Listado de la etiqueta: sacerdotes
Siete arciprestazgos ya se han reunido con el Obispo al iniciar el curso
/0 Comentarios/en Cabildos y Arciprestazgos, Noticias, Noticias destacadas, Parroquias/por obsegorbecastellonLos sacerdotes de la mitad de los arciprestazgos de la Diócesis ya han mantenido su encuentro de inicio de curso con el Obispo, mons. Casimiro López Llorente. El primero fue el de Onda, la semana pasada, al que han seguido Jérica, Pla de l’Arc, Costa, Albocàsser y los dos de Castellón este último viernes de septiembre. Después de estos siete arciprestazgos, la semana que viene seguirán las reuniones en Burriana, La Vall d’Uixó, Vila-real y Almazora.
La valoración por parte de los presbíteros de esta iniciativa impulsada por mons. López Llorente hace tres años es muy positiva y ayuda a aplicar los objetivos pastorales para el curso. Leer más
La Diócesis manifiesta con unidad la asunción de los objetivos del curso pastoral
/0 Comentarios/en Encuentros, Noticias, Noticias destacadas, Vicaría pastoral/por obsegorbecastellonLa numerosa participación en la Jornada Diocesana de Inicio del Curso Pastoral ha puesto de manifiesto que los objetivos del Plan Diocesano de Pastoral cuajan en la Iglesia de Segorbe-Castellón. Como declaraba el Vicario de Pastoral, D. Javier Aparici, “hay un ambiente de alegría e ilusión en la tarea que el Señor pone en nuestras manos”. Y ese ha sido el tono del encuentro en el que el presidente de la subcomisión episcopal para la Familia y la Defensa de la Vida, mons. Mario Iceta, ha desgranado el proyecto pastoral del Papa para la familias a través de la Exhortación Amoris Laetitia. Leer más
Mons. Mario Iceta explica a los sacerdotes las entrañas de la Amoris Laetitia
/0 Comentarios/en Delegación para el clero, Encuentros, Noticias destacadas/por obsegorbecastellonLos sacerdotes han iniciado este viernes su formación permanente del curso con Mons. Mario Iceta, presidente de la Subcomisión Episcopal para la familia y la defensa de la vida. Aprovechando la intervención del obispo de Bilbao en la jornada de inicio del curso pastoral, mañana en el Seminario Mater Dei, Mons. Casimiro López Llorente le invitó para que tratara con los presbíteros los aspectos de la Exhortación apostólica Amoris Laetitia sobre el matrimonio y la familia que más pueden ayudar su tarea ministerial.
Nombramientos diocesanos
/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellonMons. Casimiro López Llorente, Obispo de Segorbe-Castellón, con fecha de 27 de julio, ha firmado los siguientes nombramientos. Los titulares de los ministerios parroquiales tomarán posesión canónica de los mismos o se incorporarán, en el mes de septiembre lo más tarde el 25 de dicho mes.
NOMBRAMIENTOS:
a) Parroquias:
– D. Juan Manuel Enrich Marín, Párroco de San Vicente Ferrer de Castellón de la Plana.
– D. Rafael-Jesús Fiol García de Borbolla, Párroco de La Asunción de Nuestra Señora de Villafamés.
– Id., Párroco de San Miguel Arcángel de La Pobla Tornesa.
– D. Rafael García Castillo, Párroco de la Asunción de Nuestra Señora de Benasal.
– D. Héctor Gozalbo Gil, Párroco de la Natividad de Nuestra Señora de Villahermosa del Río.
– Id., Cura Encargado de San Pedro Apóstol de Castellón de Villamalefa.
– D. Oscar Bolumar Asensio, Párroco de El Salvador de Eslida.
– Id., Cura Encargado de San Miguel Arcángel de Ahín.
– D. Alipio Bibang Nzang, Cura Encargado de San Miguel Arcángel de Alcudia de Veo.
– Id., Cura Encargado de la Capilla de San Antonio Abad de Veo.
– D. Juan Mario Sanchiz Telemín, Cura Encargado de Santiago Apóstol de la Vall d’Uixó.
– D. Juan Vicente Vaquerizo Primo, Vicario Parroquial de La Asunción de Nuestra Señora de Alcora.
– Id., Rector de la Iglesia no parroquial de San Miguel Arcángel de La Foya.
– D. Juan Carlos Vizoso Corbel, Rector de la Capilla de Nuestra Señora Virgen del Pilar.
– D. Víctor Artero Barberá, Adscrito a la parroquia de la Asunción de Nuestra Señora de Onda.
– D. Yago Gallo Martínez, Adscrito a la parroquia de Santa María de Castellón de la Plana.
– D. Julio César Silva Cisternas, Adscrito a la parroquia de Santa Isabel de Aragón de Vila-real.
– D. Francisco Javier Phuc Pham Van, Diácono adscrito a Santo Tomás de Villanueva de Castellón de la Plana.
– D. David Escoín Rubio, Diácono adscrito a La Asunción de Nuestra Señora de Onda.
b) Seminarios:
– D. Juan Carlos Vizoso Corbel, Vicerrector del Seminario Mayor Diocesano “Mater Dei”.
– Id., Director del Centro Superior del Estudios Teológicos.
– D. Julio César Silva Cisternas, Formador del Seminario Diocesano “Redemptoris Mater”.
c) Delegaciones:
– D. Sergio-Juan Mendoza Esteban, Delegado Episcopal en Cáritas Diocesana.
– D. Albert Arrufat Prades, Delegado Diocesano para el Turismo y Tiempo libre.
– D. Nuno Miguel Carvalho Vieira, Delegado Diocesano de Ecumenismo.
– D. Carlos Mª Asensi Arnau, Delegado Diocesano de Catequesis.
d) Cancillería:
– D. Ángel Cumbicos Ortega, Canciller-Secretario General.
e) Capellanías y otros:
– D. Pedro Segarra Martínez, Capellán del Campus Universitario del CEU-Universidad Cardenal Herrera en Castellón de la Plana.
– D. Amado Segarra Segarra, Capellán del Monasterio de la Divina Providencia de Hermanas Clarisas de la Vall.
– D. Rafael García Castillo, Capellán voluntario en el Centro Penitenciario de Albocacer.
– D. Manuel Martín Nebot, Confesor ordinario de las MM. Clarisas de Almazora.
– D. Fernando Moreno, Confesor extraordinario de las MM. Clarisas de Almazora.
CESES:
a) Parroquias:
– D. Yago Gallo Martínez, como Párroco de San Vicente Ferrer de Castellón de la Plana.
– D. Francisco Miguel Fernández, como Párroco de la Natividad de Nuestra Señora de Villahermosa del Río.
– Id., como Cura Encargado de San Pedro Apóstol de Castellon de Villamalefa.
– D. Juan Vicente Vaquerizo Primo, como Párroco de Santiago Apóstol de La Vall d’Uixó.
-Id., como Capellán de MM. Clarisas de la Vall d’Uixó.
– D. Juan Carlos Vizoso Corbel, como Párroco de La Asunción de Nuestra Señora de Villafamés.
– Id., como Cura Encargado de San Miguel Arcángel de La Pobla Tornesa.
– D. Joaquín Zarzoso Badenas, como Párroco de El Salvador de Eslida.
– Id., como Cura Encargado de San Miguel Arcángel de Ahín.
– D. Vicente Paulo Gómez, como Administrador parroquial de Santiago Apóstol de Vall d’Uixó.
– D. Víctor Artero Barberá, como Cura Encargado de San Miguel Arcángel de Alcudia de Veo.
– Id., como Cura Encargado de la Capilla de San Antonio Abad de Veo.
– D. Rodrigo Monfort Montañés, como Administrador Parroquial de la Asunción de Nuestra Señora de Benasal.
– D. Julio César Silva Cisternas, como Administrador Parroquial de los Santos Reyes de Castellnovo.
– Id., como Administrador parroquial de Nuestra Señora de los Ángeles de Almedijar.
– D. Oscar Bolumar Asensio, como Vicario parroquial de Santa Isabel de Aragón de Vila-real.
– D. Juan Manuel Enrich Marín, como Vicario parroquial de San Vicente Ferrer de Castellón de la Plana.
– Id., como Rector de la Capilla de Nuestra Señora Virgen del Pilar.
– D. Alipio Bibang Nzang, como Vicario parroquial de La Asunción de Nuestra Señora de Onda.
– D. Héctor Calvo Vieira, como Vicario parroquial de La Asunción de Nuestra Señora de Alcora.
– D. José Aparici Centelles, como Rector de la Iglesia no parroquial de San Miguel Arcángel de La Foya.
b) Seminarios:
– D. Miguel Abril Agost, como Director del Centro de Estudios Teológicos.
c) Delegaciones:
– D. Juan Manuel Enrich Marín, como Delegado Episcopal en Cáritas Diocesana.
– D. Sergio-Juan Mendoza Esteban, como Delegado Diocesano para el Turismo y Tiempo Libre.
– Id., Como Subdelegado Episcopal de Cáritas Diocesana.
– D. Héctor-Samuel Calvo Vieira, como Delegado Diocesano de Ecumenismo.
– D. Juan Angel Tapiador, como Delegado Diocesano de Catequesis.
d) Cancillería:
– D. Ángel Cumbicos Ortega, Vicecanciller-Vicesecretario General.
e) Capellanías y otros:
– D. José Miguel Sala López, como Capellán del Campus Universitario del CEU-Universidad Cardenal Herrera en Castellón de la Plana.
– D. Fernando Moreno Aguilar, como Confesor ordinario de las MM. Clarisas de Almazora.
– D. Amado Segarra Segarra, como Capellán de la MM. Dominicas de Burriana.
– D. Juan Vicente Vaquerizo Primo, como capellán de las MM. Clarisas de la Vall d’Uixó.
Orientaciones de los obispos de la Provincia Eclesiástica Valentina sobre la vida y el ministerio de los presbíteros. A los 50 años del Concilio Vaticano II
/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellonPresentación
Estas palabras en forma de Orientaciones van dirigidas fundamentalmente a los sacerdotes de las diócesis de la Provincia Eclesiástica Valentina y son fruto de una reflexión iniciada por los obispos de la misma sobre la vida y el ministerio sacerdotal. Hemos comprobado que una reflexión, con similares características, se da habitualmente en el interior de los equipos de sacerdotes en los arciprestazgos. Es normal esa necesidad de pensar sobre el ser y el quehacer en todos aquellos que nos dedicamos al servicio del Pueblo de Dios. Va nuestra vida en ello.
En nuestro caso es una preocupación constante; es también una obligación del ministerio episcopal todo aquello que afecta a sus más directos colaboradores en las tareas pastorales. Dadas las condiciones ambientales, culturales y sociales en las que está situada nuestra acción pastoral y, por tanto, las comunidades cristianas, es obligada la atención por parte de los obispos para que ningún sacerdote se sienta solo en la tarea que se le ha encomendado. Es propio del obispo prestar a los sacerdotes una solicitud de padre y pastor que busca apoyar la dedicación ministerial así como instar de todos los cristianos el cariño constante, el acompañamiento fraterno y la colaboración leal con sus pastores para realizar la misión que nos entregó nuestro Señor Jesucristo.
Recogiendo el sentir del Decreto conciliar Presbyterorum Ordinis y las indicaciones de la Exhortación Apostólica postsinodal del san Juan Pablo II Pastores Gregis, el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, Apostolorum Successores, nos recuerda a los obispos: “Como Jesús manifestó su amor a los Apóstoles, así también el Obispo, padre de la familia presbiteral, por medio del cual el Señor Jesucristo, Supremo Pontífice, está presente entre los creyentes, sabe que es su deber dirigir su amor y su atención particular hacia los sacerdotes y los candidatos al sagrado ministerio” (núm. 75).
Los frutos de esta reflexión se amplían enormemente por las aportaciones de muchos colaboradores. A todos agradecemos su interés y su trabajo, sobre todo al conjunto de los arciprestes que, con sus intervenciones, han enriquecido el texto aportando las preocupaciones de sus hermanos sacerdotes. Hacemos mención especialmente del prof. Payá Andrés quien nos dedicó una excelente ponencia sobre el tema.
Confiamos que esta modesta publicación sea cordialmente acogida y estudiada en las reuniones de los equipos de sacerdotes de nuestras diócesis.
Lo ponemos todo bajo la atenta mirada de la Virgen María, madre de los sacerdotes.
Marzo de 2015
+Antonio, Cardenal Arzobispo de Valencia
+Jesús, Obispo de Orihuela-Alicante
+Javier, Obispo de Mallorca
+Casimiro, Obispo de Segorbe-Castellón
+Vicente, Obispo de Ibiza
+Salvador, Obispo de Menorca
- Palabras de consuelo y cercanía
1.1. Motivación. Dando razones de la iniciativa
Cuando los obispos reflexionamos, individual o colectivamente, sobre el ministerio que el Señor nos ha confiado, recurrimos con presteza y constancia a la Palabra de Dios, a los textos del mismo Magisterio de la Iglesia y a los escritos de muchos teólogos y formadores. Previamente confiamos en la gracia de Dios que fortalece nuestra vida para prestar un digno servicio a la comunidad y llevamos a la oración nuestras iniciativas, proyectos y dificultades. Todo el Pueblo de Dios es objeto de nuestra caridad pastoral y a todos nos dirigimos para enseñar, santificar y orientar. En este caso nuestras palabras van orientadas a los sacerdotes de las diócesis de nuestra Provincia Eclesiástica Valentina. Deseamos ser buenos acompañantes en el camino de su vida y de su ministerio.
Los presbíteros son los principales e insustituibles colaboradores del orden episcopal, asociados a su solicitud y responsabilidad (AS 75) y a ellos dirige siempre el obispo una especial atención para ayudarles a cultivar el sentido de la diócesis fomentando, al mismo tiempo, el sentido universal de la Iglesia. El obispo, como padre de la familia presbiteral, imita y reproduce el amor manifestado por Jesús a los Apóstoles y cumple e invita a cumplir los mandatos “id y haced discípulos…”(Mt 28,19) y “Apacienta mis ovejas” (Jn 21,17). Es, en definitiva, la preocupación por la comunidad que se funda en la Palabra, la oración y los sacramentos y la atención del anuncio del mensaje a quienes no lo han oído.
Además de los documentos que conforman la naturaleza del ministerio, los obispos dedicamos bastante tiempo a repasar y meditar el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos (Apostolorum Successores) que nos sirve de guía para nuestra actuación. Los párrafos 75 al 91 del citado directorio están centrados en los presbíteros y en el Seminario. Es necesario que nos esforcemos en poner en la práctica diaria lo que la Iglesia nos encarga y el Señor, con perfecta benevolencia, nos manifiesta. Por ello nos sentimos impelidos a comunicar estas consideraciones que son fruto de nuestras preocupaciones y diálogos compartidos en los distintos encuentros que celebramos para tomar el pulso a las comunidades diocesanas.
1.2. Hechos recientes que ayudan en esta reflexión
Todos recordamos la convocatoria del Año Sacerdotal para la Iglesia universal que el papa Benedicto XVI dispuso que comenzara en la solemnidad del Sagrado Corazón del año 2009 para concluir en la misma celebración del año siguiente. Todavía resuena en nuestros oídos la carta del Santo Padre dirigida a los sacerdotes del mundo entero con motivo de dicho año en el que se cumplía el 150 aniversario de la muerte de san Juan María Vianney. Nos vendría bien a todos tener en cuenta las orientaciones del Papa que, en pocas páginas, nos sitúa ante nuestra vida ministerial poniendo como modelo al santo Cura de Ars.
Con motivo de la proclamación de Doctor de la Iglesia a san Juan de Ávila, Patrono del clero español, en el año 2012, hubo en nuestros presbiterios un renovado impacto de su doctrina y una mayor admiración hacia su persona. El acercamiento que muchos sacerdotes tuvieron hacia los escritos del Maestro Ávila les sirvió con seguridad para un nuevo encuentro con el amor de Dios en sus vidas y como una constante búsqueda de un auténtico y mejor servicio a la comunidad.
Estos dos acontecimientos estuvieron marcados por una múltiple organización de actividades (retiros y ejercicios, conferencias y peregrinaciones, celebraciones y encuentros sacerdotales) para el clero que han permitido poner en primer plano la preocupación y la dicha del ministerio en los momentos actuales.
Podemos también recordar las numerosas cartas y homilías que los Papas de los últimos cincuenta años han dirigido a los sacerdotes. Han sido un acicate y un consuelo su lectura y la aplicación que cada uno ha realizado en su propia vida. En un nivel más concreto cada obispo de nuestra Provincia ha publicado escritos con este motivo y ha querido mostrar su interés y su cariño por todos y cada uno de sus sacerdotes. Somos conscientes de nuestras limitaciones y aceptamos no haber sabido llegar a los rincones más profundos del corazón de cada uno.
Constantemente se promueve en cada diócesis iniciativas que ayudan a descubrir la fraternidad sacerdotal y a fortalecer la vida espiritual de todo el presbiterio. El obispo debe ser el primer animador de todas estas actividades, algunas son fijas y permanentes y otras poseen un matiz de novedad que conviene aprovechar.
En ese afán de buscar nuevos caminos se organizó por primera vez un encuentro de arciprestes con los obispos y sus Consejos Episcopales de todas las diócesis que conforman la Provincia Eclesiástica Valentina. Tuvo lugar en el Seminario de Valencia en enero del año 2013 con la reflexión central de la vida y el ministerio de los presbíteros. Constatamos una vez más la reiteración de los aspectos del sacerdocio que de forma recurrente son objeto de diálogo y de preocupación en los equipos arciprestales.
El encuentro contó con una ponencia del Ilmo. D. Miguel Payá Andrés, canónigo de la Catedral de Valencia y profesor de la Facultad san Vicente Ferrer. El título fue: “Identidad y misión de los presbíteros en el decreto Presbyterorum Ordinis del Concilio Vaticano II”. Al final de la misma hizo una propuesta para el diálogo que se desarrolló en el interior de los grupos con arciprestes de distintas diócesis. Se formaron seis grupos con una primera parte de intercambio de opiniones en su interior y una segunda parte con la exposición resumida de los comentarios a la totalidad de los reunidos. Todos ellos dejaron por escrito el contenido de sus aportaciones.
El cuestionario para el diálogo contenía tres apartados: espiritualidad, colegialidad y pastor cercano. Respondía al contenido de la ponencia y se invitaba a todos los arciprestes a valorar, desde su experiencia personal y el encargo pastoral actual, su propia identidad y misión en el mundo contemporáneo.
Los obispos recogimos las aportaciones y las estudiamos detenidamente en algunas de las reuniones periódicas y queremos empezar manifestando en estas páginas nuestro agradecimiento a tantos sacerdotes por su ejemplar dedicación al único rebaño del Buen Pastor y, en concreto, al grupo de participantes en este encuentro por la serenidad y lucidez de sus respuestas en esta época de profundos cambios económicos y sociales que afectan de modo singular al ejercicio del ministerio. Además de agradecer, los obispos deseamos impulsar con esta reflexión una profunda conversión pastoral que genere una identificación más plena con Jesucristo y un servicio más auténtico a su Iglesia. Es ésta una exhortación a la confianza mutua, a la cercanía de sentimientos, a la renovación de la entrega pastoral, a intensificar la comunión y a fortalecer el espíritu misionero. Todo ello es fruto de la exigencia compartida de colaboración y ayuda.
Nuestras aportaciones actuales tienen su origen en la preocupación episcopal por los colaboradores más directos, en el diálogo sincero y personal con muchos sacerdotes, en la escucha de los planteamientos de equipos sacerdotales y, por último, en las mismas respuestas de los arciprestes en la mencionada reunión. Pretendemos profundizar el contenido, sistematizar las inquietudes y elevar las motivaciones buscando un horizonte de mejora en el actual ejercicio ministerial y aproximar nuestra reflexión a las orientaciones fundamentales de la Sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia para seguir en el camino de la santidad a la que todos hemos sido llamados. Es tan fuerte la vinculación establecida entre el obispo y los sacerdotes, como padre y hermanos, que manifiestan con absoluta normalidad que se quieren, se escuchan, se acogen, se corrigen y se confortan aplicando la colaboración en todos los proyectos pastorales. Estas actitudes que las hemos revestido de reciprocidad son el resultado de la exigencia que la Exhortación Apostólica postsinodal Pastores Gregis recomienda para los propios obispos a quienes insiste al final del mencionado párrafo en procurar hacia sus presbíteros “todo lo posible por su bienestar humano, espiritual, ministerial y económico” (núm. 47).
Dicha vinculación queda descrita de modo admirable en el mismo número 47 de la citada Exhortación: “En efecto, entre el Obispo y los presbíteros hay una Communio Sacramentalis en virtud del sacerdocio ministerial o jerárquico, que es participación en el único sacerdocio de Cristo y, por tanto, aunque en grado diferente, en virtud del único ministerio eclesial ordenado y de la única misión apostólica” (Cfr. LG 28; CD 28; PO 7).
En este contexto confiamos que nuestras palabras sean acogidas con interés y como una muestra de ayuda para todos como nos lo exige el ministerio episcopal.
- Miramos nuestro entorno con realismo. Constataciones
En las intervenciones de los arciprestes hay como dos grandes ámbitos de reflexión: por una parte, la descripción de la propia realidad ministerial y las alegrías y dificultades que entraña su ejercicio y, por otra parte, la concreción de los deseos y aspiraciones que todo presbítero intenta aplicar a su vida. En ambos casos se entremezcla el mundo de las relaciones con los fieles a quienes sirven, con los otros sacerdotes hermanos a quienes acompañan y de quienes se sienten acompañados y con los obispos a quienes constantemente piden gestos de paternidad ofreciendo ellos mismos signos de filiación.
En el análisis realizado sobre las respuestas de los arciprestes se observan apreciables muestras de conocer los últimos documentos pontificios, desde el Concilio Vaticano II hasta el momento presente, que hacen referencia al ministerio sacerdotal. Nos satisface y nos anima a pedir no sólo profundización en su lectura y estudio sino también que sirva como instrumento de reflexión personal y arciprestal que lleven a la oración en los retiros mensuales, en las plegarias comunitarias o en los ejercicios espirituales de cada año. En fechas posteriores al encuentro mencionado ha visto la luz una nueva edición del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros de la Congregación del Clero (febrero de 2013) que reproduce básicamente la primera edición (1994) ampliando algunos aspectos prácticos y modificando determinadas expresiones de lenguaje que hace más actual su contenido. Estamos convencidos de que los sacerdotes han dispuesto de tiempo para su conocimiento y habrá producido mucho fruto en las reuniones arciprestales. Como no podía ser de otra manera, aconsejamos con insistencia su lectura puesto que resume con mucha claridad y precisión los aspectos permanentes de la vida presbiteral y logra con acierto situarlos en los parámetros psicosociales que conforman este tiempo para conocer sus dificultades y para aprovechar con alegría cristiana sus peculiaridades. Habla de la identidad del presbítero desarrollando las distintas dimensiones que configuran su esencia; dedica otro capítulo a la espiritualidad sacerdotal dentro del contexto histórico actual desgranando las líneas maestras de nuestra unión con Cristo en la oración, en los sacramentos, en la aceptación de los consejos evangélicos; termina con un tercer capítulo centrado en la formación permanente del clero desmenuzando los principios, la organización y medios, los responsables de llevarla a cabo y la necesidad de adaptación a la edad y a las situaciones especiales.
Además de hacer memoria de los principios conocidos por todos, importa ahora enumerar las aportaciones más representativas de los arciprestes ya que nos permiten situar nuestra reflexión en un territorio concreto como es el de nuestra Provincia Eclesiástica.
Acerca de la descripción de la realidad ministerial comprobamos el realismo de las respuestas cuando apuntan las siguientes características:
- a) Son habituales las reuniones arciprestales. Suelen ser mensuales.
- b) No todos los sacerdotes acuden a las reuniones. Se percibe además falta de comunicación en el interior de los equipos sacerdotales.
- c) Los temas pastorales agotan el tiempo del diálogo en el arciprestazgo. Faltan momentos para abordar asuntos personales y cuidar la oración.
- d) Es positiva la oferta diocesana dirigida a las diversas dimensiones de los sacerdotes (espiritualidad, pastoral, atención humana…).
- e) El equipo arciprestal es el auténtico cauce para la práctica de la fraternidad. Acercamiento sincero a los hermanos con dificultades momentáneas. También son modelos de fraternidad para los fieles.
- f) La clave del ser y actuar radica en la toma de conciencia de la centralidad en la persona de Jesucristo.
- g) Valoración positiva de la cercanía del obispo para conocer y acompañar las distintas sensibilidades de los equipos arciprestales. Es muy importante la participación del arcipreste en la orientación y gobierno de la diócesis.
- h) Excesiva variedad y número de tareas pastorales que llevan a la escisión interior o al desánimo. Dedicación pastoral abundante y falta de reflexión y oración.
- i) Elevada preocupación por los aspectos materiales y humanos del sacerdote. Por el contrario carencia de ardor misionero que siempre solicita la Iglesia.
- j) Se ha de profundizar constantemente en la espiritualidad sacerdotal desarrollando todas las dimensiones de la misma.
- k) Valorar con más intensidad nuestra participación personal en los sacramentos además de la invitación a los fieles.
- l) Se necesita que cada sacerdote muestre en su vida diaria la belleza del ministerio. Acentuar en nuestros comportamientos la alegría y desechar la tristeza, el desánimo o la resignación.
- m) Llamada a la responsabilidad en la promoción y acompañamiento de las vocaciones al ministerio y a la vida consagrada.
- Miramos el futuro con esperanza. Deseos
Acerca de los deseos y aspiraciones de los sacerdotes reconocemos un profundo y sincero interés por mejorar el ritmo vital de su ministerio. En un plano coincidente con el análisis anterior percibimos una notable estima y gratitud por haber sido llamados y enviados por el Señor a servir a su pueblo con abnegación, radicalidad y alegría. En general son conscientes de su propio camino de perfección que busca la identificación con Cristo, el fortalecimiento de las virtudes para ser auténticos pastores y la práctica de la fraternidad con quienes comparten las mismas tareas pastorales. Cuando señalan que la vida litúrgica, la oración personal, la escucha de la Palabra y la participación constante y sincera de los sacramentos no puede ir desconectada de su dedicación a los hermanos, sobre todo a los más pobres y necesitados, están en el buen camino de la coherencia ministerial. Hemos comprobado también el esfuerzo que gran cantidad de presbíteros realiza en favor de la coordinación arciprestal y diocesana y ello nos anima a fomentar todos aquellos medios de la pastoral ordinaria que ayudan a presentar el rostro transparente de Cristo y de su Iglesia; por supuesto a eliminar todos aquellos obstáculos que dificultan o paralizan el encuentro con el Señor y sus hermanos. Entre esos obstáculos se hallan las informaciones sobre abusos cometidos por algunos clérigos que han causado profundo escándalo en nuestro pueblo y que, como pecado y como delito, rompen dramáticamente la confianza y la cercanía de Dios y de los demás. Se nos exige a los obispos una constante vigilancia, un estricto cumplimiento de las normas emanadas para estos casos y una colaboración constante de todo el presbiterio para evitar oscuridades en la vida personal y ministerial. Para ello el Señor nos impone fortalecer y equilibrar nuestra personalidad con la oración, los sacramentos y el ejercicio auténtico y transparente del ministerio.
Necesitamos también los obispos proveer a nuestros presbiterios de sacerdotes que ejerzan la dirección espiritual; es una demanda que vemos reflejada en gran cantidad de respuestas y que indiscutiblemente repercutirá en una profunda revisión de la vida presbiteral. No podemos olvidar el interés por la religiosidad popular como plataforma adecuada para mostrar de nuevo a muchos que se han alejado o se han cansado del Evangelio. En esa misma línea de actuación es conveniente situar a sacerdotes preparados para atender todas las parcelas de la pastoral (cultura, familia, mundo del trabajo, la cultura…) que en la actualidad presentan grandes inconvenientes para aceptar a Cristo y ser permeables a las enseñanzas de la Iglesia. Una llamada igualmente importante al espíritu misionero no sólo al interior de nuestra sociedad sino también a los pueblos lejanos que, ya en tiempos anteriores, recibieron con alegría el impulso y la dedicación de nuestros sacerdotes.
Observamos que presbíteros y obispos tienen grandes coincidencias en las constataciones y en los deseos. Eso nos permite una mayor comprensión de la realidad actual y una aproximación mas certera a los objetivos que deseamos conseguir.
- Miramos a los demás compañeros con confianza. Relaciones cordiales
En este capítulo, una breve consideración a la preocupación de nuestros sacerdotes por las relaciones a distintos niveles, con el obispo, con sus compañeros y con los fieles. Observamos que es fundamental para el presbítero cuidar las relaciones con los demás puesto que su vida y su ministerio, unidos desde la respuesta a la llamada de Dios, caminan de forma inseparable utilizando permanentemente la palabra y las convicciones para transmitir a la mente y al corazón del otro la persona, el mensaje y la obra de Jesucristo. Necesita la claridad en la exposición de las enseñanzas pero también la confianza, el respeto y la lealtad en sus manifestaciones. Como san Pablo necesita ganarse para Cristo a todos los que le escuchen o acudan a él utilizando palabras de consuelo, de ánimo y de permanente colaboración en todos los órdenes de su actividad pastoral.
Nos parece sumamente acertado y de gran valor la importancia que los presbíteros conceden al mundo de las relaciones humanas. En estos momentos de profusión de nuevas tecnologías de la comunicación todavía señalan como un aspecto fundamental en sus vidas la relación personal con los compañeros sacerdotes; les preocupa la soledad, el aislamiento o la huida y muestran gran empeño en la cercanía, el encuentro y el solaz compartido. Nos alegra comprobar la necesidad de la oración y de la amistad con Jesucristo que sustenta toda relación humana aplicando grandes dosis de ayuda a los demás y sintiendo paz interior cuando los otros se preocupan de sus necesidades. Es un gran camino abierto a la fraternidad del día a día.
Agradecemos los obispos los intentos de muchos presbíteros por mantener y recobrar, cuando se haya perdido, la confianza en las decisiones tomadas. Partir de la paternidad episcopal y el cariño y la amistad, que todos pretendemos siempre, constituye un buen principio para considerar la naturaleza y el quehacer ministerial. Seguramente tenemos que explicar mejor nuestras iniciativas y decisiones para evitar desconfianzas y enfrentamientos innecesarios y para promover participación en la construcción de comunidades vivas, acogedoras y misioneras. Hemos de conseguir una buena armonía entre la atención personal al sacerdote y el cuidado de la comunidad. Ninguna de las dos partes puede ser olvidada en un correcto ejercicio de gobierno.
Compartimos con todos los sacerdotes el interés por mostrar con los fieles unas actitudes parecidas a las de Jesucristo en su trato con quienes se acercaban a Él. La comprensión de las situaciones vividas, la ternura en su manifestación externa, la acogida de los alejados, el amor, el perdón y la misericordia son los valores del Reino que cada uno de nosotros ha de esforzarse en desarrollar, no como una teoría aprendida en los libros y en la experiencia pasada sino en contacto con la persona del Señor que nos muestra en la práctica diaria la atracción libre y consciente a su mensaje.
- Recordando aspectos esenciales de la vida sacerdotal
Además de los ámbitos expresados anteriormente para tratar de entender y acoger el resultado de las aportaciones de los arciprestes durante aquella enriquecedora sesión de trabajo junto con nuestros Consejos episcopales, los obispos no queremos reducir nuestra intervención a una mera descripción del análisis y los deseos de los participantes. Deseamos contribuir con palabras de aliento a forjar un estilo de vida sacerdotal acorde con los sentimientos de Jesucristo, fomentando el crecimiento personal de todos, desarrollando la tarea pastoral de forma comunitaria y favoreciendo la cercanía y la disponibilidad con todos los fieles.
En ese sentido aprovechamos el iter de la ponencia pronunciada para insistir en los aspectos esenciales de nuestra vida ministerial.
El primer aspecto, el de la espiritualidad del presbítero, es esencial para entender la vida y la misión de la persona que acepta el desafío de la llamada de Dios y pone su existencia en manos del Espíritu Santo que guía sus pasos para la plena identificación con Cristo y el total servicio a los hermanos. Queremos esforzarnos en conseguir que todos los sacerdotes encuentren la espiritualidad específica a su estado en el interior de la comunidad; que utilicen todos los medios a su alcance para fortalecer su misión pastoral como son el estudio de la Palabra de Dios y las enseñanzas de la Iglesia, la oración personal y comunitaria, la frecuencia de los sacramentos y el estímulo de la vida de la comunidad a la que sirven. Pedimos a Dios que todo lo que ellos han aprendido lo sepan transmitir, tras una vivencia auténtica, a todos sus colaboradores.
El segundo aspecto, el de la colegialidad, supone un excelente ejercicio del compartir con todos la responsabilidad de los asuntos comunitarios y de la reflexión conjunta para crecer en el seguimiento de Jesucristo.
El tercer aspecto, la cercanía del pastor, es un desarrollo constante de las virtudes humanas propias de quien está puesto al frente de la comunidad para señalar el camino, está en medio de la comunidad para compartir logros y deficiencias y se sitúa al final para animar y recoger a los cansados y agobiados por el peso de la tarea.
Nos referimos brevemente a estos tres aspectos:
5.1. Espiritualidad
Incluso reconociendo nuestras limitaciones, obispos y presbíteros podemos y debemos caminar hacia la perfección: “Sed perfectos, como también vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
Unos y otros, y todos unidos, estamos especialmente obligados a adquirir la perfección ya que, consagrados nuevamente a Dios en la recepción del Orden, estamos llamados a ser instrumentos vivos del Sacerdote eterno.
Aunque Dios puede realizar la obra de salvación también mediante ministros indignos, ordinariamente prefiere manifestar sus maravillas a través de aquellos que, por razón de su íntima unión con Cristo y la santidad de vida, puedan decir como el apóstol: “Vivo, pero ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gál 2,20).
El Concilio Vaticano II, en el Decreto Presbyterorum Ordinis, nos exhorta vivamente a esforzarnos en aumentar constantemente aquella santidad, que nos haga instrumentos cada vez más aptos al servicio de todo el Pueblo de Dios (n.12). Y, con insistencia, nos recuerda que nuestras acciones sacerdotales son fuente de santidad: “Como ministros que son de la palabra de Dios, diariamente leen y oyen esa misma palabra de Dios que deben enseñar a los otros; y si, al mismo tiempo, se esfuerzan por recibirla en sí mismos, se harán cada día discípulos más perfectos del Señor, según las palabras del apóstol san Pablo a Timoteo: ‘Medita estas cosas, ocúpate en ellas, a fin de que tu aprovechamiento sea manifiesto a todos. Atiende a ti y a la enseñanza; pues, haciéndolo así, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeron’ (1Tim 4, 15-16)” (n.13).
Así pues, obispos y presbíteros, reconocemos:
- a) La necesidad de ser fieles a nuestra oración diaria, personal y comunitaria. En nuestros encuentros hemos de transmitirnos nuestras experiencias personales. No somos ni debemos aparentar ser los teóricos de la espiritualidad. La oración sosegada debe presidir nuestros encuentros.
- b) La exigencia de familiarizarnos con la Palabra de Dios acogiéndola interiormente. La oración personal y silenciosa debe ser esencial en nuestra vida sacerdotal. La “Lectio divina”, que debe ser fomentada entre nosotros, nos acompañará en el camino que hemos de recorrer para alcanzar la santidad. Nunca debe ser la oración la hija pobre de nuestros encuentros.
- c) La administración de los sacramentos llena de sentido nuestra vida al servicio de la comunidad y de cada persona en el real encuentro que se establece con el Señor. Pero constantemente suplicamos que el sacerdote sea consciente de que es el primer recipiendario de la gracia de Dios que invade nuestra vida por medio de los sacramentos. No basta con aconsejar y animar a los demás, hace falta nuestra provechosa, auténtica y personal participación. La Eucaristía diaria y la Confesión habitual nos alimentan y fortalecen para nuestra configuración con Cristo y para una dedicación más plena a nuestros hermanos.
- d) La obligación libremente aceptada de vivir cada año los ejercicios espirituales. Nuestra actividad pastoral ha de ser fruto de una espiritualidad cuidada con esmero y central en nuestra organización diaria.
- e) La urgencia de no caer en nuestro ministerio en un activismo ausente de la presencia de Dios. La acción pastoral debe ser oración real. No convirtamos nunca nuestro ministerio en una profesión. El ministerio sacerdotal es una vocación. Es una llamada de Dios que, escuchada, se convierte en un compromiso libremente asumido por todos y cada uno de nosotros.
Los obispos reconocemos nuestra responsabilidad en ser, ante vosotros, testimonios vivos de espiritualidad y celo sacerdotal.
El corazón del hombre no está hecho para ir vagando de un sitio a otro. Israel no hubiera resistido cuarenta años en el desierto sin reconducir constantemente su vida ante la presencia de Dios. El corazón del hombre soporta el desierto si tiene una meta. Quienes hemos recibido la ordenación episcopal y presbiteral debemos ser conscientes recitando el salmo 16: “Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. Yo digo al Señor: ‘Tú eres mi Dios’. No hay bien para mí fuera de ti”.
La oración de Moisés acompañó a los israelitas en el desierto. La oración acompañó a Jesús durante las tentaciones que vivió y padeció. La oración nos acompaña durante el éxodo que vivimos para bien servir a Dios y a todos los hombres y mujeres.
Solamente podemos ser pastores del Pueblo de Dios si somos fieles a nuestra oración diaria. La vida de Cristo fue una vida de oración constante. Rezaba durante el alba (Mc 1,35), al atardecer (Mt 14,23-25), rezaba cuando la noche se hacía presente (Lc 6,12). Rezó durante su pasión (Jn 12, 27-28), celebrado su última cena (Jn 17, 1-26), en el huerto de los olivos (Lc 22,44), en la cruz (Lc 23, 34), expirando (Lc 23,46).
Con nuestra oración, tanto en el silencio individual como en el rezo de la Liturgia de las Horas, “Christus orat in nobis”. Sin ser conscientes que nuestra oración es oración de toda la Iglesia, no comprenderemos la gravedad de nuestra obligación.
5.2. Colegialidad
El Concilio Vaticano II nos dice a obispos y sacerdotes: “La fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia. Así, pues, la caridad pastoral pide que, para no correr en vano, trabajen siempre los presbíteros en vínculos de comunión con los obispos y con los otros hermanos en el sacerdocio. Obrando de esta manera, los presbíteros hallarán la unidad de su propia vida en la unidad misma de la misión de la Iglesia, y así se unirán con su Señor, y, por Él, con el Padre, en el Espíritu Santo, para que puedan llenarse de consolación y sobreabundar de gozo” (P.O. n. 14).
La unidad entre obispos y presbíteros no sólo es fundamental para que nuestro ministerio sea creíble, sino que también es fundamental para lograr nuestra paz interior. El Concilio nos invita evaluar muy sinceramente nuestra capacidad de vivir unidos en nuestras actividades pastorales: diocesanas, arciprestales, parroquiales.
Dios nos llama a vivir en coherencia personal. Debemos ser lo que aparentamos y a la inversa. “Pedro replicó: `Señor, ¿por qué no puedo seguirte ahora? Daré mi vida por ti’. Jesús le contestó: ‘¿Con que darás tu vida por mí? En verdad, en verdad te digo: No cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces” (Jn 13, 37-38).
Dios nos llama a la unidad presbiteral: “Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que digáis todos lo mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir” (1Cor 1,10).
Dios nos llama a la unidad teologal: “… hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, al Hombre perfecto, a la medida de Cristo en su plenitud” (Ef 4, 13).
Oyendo el deseo de muchos de vosotros, también vuestros obispos deseamos:
- a) Vivir todos unidos. Que los fieles nos vean juntos compartiendo labores pastorales y el tiempo de ocio.
- b) Reconocer la importancia del arciprestazgo. Que se reconozca la función práctica del arcipreste (es evidente la teórica) a fin de evitar discusiones innecesarias por defecto o exceso en su tarea hacia el equipo.
- c) Fortalecer nuestra fraternidad. Que el cauce y la práctica de la fraternidad sea la lógica de la vida presbiteral. Debemos incidir en la convivencia entre los sacerdotes del arciprestazgo: encuentros informales, mostrar interés por las cuestiones humanas de nuestros compañeros; potenciar el clima de familia en la que se incluye a los padres, hermanos; planificar juntos los descansos, viajes o vacaciones. Que vivamos el arciprestazgo como escuela, fraternidad y taller. Como centro donde se cultiva la formación y la amistad pastoral (ayudas, sustituciones…).
- d) Apoyar y participar en todas aquellas actividades que fomenten la formación permanente del clero. Aceptamos que la práctica ministerial permite profundizar en aquellos aspectos que nos ayudan a crecer como personas y como servidores de la comunidad pero conviene mostrar interés por las iniciativas de formación que anualmente presenta la diócesis (teológicas, espirituales, culturales y pastorales) o que pueden aparecer por el impulso de otros sacerdotes.
- e) Insistir en la formación comunitaria de los seminaristas. Se debe potenciar en el Seminario la formación en el trabajo en común, tal vez en la línea de los equipos de pastoral. Cabría aquí agradecer la atención prestada por muchos sacerdotes a sus seminaristas y también recordar e insistir en la promoción y acompañamiento de los interesados en recorrer el camino vocacional. No es ésta una responsabilidad exclusiva de los formadores de los seminarios, nos corresponde a todos. Somos conscientes de las dificultades actuales con la consiguiente disminución de vocaciones; por ello debemos redoblar nuestro esfuerzo para presentar de forma explícita la grandeza y la belleza del sacerdocio. Nuestra adecuada y coherente forma de vivir producirá una atracción en los adolescentes y jóvenes que buscan ofrecerse en servicio a la comunidad.
- f) Atender a todos. Actuar de una manera especial a favor de los desmotivados, de los mayores y enfermos, acoger con buena disposición a los que se incorporan. Y esto es una tarea de todos.
- g) Ser incansables en nuestro ministerio. Las discusiones o posturas encontradas en el seno de los equipos sacerdotales no han de ser motivo de paralizar o dejar de realizar la actividad pastoral.
- h) Centrarnos en Jesucristo. La clave de nuestro ser y actuar radica en tomar conciencia de la centralidad de Jesucristo en nuestra vida sacerdotal.
- i) Acogernos mutuamente. Valoremos positivamente la atención creciente hacia los sacerdotes por parte de los obispos, y hacia los obispos por parte de los sacerdotes. Reforcemos las delegaciones del clero.
- j) Recuperar la oferta de presentar sacerdotes de referencia, especialmente para los más jóvenes, para el acompañamiento y dirección espiritual, para la confesión y para la consulta pastoral.
Tengamos presente la palabra del papa Francisco cuando, consciente de la realidad que se vive a veces entre los presbíteros, nos dice en su Carta Apostólica Evangelii Gaudium:
- Necesitamos crear lugares donde regenerar la propia fe, compartir nuestras preguntas, discernir con criterios evangélicos la propia existencia y experiencia
(n. 77).
- Lamentamos comprobar cómo incluso entre personas consagradas, consentimos diversas formas de odio, divisiones, calumnias, difamaciones… ¿Quiénes serán evangelizados con estos comportamientos? (n. 100).
- No nos dejemos robar el ideal del amor fraterno (n. 101).
5.3. Cercanía del Pastor
Los Padres conciliares del Vaticano II dieron inicio a la Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, con estas palabras: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón… La Iglesia, por ello, se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia” (n.1).
Y, en el Decreto “Sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros”, los Padres conciliares dejaron escrito: “Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y ordenación, son en realidad segregados, en cierto modo, en el seno del Pueblo de Dios; pero no para estar separados ni del pueblo mismo ni de hombre alguno, sino para consagrarse totalmente a la obra para que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de una vida distinta de la terrena, ni podrían tampoco servir a los hombres si permanecieran ajenos a la vida y condiciones de los mismos” (n.3). “El deber de Pastor no se limita” (n.6).
Son dignas de consideración para todos nosotros, obispos y sacerdotes, las palabras de san Policarpo, Obispo de Esmirna, (s. II): “Los presbíteros deben ser compasivos, dados a la misericordia a favor de todos, corrigiendo a los errados, visitando todos los enfermos, sin descuidar la viuda, el huérfano o el pobre; deben ser solícitos en hacer el bien ante Dios y los hombres, absteniéndose de toda clase de ira, acepción de personas, juicio injusto, libres de avaricia, no dados fácilmente a las acusaciones contra alguien, no demasiado severos en el juicio, conscientes que todos somos deudores del pecado”.
Obispos y presbíteros somos pastores del Pueblo de Dios. Participando de la misma inquietud conciliar y de la constante tradición de la Iglesia, reconocemos:
- a) Nuestro deber en atender personalmente a los fieles. Existe hoy carencia del pastor en la atención personal a los fieles. Sin menoscabar otras iniciativas pastorales para el grupo o la comunidad, sería conveniente una planificación y una dedicación a personas concretas, colaboradores cercanos o solicitantes puntuales de servicios o consultas. Un lugar fundamental es el confesionario. Debemos encontrar tiempo para estar a la espera y propiciar el encuentro personal y para el regalo del perdón. Hay que recuperar la dirección espiritual, las conversaciones, las consultas,… debilitadas por las múltiples tareas a las que obliga la parroquia. Para conseguirlo, necesitamos coordinar funciones y delegar responsabilidades.
- b) La conciencia de la importancia que existe hoy en la cercanía afectiva del pastor a favor de todos. No son pocas las personas que esperan mucho de nuestras palabras, de nuestros alientos y de nuestras respuestas a los problemas y dificultades que encuentran en sus vidas. La actividad pastoral hacia lo general no debe desbordar ni agotar nuestra presencia como pastores.
- c) La necesidad de no caer en el pesimismo por la pérdida de fieles o por su progresivo envejecimiento. Tampoco debemos perder el ánimo dedicando, como pastores, todo nuestro potencial humano al servicio de los que llegan de nuevo o permanecen.
- d) La atención que merece todo el Pueblo de Dios, cercanos y alejados, con amabilidad y corrección. Nuestra actitud ha de ser de disponibilidad y serenidad. Desechemos el peligro del aislamiento en el despacho olvidando las necesidades de la feligresía y evitemos el nerviosismo por la aparente o real carga de trabajo. Debemos afrontar sin miedo el encuentro con los más alejados, sector actualmente mayoritario, y reto para la evangelización. Valentía, entusiasmo y humildad en el trato.
- e) El calor de la cercanía vivida al lado de un sacerdote, ilusionado y alegre en su ministerio, que sabe acoger y acompañar la respuesta a la llamada del Señor.
- f) El servicio que debemos vivir, Obispos y Vicarios, en el fortalecimiento de la autoestima del sacerdote. Nuestra cercanía y disponibilidad ha de ser total. A la intemperie social en la que están situados muchos sacerdotes no puede añadirse nuestro olvido o indiferencia.
- g) La incesante búsqueda de fraternidad que incansablemente debemos llevar a término entre nosotros.
A modo de conclusión
A nuestra confianza por la responsabilidad asumida en la vida y en el ministerio de todos los presbíteros se une nuestro agradecimiento por su constante búsqueda de la santidad y por el interés mostrado en todos ellos en dar buenos pastos al rebaño de Jesucristo. Esperamos que estas reflexiones de vuestros obispos que han recogido orientaciones de los teólogos y aportaciones de muchos compañeros, que como arciprestes, prestan el servicio de unidad en el interior de los equipos sacerdotales, sirvan para edificar nuestras comunidades diocesanas, para hacer visible la coordinación de nuestra Provincia y para ayudar a vivir con más coherencia nuestro ministerio.
Todo lo ponemos en manos de la Virgen María, madre de los sacerdotes, para que su cariño y acompañamiento nos sostengan y nos identifiquen más con su Hijo, el Buen y Único Pastor.
Valencia, 7 de marzo de 2015
Los arciprestes analizan la situación del clero y concretan propuestas para ayudar a los sacerdotes
/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellonLos arciprestes se reunieron ayer para analizar la actual situación personal, espiritual y pastoral de los sacerdotes a partir del capítulo sexto de la «Pastores dabo vobis» de san Juan Pablo II y al mismo tiempo aportar propuestas concretas para ayudar al ministerio de los presbíteros.
Durante la primera parte de este encuentro, los arciprestes trabajaron en grupos para analizar y compartir la situación y al final de la mañana se reunieron con el Obispo para compartir el análisis.
El Consejo Presbiteral concluye sus reuniones de curso
/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellon
Esta mañana se ha reunido el Consejo Presbiteral en su último encuentro de curso. El orden del día contenía la reflexión sobre la financiación de la Iglesia diocesana, la valoración del curso pastoral y propuestas para la programación del próximo curso y el análisis del borrador de estatuto-marco del consejo parroquial de asuntos económicos.
Este organismo consultivo del obispo está compuesto por miembros designados y por otros elegidos por los mismos presbíteros. Actualmente son 25 sacerdotes que se reúnen presididos por Mons. López Llorente en plenaria tres veces y otras tres en la permanente para tratar diversos temas.
El Obispo ordena a dos nuevos diáconos
/0 Comentarios/en Noticias destacadas/por obsegorbecastellonEsta mañana Mons. Casimiro López ha ordenado a dos nuevos diáconos: David Escoín Rubio y Francisco Javier Phuc Pham Van, de los seminarios Mater Dei y Redemptoris Mater respectivamente. En la celebración, que ha tenido lugar en la parroquia de la Asunción de Onda, han participado unas 600 personas y medio centenar de sacerdotes, que han concelebrado junto al Obispo.
David es de Castellón y en él se fue fraguando la llamada de Dios tras el trágico accidente de su hermana, del cual se sirvió el Señor para plantar su vocación”. Ahora Escoín quiere “agradecer a Dios todo lo que ha hecho en su vida, ponerse al servicio de la Iglesia y llevar su Palabra al mundo”, por eso hoy le dice sí al Señor como diácono y más adelante lo hará como sacerdote para toda la vida.
Francisco Javier Phuc es de Ninh Binh (Vietnam). Él comenzó a ver que Dios le llamaba al sacerdocio ya de niño, cuando era monaguillo en su pueblo natal, en su parroquia viendo el fiel testimonio de su párroco y de los sacerdotes de su pueblo. Para entrar al seminario en Vietnam Phuc necesitaba el permiso del gobierno, lo cual complicó mucho las cosas. Hace 11 años el joven, del Camino Neocatecumenal, llegaba al Redemptoris Mater de Castellón y hoy lo tiene muy claro: “Quiero ser sacerdote porque quiero corresponder a la llamada que Dios me regala por puro amor y misericordia. Su Santo Espíritu me urgió en mi corazón a sentirme querido por Él y luego apareció en mí un deseo de continuar la misión de Cristo dando testimonio de su amor”, afirma el joven diácono.
“¡Damos gracias a Dios por el don de vuestra ordenación, que hoy es un bien para todos!”, ha exclamado el Obispo hoy en la celebración. Mons. Casimiro López ha insistido: “sois motivo de alegría, de esperanza de ver que la semilla del sacerdocio sigue siendo acogida en corazones jóvenes para que el anuncio de Jesucristo siga llegando a todos”.
El prelado les ha alentado a “ser hombres de bien, llenos del Espíritu Santo hasta el último momento de vuestras vidas, para que mucha gente se acerque a Jesucristo”.
“Es vuestra labor como diáconos la proclamación de la Palabra. Estáis llamados a ser mensajeros y a hacer viva la Palabra de Dios”. En este sentido Mons. López Llorente les ha advertido del peligro de desvirtuar el mensaje de Jesucristo: “No olvidéis nunca que es la Palabra de Dios, no es nuestra palabra, ni vuestra palabra. Tampoco es una palabra que se impone, sino que se propone y se ofrece”.
Ordenación de los diáconos David y Phuc
/0 Comentarios/en Homilías, Homilías 2016, Ordenaciones/por obsegorbecastellonIglesia parroquial de la Ntra. Sra. de la Asunción de Onda, 11 de junio de 2016
Fiesta de San Bernabé, Apóstol
(Act 11, 21b-26, 13,1-3; Sal972; Mt 10,7-13)
Hermanas y hermanos muy amados en el Señor, queridos David y Francisco Javier
1. El salmista nos invita en esta fiesta de San Bernabé, apóstol, a cantar “al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas” (Sal 97). Hoy queremos cantar y dar gracias a Dios por el don de la vocación al sacerdocio ordenado y por el don de la ordenación diaconal de estos dos jóvenes: son las maravillas, que Dios hace hoy en nuestra Iglesia.
Vuestra vocación al sacerdocio ordenado, que se verifica hoy por la llamada de la Iglesia, en un don de Dios, es la semilla que Dios puso un día en vuestro corazón: en tu caso, Phuc, la descubriste cuando eras aún un monaguillo; en el tuyo, David, con motivo de la muerte en accidente de tu hermana.
Hoy queremos dar cantar al Señor, antes de nada, y darle gracias por el don de vuestra vocación al sacerdocio. Dios, que os doy la vocación, ha ido cuidando también de vosotros y os ha ido enriqueciendo con sus dones a lo largo de estos años de acogida, discernimiento y maduración de la llamada; gracias le damos a Dios por vuestro corazón disponible, generoso y agradecido; gracias le damos por vuestra fe confiada en el Señor, que os ha ayudado a superar miedos y temores; gracias de la damos por vuestras familias, que han apoyado en todo momento vuestra vocación y no han obstaculizado vuestra respuesta; gracias le damos por la ayuda que en el camino del discernimiento y maduración de vuestra vocación os han prestado vuestras comunidades, amigos y compañeros y, sobre todo, vuestros formadores en el Seminario: gracias a todo ello, vosotros os habéis convertido en tierra buena donde la semilla va dando sus frutos. Uno de esos frutos es ya vuestra ordenación diaconal.
Por todo ello, nuestra celebración es un motivo de alegría y de esperanza para nuestra Diócesis y para la Iglesia universal. La Iglesia entera se consuela hoy al ver que, no obstante la penuria vocacional que padecemos, Dios sigue llamando; nuestra Iglesia se consuela al constatar que, pese a las circunstancias adversas, hay todavía tierra buena donde la semilla de la vocación al sacerdocio es acogida, madura y va dando sus frutos; nuestra Iglesia se consuela y se alegra al ver que, gracias al don de Dios y su acogida generosa por unos corazón jóvenes, sigue creciendo en su vitalidad, se refuerza en su fidelidad y se dilata en su capacidad de servir para que el Reino de Dios y el Evangelio de Jesucristo llegue a todos.
Demos gracias al Padre que nos llena con sus dones y suscita vocaciones en medio de su pueblo, que se conforman con Cristo y ponen sus propias fuerzas a disposición de su Iglesia. Es una acción de gracias llena de alegría y de gozo: para la Iglesia entera, para nuestra Iglesia Diocesana, para nuestros Seminarios Diocesanos y todos los responsables de vuestra formación. Y ¡cómo no! para vuestras familias y para cuantos, con la oración y el sacrificio, contribuyen cada día al bien de la Iglesia y a la promoción de las vocaciones sacerdotales.
2. Mediante la imposición de mis manos y la oración consagratoria, el Señor va a enviar sobre vosotros, queridos David y Phuc, su Espíritu Santo y os a consagrar diáconos. Al ser ordenados de diáconos participaréis de los dones y del ministerio que los Apóstoles recibieron del Resucitado y seréis en la Iglesia y en el mundo signo e instrumento de Cristo, Siervo, que no vino «para ser servido sino para servir». El Señor imprimirá en vosotros una marca profunda e imborrable, que os conformará para siempre con Cristo Siervo. Hasta el último momento de vuestra vida seréis por la ordenación y habréis de ser siempre con vuestra palabra y con vuestra vida signo de Cristo Siervo, obediente hasta la muerte y muerte de Cruz para la salvación de todos. Sed en todo momento, como Bernabé, hombres de bien, llenos de Espíritu Santo y de fe, para que otros muchos se adhieran al Señor (cf. Act 11,24) .
Al ser ordenados diáconos sois llamados, consagrados y enviados para ejercitar un triple servicio, una triple diaconía: la de la Palabra, la de la Eucaristía y la de la caridad. Fortalecidos con el don del Espíritu Santo, ayudaréis al Obispo y a su presbiterio en el anuncio de la Palabra, en el servicio del Altar y en el ministerio de la caridad, mostrándoos servidores de todos, especialmente de los más pobres y necesitados. Es tarea del Diácono la proclamación del Evangelio como también la de ayudar a los Presbíteros en la explicación de la Palabra de Dios. En la ceremonia de ordenación os entregaré el Evangelio con estas palabras: «Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero: convierte en fe viva lo que lees y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado».
3. El diácono, en su condición de servidor de la Palabra, es a la vez destinatario y mensajero la Palabra. Para que vuestra enseñanza de la Palabra de Dios sea creíble, habéis de acoger con fe viva y vivida el Evangelio que anunciáis, con una fe que dé buenos frutos. Antes de nada, el mensajero del Evangelio ha de leer, escuchar, escrutar, estudiar, comprender, contemplar, asimilar y hacer vida propia la Palabra de Dios: el buen mensajero se deja configurar, guiar y conducir por la Palabra de Dios, de modo que ésta sea la luz para su vida, transforme sus propios criterios y le lleve a un estilo de vida según los postulados del Evangelio. Esto pide delicadeza espiritual y valentía para romper permanentemente con las cosas que creemos de valor y en realidad no lo tienen. La cerrazón de corazón, el egoísmo, la vanidad, el afán de poseer, la comodidad, la tibieza hacen infecunda la buena sementera de la Palabra de Dios.
Por la ordenación diaconal, vais a ser constituidos en mensajeros de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios no es nuestra palabra, no es vuestra palabra. En último término, la Palabra de Dios es el mismo Jesucristo quien pasará, podemos decir «sacramentalmente», a otros por medio de vuestros labios y de vuestra vida, para que se encuentren con Él, se conviertan y adhieran a Él, se hagan discípulos suyos. Como a los Apósteles hoy os dice y envía el Señor: «Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Mt 28, 19).
La Palabra de Dios es incisiva, inquieta la falsa paz de muchas conciencias, corta por lo sano cualquier ambigüedad y sabe llegar a los corazones más endurecidos. Seréis mensajeros de la Palabra de Dios tal como ésta ha sido siempre proclamada por la Iglesia y nos llega en la tradición viva de la Iglesia, y no con interpretaciones personales que miran halagar los oídos de quienes la escuchan. La Palabra de Dios pide ser proclamada y enseñada sin reduccionismos, sin miedos, sin complejos y sin fisuras ante la cultura dominante o ante lo políticamente correcto. No es la Palabra de Dios la que debe ser domesticada a fin de reducirla a nuestros gustos y comodidades, o adaptada a lo que se lleva: somos nosotros quienes debemos creer, crecer y ayudar a otros para que lleguen a desarrollarse según la medida de la Palabra. No olvidemos nunca que no se trata de una Palabra que se impone, sino que se propone. ¡Cuánto respeto, cuánta oración, cuánto sentido del temor y del amor debe anidar en el interior de aquel, que hace resonar la Palabra de Dios y que debe explicar su sentido para la vida de las personas, de la comunidad eclesial y de la misma sociedad!.
Vivimos en una sociedad cada vez más descristianizada y pagana, en la que Dios, Cristo y su Evangelio son cada vez más desconocidos, ignorados e incluso proscritos. Confiados en la fuerza inherente de la Palabra de Dios no hay que tener miedo a ofrecerla como el verdadero camino que ilumina la realización de todo hombre y de todo el hombre. La Palabra de Dios es la única es capaz de derribar los ídolos y las falsedades mundanas, y de liberar al hombre de la diversas formas de esclavitud y de pecado, que truncan su verdadera dignidad y su vocación más alta. Como los Apóstoles en el evangelio de hoy- los diáconos sois enviados a «curar enfermos, resucitar muertos, a limpiar leprosos y echar demonios» (cf. Mt 10, 8); como heraldos del Evangelio sois administradores de la salvación eterna, no de metas meramente limitadas y efímeras; estáis destinados a ser profetas de un mundo nuevo, de la nueva creación instaurada por la muerte y resurrección del Señor; sois portadores de un mensaje que arroja la luz sobre los problemas claves del hombre y de la tierra y que no se cierra en los pobres horizontes de este mundo.
4. Como diáconos seréis también los primeros colaboradores del Obispo y del Sacerdote en la celebración de la Eucaristía, el gran «misterio de la fe». Tendréis también el honor y el gozo de ser servidores del «Mysterium». Se os entregará el Cuerpo y la Sangre del Salvador para que lo reciban y se alimenten los fieles. Tratad siempre los santos misterios con íntima adoración, con recogimiento exterior y con devoción de espíritu, expresión de un alma que cree y que es consciente de la alta dignidad de su tarea.
A los diáconos se os confía de modo particular el ministerio de la caridad, que se encuentra en el origen de la institución de la diaconía. El ministerio de la caridad dimana de la Eucaristía, cima y fuente de la vida de la Iglesia. Cuando la Eucaristía es efectivamente el centro de la vida del diácono no sólo lleva a los creyentes al encuentro de comunión con Cristo, sino que también les lleva y les da la fuerza para el encuentro de comunión con los hermanos. Atender a los pobres y necesitados, tener en cuenta las penas y sufrimientos de los hermanos, ser capaces de entregarse en bien del prójimo: estos son los signos distintivos del diácono, discípulo del Señor, que se alimenta con el Pan Eucarístico. El amor al prójimo no se debe solamente proclamar, se debe practicar.
5. El Señor nos ha dado ejemplo de siervo y servidor. En vuestra condición de diáconos, es decir, de servidores de Jesucristo, servid con amor y con alegría tanto a Dios como a los hombres. Sed compasivos y misericordiosos, acogedores y benignos para con los demás; dedicad a los otros vuestra persona, vuestros intereses, vuestro tiempo, vuestras fuerzas y vuestras vidas; sed servidores de la Misericordia. «Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis» (Mt 10, 8). El diácono, colaborador del obispo y de los presbíteros, debe ser juntamente con ellos, la viva y operante expresión de la caridad de la Iglesia: es, a la vez, pan para el hambriento, luz para el ciego, consuelo para el triste y apoyo del necesitado.
Para ser fiel a este triple servicio vivid día a día enraizados en lo más profundo del misterio eclesial, de la comunión de los Santos y de la vida sobrenatural; vivid sumergidos en la plegaria de modo que vuestro trabajo diario esté lleno de oración. Sed fieles a la celebración de la Liturgia de las Horas; es la oración incesante de la Iglesia por el mundo entero, que os está encomendada de modo directo. Esforzaos en fijar vuestra mirada y vuestro corazón en Dios con la oración personal diaria. La oración os ayudará superar el ruido exterior, las prisas de la jornada y los impulsos de vuestro propio yo, y así a purificar vuestra mirada y vuestro corazón: la mirada para ver el mundo con los ojos de Dios y el corazón para amar a los hermanos y a la Iglesia con el corazón de Cristo. Así encontraréis en la oración el humus necesario para vivir vuestra promesa de disponibilidad y obediencia a Dios, a la Iglesia y al Obispo y así a los hermanos.
El celibato que acogéis libre, responsable y conscientemente, y que prometéis observar durante toda la vida por causa del reino de los cielos y para servicio de Dios y de los hermanos sea para vosotros símbolo y, al mismo tiempo, estímulo de vuestro servicio y fuente peculiar de fecundidad apostólica en el mundo. No olvidéis que el celibato es un don de Cristo que tanto mejor viviremos, cuanto más centrada esté nuestra vida en él. Movidos por un amor sincero a Jesucristo y viviendo este estado con total entrega, vuestra consagración a Jesucristo se renovará día a día. Por vuestro celibato os resultará más fácil consagraros con corazón indiviso al servicio de Dios y de los hombres.
6. Queridos hermanos todos: Dentro de pocos momentos suplicaré al Señor para que derrame el Espíritu Santo sobre estos hermanos, con el fin de que les «fortalezca con los siete dones de su gracia y cumplan fielmente la obra del ministerio». Unámonos todos en esta suplica. Que la Virgen María, sierva y esclava del Señor, interceda para que estos dos hermanos nuestros reciban una nueva efusión del Espíritu Santo. Y oremos a Dios, fuente y origen de todo don, que nos conceda semillas de nuevas vocaciones al ministerio ordenado. A Él se lo pedimos por Jesucristo Nuestro Señor.
+Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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📄✍️ Hoy se celebra la 58º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. «#InteligenciaArtificial y sabiduría del corazón: para una comunicación plenamente humana» es el tema que propone @Pontifex_es 💻❤️
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💐🙏 El Obispo nos exhorta, en su carta semanal, a contemplar a la Virgen e imitarla en su fe, esperanza y caridad, porque ella dirige siempre nuestra mirada hacia Jesús; y nos ofrece y nos lleva a Cristo ✝️