El tiempo del cristiano
Este domingo hemos celebrado la Fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, con la que se pone fin al Tiempo Ordinario y entramos en un nuevo año litúrgico con el tiempo del Adviento. La Iglesia celebra, el próximo domingo 3 de diciembre, el I Domingo de Adviento, seguido de tres domingos más hasta la celebración de la Natividad del Señor.
El origen y sentido del año litúrgico
Las fiestas cristianas han surgido paulatinamente a través de los siglos. Estas nacen de un deseo de la Iglesia Católica de profundizar en los diversos momentos de la vida de Cristo. «Lo primero que nace es la Pascua semanal, el Domingo, para celebrar la Eucaristía memorial de la Pascua del Señor», asegura D. Antonio Sanfélix, delegado diocesano de Liturgia.
«La segunda fiesta que se introduce dentro del año litúrgico es la celebración de la Pascua anual. Los cristianos celebramos anualmente el misterio pascual de Cristo: la pasión, muerte, sepultura, y resurrección», continúa D. Antonio Sanfélix. La Pascua es, por tanto, el centro, la fiesta principal, «a partir de la cual se configura todo el año litúrgico».
Con el tiempo se añadió la Navidad, la segunda fiesta más importante, así como los tiempos de preparación a estas: la Cuaresma y el Adviento. Después se fueron incorporando las memorias de los santos, de los mártires y las fiestas de la Virgen.
«Para el cristiano, participar en el año litúrgico es adentrarse en el misterio de Cristo, así como Cristo en nosotros, una espiral cuyo centro es Jesucristo», explica D. Antonio Sanfélix. Se trata de la actualización de la salvación obrada por Cristo. «No estamos rememorando unos acontecimientos, sino que se actualiza esa misma salvación que pasó hace 2000 años».
La liturgia es, por tanto, la manera de celebrar nuestra fe. Son el conjunto de signos y de oraciones públicas de la Iglesia y de la celebración sacramental. El Concilio Vaticano II nos dice que la liturgia es «el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo».
Cómo vive el cristiano el tiempo
Nos acercamos al final del año litúrgico 2017 y al inicio del tiempo de Adviento con el que damos comienzo a un nuevo año. El Adviento es un momento especialmente indicado para reflexionar sobre algunos aspectos importantes de nuestra condición de cristianos. En primer término, ciertamente, porque este tiempo representa para la comunidad cristiana la celebración del hecho histórico del nacimiento del Verbo de Dios. Pero además, y estrechamente vinculado con lo anterior, el Adviento constituye también la mejor forma de expresar litúrgicamente el significado profundo de la vida del cristiano, porque el Adviento que nos recuerda que Cristo “vino” a nosotros en un cuerpo como el nuestro nacido del seno de María, anuncia al mismo tiempo que Cristo “vendrá”, de forma que, sustentada en esta promesa, la existencia personal del cristiano se configura en su esencia más íntima como una vida orientada hacia el encuentro con Cristo “que viene”, convirtiendo de este modo el recorrido vital del creyente, como dice San Pablo, en un “tiempo favorable”, en el “día de salvación”.
De esta manera, el acontecimiento histórico de la persona de Cristo representa no solo el eje que articula el marco cronológico del devenir humano sino también el suceso que inaugura un tiempo nuevo, ese “tiempo favorable” al que la Escritura se refiere como la “plenitud de los tiempos” cuyo transcurso se extiende desde el retorno de Cristo a la derecha del Padre hasta su anunciada venida futura. La tradición bíblica, sobre la que se sustenta la fe de la comunidad cristiana, nos ofrece, por tanto, dos formas de hablar o pensar acerca del tiempo que, por otra parte, no son ajenas al modo en que el discípulo salvado por Cristo experimenta su propia historia personal como “historia de salvación”. Porque, en efecto, si, por un lado, podemos referirnos al tiempo como cronos, como sucesión de eventos, también hablamos del tiempo en el sentido de kairós, como “momento” en el que Dios manifiesta su acción en favor de los hombres entrando en la historia de un modo totalmente único y singular. Estas dos formas de concebir el significado de lo temporal están perfectamente integradas en la estructura misma del año litúrgico que celebra la Iglesia, el cual no solo distribuye en un marco temporal los misterios de la vida y la obra de Cristo sino que, provisto de una organización secuencial, orienta la vida cristiana hacia el encuentro con Aquél que, tomando una carne como la nuestra, se hace hombre en Belén y culmina su obra redentora llevándonos consigo ante la presencia del Padre como Rey del universo.
En la cosmovisión cristiana, el tiempo como cronos, a diferencia de la concepción circular de la tradición griega clásica, adquiere una forma lineal cuya trayectoria discurre desde el principio de la creación hasta el “fin de los tiempos”, cuando Cristo “sea todo en todos”, fin que es al mismo tiempo “término” y “meta” porque en él tendrá lugar no solo el final del devenir histórico sino también el cumplimiento definitivo del proyecto divino. Pero, al mismo tiempo, el kairós del acontecimiento de Cristo proyecta la vida del hombre hacia su meta definitiva, haciendo del tiempo histórico en el que va configurándose la trama de acontecimientos de cada biografía personal, un tiempo de conversión al amor de Dios que se nos ha revelado en la persona de Cristo, un tiempo cuyo sentido último consiste en la gradual configuración de la mente y el corazón del creyente según el modo de ser de Cristo, un tiempo, en definitiva, orientado por la virtud de la esperanza, porque nuestra vida, la vida de todo cristiano, desde este kairós único y definitivo con el que Dios se ha hecho presente en la historia, se sustenta sobre el anhelo del cumplimiento de una promesa. ¿Qué es el año litúrgico que celebra la Iglesia sino la articulación del tiempo histórico como “tiempo cristiano” en el que acontecen bajo la forma del signo los misterios de la plena realización humana?