Acompañar humana y espiritualmente en el duelo
Queridos diocesanos:
Cada año, el uno de noviembre nuestra Iglesia celebra la festividad de Todos los Santos y el día dos la conmemoración de los Fieles Difuntos. En estos días todos recordamos a nuestros seres queridos. Los sentimientos que nos despiertan su recuerdo dependen de la forma en que hayamos vivido el duelo por su muerte.
Quien ha pasado o pasa por la pérdida de un ser querido, sabe que es una de las experiencias más duras de la vida. Con su muerte algo se nos rompe por dentro; la muerte siempre supone una ruptura con el consiguiente desgarro interior. El papa Francisco ha dicho que “el duelo por los difuntos puede llevar bastante tiempo. Todo el proceso está surcado por preguntas, sobre las causas de la muerte, sobre lo que se podría haber hecho, sobre lo que vive una persona en el momento previo a la muerte. Con un camino sincero y paciente de oración y de liberación interior, vuelve la paz”.
A veces, sin embargo, se intenta superar el dolor por la muerte de un ser querido dejando pasar el tiempo “que todo lo cura”, como se dice, sufriéndola en silencio y en soledad. Otras veces se intenta negar lo ocurrido, evitar los recuerdos o intentar vivir como si nada hubiera pasado. Y otras veces se piensa que no hay más salida que el lamento y el desahogo constante. Pero el sufrimiento se puede superar mediante un proceso de sanación, dando expresión y cauce sano a los sentimientos, aceptando la realidad de la muerte, abriéndose al futuro con esperanza y amando con un nuevo lenguaje de amor a la persona a quien echamos tanto en falta.
El dolor por la muerte de un ser querido produce una herida profunda, que afecta al corazón, a los sentimientos, a la mente y a veces también al cuerpo; una herida que afecta a las relaciones humanas y a los valores, a lo que se creía y esperaba. Y este sufrimiento puede afectar también a la fe, a la vida espiritual y a la relación con Dios.
El sufrimiento puede y pide ser sanado: en el corazón, en la mente, en las relaciones y con Dios. Es un proceso, en el que se necesita hablar, desahogarse, llorar y sacar la pena. Si la pena no sale, se pudre y pudre a los demás. Y es necesario además sanar las ideas insanas y aceptar la realidad aunque sea dolorosa. El duelo necesita una fe sana. Incluso como creyente no se sale del sufrimiento con ideas y vivencias equivocadas sobre Dios. En el proceso del duelo, la persona afectada necesita hablar y dejarse acompañar para sanar el corazón, la mente y los vínculos, para reforzar los valores, para crecer en una espiritualidad sana que lleve a mirar el futuro con esperanza fijando la mirada en el amor de Dios.
En el relato de los dos discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35), Jesús nos enseña a acompañar en el duelo. Los dos discípulos caminan entristecidos por la muerte de Jesús. Mientras iban de camino conversando sobre lo ocurrido en Jerusalén, Jesús resucitado se acercó y se puso a caminar con ellos; sabe que lo necesitan y los acompaña. Jesús toma la iniciativa, hace sentir su presencia y les escucha .Pero los dos discípulos, cegados por el dolor, no podían reconocerlo. Los problemas ahogan y no dejan ver. Jesús sabe callar y escuchar. Y “entonces Jesús les dijo”. Jesús llama fuertemente su atención y les habla. Del acompañamiento y la escucha, pasa al diálogo y la propuesta de “todo el designio de Dios”. El acompañamiento y la escucha han sido pasos previos para llegar a la propuesta de la novedad del Evangelio, hasta que reconocen al Resucitado en la “fracción del pan” en la posada.
El relato refleja la crisis de dos almas desconcertadas por la muerte de Jesús. Pone de manifiesto el itinerario humano y espiritual del duelo de esos dos hombres de fe, probados y desconcertados. Plasma las actitudes y los pasos dados por Jesús para iluminar y sanar su sufrimiento, y para transformarlo en crecimiento y en amor redimido y redentor.
Estas actitudes de Jesus son las que tiene que tener el acompañante cristiano en un proceso de duelo, teniendo claro que acompañar es escuchar, con paciencia y disponibilidad, hasta conducir al encuentro con el Resucitado, fuente de vida plena y de esperanza. Gracias a la resurrección de Jesús no se “pierde” a nadie, se lo gana para una vida plena y feliz donde los proyectos humanos son superados por la nueva existencia en Dios.
Acompañar en el duelo es un verdadero “signo de los tiempos en la Iglesia”. Hemos de prepararnos para saber acompañar en el duelo y hacerlo como Jesús lo hizo.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón