En Navidad, nace Dios y renace la esperanza
En Navidad, nace Dios y renace la esperanza
Queridos diocesanos:
De nuevo es Navidad. En medio del ambiente consumista y pagano de estos días, ante los intentos de cambiar el verdadero sentido de la Navidad y ante el riesgo de que los mismos cristianos lo olvidemos, en estos días resuenan una vez más las palabras del Ángel a los pastores: “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor” (Lc 2,10-11).
Esta es la buena y gran Noticia de la Navidad, la razón profunda de nuestra alegría navideña y el motivo de nuestra esperanza; una alegría y una esperanza que se ofrecen a todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Como los pastores, los cristianos escuchamos con estupor este anuncio y acudimos prontos a Belén a contemplar este misterio de salvación: el Hijo de Dios, se hace carne y acampa entre nosotros. Dios viene hasta nosotros, se hace uno de los nuestros y asume nuestra propia carne para mostrarnos a Dios, para darnos su amor y su vida, la esperanza que no defrauda (cf. Rom. 5,5).
Jesús nace en una familia pobre, pero rica en amor. Nace en un establo, porque para él no hay lugar en la posada. Es acostado en un pesebre, porque no hay cuna. Llega al mundo ignorado por los suyos, pero acogido por los humildes pastores. Sin embargo, ese Niño es el Mesías esperado, el Salvador de la humanidad, el Señor de tierra y cielo, de la historia y del universo. Este Niño es verdadero Dios y verdadero hombre: es el Hijo eterno de Dios-Padre, Creador del cielo y de la tierra. En ese Niño se revela el misterio de Dios, que es Amor. Él es la Palabra de Dios, que existía desde siempre y ahora toma carne en un momento de la historia. Ese Niño es la revelación definitiva de Dios a los hombres. Jesús dirá más tarde, “el que me ve a mí, ve al Padre”. Es el Emmanuel, el “Dios-con-nosotros”, que viene a llenar la tierra de la gracia y del amor de Dios, de su luz, de su verdad y de su vida. Dios se hace hombre para que, en Él y por medio de Él, todo ser humano pueda quedar sanado, redimido y salvado, pueda renovarse y alcanzar la plenitud y la felicidad que tanto anhela. A quien lo acoge con fe, le da el poder ser hijo de Dios y participar de la misma vida de Dios (cf. Jn 1,12).
Con el nacimiento de Jesús, la historia humana adquiere una nueva dimensión y profundidad. Con él, Dios mismo entra en la historia humana y la abraza. El mundo, la historia y la humanidad recobran su sentido: no estamos sometidos a las fuerzas de un ciego destino o a una evolución sin rumbo. El destino de la humanidad no es otro sino Dios, su amor y su vida para siempre. Es posible la esperanza.
En Navidad nace Dios; y lo hace para todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, también para los hombres y mujeres de hoy. Este Niño nos trae la salvación, el amor, la alegría y la paz de Dios para todos. El Niño Dios de Belén nos abre a todos el camino hacia Dios y hacia los hermanos. Ese Niño nos da la posibilidad de alcanzar la suprema aspiración del hombre: ser como Dios, siendo sus hijos en su Hijo, Jesús. En Navidad, Dios mismo se pone a nuestro alcance en el Niño de Belén. Y Jesús no es una ficción, sino un hombre de carne y hueso; no es un mito ni una leyenda piadosa, sino alguien concreto e histórico, que provoca nuestra fe y alienta nuestra esperanza. En Él, Dios mismo sale a nuestro encuentro. Dios no es una idea ni un ser lejano, sino un Dios con nosotros, que está en medio de nuestro mundo, inserto en nuestra historia personal y colectiva.
Con Jesús, Dios pone su tienda en medio de la humanidad y se solidariza con todos. Dios se hace nuestro prójimo y el prójimo deviene lugar de encuentro con Dios. Desde entonces el amor a Dios y el amor al prójimo no serán ya sino las dos caras de la misma moneda. Navidad es la proclamación de la dignidad de todo ser humano. Porque el hombre sólo es digno de Dios y de su amor. La gloria del hombre es Dios y la gloria de Dios es que el hombre viva (S. Irineo): somos hechura de Dios, creados por amor y para el amor de Dios sin límites. Este es el fundamento de la verdadera dignidad de todo ser humano y el motivo de nuestra esperanza.
Contemplemos al Niño Jesús en nuestros belenes. Acojamos al Niño Dios, que nace en Belén. Dejemos que Dios, su amor y su paz, nazcan en nuestro corazón, en nuestras familias y en nuestra sociedad. Dejémonos encontrar y amar por Dios.
Os deseo a todos una feliz y santa Navidad.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón