Queridos diocesanos:
A lo largo del Año litúrgico celebramos los misterios de la vida de Cristo y la obra salvadora de Dios en el mundo. Terminada la cincuentena pascual con la venida del Espíritu Santo, este domingo celebramos la Solemnidad de la Santísima Trinidad para alabar a Dios no por lo que hace, sino por lo que es. La Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. «Es la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina… Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres, los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo» (CICa, n.234) . Dios es amor, nos dice San Juan: un amor eterno e infinito. Y san Agustín nos recuerda que el Padre es el eterno amante, el Hijo es el eterno amado, y el Espíritu es el amor eterno de ambos que ha llegado hasta nosotros.
El Domingo de la Trinidad celebramos también la Jornada Pro orantibus, es decir, por lo que oran. Es un día dedicado a los monjes y monjas de vida íntegramente contemplativa. Nuestra Diócesis cuenta con diez monasterios de monjas contemplativas, que oran por nosotros todos los días del año; en este día les queremos mostrar nuestra gratitud y estima, orando por ellos y por las vocaciones a la vida contemplativa. Damos gracias por sus vidas entregadas a la alabanza trinitaria, por su ofrenda permanente al Señor por nuestra Iglesia y nuestra sociedad, por el ejercicio activo de la caridad según su propia vocación.
El lema para la Jornada de este año es Contemplar el mundo con la mirada de Dios; es una expresión tomada de la constitución apostólica del papa Francisco para la vida contemplativa femenina Vultum Dei quaerere (2016). El mismo santo Padre les llama y nos invita a contemplar el mundo y a las personas con la mirada de Dios, que es una mirada de amor. San Juan de la Cruz dice que el mirar de Dios es amar; Dios siempre mira al mundo y a cada ser humano desde el amor eterno que hay en las Tres Personas Divinas. Dios siempre nos contempla con una mirada compasiva y misericordiosa, benévola y llena de ternura. La revelación bíblica -especialmente los evangelios- nos muestra la mirada del amor incondicional de Dios que siempre nos salva. El mirar de Dios que nos ha manifestado Jesucristo es amar, y amar siempre, a todo hombre y a todo el hombre. En esa mirada cada ser humano redescubre su dignidad y su verdadera identidad: ser amado por Dios. Y con esa mirada redescubrimos la dignidad e identidad de todo ser humano, y aprendemos a mirar a todos con la mirada de Dios.
Los monjes y monjas que viven, oran y trabajan en los monasterios han sido mirados por Dios con un amor que ha cautivado sus corazones y lo ha transformado. Contemplados por la Trinidad aprenden a diario ellos mismos a contemplar al mundo y a cada persona con esa misma mirada divina, amorosa y compasiva, intercesora y benévola, bendita y salvífica, amando hasta comulgar con las penas y las tristezas de los hombres, con sus gozos más nobles y sus esperanzas más altas. En la contemplación suben al monte de la fe y miran el horizonte de nuestro mundo con sus guerras y terrorismo, y descubren con los ojos de la esperanza que Dios tiene «designios de paz y no de aflicción» (Jr 29, 11); ellos acogen en el silencio de su corazón contemplativo el hambre, la miseria, la injusticia, la soledad y el desencanto de tantos hermanos con la seguridad de que “los que lloran serán consolados” y “los que tienen hambre de justicia serán saciados” (Mt 5, 3 ss). Hoy como entonces, Dios pone en lo alto del monte, como hizo con Moisés, a los monjes y monjas contemplativos para que, permaneciendo con los brazos en alto -en continua actitud orante- ayuden al pueblo de Dios a vencer en las batallas.
Los contemplativos no se desentienden de nadie ni les es ajeno nada de cuanto ocurre en la Iglesia y en el mundo. Mediante su vida orante, retirada y oculta reciben el amor divino y se transforman en ofrenda permanente por nuestra Iglesia y nuestro mundo, por cada ser humano. Los monjes y las monjas viven la comunión con Dios para comulgar también con los padecimientos de cada hombre. Con su entrega y su oración continua hablan a Dios de los hombres y nos hablan a los hombres del mucho amor que Dios nos tiene. Las personas contemplativas son ‘faros luminosos’ en medio de un mundo que ha perdido la luz del amor de Dios. En nuestro desierto y en nuestras evasiones nos dan el más precioso testimonio de su encuentro con Dios en Cristo Jesús, para que nos sea devuelta la luz a los ojos y nos vuelva a latir el corazón con el fuego del amor de Dios. Nada hace ensanchar el corazón humano tanto como considerar que Dios nos ama, hasta dar su vida en su Hijo por el mundo.
Oremos hoy de modo especial por nuestras monjas, que interceden por la humanidad y cooperan en la construcción de un mundo más evangélico. Descubramos la vida contemplativa como escuela de escucha de la voluntad de Dios y de quienes necesitan del amor de Cristo. Aprendamos a contemplar, como ellas, el mundo y las personas con la mirada amorosa de Dios. Será la mejor manera de comenzar la Semana de la Caridad.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón