La alegría cristiana
Queridos diocesanos
Todos tenemos sed de alegría y de felicidad. El deseo de felicidad y de dicha brota constantemente en el corazón humano. Hemos sido creados para ser felices: este es el proyecto creador y salvador de Dios. Dios dispone la inteligencia y el corazón de su criatura al encuentro de la alegría y la dicha.
Sin embargo, vivimos en un mundo escaso de alegría. Nadie dirá que el hombre occidental contemporáneo es dichoso. Tenemos más, comemos mejor, estamos más sanos, sabemos más, disfrutamos más, pero no somos dichosos. El dinero, el confort, la seguridad material no faltan con frecuencia; sin embargo, el tedio, la aflicción, la tristeza forman parte, por desgracia, de la vida de muchos. Esto llega a veces hasta la angustia y la desesperación que ni la aparente huída ni el frenesí del gozo presente o los paraísos artificiales logran evitar. Hemos conquistado muchas metas; no hemos alcanzado la felicidad. La sociedad tecnológica con sus avances no engendra verdadera alegría. Hay alegrías, es cierto; pero al final siempre se demuestran pasajeras y frágiles, no pocas veces superficiales, cuando no falsas.