El bautismo: el gran regalo del amor de Dios
Queridos diocesanos:
Con la Fiesta del Bautismo de Jesús este Domingo concluye el tiempo de la Navidad. En este día recordamos el bautismo de Jesús a orillas del río Jordán de manos de Juan Bautista. Jesús, que no tenía pecado alguno, se hace solidario con los hombres y recibe como los demás el bautismo de penitencia de Juan, transformando este gesto en una manifestación de su divinidad. “Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco»” (Mc 1, 10-11). Son las palabras de Dios-Padre que muestra a Jesús como su Hijo amado. Jesús comienza su vida pública en su misión salvadora, que concluirá con su muerte y resurrección. Jesús es el enviado por Dios para traernos el perdón, la vida y el amor de Dios. Este hombre, aparentemente igual a los demás, es Dios mismo, que libera del pecado y da el poder de convertirse “en hijos de Dios, a los que creen en su nombre” (Jn 1, 12-13).
Esto es lo que ocurre en nuestro bautismo. Quien recibe el bautismo con fe en Dios vivo, Uno y Trino, renace a la vida misma de Dios, queda inmerso en el ser y en la vida de Dios Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. En el bautismo, Dios nos convierte para siempre en hijos suyos en su Hijo, Jesús. En cada bautismo, Dios-Padre repite sobre cada bautizado las palabras sobre Jesús en el Jordán: “Este es mi hijo amado”. Dios nos incorpora a su misma familia, en la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por lo tanto estar bautizados quiere decir estar y vivir unidos a Dios. En una única y nueva existencia pertenecemos a Dios, estamos inmersos en Dios mismo.
Como enseñó el papa Benedicto XVI, esto tiene varias consecuencias. Gracias al bautismo podemos decir que Dios no está lejos de nosotros, sino que nosotros estamos en Dios y Dios está en nosotros. ¡Vivamos realmente en su presencia y en su gracia! De otra parte, si todos los bautizados estamos inmersos en Dios, todos estamos unidos al resto de los bautizados, estamos inmersos en la comunión con los otros, en la comunidad de los bautizados, en la comunión de la Iglesia. El bautismo nos incorpora a la comunidad eclesial y rompe el aislamiento; un cristiano aislado, no es un cristiano. Hemos de tenerlo presente en nuestro ser cristianos y en nuestro vivir como tales. El bautismo afecta a toda la comunidad eclesial, a cada comunidad parroquial. Y, por último, con la inmersión en el la vida de Dios por el bautismo, los bautizados estamos también ya inmersos en la vida inmortal de Dios, estamos vivos para siempre; el bautismo es el primer paso de nuestra resurrección: inmersos en Dios, estamos ya inmersos en su vida indestructible, empieza nuestra resurrección.
Nosotros no nos hacemos hijos de Dios; somos hechos hijos de Dios, somos hechos cristianos. Ser hijos de Dios y cristianos es el gran regalo gratuito del amor de Dios, no es consecuencia de una decisión humana. Es verdad que para ser bautizados es necesaria también la decisión humana, pero el bautismo es, sobre todo, una acción amorosa de Dios con cada uno de nosotros: yo soy amado por Dios, soy tomado de la mano por Dios y así, diciendo ‘sí’ a esta acción de Dios, me convierto en su hijo.
Este gran regalo de Dios se convierte en tarea para cada bautizado a lo largo de toda su existencia terrenal, para que el germen de la nueva vida implantada en el bautismo dé frutos de santidad y de vida eterna. Porque Dios actúa sólo contando con nuestra libertad. Dios nos interpela en nuestra libertad, nos invita a acoger y cooperar con su don gratuito. Este gran regalo requiere la cooperación de nuestra libertad para decir el “sí” a Dios que confiere eficacia a la acción divina. Nuestro primer paso es la fe, con la que confiamos en Dios, nos adherimos a Él y su Palabra, Jesucristo, nos abandonamos libremente en sus manos. Todo bautizado debe recorrer personalmente un camino espiritual que le lleve a acoger con fe y vivir con fidelidad y alegría el don recibido en el bautismo. En la raíz de todo debe estar siempre el Primer Anuncio: Dios te ama.
También y sobre todo los niños bautizados en su infancia deben hacer este camino espiritual. No podrán abrir su corazón al don recibido si los adultos no les hacemos el Primer Anuncio (Dios te ama) ya en su despertar religioso, y en todo su proceso de catequesis de iniciación cristiana. Padres y padrinos, catequistas y toda la comunidad cristiana hemos de ayudarles, con la palabra y el testimonio de vida, a experimentar que Dios los ama y a que se encuentren personalmente con Jesús y entablen una verdadera amistad con Él, y así seguirle insertos en la comunidad de los creyentes para ser discípulos misioneros del Señor.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón