El próximo miércoles 27 de noviembre, a las 19:00 horas, los salones de la parroquia del Santísimo Cristo de Carbonaire de La Vall d’Uixó serán el escenario de la Trobada HOAC, un evento que busca generar diálogo y reflexión en torno a la realidad de miles de personas extranjeras que viven en nuestro país sin los mismos derechos ni oportunidades que los ciudadanos.
Bajo el lema “No son extranjeros, son personas”, el encuentro abordará la situación de estas personas, muchas de las cuales trabajan en el cuidado de hogares y mayores, o en la hostelería, pero enfrentan barreras legales y sociales. Se recordará la iniciativa legislativa popular de 2022, que logró reunir más de 600.000 firmas y el respaldo de más de 900 entidades, solicitando una regularización extraordinaria.
Enmarcado en la campaña “Cuidar el trabajo, cuidar la vida”, el acto contará con testimonios en primera persona, la participación de una trabajadora de la Fundació Tots Units, una abogada de Cáritas y la reflexión de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC).
Este evento presencial es una oportunidad para acercarse a esta realidad y reflexionar sobre las desigualdades existentes. La entrada es libre y abierta a todos los interesados.
Tal como recordaba el Obispo D. Casimiro López Llorente en su carta dominical, ayer la Iglesia celebró la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, bajo el lema «Dios camina con su pueblo». Este mensaje resalta el vínculo de amor y ternura que Dios establece con la humanidad a lo largo de la historia, y lanza una clara invitación a trabajar para crear comunidades más acogedoras y misioneras. En sintonía con el mensaje del Papa Francisco, se hace un llamamiento a caminar juntos y profundizar en la misión de la Iglesia de acoger, proteger, promover e integrar a los migrantes y refugiados.
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Con motivo de esta celebración, el Secretariado para las Migraciones de la Diócesis organizó una serie de actos que se desarrollaron durante todo el fin de semana. Los eventos comenzaron el viernes 27 de septiembre en la parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón con una Vigilia de Oración.
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El domingo 29 de septiembre, las actividades continuaron por la mañana en el edificio Menador de Castellón, donde se instaló una mesa informativa. A continuación, el Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, y el Director del Secretariado para las Migraciones, D. Juan Crisóstomo, ofrecieron una ponencia titulada «Dios camina con su pueblo». Más tarde, la Plaza de las Aulas se llenó de color con un festival de folklore internacional que atrajo a numerosas familias y participantes.
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La jornada culminó con una Eucaristía presidida por el Obispo D. Casimiro López Llorente a las 19:30 h. en la Concatedral de Santa María de Castellón. En su homilía dedicó unas emotivas palabras a la difícil situación migratoria que se vive en Canarias, mencionando la reciente tragedia en la isla de El Hierro, donde a estas horas hay confirmados 9 fallecidos y 50 desaparecidos al volcar un cayuco a pocos metros de la costa. «No podemos olvidar a tantos hombres, mujeres y niños que han perdido la vida buscando un futuro digno», lamentó, al tiempo que recordaba que solo 27 personas fueron rescatadas con vida.
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D. Casimiro destacó el profundo significado de la acogida a los migrantes desde la óptica cristiana, recordando las palabras del Papa Francisco: «Es necesario hacer visible el Reino de Dios acogiendo, protegiendo, promoviendo e integrando a los migrantes y refugiados». En este sentido, el Obispo subrayó que la migración actual exige una respuesta activa por parte de la Iglesia: «Todos somos peregrinos en esta vida, y estamos llamados a acoger al extranjero como Cristo nos acoge a nosotros».
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El Obispo insistió en que esta jornada no solo invita a la reflexión, sino que demanda acciones concretas. Hizo un llamamiento a las comunidades cristianas a abrirse al encuentro con el otro: «La fe no puede vivirse de manera aislada. Debemos abrir las puertas de nuestras parroquias y nuestros corazones a aquellos que llegan en busca de una vida mejor». Reafirmó que la acogida no debe depender de la procedencia, religión o situación legal de los migrantes, sino del principio cristiano de amar al prójimo: «Jesús nos enseña que todo ser humano es nuestro hermano; no podemos cerrar los ojos ante su sufrimiento».
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Asimismo, abordó las dificultades que enfrentan los migrantes y refugiados, desde los peligros de sus travesías hasta la explotación y rechazo que a menudo encuentran al llegar a su destino. Abogó por políticas más inclusivas y justas: «No basta con ofrecer ayuda puntual. Es necesario trabajar por una sociedad más inclusiva, que permita a los migrantes y refugiados vivir con dignidad y participar plenamente en nuestras comunidades».
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Por último, D. Casimiro animó a las parroquias y fieles a ser verdaderos espacios de acogida: «Invito a nuestras comunidades a convertirse en lugares de encuentro, donde el migrante no solo sea bien recibido, sino donde encuentre un hogar y un lugar donde celebrar su fe».
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Con esta jornada, la Iglesia de Segorbe-Castellón reafirmó su compromiso de ser signo visible de la misericordia de Dios, llamando a la solidaridad y a la acción concreta en favor de los migrantes y refugiados.
Este domingo, 29 de septiembre, celebramos la Jornada Mundial del migrante y refugiado. El lema, elegido por el papa Francisco, para este año reza: “Dios camina con su pueblo”. El lema nos recuerda el éxodo del pueblo de Israel de Egipto y su camino hacia la tierra prometida; es un largo viaje de la esclavitud a la libertad que prefigura el de la Iglesia hacia el encuentro final con el Señor. Análogamente, dice el Papa, es posible ver en los emigrantes de nuestro tiempo una imagen viva del pueblo de Dios en camino hacia la patria eterna. La realidad fundamental del éxodo, de cada éxodo, es que Dios precede y acompaña el caminar de su pueblo y de todos sus hijos en cualquier tiempo y lugar. Hoy también son miles las personas que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias. Dios los acompaña. Jesús está presente en cada uno de ellos y nos llama a reconocer su rostro en los rostros de cada migrante (cf. Mt 25,31-46).
En este curso pastoral, dedicado al acompañamiento, hemos de prestar especial atención también a los migrantes y los refugiados. Estamos llamados a abrir nuestro corazón al amor de Dios, dejarnos transformar por él para acompañar a las personas migradas. Dios camina con y en los emigrantes. Quien acoge el abrazo amoroso del Padre en el encuentro con Jesús queda trasformado en manos que se abren a otros para que también ellos experimenten la cercanía amorosa de Dios: sea quien fuere, en este abrazo fraterno debe saberse amado como hijo de Dios y sentirse ‘en casa’ en la única familia humana.
Como Iglesia y como cristianos estamos llamados por Jesús a acompañar a las personas migradas. Esto significa, en palabras del Papa, “acoger, proteger, promover e integrar” –que no es asimilar- a quienes por una razón u otra se ven obligados a salir de su patria y migrar a nuestra tierra. Más del 18% de la población actual en el territorio de nuestra Diocesis son extranjeros; la inmensa mayoría buscan seguridad y una vida digna. No nos pueden ser indiferentes. No podemos habituarnos a su sufrimiento y a su precariedad. Hacerlo sería entrar en el camino de la complicidad. Nuestra respuesta no puede ser otra que la que nos muestra Jesús en el Evangelio. Esto comienza por sentir verdadera compasión ante estos miles de personas, que huyen ante la guerra y la persecución, o que tienen que buscar una vida más digna lejos de su país.
Ante tantas personas afectadas por el fenómeno migratorio es necesario examinar y atajar sus causas en origen, así como regular el ejercicio del derecho de todos a migrar para que no se convierta en un mal para todos. Pero también como Iglesia y como sociedad hemos de responder a los problemas de estos hermanos desde el punto de vista humano, económico, político, social y pastoral. Nos urge repensar nuestras actitudes personales, eclesiales, sociales y políticas, y redoblar nuestro compromiso real y efectivo con los migrantes y sus familias. No es un fenómeno más. No se trata de números. Son ante todo personas con la misma dignidad sagrada que los autóctonos. Ellos nos interpelan en nuestro modo tradicional de vivir; a veces se encuentran por nuestra parte con sospechas, temores y prejuicios que hemos de superar. Como personas humanas que son, los migrantes se merecen acogida, respeto y estima; ellos, a su vez, han de respetar y reconocer el patrimonio material y espiritual del país que los hospeda.
Entre todos hemos de fomentar actitudes y comportamientos de acogida, de encuentro y de dialogo. Jesús nos dice: “fui extranjero y me acogisteis” (Mt 25,35); Jesús se identifica así con la persona del migrante; y nos llama a su acogida, como si de Él mismo se tratara. Es necesario conocer a las personas migradas y su historia personal y familiar para poder comprenderlas y acompañarlas. En ellos, el Señor viene a nuestro encuentro; son su presencia viviente en nuestras vidas.
Jesús nos llama de forma apremiante a hacernos próximos, a mostrarles nuestra cercanía real y cordial, a valorarlos en su cultura propia y en su modo de vivir la fe, a no utilizarlos para intereses personales o políticos, y a trabajar para que sea reconocida su dignidad humana tantas veces negada.
Muchos migrantes comparten nuestra cultura y nuestra fe; acogerlos e integrarlos en nuestras parroquias será un signo de fraternidad cristiana y de catolicidad; su integración redundará en bien de los migrantes, que podrán vivir su fe cristiana en comunidad, y de las comunidades, que se verán enriquecidas con su presencia activa.
Con el inicio del mes de junio se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los que huyen de su país: “Oremos para que los migrantes que huyen de las guerras o del hambre, obligados a viajes llenos de peligro y violencia, encuentren aceptación y nuevas oportunidades de vida en sus países de acogida”.
En su discurso a los participantes en un encuentro organizado por la “Fraterna Domus” de Sacrofano, Francisco decía lo siguiente:
La acogida es una expresión del amor, de ese dinamismo de apertura que nos impulsa a poner la atención en el otro, a buscar lo mejor para su vida (cf. FT, 91-94) y que en su pureza está la caridad infundida por Dios. En la medida en que está impregnada por esta actitud de apertura y acogida, una sociedad se vuelve capaz de integrar a todos sus miembros, incluso a aquellos que por diversas razones son “extranjeros existenciales” o “exiliados ocultos”, como a veces, por ejemplo, se encuentran las personas con discapacidad o los ancianos (cf. FT, 97-98). Sobre este aspecto del amor la referencia fundamental es la primera Encíclica de Benedicto XVI Deus caritas est (25 de diciembre de 2005).
El segundo pasaje que os propongo de Fratelli tutti es el número 141. Lo cito completo: «La verdadera calidad de los distintos países del mundo se mide por esta capacidad de pensar no sólo como país, sino también como familia humana, y esto se prueba especialmente en las épocas críticas. Los nacionalismos cerrados expresan en definitiva esta incapacidad de gratuidad, el error de creer que pueden desarrollarse al margen de la ruina de los demás y que cerrándose al resto estarán más protegidos. El inmigrante es visto como un usurpador que no ofrece nada. Así, se llega a pensar ingenuamente que los pobres son peligrosos o inútiles y que los poderosos son generosos benefactores. Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro». Estamos en el capítulo cuarto, titulado «Un corazón abierto al mundo entero», ahí donde se habla de la «gratuidad que acoge» (cf. nn. 139-141). El aspecto de la gratuidad es esencial para generar fraternidad y amistad social. Para vosotros subrayo la última frase: «Sólo una cultura social y política que incorpore la acogida gratuita podrá tener futuro» (n. 141). La acogida gratuita. A menudo se habla de la aportación que los migrantes dan o pueden dar a las sociedades que los acogen. Esto es verdad y es importante. Pero el criterio fundamental no está en la utilidad de la persona, sino en el valor en sí que esta representa. El otro merece ser acogido no tanto por lo que tiene, o que puede tener, o que puede dar, sino por lo que es.
Siempre me ha llamado la atención, en el Antiguo Testamento, la recurrencia —en los profetas, en los Libros históricos— de las tres personas por las que se debe tener una atención especial: la viuda, el huérfano y el migrante. Y se repite en el Deuteronomio, en el Éxodo —en el Éxodo no tanto, pero en el Deuteronomio— en el Levítico se repite esto: la atención, el cuidado por las viudas, por los migrantes, por los huérfanos. Es recurrente. Por ejemplo: “si tú estás segando, no pases otra vez: lo que se queda ahí, que sobra ahí, déjalo para la viuda, el huérfano, el migrante”. Siempre está esto. Es importante retomar esta tradición de la acogida, del modo de acoger a aquellos que no tienen y que viven una situación difícil.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los padres cristianos, para que fieles a los compromisos que adquirieron en el bautismo de sus hijos, sepan transmitirles la fe y hacer de sus hogares auténticas iglesias domésticas, abiertos generosamente a las necesidades de todos.”
Una familia cristiana es una ‘iglesia doméstica’ (LG 11), o una iglesia en pequeño, como decía San Juan Crisóstomo. Es y vive como una comunidad de fe, de esperanza y de amor; una comunidad donde se comparte, se ama, se trabaja, se crea esperanza, se vive y se transmite la fe. La familia comparte con Dios creador la obra de procrear y educar a los hijos. En ella se vive la comunión entre las personas, al igual que Dios Trino y la Iglesia y hay entrega desinteresada por el otro. Se comparten penas y alegrías. Se comprenden las dificultades, las limitaciones y los esfuerzos de sus miembros; se convive dialogando, comiendo o saliendo juntos.
La familia cristiana escucha la Palabra de Dios, sus miembros oran juntos y juntos participan en la Eucaristía los domingos en su comunidad parroquial, ‘familia de familias’. En la familia se aprende a rezar en los momentos de alegría y de dificultad. Al igual que Jesús y la Iglesia, la familia cristiana anuncia la Buena Nueva: en primer lugar, a sus hijos y a miembros, y luego en su entorno y más allá del mismo. Por eso la familia cristiana también es misionera y siente el deseo anunciar el Evangelio y transmitir el amor de Dios a otras personas. La familia cristiana se pone al servicio de la caridad, especialmente hacia los más necesitados. Cuando el Espíritu de Dios vive en la familia, no se queda ni se cierra en sí misma. Es testimonio de vida con la palabra y el ejemplo.
Los padres sois los primeros educadores y evangelizadores de los hijos. En virtud del sacramento del matrimonio, los padres cristianos sois los primeros responsables de la transmisión de la fe a vuestros hijos mediante el testimonio de vida, mediante la escucha de la Palabra de Dios y la oración en familia, mediante vuestra inserción en la vida de la Iglesia en la propia parroquia y vuestro compromiso en la iniciación cristiana de vuestros hijos. Hablad a vuestros hijos de Dios y de Jesús. Ningún otro anuncio es tan importante para su vida. Introducid a vuestros hijos en su misterio a través de la celebración litúrgica y la oración familiar.
Como cada año durante el tiempo de Cuaresma, desde la Acción Católica de la Diócesis nos invitan a vivir los viernes de Cuaresma como una experiencia de profundo y sincero encuentro con Jesucristo y con los hermanos, en esta ocasión bajo el lema “construir puentes frente a muros”.
En este tercer viernes, día 8 de marzo, la situación sobre la que proponen reflexionar es sobre:
LOS MIGRANTES Y REFUGIADOS
Decía San Pablo VI que “nunca insistiremos demasiado en el deber de hospitalidad, deber de solidaridad y de caridad cristiana” (Populorum progressio, 67). Es algo que debemos recordar siempre. Las personas migrantes y refugiadas llegan a nuestro país buscando una vida en condiciones dignas. La dignidad de toda persona y la vocación a la fraternidad nos llaman a acogerlas y respetar todos sus derechos.
Sin embargo, con frecuencia estas personas son víctimas del rechazo y sufren graves injusticias por su vulnerabilidad, en particular aquellas que no tienen regularizada su situación administrativa. Estamos llamados a colaborar para conseguir un profundo cambio de mentalidad social desde la fraternidad universal y el respeto a la dignidad de toda persona.
Oremos/reflexionemos por las personas que se ven abocadas a migrar por sufrir la guerra, la violencia, la sequía y el hambre, para que se dé una respuesta de acogida y solidaridad.
La Concatedral de Santa María, en Castellón, acogió ayer por la tarde la Eucaristía en la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, presidida por nuestro Obispo, D. Casimiro.
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Bajo el lema de este año, “Libres de elegir si migrar o quedarse”, D. Casimiro exhortó a tomar conciencia para acoger, acompañar y proteger a aquellos que se ven en la obligación de migrar o que desean hacerlo.
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Entre las posibles causas de la migración señaló “la obligación de salir de la propia patria por situaciones de guerra, de persecución, o de necesidad, para tener una vida más digna”. También, la migración es algo que “le ocurrió a Jesús, que tuvo que salir de Belén, donde nació, para evitar ser matado por Herodes”, indicó, pero también al pueblo de Israel, “que migró a Egipto ante la escasez de medios, obligados por la necesidad de paliar el hambre”.
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La Iglesia hoy insiste en la existencia de este derecho, recalcó el Obispo, “a migrar, pero también a quedarse”, y “todos debemos trabajar para que en el país de origen se den las condiciones sociales, políticas y económicas necesarias para que en la propia patria se pueda también llevar una vida digna”.
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Recordó la visita, este fin de semana, del Papa Francisco a la ciudad de Marsella, donde participó en la sesión conclusiva de los “Encuentros del Mediterráneo” que tuvo como tema central el fenómeno migratorio. El Santo Padre “nos llamaba a acoger, acompañar y proteger a los migrantes”, animándonos “a que no seamos indiferentes a esta realidad”. Además, a las naciones de Europa les pedía ser acogedoras. Del mismo modo, “llamaba también la atención para que en los países de origen se luchase contra las mafias y se trabajase para que se desarrollen y se creen condiciones dignas para migrar”.
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Esta es una llamada que brota del Evangelio, explicó D. Casimiro: «Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis» (Mt. 25, 35). Cristo mismo “se identifica con aquel que tiene que migrar y llama a la acogida. Porque toda persona tiene una dignidad que tiene que ser protegida, valorada y acompañada”.
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La Diócesis de Segorbe-Castellón “es una Diócesis de inmigración, y todas las comunidades parroquiales deberían ser conscientes de ello. Los que sois católicos, en nuestras parroquias deberíais sentiros en vuestra casa, y los que no lo sois también en nuestra sociedad”, les decía a los migrantes presentes en la Misa.
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Vigilia de oración
Además de la Eucaristía, el pasado viernes 22 de septiembre, la parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón acogió una Vigilia de Oración, que estuvo organizada por el Secretariado diocesano para las Migraciones.
Este mes de septiembre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Papa dirige su intenciónpor la abolición de la pena de muerte: “Recemos para que la pena de muerte, que atenta contra la inviolabilidad y dignidad de la persona, sea abolida en las leyes de todos los países del mundo”.
263. Hay otra manera de hacer desaparecer al otro, que no se dirige a países sino a personas. Es la pena de muerte. San Juan Pablo II declaró de manera clara y firme que esta es inadecuada en el ámbito moral y ya no es necesaria en el ámbito penal. No es posible pensar en una marcha atrás con respecto a esta postura. Hoy decimos con claridad que «la pena de muerte es inadmisible» y la Iglesia se compromete con determinación para proponer que sea abolida en todo el mundo.
267. Quiero remarcar que «es imposible imaginar que hoy los Estados no puedan disponer de otro medio que no sea la pena capital para defender la vida de otras personas del agresor injusto». Particular gravedad tienen las así llamadas ejecuciones extrajudiciales o extralegales, que «son homicidios deliberados cometidos por algunos Estados o por sus agentes, que a menudo se hacen pasar como enfrentamientos con delincuentes o son presentados como consecuencias no deseadas del uso razonable, necesario y proporcional de la fuerza para hacer aplicar la ley».
268. «Los argumentos contrarios a la pena de muerte son muchos y bien conocidos. La Iglesia ha oportunamente destacado algunos de ellos, como la posibilidad de la existencia del error judicial y el uso que hacen de ello los regímenes totalitarios y dictatoriales, que la utilizan como instrumento de supresión de la disidencia política o de persecución de las minorías religiosas y culturales, todas víctimas que para sus respectivas legislaciones son “delincuentes”. Todos los cristianos y los hombres de buena voluntad están llamados, por lo tanto, a luchar no sólo por la abolición de la pena de muerte, legal o ilegal que sea, y en todas sus formas, sino también con el fin de mejorar las condiciones carcelarias, en el respeto de la dignidad humana de las personas privadas de libertad. Y esto yo lo relaciono con la cadena perpetua. […] La cadena perpetua es una pena de muerte oculta»
269. Recordemos que «ni siquiera el homicida pierde su dignidad personal y Dios mismo se hace su garante». El firme rechazo de la pena de muerte muestra hasta qué punto es posible reconocer la inalienable dignidad de todo ser humano y aceptar que tenga un lugar en este universo. Ya que, si no se lo niego al peor de los criminales, no se lo negaré a nadie, daré a todos la posibilidad de compartir conmigo este planeta a pesar de lo que pueda separarnos.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los migrantes y refugiados, para que encuentren la acogida que esperan, sea reconocida su dignidad y sean atendidos con amor en sus necesidades materiales y espirituales”.
En su carta del 26 de septiembre de 2020, con motivo de la Jornada Mundial de los migrantes y refugiados, nuestro Obispo, D. Casimiro, nos decía lo siguiente:
«Hoy también son miles las personas que huyen del hambre, de la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna para sí mismos y para sus familias. Jesús está presente en cada uno de ellos, obligados como Él a huir para salvarse. Estamos llamados a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo, hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos interpela (cf. Mt 25,31-46). Si lo reconocemos, seremos nosotros quienes le agradeceremos haberlo conocido, amado y servido».
«Ante tantas personas afectadas por el fenómeno migratorio es necesario examinar sus causas y analizar los problemas de estos hermanos desde el punto de vista humano, económico, político, social y pastoral. Nos urge repensar nuestras actitudes personales, eclesiales, sociales y políticas, y redoblar nuestro compromiso real y efectivo con los emigrantes, los refugiados y sus familias, y en especial con los que llegan hasta a nosotros. No es un fenómeno más; no se trata de números; son ante todo personas con la misma dignidad sagrada que los autóctonos. Ellos nos interpelan en nuestro modo tradicional de vivir; a veces se encuentran por nuestra parte con sospechas, temores y prejuicios que hemos de analizar y superar. Como personas humanas que son, los migrantes y refugiados se merecen acogida, respeto y estima; ellos, a su vez, han de respetar y reconocer el patrimonio material y espiritual del país que los hospeda».
Mónica Prieto trabaja en la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española, que nació para atender a los emigrantes españoles en Europa y que, con el transcurso de los años, ha abierto un departamento para atender a los migrantes que llegan a España, que es ahora uno de sus principales tareas. Mónica es socióloga y ha trabajado con niños y jóvenes migrantes no acompañados en casas de acogida, por lo que cuenta con una amplia experiencia en el trato con migrantes. Leer más
Cáritas Diocesana de Segorbe-Castellón inauguró ayer la exposición itinerante «Encontrar para encontrarnos», que estará abierta al público en la sala de exposiciones de la Fundación Dávalos-Fletcher ( calle Isaac Peral, 12 de Castellón ), cuyo horario -de lunes a viernes- es de 18:00 a 21:00 horas y de 11:00 a 14:00 y de 18:00 a 21:00 horas los fines de semana. Leer más
«No se trata sólo de migrantes» JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y REFUGIADO
Carta a todo el Pueblo de Dios de Segorbe-Castellón
Queridos diocesanos:
El domingo, 29 de septiembre, tiene lugar la Jornada mundial del migrante y del refugiado. Esta Jornada se celebrará en lo sucesivo, por decisión de la Santa Sede, el último domingo de septiembre y no el tercer domingo de enero, como hasta ahora. Quiero llamaros la atención sobre este cambio para que esta Jornada no pase desapercibida, sino que se celebre en todas las parroquias y comunidades eclesiales de nuestra Diócesis. Con este fin se ha enviado el material oportuno desde nuestro Secretariado diocesano de Migraciones.
El Papa Francisco resume su Mensaje para este año, titulado No se trata sólo de migrantes, con cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar. “Pero estos verbos – dice el Papa- no se aplican sólo a los migrantes y a los refugiados. Expresan la misión de la Iglesia en relación a todos los habitantes de las periferias existenciales, que deben ser acogidos, protegidos, promovidos e integrados. Si ponemos en práctica estos verbos, contribuimos a edificar la ciudad de Dios y del hombre, promovemos el desarrollo humano integral de todas las personas y también ayudamos a la comunidad mundial a acercarse a los objetivos de desarrollo sostenible que ha establecido y que, de lo contrario, serán difíciles de alcanzar”.
Por eso invito a tomar conciencia de la responsabilidad que nos concierne como creyentes en Jesucristo y como ciudadanos en un mundo en el que las fronteras son cada vez más frágiles. Es preciso superar prejuicios de todo tipo y tratar de acercarse a los que vienen de otros lugares para conocerlos, valorarlos, respetar su forma de ser, su cultura y su religión, interesarse por sus vidas y familias, ayudarles a integrarse y ofrecerles nuestros locales, en una palabra, poner en práctica el mandamiento del amor fraterno que recibimos del Señor. Nuestros miedos a los desconocidos y forasteros o ante la llegada de migrantes y refugiados condicionan muchas veces nuestra forma de pensar y de actuar hasta el punto de volvernos intolerantes, cerrados y quizás, sin darnos cuenta incluso racistas. Nuestros miedos nos privan del encuentro con el otro y de la oportunidad de encuentro con el Señor. Acordaos de estas palabras de Jesús: «fui extranjero y me acogisteis» (Mt 25,35). Confío en vuestro sentido cristiano y en la capacidad de acogida de nuestro pueblo y de nuestras comunidades parroquiales.
Finalmente os convoco e invito a todos a la celebración de Eucaristía que, D.m., presidiré con motivo de esta Jornada en la Concatedral de Santa María en Castellón el 29 de septiembre a las 19:00 horas. Hagamos un pequeño esfuerzo y mostremos con nuestra asistencia y participación nuestra sensibilidad para acoger a los migrantes y refugiados. Os espero. Muchas gracias.
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