Queridos diocesanos:
Cercana la Navidad nos disponemos a acoger la “Luz de la Paz de Belén”. En la ciudad de Belén hay una basílica donde, según la tradición, nació Jesús. En ella, una estrella de plata señala el lugar exacto de su nacimiento. A su alrededor hay muchas lámparas permanentemente encendidas en recuerdo del nacimiento del Hijo de Dios.
Desde 1986, los Scouts de Austria van cada año poco antes de Navidad a la gruta de Belén y encienden allí una lámpara, que trasladan a Viena como mensaje de luz y de paz. Una vez en Viena se distribuye la luz a delegaciones de Scouts venidas de todo el mundo, que la llevarán a países de los cinco continentes para que llegue a las parroquias y a las familias, a los niños, jóvenes y mayores. Este año, una vez más, tendremos la dicha de acoger y repartir la “Luz de la Paz de Belén” en nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. Será el viernes, 15 de diciembre, en la Concatedral de Santa María de Castellón a las 19:00 horas, desde donde se llevará a los hogares y a las parroquias de la Diócesis Os invito a todos a este sencillo, pero emotivo acto.
La Luz de la Paz de Belén es un símbolo que representa a Jesús mismo: Él es la Luz del Mundo y el Príncipe de la Paz. Jesús mismo dijo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12). Cristo es la luz que “brilla en la tiniebla” (Jn 1,54) y la tiniebla no la puede derrotar (cf. Jn 1,5). El Niño que nace en Belén es la Luz en nuestro camino hacia la Vida plena, eterna y feliz; él es el Camino, la Verdad y la Vida. Cristo no sólo nos ilumina con sus palabras, sus gestos, su vida y su muerte y resurrección para la vida del mundo. Él mismo en persona es la Luz verdadera para todos los hombres. El ha nacido y ha venido al mundo, para ahuyentar la noche de las tinieblas y del error, de la incredulidad y del pecado. Acogiéndole y viviendo en él, podemos vivir en la luz de la Vida.
Pertenecemos a una generación de enormes contrastes. Hoy, en el actual cambio de época, tenemos mucha información, pero más obscuridad ante nuestro futuro y el de la humanidad. La única esperanza para escapar de la obscuridad es acudir a una fuente de luz que pueda guiarnos en el sendero de la verdad y de la vida. Jesús, el Nino-Dios que nace en Belén, es esa fuente de luz, que el mundo necesita. Él es la Palabra de Dios encarnada, que revela al hombre el misterio del mismo hombre (cf. GS 22), su origen y destino, de sus anhelos y esperanzas, el sentido de la existencia. Sólo Él puede dar respuesta definitiva a tantos interrogantes en la vida y al anhelo de dicha, de vida y de paz que se esconde en todo corazón humano. La Luz que nace en Belén es la luz que necesita la humanidad. En Jesús adquiere el hombre la verdadera y última comprensión de sí mismo, del mundo y de la historia. En Jesús irrumpió en las tinieblas de la historia humana la luz, que es Dios.
Acoger la “Luz de la Paz de Belén” nos ha llevar a acoger a Jesús mismo, la Luz del mundo, y a encontrarnos personalmente con Él. Jesús viene a iluminar nuestra existencia y nuestro mundo. Él nos ofrece el amor de Dios, que transforma nuestra vida, sana nuestras heridas, perdona nuestros pecados y da sentido a nuestra existencia. Cristo ilumina la vida, nos da esperanza, nos conduce por el camino de la verdad, del bien y de la belleza, y nos envía a ser sus testigos y misioneros.
A sus discípulos, Jesús nos dice: “Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,14). En el actual contexto de secularización e indiferencia religiosa, muchos de nuestros contemporáneos piensan y viven como si Dios no existiera y olvidan que en Navidad nace Jesús, el Hijo de Dios, la Luz del mundo. En este contexto los cristianos y, en especial, los niños y jóvenes Scouts al llevar por doquier la Luz de Belén, reafirmamos nuestra fe y anunciamos a todos que Jesús es la Luz del mundo.
Jesús es además el Príncipe de la Paz, anunciado por los profetas (cf. Is 9,6). El término bíblico ‘shalom’, que traducimos por ‘paz’, indica el conjunto de bienes de ‘la salvación’ traída por Cristo. Por eso los cristianos reconocemos en él al Príncipe de la paz. Dios se hizo hombre y nació en Belén para traer su paz a los hombres de buena voluntad, a los que lo acogen con fe y amor. La paz es verdaderamente el don y el compromiso de la Navidad: un don, que es preciso acoger con humildad e invocar constantemente con oración confiada; y un compromiso que convierte a toda persona de buena voluntad en un ‘canal de la paz’.
Que el Príncipe de la paz conceda la paz en Tierra Santa, la tierra que lo vio nacer, vivir, morir y resucitar. Que Dios nos conceda el don de la paz y el final de las guerras en Ucrania y en tantas partes del mundo; que nos haga a todos constructores de la paz.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón