Compromiso de todos por el trabajo decente
Queridos diocesanos:
El día 7 de octubre se celebra la Jornada Mundial del Trabajo Decente. Está promovida por diversas organizaciones sociales y también por entidades católicas, integradas en la iniciativa “Iglesia por el trabajo decente”. Su objetivo es hacernos caer en la cuenta de la importancia que tiene el trabajo para los seres humanos, como instrumento que contribuye a su dignidad y realización personal.
La promoción del trabajo decente ha sido asumida por la Iglesia y lo ha incorporado a su magisterio social y a la acción pastoral. Ya en el año 2000 san Juan Pablo II, el día 1 de mayo, con ocasión del Jubileo de los Trabajadores, llamó a “constituir en el mundo una coalición en favor del trabajo decente”. Expresó su apoyo al objetivo planteado por la OIT y llamó a la implicación de todos, también de las comunidades cristianas, en la lucha por el trabajo decente. En palabras del Papa, “todos hemos de colaborar para que el sistema económico en el que vivimos no altere el orden fundamental de la prioridad del trabajo sobre el capital, del bien común sobre el privado”.
También Benedicto XVI reclamó la decencia del trabajo, habida cuenta de que “los pobres son en muchos casos el resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano”. “Pero, ¿qué significa la palabra `decencia´ aplicada al trabajo? –se preguntaba el Papa Benedicto-. “Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación: un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.” (Caritas in Veritate, 63).
También el Papa Francisco ha mostrado reiteradamente su preocupación por las consecuencias que tiene para el mundo del trabajo un sistema económico que pone en su centro el beneficio económico de unos pocos frente a las necesidades de las personas y de las familias, generando exclusión, sufrimiento y deshumanización. El Santo Padre ha reafirmado que el trabajo es esencial para la realización integral de la persona y que tiene un fin no sólo económico, sino de reconocimiento de la dignidad humana. ¡Y si no hay trabajo esa dignidad está herida! Trabajo decente es aquel que responde a las aspiraciones legítimas de las personas durante su vida laboral: acceder a un empleo estable con un salario digno, la seguridad en el lugar de trabajo, la protección social para sus familias y mejores perspectivas, en general, de desarrollo personal e integración social. Con frecuencia, el empleo ya no asegura la integración social. La precariedad del mismo, caracterizada sobre todo por la temporalidad, y los bajos salarios hacen vulnerables a muchos trabajadores y sus familias y pueden abocarlos fácilmente a la exclusión social. Precisamente porque el trabajo es siempre una actividad humana, requiere una dignidad en sus condiciones, en su realización, en sus formas que, por desgracia, hoy está muy lejos de ese ideal.
El desempleo va dilatando los límites de la pobreza. Y la peor pobreza material es la que no permite ganarse el pan y priva de la dignidad del trabajo. Ante esta situación es urgente recuperar la primacía de la ética en la actividad económica. Se necesita una economía con rostro humano, que sitúe en el centro de la misma a las personas y no al ídolo del crecimiento, del dinero y de la ganancia a cualquier precio. Se ha olvidado y se sigue olvidando que por encima de los negocios y de la lógica del mercado está el ser humano, y lo que a él se le debe en virtud de su dignidad inviolable. La idolatría del dinero quita dignidad e impide crear empleo.
Os invito a reflexionar por las condiciones de un trabajo decente para todos y a comprometernos para configurar con el espíritu del Evangelio el trabajo humano. Oremos por el cambio de las mentes y los corazones que haga posible una forma nueva, evangélica y auténticamente humana, de organizar el sistema económico y del trabajo. Podemos hacer juntos esta oración participando en la Eucaristía que presidiré el día 6 octubre en la iglesia parroquial de S. Juan Bautista del Pueblo Seco a las 19:30. Os espero.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón