El próximo miércoles comenzamos la cuaresma. En el rito de la imposición de la ceniza escucharemos las palabras: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1,15). Son las palabras mismas de Jesús al inicio de su predicación, que nos acompañarán en el camino de preparación hacia la celebración de la Pascua.
La cuaresma es un tiempo de gracia, de conversión y de salvación. La conversión pide volver la mirada y el corazón a Dios, dejarse encontrar por su amor misericordioso y vivir en unión con Dios con una caridad activa hacía él y el prójimo.
La conversión a Dios en Jesucristo y a su Evangelio no es un episodio puntual y pasajero de la vida cristiana, sino un proceso constante y necesario. Vivir en cristiano consiste en convertirse continuamente. Este axioma es válido para las personas, las comunidades y las mismas instituciones de la Iglesia del Señor. En la cuaresma, la llamada de Dios a la conversión se vuelve más explícita y apremiante. Dios mismo, a través de la Iglesia, nos ofrece más abundantemente su Palabra, la gracia del Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía que consolida nuestro retorno al Señor. En la cuaresma, la Iglesia nos exhorta a orar más y mejor, a practicar la austeridad que nos hace más sensibles ante la voz de Dios y a desprendernos más generosamente de nuestros bienes en favor de los necesitados. La oración, el ayuno y la limosna, tal como los presenta Jesús en su predicación (cf, Mt, 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra conversión.
Convertirse es retornar a Dios en Cristo, dejarse purificar de los pecados por Dios, reconciliarse con Dios por el ministerio de su Iglesia, cambiar de orientación vital. Ante todo y sobre todo, hemos de convertirnos a Dios. No hay verdadera conversión cristiana sin un encuentro personal y comunitario con Dios, cuyo rostro resplandece en su plenitud en Jesucristo. La conversión no es una simple reforma de costumbres y actitudes. Es un “volverse a Dios”(Lm 3, 40). Ésta es la relación fundamental que ha de restañarse en nosotros. Si ella se regenera y se refuerza, todas las demás se consolidarán. Vueltos a Dios en Jesucristo, nos volveremos a la comunidad cristiana y la asumiremos tal cual es, para contribuir a que sea tal como Dios la quiere. Nos volveremos a la sociedad para amarla como la ama el Señor, y reconocer sus valores y ofrecerle también el humilde y sincero servicio de la luz y la sal del Evangelio. Y nos volveremos especialmente a los pobres y necesitados allá donde se encuentren,
La atmósfera de nuestro tiempo frena en nosotros el movimiento de la conversión. Dios se ha convertido en el gran ausente en la vida de muchos. Ya Teillard de Chardín anticipó que “la gran tentación del futuro que viene consistirá en encontrar el mundo de la ciencia, de la técnica y del arte más vivo, más atractivo y más fascinante que el Dios de la Escritura”. Nos decimos cristianos, pero ¿qué significa Dios en nuestro vivir cotidiano? La cuaresma es tiempo propicio para recuperar a Dios en nuestra vida, dejarse encontrar por Cristo, acrecentar la fe personal en Él y nuestra adhesión de mente y corazón a Dios y a su Palabra. Dejemos a Dios que ocupe el centro en nuestras vidas, dejemos a Dios que sea Dios.
Fe y conversión van íntimamente unidas. Sin fe y adhesión personal a Dios, a su Hijo Jesucristo y a su Evangelio no se darán el necesario cambio de mente y de corazón, y la consiguiente conversión de nuestros caminos desviados, de nuestros pecados. A la vez, el cambio de vida será el signo del grado de nuestra fe. Una fe sin obras es una fe muerta.
“Escuchad hoy su voz” nos dice el Salmo 94. Dios nos quiere llevar a la tierra prometida de la Vida con Él. Dios, que nos ha pensado desde siempre y nos ama, nos indica el camino a recorrer para alcanzar nuestro verdadero ser, la libertad y la felicidad. Dios nos habla como a amigos y nos que ofrece la comunión de vida consigo y con los demás. Quien escucha su voz y se deja reconciliar con Él, entra en su amistad vivificante. Dios viene a nuestro encuentro. Pascal pone en boca de Cristo unas palabras dirigidas a cada uno de nosotros: “Tú no me buscarías si yo no te hubiera encontrado previamente”. La misericordia de Dios Padre precede y acompaña siempre el proceso de nuestra conversión.
No endurezcamos el corazón. Escuchemos la voz de Dios acogiendo su Palabra. Volvamos nuestra mente y nuestro corazón a Dios en esta cuaresma. Dejémonos reconciliar por Dios para celebrar con gozo la Pascua del Resucitado.
Con mi afecto y bendición,
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón