Ayer, un grupo de estudiantes de segundo curso de la asignatura Técnicas y Conservación de Bienes Inmuebles, del Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Valencia, visitó las obras del templo San Juan Pablo II en construcción en Benicàssim.
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La visita estuvo guiada por el párroco D. Luis Oliver y el arquitecto diocesano Ángel Albert. También estuvieron acompañados por David Montolío, de la Delegación de Patrimonio. Durante el recorrido, los estudiantes se interesaron por los aspectos constructivos, litúrgicos y artísticos que conlleva la edificación de un nuevo templo en el siglo XXI.
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A continuación, realizaron una visita al templo parroquial de Santo Tomás de Benicàssim (1769-1781), una obra del arquitecto Marcos Ibáñez, financiada por el erudito Pérez Báyer. Los estudiantes pudieron admirar la impresionante arquitectura académica del edificio y, especialmente, la obra del pintor ilustrado segorbino José Camarón Bonanad. La jornada concluyó por la tarde con una visita al Monasterio del Desierto de las Palmas, donde fueron acompañados por el padre carmelita Ignacio Husillos.
«La reconstrucción del templo parroquial de Cortes de Arenoso (1961-1962).
Los proyectos del arquitecto Luis Gay Ramos y el pintor Rafael Cardells»
La iglesia parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles, reconstrucción de finales del siglo XVI del anterior edificio medieval,-del que aún se conservan algunos restos en la zona de acceso al campanario-, con cuerpos incorporados en tiempos posteriores (capilla de la Comunión y trasagrario), presenta un interior de nave única con capillas laterales entre contrafuertes y presbiterio de ábside ochavado, cubierto con bóvedas de crucería con terceletes y ligaduras, realizados en fábrica tabicada y revocada, presentando más complicación y riqueza compositiva la estrellada del ábside. Tras la citada cabecera, el trasagrario (1764), recientemente restaurado por la Diócesis, de bellísima traza barroca de planta octogonal, presenta sección de orden corintio con cubrición de bóveda con lunetos y una decoración de talla debida a la mano del escultor Tomás Granell.
La portada principal actual, con fachada retablo y fechada en 1585, está ubicada en el lateral recayente a la plaza, cobijada bajo un amplio vano de medio punto con cubierta de crucería. A los pies del templo, se ubica un acceso sencillo y más protegido. Sabemos que, en 1775, el maestro Martín Usarral componía el órgano, emplazado sobre esa citada entrada lateral de acceso y en comunicación sobre el coro alto de los pies. Tras ambos accesos, todavía se conservan imponentes cancelas de madera con articulación arquitectónica y tallas, del siglo XVIII y parejas a las conservadas en la Colegiata de Rubielos de Mora y en la Catedral de Teruel.
Además, el interesante recinto arquitectónico sirve de cobijo a una bella colección de obras artísticas, como la Adoración de los pastores de Jaume Mateu (1430), retablo de Almas de Vicente Macip (ca. 1505-1515), el retablo de la Virgen del Rosario (1582) encargado por Berenguer Montoliu, etc. También interesantes piezas de imaginería, barroca y neoclásicas, y magníficas muestras de orfebrería de diferentes épocas.
Tras la guerra civil de 1936, el templo parroquial quedó especialmente devastado, destruido y expoliado de la mayor porción de su patrimonio mueble, recuperado muy en parte tras el conflicto. No obstante, el estado de su fábrica, tras aquellos hechos y fruto de años de abandono por carencias económicas, cada vez era más preocupante y lamentable, por lo que sus responsables no tardarían en lanzar la voz de alarma ante la posibilidad de que un recinto de tamaña importancia histórico-artística acabase en la ruina más inminente.
El día 26 de septiembre de 1960 Francisco Gil García, cura ecónomo de la parroquia de Cortes de Arenoso, con el visto bueno del Señor Obispo de Segorbe-Castellón, José Pont i Gol, escribía al presidente de la Junta Nacional de Reconstrucción de Templos Parroquiales del Ministerio de la Vivienda. El tejado de la Iglesia se encontraba en pésimas condiciones por el hundimiento de algunas vigas podridas por la humedad, cayendo sobre las bóvedas del templo y provocando la entrada de agua a raudales con motivo de las últimas lluvias. Dado que la población era pobre y de muy pocos recursos el arreglo, extraordinario, sobrepasaba sus posibilidades y teniendo en cuenta que se aproximaba un invierno de temporales abundantes y nieves, la situación se tornaba relativamente urgente, estimándose un presupuesto orientativo de arreglo de unas cincuenta y cinco mil pesetas. La citada memoria adjunta a la petición, para proceder a la reparación de tejado y muros, estaba firmada por el experimentado maestro albañil de la población Joaquín Gresa Tonda.
Las afecciones más aparentes se veían en la parte recayente a las bóvedas del coro alto, la capilla trasagrario y sobre el arco del pórtico recayente a la plaza del “Perchico”. El agua, que no corría bien por los tejados, se estaba infiltrando por los muros perimetrales, especialmente de los pies del templo y lado del Evangelio, de fábrica muy irregular y donde la calle corre más elevada, hinchándolos e inclinándolos, llegando a los cimientos y el subsuelo, amenazando derrumbe. El proyecto, acompañado con sencillo croquis manuscrito a bolígrafo, planteaba destejar toda la techumbre y cambiar por tejas nuevas, sustituir la madera dañada por piezas y vigas menos pesadas y repasar los aleros. También se sanearían las paredes inclinadas y se realizaría una acera perimetral por las calles citadas afectadas por la humedad, dado su desnivel.
El 22 de febrero del mismo año, una carta dirigida a Manuel Rozalén, Administrador de Bienes Eclesiásticos de la Diócesis en Segorbe, ya había informado de la recepción de sus misivas de 14 y 20 del presente con la urgencia de realizar actuaciones provisionales hasta que se pudiera proceder al arreglo total, tapando con uralita provisional de unos 24 metros cuadrados la parte más afectada, con un coste de 2.912 pesetas. La nueva memoria y presupuesto elevaba la cantidad de reparación a ciento treinta y siete mil pesetas.
El 24 de febrero de 1961 se acusaba recibo de la documentación presentada en el Ministerio de la Vivienda, Junta Nacional de Reconstrucción de Templos Parroquiales. Poco después, se devolvía la documentación para que fuese redactado un proyecto completo autorizado por persona titulada. Firmaba el arquitecto jefe de la sección Antonio Camuñas. El 13 de marzo de 1961 la parroquia, a través de su representante Manuel Altana, informaba al citado Manuel Rozalén, que se había dirigido al Ministerio de la Vivienda haciendo constar los daños provocados en el templo por causa del conflicto bélico. El escrito indicaba la necesidad de redacción y autorización de la memoria por el arquitecto, así como sus presupuestos y planos para la reparación.
El 29 de marzo de 1961, por orden del arquitecto Luis Gay Ramos (Valencia, 1912-1996) Administrador de Bienes Eclesiásticos de la Diócesis en Segorbe, se remitía justificante del envío del proyecto de reconstrucción a Madrid, desde el Ministerio de la Vivienda, Sección de Arquitectura, con destino al Señor Obispo y al párroco de Cortes. El 7 de abril, ya reparado provisionalmente el hundimiento más grave por mediación del arquitecto enviado por el Señor Obispo para redactar el proyecto, se pedía se tomase interés en el seguimiento de la cuestión en Madrid. El 30 de junio se aprobaba en el Ministerio la cantidad de unas cien mil pesetas para la obra, correspondientes de la subvención, con firma del arquitecto director de la obra, el párroco y el prelado.
Finalmente, entre 1961 y 1962, siguiendo las indicaciones del arquitecto Luis Gay, se derribaba la cubierta y los muros afectados, reconstruidos con mampostería mixta, solera de hormigón armado y enlucido de yeso. Se colocaba una nueva cubierta de viguetas prefabricadas de hormigón armado, machihembrado cerámico tomado con yeso y teja árabe tomada con mortero de cal. Cielo raso de caña, revoco y enlucido de yeso en la capilla. Colocación de cuchillos metálicos, plancha de plomo y reparación y cosido con fábrica de ladrillo de la grieta producida en el enlace del contrafuerte del presbiterio con la fachada lateral de la sacristía. A su vez, construcción de acera de ochenta cm. de profundidad en el perímetro.
Luis Gay Ramos ingresaba en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid en febrero de 1932, titulándose en 1940. Ese mismo año entraba a ejercer como arquitecto municipal de Riba-roja de Túria (Valencia) y, al año siguiente, era arquitecto jefe de la Sección Técnica del Sindicato de la Construcción de Valencia y profesor ayudante de la cátedra de Dibujo Lineal en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Valencia [GVA, Archivo LGR].
En 1943 fue nombrado arquitecto jefe de la Comarcal de Segorbe, de la Dirección General de Regiones Devastadas, encargándose de la restauración del patrimonio arquitectónico de las localidades del Alto Palancia. En 1951 era nombrado arquitecto municipal de Ontinyent (Valencia) y 1952 del Ayuntamiento de Segorbe (Castellón). En 1957 asumió la Delegación Regional del Instituto Nacional de la Vivienda. En 1958 se formaba la Delegación Provincial del Ministerio de la Vivienda, siendo arquitecto jefe de la Sección de Vivienda.
Desempeñó diversos cargos colegiales en el Colegio de Arquitectos de Valencia y 1961 era nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia. En 1963 recibía la encomienda de número de la Orden del Mérito Civil y, en 1964, obtenía el doctorado, siendo admitido, en 1972, en la Real Academia de Doctores de Madrid.
Ya intervenida convenientemente la fábrica, sólo quedaba intervenir en la recuperación decorativa del interior, muy necesitado de rehabilitación ornamental después de muchos años de imposibilidad financiera. El 27 de junio de 1962, una carta del cura párroco Manuel Altava, desde la Junta Parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles de Cortes de Arenoso (Castellón), a la Comisión Diocesana de Arte Sagrado, siendo su secretario Recaredo Catalán, solicitaba la aprobación del proyecto de restauración de la Iglesia Parroquial de esta villa de Cortes de Arenoso, si así lo mereciere una vez examinado por esa Comisión. Un proyecto preparado por el experimentado pintor Rafael Cardells (Meliana, 1899-Valencia, 1980), que había sido recibido por la parroquia el 19 de junio.
En el citado documento se expresaba el interés de la parroquia por restaurar con las modificaciones necesarias, según proyecto que se acompañaba, la pintura de Altar Mayor y Presbiterio, a elegir entre los dos bocetos propuestos por el importe de 24.000 pesetas Boceto A-, 17.000 pesetas boceto B. y 22.500 pesetas el retablo del Altar Mayor. Siendo el parecer de esta Junta Parroquial la elección del boceto B. (17.000 pesetas) más las 22.500 pesetas de la decoración del Altar con las modificaciones que la Comisión de Arte Sagrado estimara procedentes.
El retablo del Altar Mayor sería intervenido en todos sus motivos ornamentales: llaves, cartelas, molduras, capiteles, tercios, bases, marcos y peanas con oro lacado, el resto imitación de mármol y blanco esmaltado (59 x 49cm; dibujo conservado, Archivo Diocesano de Segorbe). El presbiterio sería restaurado, en su presupuesto más barato, en nervios y cornisa en tonos gris, piedra lisa con fondo claro dorado, medios puntos con franja dorada y paredes del mismo orden que indicaba el boceto, con cola temple. Además, incorporaría la realización de dos cuadros laterales.
El segundo proyecto, el más caro, presentaría nervios y seminervios imitación piedra granito, así como en paredes y cornisa, fondo techo tono amarillo claro todo al temple, rosetones de los nervios y molduras de cornisas en oro lacado. También llevaría dos cuadros de medio punto con molduras de alabastro doradas más pintura de los cuadros al temple; uno con el tema de la «Anunciación» (24,5 x 39,5 cm; dibujo conservado, ADS) y el otro con la «Presentación de la Virgen en el Templo». Además, otros dos cuadros laterales con marcos de alabastro dorados, pintados al fresco, con los temas de la «Multiplicación de los panes» (23 x 44,7 cm; dibujo conservado, ADS) y las «Bodas de Caná».
Rafael Cardells, fue un artista realmente interesante, aunque un tanto menospreciado por la crítica historiográfica reciente, sobre todo por estar dedicado, casi plenamente, al arte religioso. Hijo de Juan Baptista Cardells Balaguer, pintor de caña, formó parte de su taller desde muy joven, habituándose al aprendizaje de todas las técnicas artísticas del dibujo y la pintura. Formado en la Escuela de Artes y Oficios y en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, su primera muestra expositiva, en 1932, la realizó en el Ateneo Mercantil de Valencia. Tras la guerra civil, Cardells montó su propio obrador dedicándose, entre otras, a encargos particulares y de instituciones públicas, como los frescos de la Sala de la Estación de Ferrocarril de la Estación de Pont de Fusta. Sin embargo, pronto dedicaría sus esfuerzos a la recuperación y restauración ornamental de muchas iglesias valencianas, turolenses, murcianas o toledanas, destruidas o muy afectadas por el conflicto.
Aparte de su destacada obra de caballete, plasmada en un sinfín de exposiciones, su don principal radicaba en sus acercamientos a la pintura mural al temple o al fresco, donde desplegaba especialmente su maestría y el dominio de la técnica. Son muy conocidos sus dibujos previos en papel o cartón, como los presentes, a la hora de abordar la pared. En este sentido, su obra para la parroquial de San Pedro de Segorbe, en la capilla de la Cofradía de la Sangre-Cristo de San Marcelo, o en Benicarló, Almussafes o Benimaclet, entre otras, son testimonio especialmente clarividente de su genio.
Sin duda alguna, Cortes de Arenoso es una de las más especiales poblaciones históricas de nuestra Diócesis, hasta 1960 perteneciente a la Archidiócesis de Valencia. En este actual contexto de España Vaciada, su asiento en plena área rural y montañosa, limítrofe con la provincia de Teruel y lejos de toda infraestructura de comunicaciones importante, la han ido lastrando, como tantas otras poblaciones de nuestra diócesis, en un difícil devenir fruto de la progresiva despoblación de sus demarcaciones. Su templo parroquial y sus ermitas de San Blas, San Cristóbal y Santa Bárbara (siglos XVI-XVII), sin embargo, son testimonio del inmenso legado artístico de la fe y el celo de su comunidad cristiana, constituyendo una plasmación preclara de todos sus brillantes siglos de historia para sus futuras generaciones.
«Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida» (Juan 8, 12).
Muy pocas veces, al entrar en un espacio sagrado, nos fijamos en la trascendencia artística e histórica, religiosa y comunicativa, que presentan esos espectaculares vidrios narrativos instalados en el interior de un edificio tan impresionante como el de una catedral. Unas ejecuciones que, por su ubicación delicada en el cierre de los edificios, ha estado siempre muy expuesta a las pérdidas, ataques y alteraciones de su conservación por la climatología, guerras, expolios, etc. La labor del vidriero, ante tales circunstancias, fue siempre la de creación artística, restauración y mantenimiento y conservar en lo posible su obra para el futuro, con el empleo de un lenguaje muy personal y propio. Siempre con una paleta de colores muy limitada a las propias materias naturales y una técnica de plasmación del boceto y cartón opaco a uno traslúcido.
Conocemos el desempeño de estos elementos en el templo, vidrio y fuego, desde tiempos medievales, afán de sus promotores de alcanzar la inmortalidad a través de una técnica y un material extremadamente frágil, que eran un soporte completamente diferente, en modo e intensidad, activando desde el exterior unas imágenes de esencia traslúcida que eran vislumbradas al interior en su mayor riqueza de luz y color, enriqueciendo el espacio litúrgico en diferentes tonalidades según la hora del día o de la noche. Una sensación que, al igual que en la actualidad, asombraba y cautivaba a los fieles, ilustrando su retina e introduciéndolo en la trascendencia. La hermosura del trabajo exquisito del artista en cristal teñido, la fascinación de los rayos solares dorados transfigurados en efectos cromáticos de su paleta de colores sin fin, añadían al repertorio de los relatos y ornamentaciones una impresión divina.
En ese ambiente de mirada encendida, la vinculación espiritual con Dios, los personajes sagrados, las Sagradas Escrituras y demás pasajes de la vida de los santos, la impresión velada de lo trascendente, a través de la mirada, directamente compungía el corazón de toda la comunidad.
Entendida la excitación y emociones que provocaba la contemplación de estos bellos paneles, podemos entender cómo la mayoría de los templos con recursos procurasen instalar estos divinos diseños en los ventanales abiertos en sus muros, en muchos casos sustituyendo la piedra de luz o alabastro, comprendemos la expansión de estos «admirandarum vitrearum operarios» y su arte, de tierras septentrionales a meridionales, por todo el continente europeo del siglo XII.
Si bien el tratado de Sebastiano Serlio (1537-1551), en su Tercero y Quarto Libro de Arquitectura, ya apostaba por el uso de vidrieras geométricas y no decorativas, el gusto clasicista de tiempos tardomedievales, renacentistas y barrocos se inclinaba por el de las vidrieras translúcidas, el impacto modernista de los albores del siglo XX inclinaba la balanza hacia las decorativistas o historicistas, tal y como hoy podemos contemplar en la seo segobricense. La principal diferencia entre ambas era, como es de suponer, el tratamiento de la luz.
«A este respecto, puede afirmarse que, en España, hasta las últimas décadas del siglo XVI, la iluminación coloreada y cambiante que proporcionaba un sentido oscurecido y trascendente a los interiores funcionó como una idea general de la arquitectura. En las catedrales españolas, frente a la iluminación diáfana propia de las iglesias del Renacimiento italiano, este sistema de iluminación medieval creado por las vidrieras permaneció con independencia del carácter gótico o renacentista del continente arquitectónico» [Nieto Alcaide, 2011].
León Battista Alberti, en su «De re aedificatoria»(1485), recomendaba el empleo de ventanales altos en los templos, para no reflejar el transitar diario de las gentes y evitar así, mirando a los cielos, cualquier tipo de distracción del fiel en medio de sus meditaciones. Además, en esta línea, el Concilio de Trento, en sus Instructiones Fabricae et Supellectilis Ecclesiaticae (1577) del cardenal San Carlos Borromeo, se propiciaba una iluminación conveniente e idónea de las iglesias, con ventanas selladas por cristales transparentes.
Por todo el mundo son conocidos los hermosos repertorios del siglo XV, en seos como la de León, y del XVI, en catedrales como Segovia, Salamanca, Pamplona, Sevilla o Granada, muchas veces fruto de la colaboración entre pintores que creaban y trazaban sus modelos y vidrieros que los ejecutan sobre el cristal, adaptando los diseños originales a las posibilidades físicas del material. Si bien, es cierto que el templo segorbino no tenía la presencia arquitectónica de aquellas, también son constatables las intervenciones de maestros vidrieros en la decoración de sus ventanales.
Desde tiempos medievales, la mayoría de vidrieros poseían su propio taller, con sus operarios y aprendices, realizando las obras en taller o estableciendo un obrador provisional a pie de obra durante los trabajos propios. Sin embargo, por la excepcionalidad de su labor y de la búsqueda incesante de faena, podríamos decir que la práctica mayoría de maestros solían ser itinerantes, como lo eran canteros o escultores. De ahí la presencia de artífices del norte en muchos de los proyectos, aportando todas las innovaciones en este campo que se iban produciendo e introduciendo, incluso, muchas de las corrientes estéticas que marcaron nuestra particular historia del arte. Los materiales que solían llevar consigo estos obradores solían ser vidrios blancos, grisalla, amarillo de plata y sanguina, empapados de colores o esmaltados, punzones, vidrios de ciba, hilo de conejo para las redes de protección, cartones preparatorios, etc.
Esta importante impronta de vidrieros extranjeros resulta, si cabe, más evidente aun al estudiar el particular y pequeño caso de la Catedral de Segorbe y de las pocas noticias que se pueden localizar. Es bien conocida la altiva presencia de los ventanales góticos de la nave, conservados muy fragmentariamente en el lado de la Epístola, visibles desde el claustro alto y reconstruidos en la maqueta de Carlos Martínez (2001).
Si bien encontramos en los libros de fábrica de la Seo [ACS, 365] pagos diversos a vidrieros para cristales del viril o lámparas para la Iglesia, como el de tres sueldos realizado en 11 de diciembre de 1578 a Juan de Ríos por unas «llantias y llantieros», por unas piedras para la realización de la vidriera de la capilla de San Miguel en 1604 [ACS, 376], a Joan Ramo por el mismo motivo, presente en las cuentas de fábrica de 1605-1606, pronto hallamos más entregas de dinero a maestros especializados del ramo, como al francés Pierriz o Pierre, en 1609 y 1610-1611, adobando, entre otras cosas, las lámparas del altar mayor [ACS, 371] o a Joan Maran, en las cuentas de 1619-1620, en tiempos de reformas del obispo Ginés de Casanova (1610-1635) en la Catedral, como la construcción de la Capilla de la Comunión [Montolío-Olucha, 2002].
No obstante, no dejan de ser más anecdóticas respecto a las noticias conservadas a partir de mediados del siglo XVII, coincidiendo con la barroquización del templo catedralicio, propiciado por el obispo mercedario José Sanchis (1679-1694) y Catalina de Aragón, duquesa de Segorbe [Montolío-Vañó, 2021], en manos de los arquitectos del equipo de Pérez Castiel, Francisco Lasierra y Mateo Bernia [Montolío-Simón-Esteve, 2020]. Ya en todas las cuentas citadas, a partir de 1659, resultaban muy evidentes los pagos de hierros para las vidrieras del templo, indicadores de la actividad ingente de la fábrica de vidrio tintado para el primer templo de la diócesis.
Un tiempo en el que encontramos citados a muy diversos artesanos del ramo, como a los franceses Paulo Garrigues o Jacobo Palmier, habitantes en Torres Torres y Santa Eulalia de Teruel respectivamente, o Joan Bovila y Antón Morana, ambos de Segorbe, en 1635 [ACS, 918]. También al galo Pedro Landich, vecino de la ciudad en 1669 [ACS, 1079] o José Las Escuras, también de la nación vecina y habitando en la localidad [ACS, 1111].
Durante la renovación ilustrada de la Catedral entre 1770 y 1816 [Montolío, 2021], podemos reconocer el trabajo del vidriero Isidro Robles, además de la importancia que se da a estos trabajos, habida cuenta que se pide que se guarden las vidrieras antiguas del tramo del lado del Evangelio de la catedral que da a Palacio Episcopal, sustituidas por alabastros: «Con motivo de quitar las bidrieras del lienzo de Yglesia que cae al Palacio, subrrogando en su lugar piedras de luz, se comisionó al Señor Tesorero, para que custodiadas bajo su direccion se les pueda dar el destino, que convenga en su caso» [ACS, 599]. Poco tiempo después, en 1820, Vicente Marzal componía las vidrieras del Palacio Episcopal [ACS, 373]. No obstante, de la época de la renovación, aun podemos encontrar bellísimos ejemplos conservados, unos, en la antesacristía, y otros resguardados en los almacenes del museo; vidrieras multicolores emplomadas de carácter geométrico modulares típicas de ese momento histórico.
Sin embargo, a lo largo del siglo XIX, se apreciará un progresivo aprecio por el arte de la vidriera y su recuperación, iniciado en los comentados encargos para la Seo. Un trabajo que aunaba el conocimiento de la ciencia, técnica e historia del arte en un contexto de restauración, -como el de la recuperación de la Catedral de León-, puesta en valor de la vidriera y realización de otras nuevas [Viollet-le-Duc, 1868], devolviendo al templo cristiano la imagen de un idílico sueño, recuperando el aspecto primitivo que tuvo o que tenía el propósito de tener y no alcanzó a realizar. Todavía se requería, bastante habitualmente y pese a todo y para pequeños encargos, a talleres franceses y alemanes, en un momento en que este arte funcionaba de una manera inseparable con la arquitectura.
Era tanto el celo que el Cabildo tenía por la conservación de las vidrieras de su Catedral, que el tres de enero de 1917 adoptaba la decisión de proteger con una estructura de madera y metal las vidrieras en el coro [ACS, 612]. Tras la guerra civil de 1936, el conjunto de las vidrieras del templo quedó muy dañado [Carot García, 1949]. Regiones Devastadas, ocupada en la rehabilitación del templo, del conjunto de las ubicadas en el citado coro, tuvo que restaurar la central de la Virgen de los Ángeles y construir de nuevo las laterales, con la imagen de Santa Cecilia y San David Rey y Profeta; desechándose otros bocetos magníficos del maestro interviniente Vicente García Simón, como el de la Epifanía del Señor, conservado en la colección Zafón-Garnes de Segorbe. La vidriera central de la Virgen, preciosa obra capital decimonónica del arte de la vidriera, debe ser atribuida a uno de los artistas catalanes más importantes de su tiempo, Enric Monserdá Vidal (1850-1926), que acabaría siendo el director artístico del taller de la Casa Amigó, activa para clientes como el arquitecto Joan Martorell i Montells (1833-1906) y en multitud de obras variadas durante su actividad profesional, cuyo papel fue básico para la evolución de la técnica de la cristalería artística durante el siglo XIX hasta el modernismo, hasta 1920. Sabemos que el artista hizo cartones para las catedrales de Lugo, Segorbe y Barcelona, monasterio de Montserrat, Santa María del Mar, San Agustín y los Jesuitas de la ciudad condal, la sala de sesiones de Santa Cruz de Tenerife y el Salón de Ciento del Ayuntamiento de Barcelona [Rodríguez Codolá, 1944]. De la impresionante serie de ventanales de la nave, construidas unos años antes, la Unión de Artistas Vidrieros de Irún restauraba las imágenes del Santo Ángel Custodio, San Francisco de Asís, San José, San Gregorio Magno, San Andrés, San Ambrosio y San Agustín y realizaba, ex novo, la de San Ramón Nonato y San Andrés.
Por desgracia, hoy en día, muy pocos se fijan en todas esas frágiles maravillas que tamizan la luz que viene de lo alto en la Catedral de Segorbe, escenario de la metáfora sagrada donde la vidriera ha estado presente durante siglos. A pesar de la introducción de nuevas técnicas y materiales en polvo de vidrio más baratas hacia el año 2000, no siempre muy estéticas ni apropiadas, inundando muchas iglesias valencianas y españolas, en nuestra diócesis, en las últimas décadas, su lenguaje único ha recuperado la importancia y la calidad que tuvo en el pasado con algunas obras grandiosas, como la gran vidriera horizontal de hormigón del Mater Dei de Castellón (1961-1966), proyectada por el arquitecto Luis Cubillo de Arteaga (1921-2000) y realizada por Arcadio Blasco (1928-2013) [Albert-Bonet-Montolío, 2014], las clásicas e imponentes de la Concatedral de Castellón, obras de Carlos Muñoz de Pablos, o la pequeña y magnífica de la Capilla de la Casa Sacerdotal de Castellón de los talleres catalanes Bonet, entre otras.
Como cada segundo domingo de mayo los vecinos de Llucena celebraron su tradicional fiesta de Sant Miquel de Les Torrocelles. Un acto que tuvo lugar en el emblemático conjunto formado por el pequeño castillo y la ermita de época medieval y que revistió una inusual solemnidad con motivo de la bendición del recién restaurado retablo del altar de la ermita.
Antes de la restauración
Una remodelación que se ha llevado a cabo bajo la dirección de la Delegación de Patrimonio Cultural de la Diócesis de Segorbe-Castellón y que ha contado con la profesionalidad de empresas como la constructora Colucons (para picar y reparar las zonas con humedades), la alcorina Conservart (en los trabajos de saneamiento, limpieza, policromado y decorado del retablo mayor) y la de Lucía Perete (en consolidación y saneado de las policromías de las paredes y la reintegración cromática de las decoraciones de 1924).
Mesa del altar antes de la restauración
Aunque los trabajos se llevarán a cabo en varias fases, la primera de ellas sufragada por un vecino anónimo y también por la propia Junta de la ermita ha superado la cifra de 16.000 euros. Cabe destacar que el retablo gótico original de madera desapareció en la pasada guerra civil española.
Retablo restaurado
Ahora se han recuperado también las figuras de los dos arcángeles faltantes, San Gabriel y San Rafael (imprimaciones digitales de las obras del artista Alonso Miguel de Tovar, de los siglos XVII-XVIII) que acompañan a la imagen del titular del lugar, Sant Miquel.
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Destacada Jornada
La jornada en honor al arcángel comenzó con la bendición de les fogassetes y de los términos. Inmediatamente, tuvo lugar la solemne eucaristía, con el acompañamiento del guitarrista Juan Bautista Valverde y la cantante Lucía Grao. Durante la homilía el cura encargado de Llucena, mosén Héctor Gozalbo, invitó a los fieles a mirar al arcángel “para luchar contra el mal de este mundo.
Y como San Miguel, poner al demonio bajo nuestros pies, para que en nuestra vida imperen el amor y la paz. El secreto está en nuestro interior porque desde dentro es desde donde han de brotar todos los sentimientos y virtudes que construyan un mundo mejor y más parecido al que Cristo nos enseña en el Evangelio”. Y concluyó: “pidamos a Sant Miquel que nos defienda y ayude en las luchas de cada día, en nuestras debilidades y obstáculos y en las adversidades y las asechanzas del mal”.
Tras la eucaristía intervino la restauradora Lucía Perete y el párroco procedió a la bendición del restaurado retablo. El alcalde David Monferrer y algunos miembros de la corporación municipal participaron también en los actos. Al final de la eucaristía se repartió una estampa recordatorio y también las tradicionales fogassetes.
Más de 350 personas participaron en una paella monumental de arroz con secreto, costillas y verduras patrocinada por el ayuntamiento. Para apuntarse a la comida los que se inscribían colaboraban con un donativo de 2 euros para ayudar en las reformas de la ermita. La jornada concluyó con un bureo a cargo del grupo folklórico “La Perla de la Muntanya”.
Ayer tarde, la Diputación Provincial de Castellón, acogió la presentación del libro que bajo el título «El retablo del Altar Mayor de la Concatedral de Castelló de Traver Calzada», ha editado la institución provincial y que, en palabras de la presidenta, Dª Marta Barrachina, supone «gran trabajo que permanecerá en el legado de nuestra provincia».
El libro se presenta como un magistral recorrido que pone en valor el trabajo que, a lo largo de más de una década, ha empleado el pintor burrianense para vestir el presbiterio de la Concatedral de Santa María y que como hizo constar Barrachina nos descubre, «una etapa vivencial en la que el artista ha transmitido sobre el lienzo las emociones, sentimientos y pasión de estos grandes formatos que impactan, sobrecogen y conmueven a los fieles».
Mons. Casimiro López Llorente, agradeció «la colaboración institucional con el patrimonio artístico religioso y con la Iglesia de Segorbe-Castellón» y no solo con los retablos que lucen en el Altar Mayor de la Concatedral, «sino en otros ámbitos y esferas como es el Santuario de Sant Joan de Penyagolosa y otras tantas obras en diferentes parroquias de la Diócesis».
El Obispo, que acudió a la presentación del libro acompañado por los Vicarios Episcopales, el Cabildo Catedral y algunos sacerdotes, elevó su agradecimiento al trabajo del autor, Vicente Traver Calzada, de quien dijo que «es historia viva de este pueblo». Elogió su aportación al patrimonio artístico religioso contemporáneo citando como ejemplo los dos murales que el pasado Viernes de Dolores, se bendijeron en la Basílica de El Salvador en Burriana y que sirven para «transmitir en el presente y a las generaciones futuras, nuestra historia, nuestros valores y la fe cristiana de nuestro pueblo».
El cronista de la ciudad, D. Antonio Gascó, es el autor del libro e invita a descubrir la evolución del proyecto que arrancó hace quince años y que culminó en 2022. Gascó destacó «el estilo personal e identificativo del artista, con un sello humanista, costumbrista y realista que se da la mano de forma evangélica con los textos de las Sagradas Escrituras». Así lo hizo constar el propio autor al confesar que para la realización de la obra se documentó con la lectura de los Evangelios».
Un nuevo artículo sobre la custodia y conservación del patrimonio de la Cartuja de Valldecrist y la Catedral de Segorbe durante la Guerra de la Independencia (1808-1814)
El pasado miércoles, día 24 de enero, en el Salón de Grados “Manuel Ardit” de la Universitat de València se presentó el volumen del Aniversario de la Cartuja de Portacoeli, con gran parte de los artículos científicos correspondientes a las charlas y conferencias llevadas a cabo en el Congreso celebrado en noviembre de 2022: “La Cartoixa de Portacoeli (1272-2022). Viut segles de testimoni”.
Entre todas las aportaciones editadas podemos encontrar un extenso artículo realizado por la Delegación Diocesana de Patrimonio Cultural de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. Dicho artículo, denominado “De reliquias e imágenes, pleitos y conflictos. El patrimonio de la Cartuja de Valldecrist custodiado en la Catedral de Segorbe durante la Guerra del Frances”, recoge todo el difícil contexto histórico sufrido por ambas instituciones, así como toda la aportación documental relativa a todo el pleito por la custodia y conservación de las obras de arte. Todo ello durante el episodio de la invasión francesa de las tropas napoleónicas, en Sede Vacante y en un momento de muy difíciles relaciones entre los Cartujos y el Cabildo, los dos epicentros culturales y religiosos más importantes de su tiempo en el obispado desde tiempos medievales hasta la desamortización del siglo XIX.
La Masía de Cuencas es una de las pocas masías y casas de campo conservadas de la antigua diócesis con valores arquitectónicos y ambientales dignos de atención. Teniendo su origen en una alquería bajomedieval, más tarde transformada a finales del siglo XVI (ACS, 783), sabemos por diversos estudios que por su caserío pasaba la antigua vía romana que atravesaba el Palancia desde Sagunto (Járrega, 2000).
A pesar de que el Concilio de Trento había mandado crear seminarios en las diócesis, en Segorbe no había sido posible, teniendo que estudiar los alumnos en Valencia. Para ello el obispo Pedro Ginés de Casanova (1610-1635), que había traído padres Jesuitas para la predicación en la Catedral, con gran admiración de todos, deseaba que se estableciese la orden en la capital diocesana, cosa lograda años más tarde gracias a la figura de Pedro Miralles, con la fundación del Colegio de los Jesuitas en Segorbe, en 1624.
Éstos utilizaban la Masía de Cuencas como primera finca residencial, pues las obras de su convento en la ciudad se prolongaron a lo largo de todo el siglo XVII, desde 1634 a 1699. Por la década de 1690 el arquitecto barroco Francisco Lasierra, discípulo del gran Pérez Castiel y autor de las trazas del Convento de la Orden en Segorbe (Montolío-Simón-Albert, 2020) entre otras muchas obras diocesanas de importancia, trazaba el último piso con galería del Mas, orientada a levante y al sur, teniendo como referente la realizada por él mismo en la última planta del Colegio de Jesuitas de Segorbe.
Con la expulsión de la Orden de los Jesuitas y el intento de erección de un Seminario por el obispo Blas de Arganda (1758-1770), un mandato de Su Majestad de 10 de enero de 1769, ordenaba que se cumpliesen las cargas espirituales asimiladas a sus bienes, examinándose las propias de su Colegio en Segorbe y conociéndose que existían dos administraciones. La de la Sacristía, compuesta por varias heredades y censos, y la de Misiones, con un caudal dotado por el deán Durango el 21 de septiembre de 1722, otro de Félix Marco y la Masía de Cuencas, con sus treinta y cuatro anegadas de huerta, legadas para tal fin, por Tomás Vallterra el 25 de agosto de 1725 (Aguilar, 1880).
Tras la expulsión de la Compañía de Jesús, muy mal considerada por los ilustrados, a instancias de las monarquías de Portugal (1759), Francia (1764) y España (1767), y disuelta la orden por el breve “Dominus ac Redemptor” del Papa franciscano Clemente XIV (1773), pese a no poder el Obispo Arganda finalizar el proyecto de Seminario, todo estaba ya preparado para su definitiva erección, con una sede muy capaz en el antiguo conjunto de los Jesuitas, con un fabuloso huerto y un capital de 51.134 libras, más la parte de los bienes de la Compañía cedidos o comprados, con sus cargas.
Con la expulsión de los Jesuitas del Reino, en 1767, el obispo ilustrado y trinitario, Alonso Cano Nieto (1770-1780), se quedó con la propiedad rural para uso y disfrute de los prelados, «destinado a esparcimiento de los obispos», siendo usada, al igual que su biblioteca personal, como lugar de entretenimiento y formación del Seminario por él fundado, definitivamente, en 1771, por iniciativa de la monarquía de Carlos III. Fue este obispo quien cedió el dominio del edificio, valorado entonces en unos 160.000 reales, las antiguas becas para los hijos de Arcos de las Salinas y del antiguo colegio a la nueva institución formativa, como base de una infraestructura docente propia.
Con la desamortización, las tierras de la Masía no fueron enajenadas, consideradas como una excepción, al contrario que las del resto de heredades del Seminario asimiladas por el Real Decreto de 21 de agosto de 1860, en tiempos del obispo Domingo Canubio (1847-1864 ), por ser «el único punto que han tenido y tienen los señores obispos de esta diócesis para tomar algunos días de desahogo cuando lo han necesitado, y lo mismo los jóvenes seminaristas cuando lo han creído conveniente sus Superiores».
Allí fue el 6 de septiembre de 1889 su Ilustrísima, Francisco de Asís Aguilar, a disfrutar de diez días de descanso. Ya bastante enfermo, entre sus muros pasó el epílogo de los calores del verano, sentado en una mecedora junto a la ventana de su estancia, desde donde se veía el flanco norte de la fortificación amurallada de la ciudad episcopal, el extraordinario paisaje de la vega del río Palancia, que discurre a los pies de la hondonada y, hoy en día, ve pasar regularmente el tren sin catenaria que coge impulso en estos llanos para escalar las rampas cercanas del Ragudo hacia el Altiplano de Barracas y El Toro.
Completamente expoliado durante la guerra civil, cayendo en deriva continua y degradación hasta el momento presente, aún conserva gran parte de su atractiva fábrica, de sillares, ladrillos y aparejos, que lo hicieron lugar privilegiado retiro de grandes religiosos, jesuitas, obispos, colegiales e, incluso, los arquitectos diocesanos durante su estancia en la ciudad. Con su planta baja de amplia entrada de carruajes, aún son visibles los espacios de la gran cocina principal de gran chimenea, comedor y arranque de la gran escalera tabicada de vueltas. Su primera planta, noble, con estancia del prelado, salón de recepción y habitaciones auxiliares. Y su planta alta, galería porticada a la aragonesa, para alojamiento del servicio, profesores y estudiantes. Un edificio y un paraje, durante siglos, al especial servicio de la Diócesis.
A nadie escapa, a nivel patrimonial, que la torre parroquial de Jérica, de la antigua villa Condal del mismo nombre, conocida como de la «Alcudia» o de las campanas, es uno de los bienes histórico-artísticos más importantes y reconocidos, a nivel diocesano y provincial. Elevada exenta a los pies del primitivo núcleo fortificado del castillo, cerca de la primitiva iglesia -antes mezquita-, y en la parte alta del casco urbano medieval, del que constituye el epicentro del primer recinto amurallado, en el lugar óptimo para hacerla visible y audible desde todo el valle y término que preside (Rodríguez Culebras, 1983).
Viéndose que la construcción de la nueva Iglesia en el costado de levante del pueblo hacía inviable la edificación allí de un campanario funcional, la construcción de un campanar con remate de linterna tardo-mudéjar de ladrillo visto, de severo orden romanista, sobre el viejo torreón octogonal islámico de mampostería y mortero destinado a vivienda del campanero en diferentes estancias unidas por una escalera de caracol preexistente, tardorromano para la historiografía incipiente, pareció la mejor opción. Como se aprecia en el dibujo que adjuntamos al presente texto, sin querer, o quizás queriendo, se acabó dando paso, de esta manera, a un edificio singular compuesto por dos cuerpos separados por cientos de años unidos para la belleza póstuma y «mayor gloria de Dios».
La decisión del Concejo de la Villa de unir los destinos de ambas construcciones en una sola en 1614, aunque fuera por necesidad, providencial para la conservación hasta nuestros días de la más antigua, devino en la creación de uno de los monumentos más bellos y armoniosos que la retina humana pueda imaginar. Con planos de fray Antón Martín, cartujo de Portacoeli, la obra fue llevada a cabo por el maestro de obras local Domingo Frasnedo, aquel que había capitulado también las obras del campanario de Puebla de Arenoso en 23 de septiembre de 1611 (El arte al servicio de una idea, 2013), por una cantidad de 1.775 Libras. Con las dificultades, incremento desmesurado de gastos y retrasos, el Concejo acabó encargando la dirección a fray Pedro Ruhimonte, donado en la Cartuja de Valldecrist, que dio a la obra el aspecto definitivo actual.
Colocadas las campanas en 1619, pronto se visuraron los trabajos de su fábrica. Con la presencia de los dos frailes y el maestro valenciano Francisco Catalán y el segorbino Antonio Barán, en 1618, será en 1622 cuando se realizará una nueva revisión de lo realizado, con la presencia nuevamente de Catalán, por la Villa, y de Pedro Ombuena, por el maestro Frasnedo. El 23 de diciembre se firmaba el final de la obra, que había ascendido a la cantidad de 3.278 Libras.
La nueva obra ofrecía un maravilloso aspecto arquitectónico, de indudable huella aragonesa, que lo hacen único en tierras valencianas, donde se aprecia la influencia del campanario de la Catedral de Teruel o de obras cercanas, como la torre del convento de Carmelitas de Rubielos de Mora. Un momento de gran esplendor artístico en la comarca, coincidiendo con la renovación manierista de la Iglesia Mayor de Valldecrist.
Hoy en día, restaurado y con el toque manual de sus campanas tan vivo como el vidriado verde de sus tejas, incorporadas por los maestros Vicente Garrafulla y Antonio Agueriz tras la reparación seicentista de la media naranja de la linterna (Pérez Martín), nos encontramos ante el testimonio floreciente del pasado de una de las poblaciones más bellas de nuestro entorno diocesano, el pueblo de Francisco del Vayo, donde permanecen vivas las piedras de la fe plasmadas en la impronta de edificios religiosos tan emblemáticos como Santa Águeda la Vieja o San Roque (siglos XIII-XIV), la Iglesia parroquial de Santa Águeda (siglos XIV-XVII) con su colección museográfica, Convento de Agustinos del Socós (siglo XVI), la Iglesia de la Sangre renovada en el siglo XVII por Mateo Bernia (Montolío-Simón-Albert, 2020) con su antiquísima cofradía (Vañó, 2023), el Calvario (siglo XVIII), la Cruz Cubierta (1511), etc.
El hermoso campanario, que hace escasas fechas celebraba su Cuarto Centenario, en el que ya no participaron los célebres albañiles que hicieron famoso su estilo plenamente hispano en las centurias anteriores, sometido ya a las artes clásicas, fue declarado en 1979 como Monumento Histórico-Artístico Nacional. Una silueta reconocible y altiva que, muy probablemente, constituye el verdadero referente monumental de la antigua diócesis de Segorbe, testimonio de tiempos pasados como una de las principales poblaciones de la misma, y una de las villas más importantes del antiguo Reino.
Esta misma mañana el conocido retablo de la Institución de la Eucaristía de la parroquia de La Natividad de Nuestra Señora de Villahermosa del Río se encuentra de camino hacia Madrid para formar parte de una exposición muy importante que bajo el título «El espejo perdido. Judíos y conversos en la España medieval» reunirá obras de varios puntos de la geografía española y también de fuera de ella. Como afirma Joan Molina Figueras, jefe de Departamento de Pintura Gótica Española del Museo del Prado y comisario de la exposición «esta muestra recupera un espejo medieval: el retrato de los judíos y los conversos concebido por los cristianos en España entre 1285 y 1492». Y añade que «durante esa época, las imágenes desempeñaron un papel fundamental en la compleja relación entre estos tres colectivos».
D. Joan Molina Figueras con el párroco, D. Héctor Gozalbo
Ayer, los técnicos embalaron con mucha precisión y mimo las diferentes tablas de este conjunto atribuido al artista conocido como Maestro de Villahermosa (para algunos autores Llorenç Saragossà), datado entre 1.385 y 1.390 y que está pintado al temple sobre madera; para cargarlo a un furgón climatizado que garantiza al máximo su correcto traslado hasta el Museo del Prado en la capital. Hoy mismo llegará a su destino para participar en esta exposición que se inaugurará el próximo lunes 9 de octubre y que concluirá el 14 de enero del 2024.
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Después, el retablo viajará hasta Barcelona -la segunda sede de la exposición- donde permanecerá en el Museu Nacional d’Art de Catalunya hasta el 26 de mayo del 2024. La obra ha sido cedida gracias a un acuerdo entre la parroquia, la Delegación de Patrimonio de la Diócesis de Segorbe-Castellón, con el visto bueno de su delegado, D. Pedro Saborit y el técnico de la misma, David Montolío. Así como la autorización por parte del Vicario General de la Diócesis, D. Javier Aparici.
D. Joan Molina Figueras con D. David Montolío, técnico de la Delegación de Patrimonio
PIEZA EXCEPCIONAL
El retablo forma parte de la espléndida colección de tablas de la parroquia de Villahermosa del Río.
Un conjunto de piezas góticas de lo más notable de la Comunidad Valenciana. Ésta en concreto ha llamado siempre la atención por su iconografía. Aquí se exalta la eucaristía y se muestra al colectivo judío como uno de sus principales enemigos. Destacando la tabla de la Santa Cena, momento en que Cristo anuncia la institución de la Eucaristía.
Cabe destacar que la obra ha participado ya en varias exposiciones: Barcelona (1.952), Madrid (1.973), Valencia (1.973) y en «La Luz de las Imágenes», en nuestra diócesis (2008). Y la primera restauración del retablo documentada tuvo lugar en 1.973 en Madrid.
Esta mañana, los operarios cargando el retablo en el furgón climatizado
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