para edificar la nueva civilización del amor, sólo existe un camino: ponerse a la escucha de Cristo de manos de María, que nos dice “Haced lo que Él os diga”: dejémonos empapar por la fuerza de palabra y por su gracia; volvamos a la escuela de Cristo.
Miremos, una vez más, a la Virgen de Gracia. La Virgen, unida estrechamente a su Hijo Jesús, señala la senda que ha de seguir el cristiano tras su Señor. Una verdadera devoción a la Virgen llevará consigo una constante voluntad de seguir sus huellas en el modo de seguir a Jesús, su Hijo y Señor. María dedicada constantemente a su Hijo, se nos propone a todos como modelo de fe, como modelo de existencia que mira constantemente a Jesucristo. Como María, el cristiano se abandona confiado y esperanzado en las manos de Dios, vive dichoso, como ella, de la fe: nada hay tan apreciable como la fe que se traduce en amor a Dios y a los hermanos, en especial a los más pobres y necesitados. Que vuestra caridad hacia los necesitados se muestre en la generosidad en la colecta para destinarla a los más pobres a través de las Hermanas Terciarias Capuchinas.
Que la Virgen de Gracia os ayude a permanecer firmes en la fe y en la vida cristiana a los niños y a los jóvenes, a los matrimonios y a las familias de Altura. Que la Virgen de Gracia, vuestra Patrona, a quien a partir de hoy el pueblo fiel de Altura proclamará Reina, reine en vuestros corazones. Amén.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón