María, maestra en el Adviento
Queridos diocesanos:
La Virgen María nos acompaña siempre en nuestra vida y lo hace muy especialmente en el Adviento. En este tiempo, la liturgia la recuerda diariamente; y recién comenzado el Adviento celebramos la Solemnidad de la Purísima Concepción de la Virgen María, que es la preparación radical a la venida de Dios en su Hijo a nuestro mundo.
En esta fiesta recordamos, en efecto, que María, elegida por Dios para ser la Madre de su Hijo en la carne, fue preservada del pecado original desde el mismo instante de su concepción para preparar una digna morada para su Hijo. En Nazaret, el ángel llama a María “llena de gracia”: estas palabras encierran su singular destino; pero también el destino de todo hombre y mujer. La “plenitud de gracia”, que para María es el punto de partida, es la meta a la que estamos llamados todos. Como afirma el apóstol Pablo, Dios nos ha creado “para que seamos santos e inmaculados ante él” (Ef 1, 4).
El Hijo de Dios se encarnó en el seno de María por obra del Espíritu Santo y tomó nuestra propia humanidad. “Dios se hace hombre para que el hombre se convierta en Dios” (San Irineo). Creados por amor y gracia de Dios, todos estamos invitados a acoger a Dios que viene a nosotros, a dejarnos amar por Él, para caminar hacia la plenitud del amor, de la gracia y de la vida, a la perfección del amor, a la santidad.
María se preparó de modo singular a la venida del Hijo de Dios, y nos enseña a vivir el Adviento. María es maestra y modelo viviente de la acogida de Dios y del encuentro personal con Él: ella escucha la Palabra de Dios y la acoge con fe, la medita y la interioriza. María vive de la Palabra de Dios y la pone en práctica.
El Adviento de María, desde la encarnación del Hijo de Dios en Nazaret hasta su nacimiento en Belén, fue un tiempo de espera y esperanza, porque en su seno crecía el germen de una Vida Nueva. María vivió el Adviento más profundo y real: en espera esperanzada de una madre encinta que aguarda con júbilo el momento del parto, el momento de dar a luz al esperado de los pueblos, al anunciado por los profetas, al Emmanuel, a Dios hecho hombre, al Mesías, Salvador y Señor.
María abrió su corazón y sus entrañas a la acción del Espíritu Santo. “El Señor está contigo”, le dirá el ángel Gabriel (Lc 1,28). Dios está en ella y con ella. Siendo una criatura, está tan unida a su Creador que es una misma cosa con él. Cristo vive en María y María vive sumergida en Dios. Si los místicos hablan del matrimonio espiritual, la primera creatura en vivirlo en su plenitud fue María. Ella no solamente fue madre de Jesús en la carne, sino que es la esposa amada del Verbo.
María nos enseña a vivir el Adviento desde la sencillez, la humildad, el asombro y la gratitud, contemplando y adorando en silencio al niño que lleva en su seno. Aquel que viene, que ya está a la puerta y llama, queriendo nacer en nuestro corazón y en el corazón de la humanidad.
María nos enseña el camino para que Jesús nazca en nuestro propio interior: fe incondicional en las promesas de Dios, confianza, entrega y fidelidad al plan de Dios. Pues, Dios para cada uno de sus hijos tiene un plan, un proyecto. María nos enseña a hacer la voluntad del Padre y a ser fieles al plan de Dios. “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Esta podía ser una oración de Adviento. Una oración repetida continuamente para que se encarne en nuestro corazón y anide en él.
Dichosa por haber creído, la Virgen nos muestra que la fe es nuestra dicha y nuestra victoria, porque “todo es posible al que cree” (Mc 9, 23). María es la madre de la esperanza, ejemplo y esperanza para cada uno de nosotros y para toda la humanidad. En ella ha quedado bendecida toda la humanidad. En Maria, Dios, dador de vida, irrumpe en la historia humana; Dios no deja sola y abandonada a la humanidad; Dios ama a los hombres, nos llama a su amor y a vivirlo en el amor a los hermanos; Dios nos bendice y nos ofrece la salvación.
Abramos como María nuestra mente y nuestro corazón a Dios y a su amor. En Cristo Jesús, su Hijo, es posible la comunión con Dios, entre los hombres y entre los pueblos, y el amor a los más pobres y necesitados. En un mundo con miedo y sin esperanza ante el futuro, María es signo de la esperanza. Cuando el mundo invita a prescindir de Dios en la vida, el Adviento nos llama a volver nuestra mirada a Dios, que viene a nuestro encuentro, y a acogerlo con fe.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón