D. Casimiro administra la Unción de Enfermos en una Eucaristía, en Lourdes
Se celebró ayer tarde en la capilla de Santa Bernardita en el contexto de la peregrinación de la Hospitalidad Diocesana
Hoy, a las 9,30h de la mañana, nuestro Obispo presidirá la Misa Internacional en la Basílica de San Pío X
Ayer tarde se celebró, en la Capilla de Santa Bernardita, en el Santuario de Nuestra señora de Lourdes la eucaristía con «Unción de Enfermos» que, presidida por D. Casimiro, estuvo concelebrada por los sacerdotes de diferentes parroquias de nuestra Diócesis que se han sumando a la peregrinación con sus respectivas hospitalidades.
Enfermos y hospitalarios se sumaron con de y devoción a la Santa Misa y acogieron con esperanza las palabras que pronunció nuestro Obispo en la homilía a la luz de la proclamación de la Palabra de Dios.
Una homilía en la que D. Casimiro les exhortó a acoger la invitación del Apóstol Santiago (5, 14-15) de no abandonar al enfermo: «está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que recen por él y lo unjan con óleo en el nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo restablecerá; y si hubiera cometido algún pecado, le será perdonado». Una cita en la que nuestro Obispo puso todo el énfasis por remontarse al mismo Jesús, porque es el reflejo, dijo D. Casimiro, «de la preocupación del mismo Jesús por los enfermos, los débiles y los más frágiles», tal como se acababa de proclamar a través del Evangelio.
A veces nos olvidamos que somos débiles, frágiles y finitos, continuó el Obispo, «algo que es propio de la naturaleza humana y parece que la enfermedad o el dolor aparezcan de repente». D. Casimiro les interpeló preguntando ¿cómo vivir ese dolor que a veces nos desorienta?.
Y es que no siempre sucede cuando nos hacemos mayores, sino que de repente lo vemos en jóvenes o aquellos que aparentemente gozan de buena salud. «La salud no se puede comprar y como Jesucristo, hay que pasar el viacrucis…¿cómo hacerlo?», dijo el Obispo. La respuesta es Jesús, «sabiendo sabiendo que como el Padre se unió a su dolor en la cruz, no nos abandona». Nos exhortó «a seguir confiando en Cristo Jesús porque Él es el camino, la verdad y la vida».
Tanto en la salud como en la enfermedad, «la Iglesia y el Señor nos piden fijar nuestra mirada en Él porque es quien sana, quien consuela y quien alivia». De esta forma, con la Unción de Enfermos que administró el Obispo y los sacerdotes concelebrantes, se oró en comunión «para que el Señor se haga presente en vuestra vida y os de la paz de aquel que se siente siempre amado por Dios y nunca abandonado por el Señor». Ese es el mayor don que puede ofrecer la Iglesia, «sentirse acompañados por el Señor a través de la Iglesia, de los sacerdotes, de las comunidades parroquiales».
Oraron también por la salud espiritual y corporal de los enfermos peregrinos y los de toda nuestra Diócesis que por diferentes circunstancias no han podido viajar hasta Lourdes y que todos se sientan «aliviados en vuestro dolor sabiendo que no estáis solos y que la Iglesia está con vosotros, pues el mayor dolor es el que surge de sentirse solo y abandonado».
Nuestro Obispo puso todo ello «en manos de María, la Virgen de Lourdes, que vela por cada uno de nosotros, que se compadece de nosotros, que sufre por nosotros y, en cualquier caso dirige nuestra mirada a su Hijo que es el camino, la verdad y la vida».
Al finalizar la Eucaristía y antes de dar la bendición, nuestro Obispo ha tenido palabras de recuerdo para todos aquellos que años atrás participaban en la peregrinación y que en estos años de pandemia gozan de la vida eterna, entre ellos el anterior Consiliario de la Hospitalidad Domingo Galindo, y Mosén Joaquín esteve, Párroco de Joaquina Vedruna.
Procesión de las antorchas
Tras la Eucaristía tuvo lugar la cena y a continuación la Hospitalidad Diocesana, con nuestro Obispo a la cabeza como Pastor de nuestra Iglesia y los sacerdotes que participan en esta peregrinación acudieron a la Procesión de las Antorchas y el Rezo del Santo Rosario que se vivió con especial devoción en la explanada del Santuario.
Por ser martes, se meditaron los Misterios Dolorosos:
Primer Misterio Doloroso: La oración en el Huerto
«Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar». Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco, cayó rostro en tierra, y suplicaba así: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú»» (Mt 26, 36-39).
Segundo Misterio Doloroso: La flagelación de Jesús atado a la columna
«Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado» (Mt 27, 26).
Tercer Misterio Doloroso: La coronación de espinas
«Entonces los soldados del procurador llevaron consigo a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte. Lo desnudaron y le echaron encima un manto de púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en su mano derecha una caña, y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla diciendo: «Salve, Rey de los judío»». (Mt 27, 27-29)
Cuarto Misterio Doloroso: Jesús con la Cruz a cuestas camino del Calvario
«Y obligaron a uno que pasaba, a Simón de Cirene, que volvía del campo, el padre de Alejandro y de Rufo, a que llevara su cruz. Lo condujeron al lugar del Gólgota, que quiere decir de la «Calavera»» (Mc 15, 21-22).
Quinto Misterio Doloroso: La crucifixión y muerte de Jesús
«Llegados al lugar llamado «La Calavera», le crucificaron allí a él y a los dos malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen»… Era ya eso de mediodía cuando, al eclipsarse el sol, hubo oscuridad sobre toda la tierra hasta la media tarde. El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito dijo: «Padre, en tus manos pongo mis espíritu» y, dicho esto, expiró» (Lc 23, 33-46).