REPORTAJE SOBRE EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN
Queda una semana para la Navidad, día en que todo el mundo – de momento – celebra el nacimiento de Jesús. O lo que es lo mismo: que Dios, sin abandonar su condición divina, vino hace más de 2000 años al mundo hecho hombre.
A falta de una semana para celebrar la Nochebuena, ya adentrados plenamente en el Adviento y muy próximos a la Navidad – fechas en las que los cristianos celebramos que Dios, un día, vino al mundo a través de la Inmaculada Concepción en el seno materno de la Virgen María – es interesante detenerse y preguntarse: ¿Por qué Dios, siendo Dios, iba a querer hacerse un hombre para sufrir?
En el Misterio de la Encarnación podemos comprender parte del amor que Dios nos tiene, ya que «en ninguna religión Dios se acerca tanto al hombre, y esto es verdaderamente impresionante si uno lo piensa detenidamente», asegura José Antonio Morales, rector del Seminario Menor y profesor de Moral. «El ser humano o se siente incondicionalmente amado o sufre incondicionalmente. Dios se hace hombre para darle un sentido pleno de amor a nuestra vida».
Ya el Concilio Vaticano II, en 1962, afirmó que «mediante la encarnación el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre». Más tarde, en 1979, la encíclica de San Juan Pablo II, «Redemptor hominis» habla sobre este tema, y asegura que todo hombre puede encontrar a Cristo, «para que pueda recorrer con cada uno el camino de la vida, con la potencia de la verdad acerca del hombre y del mundo, contenida en el misterio de la Encarnación y de la Redención, con la potencia del amor que irradia de ella».
A Morales le gusta comparar la encarnación de Dios con ese amor de un novio por su novia, que «se la tiene que jugar» y «camelar» hablándole al corazón. «Cristo es ese novio que quiere ofrecernos el amor incondicional que la novia – que somos todos nosotros – en el fondo de nuestro corazón deseamos». Dios quiere sacarnos de ese sufrimiento que experimentamos al pensar que estamos solos y destinados a una vida absurda, sin sentido, sin una razón de amor que pueda ser definitivo, «una vida sin ese amor incondicional que, de hecho, todos anhelamos», confiesa José Antonio.
En el hecho de que Dios haya querido hacerse hombre, queda más claro para todos que Dios es un Dios que nos busca, que ya no es alguien que quede como demasiado por encima de la persona, demasiado lejano y superior. «Dios, al tener un cuerpo humano, nos ha manifestado a través de sus gestos, palabras, y todo cuanto hizo, que cualquier ser humano que tiene el amor de Dios en su corazón puede superar el miedo a todo lo malo que pueda haber en nuestras vidas», explica el rector del seminario, «persecución, traición, hambre, soledad, rechazo, dificultades de todo tipo, incluida la propia muerte».
En el Dios que se ha hecho hombre entendemos cómo debe vivir un verdadero cristiano para ser feliz. Es como si Dios hubiera querido sufrir todo lo que una persona pueda sufrir en su condición humana «para que nadie pueda pensar que Dios no nos entiende cuando sufrimos, y comprender mejor su amor hacia nosotros, que nos sostiene en medio de esos sufrimientos», aclara Morales.
Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica explica que este acontecimiento admirable – la encarnación del Hijo de Dios – ha tenido lugar por cuatro motivos. «En primer lugar, y ante todo, para lograr nuestra salvación«, apunta Héctor Calvo, párroco de Figueroles, «para reconciliarnos con Dios y devolvernos a la amistad con Él, ya que la perdimos tras el pecado original, pero que recuperamos gracias a la ofrenda que Jesús hizo de su propia vida en la cruz». En segundo lugar, para darnos a conocer el amor de Dios: «tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna», recuerda el párroco sobre las palabras de la Escritura. En tercer lugar, para darnos ejemplo de santidad, enseñándonos cómo vivir si queremos agradar a Dios y amarle con obras, «poniendo nuestra atención en seguir sus enseñanzas y conocer bien su vida, su modo de comportarse cara a Dios y a los demás y aprendiendo de Él», apostilla Héctor. Y en cuarto lugar, que Jesús ha venido para hacernos hijos de Dios: por su muerte y resurrección «podemos invocarle como verdaderos hijos suyos, llamándole Padre Nuestro, siendo todos nosotros hermanos», concluye Calvo.
A SU IMAGEN Y SEMEJANZA
Ya desde la creación del mundo y a través de este Misterio de la Encarnación, ha querido hacer al hombre a su imagen y semejanza. El Concilio indica esto precisamente, cuando, hablando de tal semejanza, recuerda que «el hombre es en la tierra la única criatura que Dios ha querido para sí misma». «El hombre tal como ha sido «querido» por Dios, tal como Él lo ha «elegido» eternamente, es el hombre «más concreto», el «más real»; éste es el hombre, en toda la plenitud del misterio, del que se ha hecho partícipe en Jesucristo, misterio del cual se hace partícipe cada uno de los cuatro mil millones de hombres vivientes sobre nuestro planeta, desde el momento en que es concebido en el seno de la madre», proclama el santo en la encíclica.
Por eso mismo, Dios ha querido meterse en nuestra historia como uno de nosotros, «naciendo de una madre, como cada uno de nosotros, creciendo en el seno de una familia para que nos ayude a percibir la importancia de la familia que Dios nos regala y aprendamos valores tan importantes como la obediencia por amor a los padres, el perdón, el agradecimiento, el compartir lo que tenemos y el pensar en los demás», revela José Antonio Morales.
Cristo es la referencia de la vida de cualquier cristiano, y unidos a Él podemos ofrecer nuestra vida como Él hizo. «El amor es la fuerza que mueve el corazón del ser humano, pero sólo en Dios hecho hombre ese amor transmite toda su infinita e inagotable fuerza», concluye Morales.