La casa y capilla de Santa Lucía de Segorbe.
Un lugar de breve descanso espiritual para el viajero en la ruta del Camino Real
Pocas cosas caben añadir a la historia e influencias de la ruta del Camino Real entre Valencia y Aragón a su paso por la Diócesis de Segorbe-Castellón («Nacer y despoblar», Imán, 2022). Como bien se sabe por las fuentes y testimonios de los siglos pasados, aquel intenso transitar de viajeros no estaba exento de peligros, sobre todo a partir de las cuestas del Ragudo y Serranía de El Toro, donde los salteadores y bandoleros campaban a sus anchas a caballo entre ambos reinos, ocultándose en los frondosos bosques y en las alturas de aquellos territorios limítrofes.
A lo largo de aquellos caminos, además de pueblos colindantes y localidades como Segorbe y Jérica, por cuyo casco urbano se adentraba la ruta desde tiempos del rey Don Jaime, los peregrinos y transeúntes hacían parada y fonda en diversas Ventas, Posadas, Albergues o Ermitorios, donde recuperar fuerzas con un plato caliente o echar un sueño reparador antes de enfrentarse a las tremendas cuestas que, a partir de Viver, esperaban amenazantes en el horizonte. Entre todos los servicios ofrecidos a aquellos sufridos caminantes estaban los espirituales pues, a lo largo de la calzada, se alzaban diversas capillas donde detenerse a desatarse las sandalias, rezar, confesarse, escuchar misa por el capellán de la ciudad, acompañar al Señor y calentarse ante el fuego encendido por el ermitaño antes de emprender el viaje.
Desde la entrada en territorio diocesano, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XVII, aparte de la sucesión de conventos que habían ido alzándose a orillas de la carretera (Franciscanos, Mínimos, Mercedarios, Capuchinos, Agustinos, Dominicos, etc.), la primera de estas pequeñas «estaciones» de descanso espiritual era la capilla de Santa Lucía que, mantenida de aquellas maneras por el Concejo de Segorbe de la época, -por eso no parece reflejado en las visitas pastorales-, precedía a otras muchas que, más adelante, tenían la puerta abierta para todos aquellos que emprendían el peligroso periplo de tomar este complicado itinerario, como San Francisco Javier de Soneja, Nª Sª de los Ángeles en Viver, Virgen de Vallada en Pina o San Roque en Barracas, entre otras.
Muy pocas noticias tenemos de la primitiva ermita de Santa Lucía en el término de la ciudad de Segorbe, emplazada cerca del barranco y antiguo acueducto del mismo nombre, junto al Camino Real y enfrente, visualmente, de la localidad de Sot de Ferrer. Un conjunto actualmente en estado de ruinas que, en el pasado, constituyó uno de los focos devocionales locales más populares de este entorno del Palancia.
La primera anotación o referencia histórica que actualmente conocemos de la existencia de la ermita, se remonta al 4 de junio de 1696, en la que Gracia Aznar, esposa de Miguel Aguilar, en un documento del notario Diego Bover (ACS, 1114), otorga unos poderes, presentándose como «habitante en la cassa y Hermita de Santa Luçía término de la Ciudad de Segorbe y Reyno de Valencia». Es un pequeño y humilde templo de cuatro tramos interiores divididos por tres arcos de ladrillo enlucido, de fábrica en adobe y ladrillo muy pobre, reflejo de los pocos recursos que a lo largo de su historia recibió, siempre en mal estado y necesitada de arreglos.
Era un ermitorio que solía arrendarse trienalmente con 30 libras, junto con su terreno de cultivo de viña y algarrobos. No obstante, sabemos por los acuerdos municipales de 29 de enero de 1725 (Borja, 2019), que el pequeño oratorio, propio de la ciudad, ya amenazaba ruina, por lo que se pedía presupuesto para su arreglo. Cuestión que se retomó en septiembre, solicitando presupuesto de la reparación al maestro albañil Dionisio Monzón, cuestión que se le volvía a reiterar en noviembre. Será en 1728 cuando se realiza el pago de la obra de intervención, de 12 libras, 12 sueldo y 6 dineros. Unos trabajos mínimos de mantenimiento que, a duras penas, se vinieron realizando durante ese siglo.
No obstante, con la constitución de la Junta de Propios y Arbitrios en Segorbe (1762), centralizando la gestión local bajo el Consejo de Castilla y controlando desde la Corona lo que había sido una administración local deficiente, se intentó reflotar el disminuido papel social del ermitorio, subiendo el arriendo a 100 libras. Sin embargo, la obra de una nueva Venta a instancias del barón de Soneja y, por lo tanto, rival directo, conllevó la realización de obras de mejora en Santa Lucía para atención a los viajeros, entre ellas la realización de unos corrales.
Tras la «Guerra del Francés», a pesar de los sucesivos arrendamientos, el ermitorio entró en declive progresivo, presentando una ruina inminente ya en 1843, viendo las autoridades un exceso de inversión para una compensación futura negativa de lo invertido. En 1852, además, la construcción había sido expoliada de vigas, tejas y piedra. Un lugar, sin duda, poco presentable, si tenemos en cuenta que allí, anualmente, se celebraba la fiesta de la feria, con asistencia oficial del Ayuntamiento, representantes de la Diócesis y los fieles de la zona al completo. Una circunstancia que obligó al consistorio a aprobar la realización de una reparación rápida de casa y ermita, venta y posada, a instancias del sacerdote que la atendía. Además, desde 1856, la anexa casa del ermitaño se había convertido en Cuartel de la Guardia Civil, sirviendo de Lazareto en la epidemia de 1884. Un arreglo que duró poco pues, en 1885, ya estaba muy deteriorada y en 1886, ocupada clandestinamente.
En sus inmediaciones se celebraba la popularísima festividad de Santa Lucía el 12 de diciembre, documentada desde 1812, recién concluida la Guerra de la Independencia, que en Segorbe tuvo hasta mediados del siglo pasado una fecha destacada en el calendario con la celebración del llamado «Porrat de Santa Lucía» -con paradas, casetas y actos religiosos-, especie de feria que después de la Purísima se celebraba varios días en la ermita y caserío de su nombre, frente a las localidades de Soneja y Sot de Ferrer.
«Para Santa Lucía, acorta la noche y alarga el día»
En 1934, al acabar la misa que allí se decía, se derrumbó la ermita (Gisbert, 1978), difuminándose una tradición secular que reunía en sus festejos en aquel lugar del Camino Real, hoy tan apartado del tránsito por la actual autovía, a una gran cantidad de visitantes y romeros de los pueblos vecinos del Palancia, tanto de la parte del arzobispado de Valencia como de nuestra diócesis de Segorbe-Castellón.
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