Queridos diocesanos:
El último domingo de octubre venimos celebrando el “Día de las personas sin hogar”, coordinado por Cáritas española y, entre nosotros, alentado por Cáritas diocesana. El lema de este año, “Comparte tu red, no dejes que se queden fuera de cobertura”, quiere interpelarnos a todos para integrar en la sociedad a los que están descartados. Se trata de generar una sociedad que mira y ve, que genera lazos y que se compromete a seguir trabajando para que toda persona y familia pueda disfrutar de un hogar digno y adecuado, permanente y en paz, siendo parte de la vida social y comunitaria. Ya el papa san Juan Pablo II dijo que “aquellos que no tienen casa constituyen una categoría de pobres todavía más pobres, que nosotros debemos ayudar, convencidos, como lo estamos, de que una casa es mucho más que un simple techo, y que allí donde el hombre realiza y vive su propia vida, construye también, de alguna manera, su identidad más profunda y sus relaciones con los otros”.
Todos estamos interpelados: las administraciones públicas, los medios de comunicación, la opinión pública, las organizaciones financieras y sociales y nuestra propia Iglesia, sus miembros y sus comunidades. El objetivo es alcanzar un compromiso común para que todas estas personas tengan un hogar. Esta Jornada quiere ser también una denuncia profética ante la lacerante realidad de tantas personas concretas que no tienen hogar y se ven privadas así de acceder al disfrute de derechos humanos básicos.
En España, 9.487 personas sin hogar fueron acompañadas por Cáritas en 2022. Muchas de estas personas están nosotros. Nuestra Cáritas diocesana atendió en el año 2022 a 845 personas en situación de grave exclusión social; es decir, personas sin techo, sin vivienda, o con vivienda inadecuada o insegura; de ellas 553 son hombres y 292 son mujeres. El total es similar al del 2021, pero ha aumentado el número de mujeres.
Ante esta situación no podemos mirar hacia otro lado. Cada una de estas personas tiene un rostro. Las personas sin hogar no nos pueden ser indiferentes, como ocurrió con el pobre Lázaro del evangelio. Porque no se puede estar tranquilo en casa mientras Lázaro yace postrado a la puerta; no hay paz en la casa del que está bien, cuando falta justicia en la casa de todos. Sabemos que el hogar es una condición necesaria para que el hombre o la mujer puedan nacer, crecer y desarrollarse; para que puedan convivir, trabajar, educar y educarse, o para que puedan construir una familia.No tener hogar es más que no tener una casa o vivienda digna; implica también verse privado de cosas fundamentales para el desarrollo de todo ser humano como son las relaciones personales, el sentido vital o el acceso a derechos fundamentales, como la atención sanitaria y otros.
Son muchas las causas que llevan a esta situación. Cada persona tiene su propia historia. Pero hay algunas causas que aparecen en la mayoría de los casos, como son la falta de recursos económicos, de ayudas sociales o de un trabajo digno; a veces son circunstancias personales como la enfermedad, las adicciones, las relaciones familiares rotas o los hábitos; otras veces tienen que ver con la emigración; y, al final, siempre aparece la ausencia de acceso al derecho a una vivienda.
Las personas sin hogar constituyen una categoría de pobres todavía más pobres, a quienes debemos amar y ayudar como el buen Samaritano; son nuestro prójimo. Las personas que no tienen acceso a una vivienda, que sea techo y hogar, están hoy, de nuevo, en nuestro camino y reclaman ayuda para gozar de sus derechos, para recuperar su espacio legítimo en la sociedad y formar parte de un tejido comunitario donde cada una tenga siempre un lugar conforme a su dignidad de personas.
La Iglesia, que siempre ha estado cerca de los pobres y los empobrecidos, considera un grave deber suyo asociarse a cuántos operan con dedicación y desinterés para que las personas sin hogar encuentren soluciones concretas y justas. Para todo cristiano y para la Iglesia, las personas sin hogar son un llamamiento a nuestra conciencia y una exigencia a dar soluciones justas. En cada persona que carece de hogar, el cristiano ha de ver al mismo Cristo, que nos dice: “Estuve desnudo y no me vestisteis” (Mt 25, 43). Trabajemos unidos como sociedad y como comunidad cristiana, en la solución y la prevención del problema. Es posible y urgente acabar con estas situaciones de las personas sin hogar.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón