De manos de la Virgen María a Cristo
Queridos diocesanos:
Desde el inicio de la Iglesia, la Virgen María está siempre presente en la vida de la comunidad cristiana y de los cristianos. Lo estuvo en los primeros pasos de la comunidad cristiana, que perseveraba unánime en la oración en comunión con María, la Madre de Jesús, esperando el don prometido del Espíritu Santo (Hech 1,14). Y sigue estando presente en la Iglesia una vez fue llevada en cuerpo y alma a los cielos al final de su vida terrenal. Ella participa ya en cuerpo y alma de la resurrección de su Hijo: ella vive gloriosa junto a Dios. La Virgen María no es un personaje del pasado: vive junto a Dios y sigue intercediendo también hoy por nosotros.
La presencia de Maria en nuestras vidas es como la de una buena madre en la familia. La Virgen María nos da amor, cariño, consuelo, protección, aliento y esperanza en nuestro camino de fe y vida cristiana, personal y comunitaria. Así lo hemos podido experimentar durante la presencia de la imagen de la Mare de Déu del Lledó en la ciudad de Castellón, con motivo del Centenario de su coronación. Numerosos niños y jóvenes, adultos y ancianos, enfermos, matrimonios y familias, y todas las parroquias de la Ciudad han podido experimentar su cercanía, le han mostrado su amor agradecido y su devoción profunda y sentida. La fe y la devoción a la Madre de Dios y Madre nuestra sigue muy viva entre nosotros. Y esto es motivo de esperanza para los fieles y para nuestra Iglesia diocesana.
Estamos en el mes de mayo, el mes dedicado especialmente a la Virgen María para honrarla y agradecer su presencia, para rezarla e invocar su protección, para sentirnos amados por ella y para dar gracias a Dios por tan buena Madre. Mayo es, sobre todo, un mes para contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, en nuestro camino de fe y vida cristiana personal, y en nuestra vida y misión comunitaria como Iglesia del Señor. Los cristianos sabemos que ella nos mira con verdadero amor de Madre; cada uno de nosotros y la Iglesia entera, como ya ocurrió en sus primeros tiempos, estamos en su corazón; ella cuida de nuestras personas y de nuestras vidas, de nuestros afanes y de nuestras tareas; ella ora con nosotros y nos alienta en nuestra misión evangelizadora como lo hizo con los Apóstoles. María camina siempre con nosotros en nuestras alegrías y esperanzas, en nuestros sufrimientos y dificultades.
El Papa Francisco nos pide que cuidemos nuestra relación con la Virgen María y nuestra devoción mariana. De lo contrario, algo de huérfano hay en nuestro corazón. Siempre tenemos necesidad de la Virgen y Madre, en particular en los momentos de dificultad: ella nos protege siempre con su manto maternal. La Virgen María nos enseña a vivir nuestra condición de cristianos discípulos misioneros de su Hijo. María dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; ella nos ofrece y nos lleva a Cristo. Su mayor deseo es que nuestra devoción hacia su persona sea el camino para nuestro encuentro o reencuentro personal y renovador con Cristo Jesús y con su Palabra, de modo que recuperemos la alegría del Evangelio, se afiance nuestra fe, se renueve nuestra vida cristiana y salgamos a la misión.
La Virgen no quiere ser el centro y la meta de nuestra devoción mariana. Por ello, nuestro amor y nuestra devoción a María deben estar siempre orientados a Cristo Jesús vivo, porque ha resucitado: Él es el centro y fundamento de nuestra fe. El es el Salvador, el único Mediador entre Dios y los hombres. Cristo Jesús es el Camino para ir a Dios y a los hermanos. Él es la Verdad que nos muestra el misterio de Dios y, a la vez, el misterio y la grandeza del ser humano. Y Él es la Vida en plenitud que Dios nos regala con su pasión, muerte y resurrección. María es siempre camino que conduce a Jesús, el fruto bendito de su vientre. María, Madre de Dios y Madre nuestra, no deja de decirnos: “Haced lo que Él os diga” (Jn. 2,5).
Nuestra devoción a la Virgen María será auténtica, si realmente nos lleva al encuentro con Jesús, a la conversión de corazón a Dios, a su amor y a sus mandamientos; si nos lleva a nuestra adhesión sincera a Cristo, a avivar nuestra fe y vida cristiana, a dejarnos evangelizar para ser una Iglesia misionera.
María es la primera discípula de su Hijo. María nos anima y exhorta hoy de modo especial a ser fieles en la fe en su Hijo, firmes en la esperanza y activos en la caridad para ser testigos de Dios y de su amor en nuestro mundo.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón