En una Cuaresma normal este domingo 29, a las 18h, las 61 cofradías y asociaciones pasionales de la Diócesis estarían participando en la Procesión diocesana en l’Alcora. Pero esta Cuaresma no es normal, y el acto se ha suspendido siguiendo las medidas de sanidad. Sin embargo, las asociaciones de Semana Santa han desarrollado diversas iniciativas para manifestar una piedad popular que en las actuales circunstancias se convierte en súplica por los enfermos y para el final de la pandemia.
Hoy a las 22:30h., el canal TRECE de televisión y la emisora de radio COPE.es ofrecerán un programa especial en el que los obispos de las diócesis españolas enviarán un mensaje de esperanza y aliento en estos tiempos de pandemia por el coronavirus.
Este espacio, “Tus obispos te acompañan”, estará presentado por José Luis Pérez y María Ruiz, y permitirá escuchar por primera vez los mensajes que han enviado los obispos desde todas las diócesis de España. El obispo de la diócesis de Segorbe-Castellón, D. Casimiro López Llorente, también participará en este programa.
Don Luis Argüello, secretario general de la Conferencia Episcopal Española, será el primero en ofrecer a los ciudadanos su particular reflexión. Y tras él, el resto de los prelados mandarán su mensaje de entereza y esperanza a todas las personas y familias confinadas en sus casas.
Para alentar a tantas personas que en estos momentos atraviesan momentos difíciles, el encargado de cerrar esta nueva iniciativa dentro de la programación de TRECE y COPE, será el presidente de la Conferencia Episcopal, Don Juan José Omella.
Hace días que las 8 hermanas del Monasterio de Monjas Agustinas de Montornés, en Benicàssim, se pusieron manos a la obra para responder a la necesidad y confeccionar mascarillas, además de batas y otros recursos destinados a las prisiones y otros centros que los necesitan.
Por su parte, el Visitador para las comunidades contemplativas, Joaquín Guillamón, explica que “aunque durante este tiempo no es posible realizar las visitas, seguimos estando en contacto con esta y las demás comunidades, sobre todo a través del móvil y del correo electrónico, y así podemos preguntar si están bien, si tienen alguna necesidad que podamos solucionar, y les hacemos llegar las comunicaciones del obispado”.
La hermana Cecilia explica que “para nuestra comunidad, este tiempo de confinamiento aparentemente no debía suponer mucho cambio, pues nuestra vida transcurre normalmente en el Monasterio. Vida de oración, espiritualidad, convivencia, formación, trabajo…”, aunque en realidad, hasta para ellas ha supuesto un gran cambio, ya que “no vivimos aisladas del resto del mundo, sino que las preocupaciones, dificultades, necesidades, sufrimientos, esperanzas y retos de las personas nos afectan y las hacemos nuestras”.
Todo ello, como continúa explicando, se traduce en que “en este tiempo se ha intensificado nuestra oración, nuestro levantar las manos al Señor como Moisés, para que esta batalla contra la enfermedad la podamos vencer unidos a Dios y unidos entre nosotros”.
“Oramos especialmente por los difuntos y sus familias y por todos los que están más expuestos al contagio por curar a los enfermos y por servir a la sociedad con sus trabajos; por los sacerdotes, religiosos y agentes de pastoral de la salud que aportan consuelo y esperanza a los enfermos y sus familias, y ayudan a mirar al cielo y creer en la vida eterna; por las Residencias de ancianos con tanto riesgo y sufrimiento. Jesucristo está ahí, en el que sufre, sosteniendo, acompañando, salvando, como en la Cruz”, añade.
Esta se trata de una Cuaresma muy distinta, también para ellas, pues “estamos viviendo un ayuno fuerte, en nuestro caso sin tener la celebración de la Eucaristía diaria, aunque tenemos el privilegio de tener el Santísimo y la reserva Eucarística para poder comulgar, y lo hacemos muy unidas a tantos que no pueden recibir al Señor sacramentalmente”.
La hermana también explica que el sufrimiento por no poder recibir las visitas que recibían, y por no poder ver a las personas que les acompañaban en los oficios y en la Santa Misa, lo aplacan con oración, “sabemos también por experiencia de la renuncia a ver y abrazar a los que queremos, pues no tenemos visitas en este tiempo y en general no son frecuentes, pero ahí podemos descubrir que el amor se alimenta con la oración y que va llenando nuestro corazón de nombres de personas concretas. Rezar por otra persona es una forma de amarla”.
De este tiempo especial para practicar la limosna indica que “la podemos vivir dándonos con pequeños gestos a los demás, dando nuestro tiempo, comprensión, escucha, consuelo, aliento… a los de cerca y a los que están más necesitados. Hoy en día hay muchos medios de hacerse presente, como estamos viendo y haciendo en esta cuarentena”.
“Impresiona y es motivo de gratitud, ver como en tiempos de dificultad sale lo más valioso de las personas, tantos gestos de generosidad, de atención y dedicación a los más necesitados, de ayuda de múltiples formas empleando la creatividad que produce el amor al otro. El amor que derrama el Espíritu de Dios en nuestros corazones”, continúa.
Y en el centro de todo este tiempo, “lo esencial desde la fe es volver la mirada a Dios, pedirle perdón por la autosuficiencia y olvido de su Amor a nivel personal y social. Pedirle que convierta nuestros corazones para reconocer que somos criaturas y que sólo en Él podemos alcanzar la plenitud, viviendo como hijos suyos y hermanos entre nosotros. Pues como dice San Agustín: «Nos has hecho Señor para ti y nuestro corazón está inquieto hasta descansar en Ti».
Como comunidad de Vida Contemplativa nos dan una serie de sugerencias espirituales para que todas las personas y familias puedan vivir este tiempo de confinamiento:
Dedicar un tiempo a orar con la Palabra de Dios, pues Dios nos sigue hablando y nos ilumina el sentido de este acontecimiento a nivel personal, familiar y social.
Orar en familia, o sólo, pero en comunión con toda la Iglesia, con la Liturgia de las Horas, el Rosario…
Dedicar un tiempo al diálogo, en familia o comunidad, para compartir lo que somos y sentimos, miedos esperanzas y nuestra experiencia de Dios en este tiempo, compartir la fe nos la acrecienta.
Formarse espiritualmente con la lectura, charlas, profundizando los documentos de la Iglesia: las encíclicas de los últimos Papas son verdaderas joyas, y el Concilio Vaticano II para muchos es aún desconocido.
Buscar un tiempo personal de silencio para profundizar en la amistad con el Señor. San Agustín, maestro de interioridad nos dice:
Entra en ti mismo: «No salgas fuera de ti, entra en ti mismo, porque en el corazón del hombre habita la verdad, habita Cristo». (La verdadera religión 39, 72-72)
No salgas fuera de ti mismo, equivale a que no renuncies a ser tú mismo, no te distraigas con las vidas ajenas, cayendo en la frivolidad o mundanidad. Somos la tarea más importante de nuestra vida. Aceptar la vida como nuestro gran proyecto.
Vuelve al corazón, entra dentro de ti, no temas alojarte en tu mundo interior, valórate, ese es tu espacio sagrado donde construyes tu destino. Es una invitación al encuentro con la verdad de uno mismo.
Muchas personas se desconocen a sí mismas, en el libro de Las Confesiones dice S. Agustín: «Se desplaza la gente para admirar los picachos de las montañas, las gigantescas olas del mar… mientras se olvidan de sí mismos…» (Conf. X, 8, 15). «Conocerse a sí mismo no es otra cosa que escuchar lo que Dios dice de nosotros» (Conf. X, 3, 3). Este escuchar a Dios requiere silencio exterior e interior. Conocerse a sí mismo, comprenderse, nos lleva a comprender a los demás y amarlos.
Entrégate a Dios: Trasciéndete a ti mismo para no caer en un narcisismo. Trascenderse es un camino de superación y esperanza, construir nuestro ser desde el encuentro con Dios, pues somos seres habitados. «Dios es más íntimo que mi propia intimidad» (Conf. III, 6, 11).
Conocerse, aceptarse y superarse es el itinerario agustiniano de la interioridad. En el «conózcame a mí y conózcate Ti, Dios mío» hay un intercambio de luz, hay que mirarse a uno mismo en su pobreza y levantar los ojos a Dios que nos dignifica. Jesús, el Hijo de Dios, hecho hombre nos revela a los hombres nuestra dignidad y sentido.
Pequeña reflexión a modo de ejemplo, sobre las lecturas del oficio, fuente de riqueza espiritual que nos ofrece la liturgia de las Horas:
Meditando las lecturas del Oficio de Lectura de ayer, sábado de la IV semana de Cuaresma, podemos sacar mucha luz para este tiempo que vivimos: Núm 201-13; 21, 4-9 y Constitución pastoral Gaudium et spes (GS) del Concilio Vaticano II, n. 37-38. Y cada día la Liturgia nos regala preciosos textos para meditar y crecer en la fe, esperanza y amor.
En La lectura de los Número Moisés intercede por el pueblo que reconoce su pecado, se ha olvidado de Dios, ha adorado falsos ídolos. ¿Reconoceremos esta realidad de idolatría que vivimos y pediremos perdón al Señor por nosotros y todos nuestros hermanos?
La lectura de la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual (GS) nos habla de la necesidad de purificar la actividad humana en el misterio pascual: El progreso, que es un bien en sí mismo, puede ser un peligro cuando lleva al egoísmo, olvidando la fraternidad (es el derrotero que estábamos viviendo). El hombre redimido por Cristo ama las cosas creadas por Dios, las agradece y respeta, cree en el Amor de Dios y que el esfuerzo por restaurar la fraternidad universal no es una utopía. ¿Lo creemos, vivimos y proclamamos? Somos pecadores perdonados por la sangre de Cristo y de Él aprendemos a llevar la cruz que acompaña a los que buscan la paz y la justicia, sabiendo que si morimos con Cristo viviremos con Él. El Espíritu fortalece los deseos y acciones para humanizar la vida y abrirla a la trascendencia. Cada uno está llamado a realizar esta misión de construir el Reino de Dios, reino de paz, justicia y amor desde su propia vocación.
La transmisión de la fe sigue, a pesar del confinamiento. Habitualmente ésta se realiza principalmente en la familia, la escuela y la parroquia, pero en las circunstancias actuales en que no es posible físicamente reunirse en las aulas o en los salones parroquiales, “la familia cobra el principal protagonismo, protagonismo que nunca ha dejado de tener porque es el primer espacio de transmisión”, como explica el delegado diocesano de catequesis, Carlos Asensi.
Ante las numerosas preguntas de sacerdotes y familias sobre la celebración de las Primeras Comuniones y otros sacramentos programados para el Tiempo Pascual, comunicamos:
La necesidad de mascarillas ha puesto manos a la obra a la comunidad de Hermanas Clarisas del Monasterio de la Divina Providencia de La Vall d´Uixó. Tijera en mano, las religiosas contemplativas ya han elaborado y entregado más de 100 unidades a la prisión de Castellón.
Verónica de Jesús, la Madre Abadesa, explica que ahora mismo, y respondiendo a la petición de ayuda del ayuntamiento de la localidad, se encuentran confeccionando más unidades que irán destinadas a la protección de los agentes de la Guardia Civil y de la Policía Local.
«Hemos querido aportar nuestro granito de arena desde que se decretó el estado de alarma, y llevamos días cosiendo mascarillas para que los presos, el personal de prisiones, y los agentes puedan desarrollar su labor en las mejores condiciones posibles”, decía.
Explica también, que cuando todos los vecinos salen a sus balcones a las 20 h. para aplaudir, ellas se unen a estos aplausos a través de la oración, “y le pedimos a la Virgen que interceda y ayude a los enfermos de coronavirus, sus familiares, los sanitarios, así como a todas aquellas personas que están trabajando para que a los demás no nos falte de nada o por nuestra seguridad”.
En nuestro itinerario cuaresmal llegamos al V Domingo de Cuaresma. No cabe duda que estamos viviendo una cuaresma muy especial a causa de la pandemia del coronavirus (Covid 19). Esta epidemia ha trastocado el ritmo de nuestra vida ordinaria y nuestras costumbres; salvo necesidad o causa mayor, estamos todos confinados en casa. El virus ha puesto en jaque nuestro sistema sanitario, la economía y la vida laboral, la política, las escuelas y universidades, y la vida sacramental y la tarea pastoral de nuestras parroquias. Es como si, de pronto, nos hubieran quitado el suelo bajo los pies y todos flotásemos en el aire sin pisar tierra firme. A todos nos entra una cierta dosis de incertidumbre, de preocupación, de angustia y de miedo.
Esta situación de ‘desgracia’ y dramática para toda la sociedad –especialmente para los fallecidos y sus familias, para los contagiados y los sanitarios, que los atienden con una entrega encomiable y heroica-, se puede convertir en un momento de gracia; más aún: es un momento de gracia de Dios, una oportunidad para vivir la cuaresma desde su raíz, para prepararnos a la Pascua de la Resurrección.
En la cuaresma, la Iglesia nos llama a la conversión de corazón a Dios y a los hermanos, mediante la oración, el ayuno y la limosna. Si volvemos nuestra mirada, nuestro corazón y nuestra vida a Dios, si ayunamos de tantas cosas que nos impiden abrirnos al amor de Dios –“porque no sólo de pan vive el hombre”-, nuestro corazón se abrirá también al amor a nuestros hermanos, siendo caritativos y solidarios. En esta situación de pandemia, la cuaresma nos está ofreciendo la gracia de vivir nuestra caridad hacia los fallecidos y sus familiares, hacia los contagiados y los sanitarios, y hacia las personas mayores, impedidas, solas y más vulnerables, estando pendientes de ellas y ofreciéndoles nuestra ayuda, cercanía y solidaridad. Estamos viendo muchos casos de caridad estos días: en nuestros sacerdotes –tan cercanos y servidores de sus feligreses en lo espiritual, humano y material-; de religiosos y religiosas, que rezan por todos y/o atienden a los mayores y a los mas desfavorecidos; y de tantos laicos voluntarios en cáritas, residencias, alberges, hospitales, en el vecindario o en otras realidades o tareas. ¡Gracias sean dadas a Dios; gracias a todos por vuestra caridad y solidaridad!
Y en esta pandemia, la cuaresma nos pide y ofrece la gran oportunidad de volver nuestra mirada y nuestro corazón en Dios mediante la oración, para que avive nuestra fe, afiance nuestra esperanza y fortaleza nuestra caridad. Él es la fuente del amor y de la vida. Sabemos bien de Quien nos hemos fiado. Dios es misericordia y nunca nos abandona. Como cuando los apóstoles navegaban en el lago de Tiberíades y un fuerte viento zarandeaba la barca, Jesús se acerca y nos dice: “No tengáis miedo, soy yo”.
Hace unos días, leía el testimonio de una religiosa carmelita misionera, infectada e ingresada por el coronavirus; persona de alto riesgo por la edad y su historial clínico, pronto iba a ser dada de alta del hospital. El secreto de su fortaleza en la vida y en la enfermedad ha sido y es vivir sin miedo y con la confianza puesta en Dios. “Confío en ti, Señor”, fue su pensamiento y oración al conocer que estaba infectada. Esta confianza le da tranquilidad y le ayuda a vivir su enfermedad. “Ir de la mano de alguien como Dios ayuda porque el miedo desaparece y la esperanza crece”, comenta esta misionera. En su situación, ella se une a todos los contagiados y reza por ellos.
Ante tanto sufrimiento y muerte, muchos pueden preguntarse dónde está Dios. Quizá mejor nos deberíamos preguntar, dónde estamos nosotros para no sentir la presencia y el cuidado de Dios en la enfermedad y en la pandemia. “Dios –decía esta religiosa- está en el hospital moviéndose con todos ellos –personal sanitario- y con todos nosotros –los enfermos-. Es algo palpable”.
Está situación de pandemia pasará, así se lo pedimos al Señor. Pongamos nuestra mirada en Dios. Recemos. Quien no sabe el Padrenuestro, el Ave María o la Salve. Sabemos bien de quien nos hemos fiado; Jesús y la Virgen María están con nosotros, se compadecen de nosotros, sufren con nosotros, cuidan de nosotros. Dios no nos abandona nunca, ni tan siquiera en la muerte: Jesús ha sufrido, muerto y resucitado para que él tengamos vida, y vida en plenitud. Nuestra vida terrena es frágil y limitada; no es eterna. No somos dueños de la vida. Hemos de cuidarla con todas nuestras fuerzas y nuestros medios, siendo prudentes y responsables. Pero sabemos que al final de nuestro camino terrenal nos encontraremos con el Dios que nos ama y quiere darnos su vida para siempre.
El Santo Padre ha dirigido un momento de oración en el atrio de la Basílica de San Pedro, y tras el rezo con la Palabra de Dios y la Adoración al Santísimo Sacramento, ha impartido una Bendición Urbi et Orbi extraordinaria, ya que solo se suele impartir en dos ocasiones al año, el día de Navidad y el Domingo de Pascua.
En esta ocasión ha sido con motivo de la actual pandemia de coronavirus, y con ella, a todos los que se han unido espiritualmente a este momento de oración a través de los medios de comunicación se les concede la indulgencia plenaria, como así se indicó en el reciente decreto de la Penitenciaría Apostólica.
Con la plaza totalmente vacía y bajo la lluvia, en el acto ha estado presente, por una parte el icono bizantino de la Virgen y el Niño, llamado Salus Populi Romani, y que se encuentra en la Basílica de Santa María la Mayor, y por la otra el crucifijo que el Papa Francisco visitó, y ante el que rezó por el fin de la pandemia, el pasado 16 de marzo en la iglesia de San Marcello al Corso de Roma.
Este Cristo data del S. V y es venerado como milagroso, ya que se trata de la única imagen religiosa que quedó ilesa tras el incendio que sufrió esta iglesia en 1519. Además, menos de tres años después, la ciudad de Roma fue devastada por la peste negra, y el Cristo se llevó en procesión durante 16 días pasando por todos los barrios de la ciudad hasta llegar a la Plaza de San Pedro. Cuando la escultura se devolvió a San Macello la epidemia cesó por completo.
Homilía del Papa Francisco tras la proclamación del Evangelio de San Marcos:
Densas tinieblas se fueron adueñando de nuestras vidas
«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.
Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.
En esta barca estamos todos
En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.
Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?»
Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).
No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.
Habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida
La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.
La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.
Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa.
No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.
“Convertíos”, «volved a mí de todo corazón»
Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12).
Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.
Compañeros de viaje que han reaccionado dando la propia vida
Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.
Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.
El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.
Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.
El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.
El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.
Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.
En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios.
Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).
La Residencia de Ancianos de Cáritas Interparroquial de Burriana tiene 58 residentes y una plantilla de 37 trabajadores, compuesta por auxiliares, psicólogos, fisioterapeutas, y personal de limpieza y de cocina, aunque según Pilar de Miguel, directora del centro, durante este tiempo se ha reforzado la plantilla de auxiliares y de limpieza.
Pilar cuenta que “al principio vivimos esta situación con incertidumbre, y veíamos que el desinfectante, las mascarillas y los guantes que necesitábamos no llegaban”. “Lo que se solucionó gracias a los dos envíos de este material que ya ha realizado la Conselleria de Sanidad, y al desinfectante que nos está proporcionando gratuitamente la empresa Satine Stone de Burriana”.
La residencia también ha recibido la visita en dos ocasiones de la Unidad Militar de Emergencias (UME), para desinfectar las instalaciones, concretamente el jardín, las escaleras y los pasillos, aunque el propio personal de limpieza también desinfecta a fondo el emplazamiento todos los días.
Lo que también está tranquilizando, tanto a personal como a residentes, son las llamadas periódicas que les hace Unidad de Hospitalización Domiciliaria (UHD) del Hospital La Plana de Vila-real, para preguntar por el estado de los residentes y para resolver posibles dudas que puedan tener.
“Lo que peor han llevado los residentes es, por una parte el confinamiento en sus respectivas habitaciones, y por otra que no pueden recibir visitas de sus familiares, pero han entendido la situación y están poniendo todo de su parte”, explicar Pilar.
Pero por las tardes, a estas personas se les da la opción de ponerse en contacto con sus familiares mediante una sesión de videoconferencia, “y están encantados, pues para ellos ha sido una novedad”.
A pesar de que se suspendió la Santa Misa que se oficiaba en la capilla diariamente, continua la responsable del centro, “por responsabilidad y siguiendo las recomendaciones del Obispo y de las autoridades, nuestros mayores siguen las misas retransmitidas por televisión en su habitación, viviendo la comunión espiritual”.
Pilar de Miguel ha querido agradecer, “sobre todo la atención recibida y la oración por parte del Obispo, D. Casimiro, que también nos llama para preguntar como estamos y ver si necesitamos algo, lo que nos llena de tranquilidad y esperanza, porque sabemos que nuestro pastor está pendiente de nosotros”, concluye.
Entre las primeras medidas decretadas ante la pandemia del coronavirus estuvo la suspensión de las clases. Desde entonces los colegios y centros docentes han tenido que adaptar su funcionamiento para asegurar que el aprendizaje pueda seguir hasta que se retome la escolaridad presencial, previsiblemente en mayo según las estimaciones del Ministerio. Los cuatro centros diocesanos, el Seminario y la Milagrosa en Segorbe, el Obispo Pont en Vila-real y el Mater Dei en Castellón, añaden al seguimiento académico un acompañamiento personal de los alumnos y sus familias, característico de su ideario.
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