Un proyecto de torre del reloj de la parroquia de Santo Tomás de Benicàssim (1895)
La figura del arquitecto aragonés, natural de Odón (Teruel), Marcos Ibáñez (1738-1784), uno de los personajes más desconocidos y desafortunados de la arquitectura académica hispana de su tiempo, siempre se ha confundido o mimetizado con la de su hermanastro y hombre de gran fama Joaquín Ibáñez García (1720-1787), Chantre de la Catedral de Teruel, coleccionista de libros, medallas y antigüedades (De Jaime, 2016), uno de los mayores exponentes históricos de la ilustración aragonesa y española.
Una realidad apreciable en la traza de la Iglesia parroquial de Santo Tomás de Benicàssim, Bien de Interés Cultural [DOGV, 05/10/07. BOE, 24/01708], atribuida primero al arquitecto [Ponz, 1775] y, más tarde por confusión, vinculada a su reconocido hermanastro, habiéndose mezclados los datos de ambos como si fueran uno sólo [Ponz, 1788] y continuando la pequeña distorsión en la historiografía posterior [Alcahalí, 1897. Aldana, 1970. Rodríguez Culebras, 1984-1985]. Una equivocación que asimilaba el diseño del templo a su pariente eclesiástico ilustrado, afirmando el mismo Antonio Ponz: «Este Arquitecto fue amigo del autor de este Viage. Estudió con honor su profesión en Roma, y habiendo pasado a América, falleció el 28 de julio, del año pasado de 1784 en Xalapa».
Pese al error lógico por el común origen filial entre ambos, es una de las pocas obras vinculables o atribuibles a Marcos Ibáñez en su estancia profesional en España, de las diversas que debió ejecutar y no tenemos mayor noticia por el momento, salvo la ermita de la Virgen en su propio pueblo. El maestro, noveno de diez hermanos, había estudiado en Zaragoza y, con tan sólo veinte años, en la Ciudad Eterna, de la mano de los contactos de su hermano, que siempre lo tuteló y lo acercó a su entorno privilegiado de intelectuales, como los citados Antonio Ponz (Bejís, 1725-Madrid, 1792) y Pérez Báyer (Valencia, 1711-1794). Cuando Carlos III llega a España desde Nápoles, muerto Fernando VI, lo hace cortejado de su más cercano séquito de artistas, entre los que se encuentra el arquitecto aragonés como parte del equipo y a las órdenes del siciliano Francesco Sabatini (Palermo, 1721-Madrid, 1797), responsable de las obras de modernización de Madrid y activo en el arreglo de los Reales Sitios del Pardo. Allí, Sabatini lo propone como comisionado por el Ministerio de Indias en la reconstrucción de la ciudad Nueva Guatemala tras los grandes terremotos de 1773, siendo nombrado posteriormente Arquitecto Principal de la citada Guatemala, antes de constituirse en figura relevante en la introducción del neoclasicismo en Centroamérica. Tras asumir su elección de maestro para reconstrucción de la ciudad es también nombrado arquitecto de las posesiones españolas en América, un nombramiento que, como se vio con el tiempo, resultó tan sólo un reconocimiento honorífico a su labor [De Jaime, 2016].
Antes de marchar, intuyendo que no regresaría, Ibáñez regresó a su pueblo natal a ordenar sus cuestiones familiares. Traza los planos de la ermita de la Virgen de las Mercedes, posa para un retrato que allí mismo se conserva, deja unos “dineros” para que sea atendida su madre en su ausencia y marcha para siempre del valle del Jiloca [De Jaime, 2016]. Una vez cruzado el gran océano, en aquella tierra y ciudad de Guatemala, donde llevaría el estilo arquitectónico neoclásico europeo, es suyo el diseño del Real Palacio, Ayuntamiento, Direcciones de Correos, Aduana y Tabacos. Además, a parte de participar en la traza urbana de la misma ciudad ya en progreso, es suyo el primer proyecto de la catedral de Santiago (1782), con la colaboración de Antonio Bernasconi, delineante, y Joaquín de Isasi, ingeniero. Fallecería en el camino de regreso a España, antes de embarcar en Ciudad de México, en 1783. Tenía 46 años de edad.
Santo Tomás de Benicàssim
Como destaca Rodríguez Culebras, el viajero actual poco puede hacerse una idea, hoy en día, de la gran transformación sufrida por la población desde que se levantara el templo parroquial, a instancias del gran erudito Pérez Báyer, cercano a la figura del rey Carlos III. edificada frente a su casa en un momento en que era poco menos que un despoblado, destacó mucho tiempo entre el modesto y sencillo caserío de una población rural de labradores que, a modo de fundación, fue aglutinando a un vecindario hasta entonces disperso y diseminado.
El templo parroquial de Santo Tomás de Villanueva (1769-1781) es, sin duda, un conjunto arquitectónico proporcionado y equilibrado, con interior de planta de cruz latina uninave y presbiterio, con apilastrados de orden jónico y entablamento, donde apea la bóveda de medio cañón con lunetos cubriendo, el crucero, con airosa cúpula. La fachada, de armonioso y severo clasicismo en fábrica de ladrillo y piedra sillar labrada, se presenta en dos cuerpos ordenados por apilastrados dóricos de orden gigante.
Contando el conjunto con José Bueno como maestro constructor, es bien sabido que conserva magníficos frescos en pechinas de la cúpula, del pintor segorbino José Camarón Bonanad (1731-1803), con los tres arcángeles, «San Miguel», «San Rafael» y «San Gabriel», y el «Ángel Custodio». Además, realizó el gran maestro de la ilustración valenciana cuatro lienzos: «Santo Tomás de Villanueva dando limosna a los pobres», «San Francisco de Asís», «San José y San Pedro» y «San Martín de Tours», desaparecido en la guerra civil de 1936.
El proyecto de la nueva torre del reloj [ADDPC, Ben-7. 1895]
El 19 noviembre de 1895, el alcalde de Benicàssim, José Casanova, se dirigía al obispo de Tortosa, Pedro Rocamora García (1894-1925), para presentar el acuerdo alcanzado por la corporación municipal y pedir permiso y autorización para construir una torre del reloj público del pueblo en la fachada del templo parroquial, en su lado derecho, haciendo juego con el campanario antiguo, donde estaba la maquinaria citada en malas condiciones, añadiendo un cuerpo de obra de nueve m2 por dos y medio de altura por lado. La torrecilla, tendría entrada por el cementerio primitivo, abriendo una puerta figurada existente de entrada a una escalera proyectada entre el muro de la fachada principal y el primer contrafuerte.
La intención del municipio era la de facilitar los trabajos de mantenimiento y gestiones en el mecanismo, al colocarlo con acceso independiente y evitar así las posibles desavenencias futuras entre autoridades civiles y eclesiásticas. Para ello, también, plantearon que la obra definitiva vendría a completar y hermosear la fachada, para ellos inacabada, siguiendo el mismo orden arquitectónico.
Acompañando al escrito, un croquis de lo que se planteaba edificar («Cuerpo superior de la fachada de la Yglesia, a la cual, para colocar el reloj, hay que añadirle el cuerpo señalado a la derecha de la letra A. A.»). Un dibujo que el señor obispo remitió el 21 de abril del mismo año, para opinión y parecer, al señor arquitecto diocesano, Juan Abril Guanyavents (1852-1939).
Juan Abril, el 26 de noviembre, siempre tan meticuloso con sus informes, planteó la necesidad de un proyecto, con plano y secciones de fachada actual y el de la obra nueva que se proyectaba, con memoria explicativa del estado de la fábrica y estudio de las cargas a colocar. También una planta de la parte de edificio y local entrando a cementerio con relación a las calles. Todo firmado por arquitecto competente.
Al día siguiente, todo el expediente, dictamen y de conformidad con el mismo, se trasladaba al alcalde presidente de Benicasim desde la curia diocesana. No sabemos, aunque intuimos, como el citado expediente no siguió su curso y la obra no llegó a efecto ni a realizarse. No obstante, el proyecto, sin duda, responde a un contexto propio de su tiempo, en el que la instalación de muchos relojes municipales en campanarios o estructuras proyectadas como la presente dentro de las iglesias, con apertura de accesos independientes del templo para su gestión, uso y mantenimiento, fue una constante en territorio valenciano. Una práctica que, con el tiempo, devino en múltiples y controvertidas problemáticas acerca de la titularidad de las torres campanarios, concebidas y destinadas originalmente al servicio de culto, confundiéndose mantenimiento, uso, reparaciones y suministros del reloj, campanas y sus maquinarias con la propiedad de las mismas.


D. David Montolio Torán
Dr. Historia del Arte y Ldo. en Geografía e Historia. Miembro de la Delegación Diocesana de Patrimonio Cultural
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