Queridos diocesanos:
El pasado día 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada, concluía el Año de San José, convocado por el Papa Francisco para conmemorar el 150º aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia Universal por el Beato Pío IX el 8 de diciembre de 1870. Su coincidencia con el Año de la Familia, la fase diocesana del Sínodo de los Obispos y otras celebraciones ha dejado a San José un poco en la sombra.
Pero no olvidemos que San José sigue siendo Patrono de la Iglesia. Y como tal, hoy más que nunca, en este tiempo marcado por una crisis global y tantas dificultades, nos sirve de apoyo, guía y protector de todos nosotros y de nuestra Iglesia diocesana.
Nos encontramos inmersos en un proceso sinodal de oración y reflexión para discernir los caminos que el Señor indica a nuestra comunidad diocesana de Segorbe-Castellón para evangelizar hoy y para prepararnos para celebrar un Año Jubilar diocesano. En sentido deseo destacar tres notas de San José, que nos pueden ayudar especialmente en este momento: su fe, su discernimiento y su condición de custodio.
En primer lugar está su fe. El nombre ‘José’ en hebreo significa “que Dios acreciente, que Dios haga crecer”. Expresa un deseo y una bendición fundada en la confianza en la providencia divina. Su nombre nos revela un aspecto esencial de la personalidad de José de Nazaret. Él es un hombre lleno de fe en la providencia. Cada una de las acciones, tal como se relata en el Evangelio, está dictada por la certeza de que Dios “hace crecer”, que Dios “aumenta”, que Dios “añade”, es decir, que Dios dispone la continuación de su plan de salvación. José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades y de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. Como José hemos de volver nuestra mirada a Dios para abrirnos a su presencia amorosa y providente en nuestra Iglesia diocesana, ayer, hoy y siempre. Dios nos precede y acompaña siempre; somos su Iglesia, somos su Pueblo, somos su obra. Cristo Jesús ha resucitado y actúa en y entre nosotros por la fuerza del Espíritu Santo. Con esta fe en la presencia y providencia de Dios evitaremos caer en el desaliento o en la desesperanza.
José nos enseña también a discernir el plan de Dios en nuestro camino como Iglesia desde la Palabra de Dios. Es lo que le ocurrió a José ante el embarazo de María. Como narra el evangelista Mateo, María, la madre de Jesús, “estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. Su marido José como era justo y no quería difamarla, resolvió repudiarla en privado”. Entonces se le apareció en sueños un Ángel de Dios y le dijo: “José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo”. “Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel de Señor y acogió a su mujer (cf. Mt 1,18-24). En la Escritura, el sueño es con frecuencia el modo elegido por Dios para comunicarse con los hombres. En el discernimiento de José, la voz de Dios le desvela, a través de un sueño, el significado de lo ocurrido. También el discernimiento que se nos pide en nuestro proceso sinodal consiste en mirar la realidad con los ojos de Dios y leerla desde su Palabra. Así podremos captar que Dios sigue actuando en la historia, y discernir los caminos que Él nos muestra para la misión.
Y, finalmente, José es el custodio y protector de Jesús y de María. Ante la sorpresa del embarazo de María, “José… hizo como el ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer” (Mt 1,24). Y, más tarde, ante la amenaza de Herodes, “José se levantó, tomó al niño y a su madre, se fue a Egipto…” (Mt 2, 14). Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, inspirándose en el Evangelio, han subrayado que San José, al igual que cuidó amorosamente a María y a Jesús, también custodia y protege a la Iglesia, que es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia. José vivió su vocación de protector de María y de Jesús, en una constante atención a Dios, abierto a sus signos, disponible a su proyecto. Y sigue ejerciendo esta misión con la Iglesia, con discreción, humildad y silencio.
Confiemos a San José el cuidado de nuestra Iglesia diocesana, en sus miembros y comunidades, a fin de que se fortalezca nuestra fe en la presencia amorosa y providente de Dios, hoy y siempre, en medio de su Pueblo. Que, como San José, sepamos discernir y acoger en todo momento el plan de Dios en nuestra vida y misión evangelizadora.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón