Homilía en la Pascua de Resurrección
S.I. Catedral-Basílica de Segorbe, 17 de abril de 2022
(Hch 10,34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Jn 20,1-9)
Hermanas y hermanos en el Señor.
1. “¡Cristo ha resucitado! Aleluya”. Hoy es “el día en que actuó el Señor; sea nuestra alegría y nuestro gozo”. Cantemos con toda la Iglesia el Aleluya pascual. ¡Cristo ha resucitado! Hoy es el día en que con mayor verdad podemos entonar cantos de victoria. Hoy es el día en que el Señor nos llamó a salir de las tinieblas de la muerte y a entrar en el reino de su luz maravillosa. El mismo Cristo Resucitado, vencedor de la muerte, nos invita a la alabanza y a la acción de gracias.
2. En el Credo confesamos que Jesús, después de su crucifixión, muerte y sepultura, “al tercer día resucitó de entre los muertos”. El evangelio de hoy nos invita a dejarnos llevar por la luz de la fe para creer personalmente que Cristo ha resucitado. En primer lugar, el Evangelio nos habla de la señal del sepulcro vacío. Este hecho desconcertó en un primer momento a María Magdalena y a los mismos Apóstoles, Pedro y Juan; pero sólo Juan, el discípulo a quien Jesús amaba, «vio y creyó». «Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos» (Jn 20,8-9). El cuerpo de Jesús, muerto en la cruz, ya no estaba allí; no porque hubiera sido robado o puesto en otro lugar, sino porque había resucitado. Aquel Jesús a quien habían seguido, vive, porque ha resucitado; en Él ha triunfado la vida sobre la muerte, el bien sobre el mal, el amor de Dios sobre el odio del mundo. Cristo Jesús es el vencedor del pecado y de la muerte.
El hecho mismo de la resurrección, es decir el momento mismo en que el cuerpo muerto de Jesús pasa a la Vida gloriosa, no tiene testigos. Pero la resurrección de Jesús es un hecho real, que ha sucedido en la historia, aunque que traspasa el tiempo y el espacio. No es el fruto de la fantasía de unas mujeres crédulas o de la profunda frustración de sus discípulos, como dicen los que la niegan. La tumba está vacía, porque Jesús ha resucitado verdaderamente y su carne ha sido glorificada. No se trata de una vuelta a esta vida para volver a morir de nuevo, sino del paso a nueva forma de vida, gloriosa y eterna. El que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos. Jesús vive ya glorioso y para siempre. Por eso Jesús mismo se aparece a sus discípulos.
2. ¡Cristo Jesús ha resucitado! Para aceptarlo es necesaria la fe en la Palabra de Dios, como ocurrió en los primeros discípulos de Jesús: una fe que brota de la experiencia del encuentro personal con el Resucitado. Una vez resucitado, Jesús salió al encuentro de sus discípulos: se les apareció, se dejó ver y tocar por ellos, caminó, comió y bebió con ellos. La tarde del primer día de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús resucitado se puso en medio de ellos, les enseño las señales de sus manos y el costado, y les dijo: “Paz vosotros”. Y su corazón se lleno de alegría al ver al Señor (cf. Jn 20, 19-20). Al apóstol Tomás, que no estaba presente y dudaba de lo que le dijeron sus compañeros, Jesús le invitó una semana después a tocar las llagas de sus manos y meter su mano en la hendidura de su costado. Y Tomás creyó que el Resucitado era el mismo que el Crucificado: «Señor mío, y Dios mío», exclamó (Jn 20,28).
Los discípulos se dejaron encontrar personalmente por el Resucitado. Fue un encuentro real y no una fantasía. Fue un encuentro profundo que tocó a sus personas en el centro de su ser; quedaron sobrecogidos ypasaron de la tristeza a la alegría, de la decepción a la esperanza, del miedo a los judíos a mostrarse ante ellos como los discípulos de Jesús. Toda su vida quedó transformada; todas las dimensiones de su existencia cambiaron de raíz: su pensar, su sentir y su actuar. Este encuentro los movilizó y los impulsó a contar lo que habían visto y experimentado; y lo hacían con temple y aguante, sin miedo a las amenazas, a la cárcel e incluso a la muerte. Este encuentro con el Señor resucitado fue tan fuerte que hizo de ellos la comunidad de discípulos misioneros del Señor, y puso en marcha un movimiento que nada ni nadie podrá ya parar.
Que Cristo ha resucitado es tan importante para los Apóstoles, que ellos son, ante todo, testigos de la resurrección, designados por Dios para nosotros y para siempre. Este es el núcleo de toda su predicación. “Nosotros somos testigos de todo lo que [Jesús] hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A éste lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección de entre los muertos” (Hech 10,39-41).
3. Como en el caso de los Apóstoles, el Señor resucitado sale hoy a nuestro encuentro y pide de nosotros un acto personal de fe en la resurrección de Cristo. Nuestra fe se apoya en la señal del sepulcro vacío y, sobre todo, en el testimonio unánime y veraz de aquellos que pudieron ver al Resucitado, que comieron y bebieron con él en los cuarenta días que permaneció en la tierra. A los testigos se les cree por la confianza que merecen. Los Apóstoles confiesan y proclaman que el Señor ha resucitado; y padecieron persecución y murieron por dar testimonio de esta verdad. No hay mayor credibilidad que la de quien está dispuesto a entregar su vida por mantener su testimonio.
El Señor resucitado está presente hoy en nuestra vida y sale a nuestro encuentro. Él está en medio de nosotros y nos invita a todos a dejarnos encontrar o reencontrar personalmente por Él para fortalecer o recuperar la alegría de nuestra fe y de nuestra condición de cristianos; es la alegría que brota de la Pascua, es la alegría de sabernos amados personal y siempre por Dios en su Hijo, Jesús, muerto y resucitado, para que en Él tengamos vida, la vida misma de Dios. Como entonces, este encuentro ha de ser personal, real y transformador de toda nuestra vida personal y comunitaria; un encuentro que nos lleve de nuevo a la comunidad de los discípulos de Jesús, y un encuentro que nos movilice a anunciar a todos la buena y gran Noticia de la Resurrección del Señor. Y este encuentro es posible: el Resucitado está entre nosotros, nos espera especialmente en su Palabra, en la Eucaristía y en el sacramento de la Penitencia, en la oración, en la comunidad de sus discípulos, y en los pobres, en los hambrientos y sedientos, en los enfermos y necesitados, con los que Él se identifica. Es la gracia que Dios nos ofrece principalmente en el Año Jubilar diocesano que acabamos de comenzar.
4. Cristo Jesús ha muerto y ha resucitado por todos nosotros. El es la primicia y la plenitud de una humanidad renovada. En Cristo, todo adquiere un sentido nuevo. La vida gloriosa del Señor Resucitado es como un inagotable tesoro, del que ya participamos por nuestro bautismo, que nos ha insertado en el misterio pascual del Señor. Recordemos hoy con gratitud nuestro bautismo; es nuestra pascua personal. Es el mayor don que hemos recibido de Dios y que pide ser acogido y vivido personalmente. “Por el bautismo fuimos sepultados con El en la muerte, para que, así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rom 6, 3-4). San Pablo nos recuerda que ser bautizados significa ser incorporados a la Pascua del Señor, pasar con Cristo de la muerte del pecado a la Vida de Dios y en Dios. En el bautismo, Dios nos ha hechos sus hijos e hijas y nos ha dado la gracia inicial de nuestra futura resurrección. Por ello el mismo Pablo, nos recuerda hoy: “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios…” (Col 3,1).
Al confesar y vivir que Cristo ha resucitado, nuestro corazón se ensancha y comprende mejor todo lo que puede esperar. Buscando los bienes de allá arriba, aprendemos a tratar mejor la creación y a poner amor y vida en nuestra relación con los demás. La resurrección del Señor nos coloca ante lo más en nuestra vida: la Vida eterna y la felicidad plena: y por eso toda nuestra existencia cobra una nueva densidad.
Como dice el Apóstol Pablo, nuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Ya no nos amenaza la muerte, ya no necesitamos buscar falsas seguridades por el temor a morir. Sabemos que la muerte ya no tiene la última palabra. Porque Cristo ha resucitado podemos vivir de una manera nueva, porque nuestra existencia está liberada de las reglas del pecado y de la mundanidad; es decir de la esclavitud de la mentira, de la avaricia, del odio, del rencor, de la indiferencia, del desprecio y del abuso de los demás. Jesús nos ha liberado y, resucitado, camina junto a nosotros haciendo que sea posible vivir de un modo distinto, para que, como Él, pasemos haciendo el bien. Todos los signos de alegría y de fiesta de este día, en que actúo el Señor, son signo también de la caridad que ha de inundar nuestros corazones. Jesús victorioso nos comunica su vida para que podamos seguir su camino. El nos hace posible la entrega desinteresada al prójimo y su acogida generosa, el verdadero amor en el matrimonio y en la familia, la amistad desinteresada y benevolente, el perdón y el trabajo justo, porque la muerte ya no tiene la última palabra.
En la resurrección de Jesús tienen respuesta todas las inquietudes de nuestro corazón. Porque Cristo ha resucitado, el mundo no es un absurdo. Ni la persecución de los cristianos, ni las injusticias, ni la corrupción de los poderosos de este mundo, ni el pecado, ni el mal, ni la muerte tendrán la última palabra, porque el Señor ha resucitado. Él está vivo y nos podemos dejar encontrar y transformar por Él. Ahí está el sentido de nuestra vida y la posibilidad de llevarla a su plenitud en el amor. Alegrémonos en este día que disipa todas las tinieblas y dudas, y hace crecer en nosotros la esperanza.
5. Los Apóstoles fueron, ante todo, testigos de la resurrección del Señor Jesús. Aquel mismo testimonio, que, como un fuego, ha ido dando calor a las almas de los creyentes, llega hoy hasta nosotros. Acojamos y transmitamos este mensaje a las nuevas generaciones. Sean cuales sean las dificultades, éste es nuestro deber más sagrado: transmitir de palabra y por el testimonio de las buenas obras esta buena Noticia de Dios para la humanidad: En Cristo, la Vida ha vencido a la muerte, el bien al pecado, el amor al egoísmo, la luz a la oscuridad, el sentido de la historia y del cosmos al sinsentido del nihilismo. Hay esperanza para la humanidad.
Celebremos, hermanos, a Cristo resucitado. Reavivemos nuestro propio Bautismo, que nos ha hecho nuevas creaturas. Nuestra alegría pascual será verdadera si nos dejamos encontrar y transformar de verdad por el Resucitado en lo más profundo de nuestro ser; si nos dejamos llenar de su vida y amor: esa vida y ese amor de Dios que generan alegría, paz, justicia, vida, amor y esperanza. Que el encuentro gozoso de María, nuestra Madre, con su Hijo Resucitado nos lleve a nuestro en el Señor.
!Feliz Pascua de Resurrección para todos¡
+ Casimiro Lopez Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón