El Obispo de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente, hizo hace unos días un llamamiento a toda la Diócesis para que se una en oración por la paz mundial y para que ofrezcan su apoyo a la diócesis ucraniana de Kamianec-Podilsky, que se encuentra en una situación crítica debido a los efectos devastadores de la guerra. En su carta, el obispo destaca la existencia de 56 conflictos activos en el mundo, subrayando la urgencia de la situación.
En respuesta a esta situación, Mons. López Llorente ha convocado a las parroquias, lugares de culto y comunidades cristianas a unirse en oración y a contribuir económicamente a esta causa, para lo cual deberán organizará un Santo Rosario por la paz durante el próximo fin de semana del 12 y 13 de octubre, coincidiendo con el mes del Rosario, así como una colecta extraordinaria para apoyar a esta diócesis ucraniana.
El Papa llama el 7 de octubre a una jornada de oración y ayuno para implorar la paz
Del mismo modo, el Papa Francisco ha convocado una jornada de oración y ayuno para hoy. día 7 de octubre, coincidiendo con el primer aniversario del ataque de Hamás a Israel. En su llamado, el Pontífice insta a los creyentes a unirse en oración y ayuno para implorar el don de la paz en medio de las crecientes tensiones globales, incluyendo la situación en Ucrania. Ayer, día 6 de octubre, visitó Santa María la Mayor para rezar el Rosario, pidiendo la participación de todos los miembros del Sínodo.
Con el inicio del mes de octubre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el don de la diversidad en la Iglesia: “Oremos para que la Iglesia siga apoyando por todos los medios un estilo de vida sinodal, bajo el signo de la corresponsabilidad, promoviendo la participación, la comunión y la misión compartida entre sacerdotes, religiosos y laicos”.
El título del Congreso habla de la “llamada” a “caminar juntos”, situando el tema en el contexto más amplio de la sinodalidad. El camino que Dios está indicando a la Iglesia es precisamente el de vivir de manera más intensa y concreta la comunión, y caminar juntos. La invita a superar los modos de obrar autónomos o como las vías paralelas del tren, que nunca se encuentran: el clero separado de los laicos, los consagrados separados del clero y de los fieles, la fe intelectual de algunas élites separada de la fe popular, la Curia romana separada de las Iglesias particulares, los obispos separados de los sacerdotes, los jóvenes separados de los ancianos, los matrimonios y las familias poco implicadas en la vida de las comunidades, los movimientos carismáticos separados de las parroquias, por citar sólo algunos. Esta es la tentación más grave en este momento. Todavía queda mucho camino por recorrer para que la Iglesia viva como un cuerpo, como verdadero Pueblo, unido por la única fe en Cristo Salvador, animado por el mismo Espíritu santificador y orientado a la misma misión de anunciar el amor misericordioso de Dios Padre.
Este último aspecto es decisivo: un Pueblo unido en la misión. Y esta es la intuición que siempre debemos custodiar: la Iglesia es el santo Pueblo fiel de Dios, según lo que afirma Lumen Gentium en los nn. 8 y 12; no populismo ni elitismo, es el santo Pueblo fiel de Dios. Esto no se aprende teóricamente, se entiende viviéndolo. Después se explica, como se puede, pero si no se vive no se sabrá explicar. Un Pueblo unido en la misión. La sinodalidad encuentra su origen y su fin último en la misión, nace de la misión y está orientada a la misión. Pensemos en los orígenes, cuando Jesús envió a los apóstoles y ellos volvieron muy contentos, porque los demonios “huían de ellos”; fue la misión la que dio ese sentido eclesial. De hecho, compartir la misión acerca a los pastores y a los laicos, les da un propósito común, manifiesta la complementariedad de los diversos carismas y, por eso, suscita en todos el deseo de caminar juntos. Lo vemos en Jesús mismo, que desde el comienzo se rodeó de un grupo de discípulos, hombres y mujeres, y vivió con ellos su ministerio público. Pero nunca solo. Y cuando envió a los Doce a anunciar el Reino de Dios, los mandó “de dos en dos”. Lo mismo vemos en san Pablo, que siempre evangelizó junto a otros colaboradores, también laicos y parejas de esposos; nunca solo. Y así fue en los momentos de gran renovación e impulso misionero en la historia de la Iglesia. Pastores y fieles laicos juntos. No individuos aislados, sino un Pueblo que evangeliza, el santo Pueblo fiel de Dios.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por los agentes de pastoral laicos, por el fomento de los ministerios laicales en la Iglesia y por su compromiso en la vida pública”.
Los laicos, desde el bautismo, han recibido una vocación, que los ha de hacer sentirse corresponsables en la vida y misión de la Iglesia. La Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Pueblo santo de Dios. Los laicos no son cristianos de segunda categoría o meros colaboradores de los pastores en la misión salvífica de la Iglesia. Del mismo modo que los pastores, obispos y sacerdotes o la vida consagrada experimentan que su entrega al Señor y a la Iglesia es vocación, necesitamos en la Iglesia que haya laicos por vocación, que descubran esa fuerza de lo alto, esa efusión del Espíritu Santo que los impulsa a la misión.
Es muy importante que los laicos se sientan protagonistas, corresponsables y partícipes de la misión salvífica de la Iglesia (cf. LG n. 33). Los laicos os tenéis que sentir llamados por Jesús y acoger su llamada a ser misioneros en la Iglesia y en el mundo.
Por estar inmersos en las realidades temporales, los laicos estáis llamados, de un modo particular, a ser misioneros en medio del mundo. Os corresponde sobre todo “la evangelización de las culturas, la inserción de la fuerza del Evangelio en la familia, el trabajo, los medios de comunicación social, el deporte y el tiempo libre, así como la animación cristiana del orden social y de la vida pública nacional e internacional” (San Juan Pablo II). Ante el avance del fenómeno de la secularización, estáis llamados a vivir el sueño misionero de llegar a todas las personas y a todos los ambientes.
En el interior de la Iglesia, los laicos estáis llamados por Jesús a participar activamente en tareas como la catequesis, la liturgia, la Eucaristía dominical, las cáritas, los consejos y otras muchas más de la vida y misión de la Iglesia. Os corresponde por derecho propio, y no por concesión de los sacerdotes.
Los Movimientos Populares Mundiales han mantenido un encuentro con el Papa Francisco. La visita se produjo el pasado 20 de septiembre en el Vaticano y Charo Castelló, militante de la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC) de la Diócesis de Segorbe-Castellón, y representante del Movimiento Mundial de Trabajadores Cristianos en el comité organizador, nos ha contado los aspectos que se han abordado con el Papa Francisco.
1.- .¿Cómo fue el encuentro con el Papa Francisco? ¿Qué impresiones te llevas? ¿Qué os ha transmitido?
Ha sido un encuentro cercano, entrañable, de acción de gracias a Dios por el camino recorrido. Me he venido reforzada, esperanzada y sobre todo con más caminos que transitar para concretar una sociedad más fraterna y una cultura “samaritana”. El Papa desde 2014 hasta hoy, no ha dejado de hacer sentir su cercanía a los movimientos populares, apoyando y alentando su trabajo por la dignidad humana, la justicia social y el desarrollo de los más pobres y descartados. Dos mensajes muy claros, “ninguna persona sin techo, trabajo y tierra” y “ninguna persona sin esperanza”.
2.-El papa mencionó las “T” en 2014 (techo, trabajo y tierra) ¿Cómo ves hoy en día la situación en España y en el mundo? ¿A qué desafíos nos enfrentamos hoy?
En nuestro país en estos últimos años se han desarrollado políticas en materia de rentas básicas, que están ayudando a muchas familias, pero todavía seguimos con millones de familias que están sufriendo a causa del escándalo de los alquileres de la vivienda, la precariedad laboral, familias trabajadoras que no les alcanza el salario para llegar a fin de mes, personas sin contratos especialmente entre las personas migrantes…etc. A nivel internacional la situación se agrava, por el aumento de la economía informal, que afecta especialmente a las mujeres. La pérdida de vidas en el trabajo, una pandemia invisible que crece. La protección social, educación, salud, vivienda ha disminuido. Los efectos del cambio climático devastadores provocando mayor vulnerabilidad sobre las colectividades más empobrecidas. Una mayor movilidad de las personas como consecuencia de este empobrecimiento y con políticas en los países receptores de poner grandes muros.
El desafío de las guerras, no solo Ucrania y de Gaza que está siendo un auténtico genocidio sino otros 50 conflictos bélicos más que están expulsando a millones de personas de sus comunidades, y con débiles instituciones internacionales para afrontar este tema. Al desafío del empleo precario y la protección social para millones de personas añadir, la protección de la tierra, para que la vida humana, toda la vida sea posible.
3.- ¿Cuales crees que son las actitudes de los líderes mundiales y de los medios de comunicación en general? ¿hay apertura para discutir estas cuestiones en la agenda internacional?
Tenemos de todo. Hay lideres mundiales y gobernantes que siguen planteando políticas de justicia social y que respeten a la dignidad humana, pero hay otros gobernantes muy poderosos que piensan que la vida de una persona que está excluida no vale, como la de personas migrantes. Esa es una forma de deshumanización que va en contra del Evangelio.
Por otro lado, hay organizaciones como la OIT que están poniendo en el debate internacional todas estas situaciones que no son recogidas por los países.
Finamente lo medios de comunicación también tenemos de todo, pero hay mucha pobreza para dialogar y exponer todas estas situaciones en profundidad, analizando las verdaderas causas de los problemas. No se hacen eco de cómo movimientos populares, cada día están practicando soluciones solidarias en sus comunidades.
4.- Y en la iglesia, ¿crees que la Iglesia en España está respondiendo adecuadamente a la necesidad de techo, tierra y trabajo?
La Iglesia es muy plural y hay en muchos rincones de nuestra tierra comunidades cristinas que están respondiendo a esta situación con un trabajo ejemplar, en España y también en los países del Sur. Nos queda camino por recorrer, sin estos mínimos la vida no puede ser digna, son derechos sagrados, una dignidad que Dios quiere para su pueblo elegido. Necesitamos seguir practicando la caridad Samaritana y acoger “al herido”.
5.- En tu opinión ¿Cómo puede la iglesia seguir impulsando estos valores y acompañando a los más vulnerables en este momento?
Las 3 T, la justicia, como decía el Cardenal Czerny “No puede ser una cuestión intelectual, ni mucho menos jurídica. Tiene que estar profundamente arraigada en nosotros y es una cuestión tan urgente e imposible de ignorar como lo son el hambre y la sed mismos”. Esta tiene que ser nuestra misión: acompañar y acoger, dar voz a los sin voz.
6.- ¿Qué mensaje te gustaría trasmitir a los jóvenes que buscan participar en los movimientos cristianos por la justicia social y la paz?
Animarlos a que formen parte de ellos, a que sean protagonistas de los cambios que necesitamos en nuestra sociedad para vivir como auténticos hermanos y hermanas. Necesitamos su energía y frescura para plantar banderas de esperanza contra la deshumanización.
Cada año, la Iglesia Católica dedica un día especial para recordar y reflexionar sobre el drama que viven millones de personas obligadas a abandonar sus hogares en busca de un futuro mejor. En este 2024, la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado se celebra bajo el lema “Dios camina con su pueblo”, un mensaje lleno de esperanza y de invitación a la solidaridad cristiana.
No en vano, el Papa Francisco, en su mensaje para esta Jornada nos exhorta a tomar de la mano a nuestros hermanos y hermanas más vulnerables para reconocer en ellos el rostro de Jesús y recorrer juntos el camino. La Conferencia Episcopal Española ha actualizado la identidad y el marco de referencia de la pastoral con personas migradas. Y ofrece, desde la diversidad aportada por las migraciones, algunas claves para afrontar los desafíos del futuro. Con este objetivo, la CEE ofrece la Exhortación pastoral “Comunidades acogedoras y misioneras. Identidad y marco de la pastoral con migrantes”, que fue aprobada por la Asamblea Plenaria del pasado mes de marzo.
Desde los primeros tiempos del cristianismo, la Iglesia ha entendido que su misión es estar junto a los más vulnerables, y en nuestros días, los migrantes y refugiados encarnan esta realidad de sufrimiento y exclusión. Jesús mismo fue un refugiado junto con su familia, cuando huyeron a Egipto para escapar de la persecución de Herodes. Esta experiencia de desarraigo y huida, vivida por el Hijo de Dios, sigue siendo una realidad para millones de personas en todo el mundo.
La Iglesia, en su misión de caridad y justicia, acompaña a aquellos que se ven forzados a dejar su tierra a causa de guerras, persecuciones, pobreza extrema o desastres naturales. A través de sus instituciones y organizaciones como Cáritas, el Servicio Jesuita a Refugiados (JRS) y otras entidades católicas, la Iglesia proporciona asistencia humanitaria, refugio, educación y apoyo espiritual a quienes más lo necesitan.
El Papa Francisco ha sido una voz profética en defensa de los migrantes, llamando repetidamente a la acogida y al respeto de su dignidad. Su invitación a «construir puentes y no muros» resuena como un llamado a la compasión cristiana y a la acción concreta frente a una de las mayores crisis humanitarias de nuestro tiempo.
Un mensaje de esperanza
El lema de este año, “Dios camina con su pueblo”, nos recuerda que, en medio del sufrimiento, Dios nunca abandona a su pueblo. Como lo hizo con los israelitas durante el Éxodo, Dios sigue presente en los caminos de los migrantes y refugiados, acompañándolos en su travesía y dándoles la fortaleza para seguir adelante.
La Iglesia, como parte del pueblo de Dios, tiene la responsabilidad de hacer visible esta presencia de Dios. Está llamada a ser signo de esperanza, mostrando a través de su acción que nadie está solo en su camino. Este acompañamiento se traduce en gestos concretos de ayuda, pero también en una actitud profunda de acogida y escucha. La acogida es una de las actitudes más esenciales del cristiano frente a la realidad de los migrantes y refugiados. Esta acogida no se limita a abrir las puertas físicas, sino que es un compromiso de abrir el corazón, de derribar prejuicios y miedos, y de reconocer en el otro, sin importar su origen, raza o religión, la imagen de Dios. La actitud cristiana también debe incluir el acompañamiento. No basta con recibir a las personas que huyen de situaciones difíciles; es necesario caminar junto a ellas, conocer sus historias, sus heridas, y ofrecerles un apoyo integral que incluya tanto la ayuda material como el acompañamiento espiritual y psicológico. Los migrantes y refugiados necesitan ser escuchados y comprendidos, y la Iglesia, a través de sus comunidades, puede ofrecerles un espacio donde se sientan acogidos, respetados y valorados.
La Jornada en nuestra Diócesis
Desde el Secretariado para las Migraciones de la Diócesis de Segorbe-Castellón se ha remitido una carta a todos los sacerdotes invitándolos a compartir la Jornada. Arrancará este viernes, día 27 de septiembre, en la Parroquia de Santa Joaquina de Vedruna de Castellón, donde se celebrará una Vigilia de Oración que servirá de preparación y como punto de partida de la celebración.
Ya el domingo 29, a las 11 h en el edificio Menador (Plaza Huerto Sogueros) con una mesa informativa. A continuación, está prevista una ponencia que bajo el título «Dios camina con su pueblo» ofrecerá el Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, y el Director del Secretariado para las Migraciones, D. Juan Crisóstomo. La Jornada proseguirá a las 17 h en la Plaza de las Aulas con un festival de folklore internacional.
La clausura estará presidida por el Obispo de Segorbe-Castellón, Mons. Casimiro López Llorente, que celebrará una Eucaristía a las 19.30h en la Concatedral de Santa María. Desde el Secretariado para las Migraciones también se ha difundido el material específico para la celebración de la Jornada en todas las parroquias.
Con el inicio del mes de septiembre se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el clamor de la tierra: “Oremos para que cada uno de nosotros escuche con el corazón el clamor de la Tierra y, de las víctimas de las catástrofes ambientales y de la crisis climática, comprometiéndonos personalmente a cuidar el mundo que habitamos”.
Desgraciadamente, asistimos a una crisis social y medioambiental sin precedentes. Si realmente queremos cuidar nuestra casa común y mejorar el planeta en el que vivimos, son imprescindibles cambios profundos en los estilos de vida, son imprescindibles modelos de producción y de consumo. Deberíamos escuchar más a los pueblos indígenas y aprender de su forma de vida para comprender adecuadamente que no podemos continuar devorando codiciosamente los recursos naturales, porque “la tierra se nos ha confiado para que pueda ser para nosotros madre, la madre tierra, capaz de dar lo necesario a cada uno para vivir” (cf. Videomensaje a la Conferencia de 500 representantes nacionales e internacionales: “Las Ideas de la Expo 2015 – Hacia la Carta de Milán”, 7 febrero 2015). Por tanto, la contribución de los pueblos indígenas es fundamental en la lucha contra el cambio climático. Y esto está comprobado científicamente.
Hoy más que nunca son muchos los que reclaman un proceso de reconversión de las estructuras de poder consolidadas que rigen en la sociedad, en la cultura occidental y, al mismo tiempo, transforman las relaciones históricas marcadas por el colonialismo, la exclusión y la discriminación, dando lugar a un diálogo renovado sobre la forma en la que estamos construyendo nuestro futuro en el planeta. Necesitamos con urgencia acciones mancomunadas, fruto de una leal y constante colaboración, porque el desafío ambiental que estamos viviendo y sus raíces humanas tienen un impacto en cada uno de nosotros. Un impacto no sólo físico, sino psicológico y cultural.
Por ello pido a los Gobiernos que reconozcan a los pueblos indígenas de todo el mundo, con sus culturas, lenguas, tradiciones, espiritualidades, y que se respete su dignidad y derechos, con la conciencia de que la riqueza de nuestra gran familia humana consiste precisamente en su diversidad. Sobre esto voy a volver después.
Ignorar a las comunidades originarias en la salvaguarda de la tierra es un grave error, es el funcionalismo extractivista, ¿no?, por no decir una gran injusticia. En cambio, valorar su patrimonio cultural y sus técnicas ancestrales ayudará a emprender caminos para una mejor gestión ambiental. En este sentido, es encomiable la labor del FIDA por asistir a las comunidades indígenas en un proceso de desarrollo autónomo, gracias sobre todo al Fondo de Apoyo a los Pueblos Indígenas, si bien estos esfuerzos se deben multiplicar todavía y acompañar con más decidida y clarividente toma de decisiones, en una transición justa.
Me quiero detener en dos palabras que son claves en esto: El buen vivir —o el vivir bien— y la armonía. El vivir bien, no es el “dolce far niente”, la “dolce vita” de la burguesía destilada. No, no. Es el vivir en armonía con la naturaleza, el saber buscar, no tanto el equilibrio, sino más bien la armonía, que es superior al equilibrio. El equilibrio puede ser funcional; la armonía nunca es funcional, es soberana en sí misma.
Saber moverse en la armonía, eso es lo que da la sabiduría que nosotros llamamos el bien vivir: La armonía entre una persona y su comunidad; la armonía entre una persona y el ambiente; la armonía entre una persona y toda la creación. Las heridas contra esta armonía son las que evidentemente estamos viendo que destruyen los pueblos. El extractivismo, en el caso de la Amazonía, por ejemplo; la desforestación o, en otros lugares, el extractivismo de la minería.
Entonces, siempre buscar la armonía. Cuando los pueblos no respetan el bien del suelo, el bien del ambiente, el bien del tiempo, el bien de la vegetación o el bien de la fauna, ese bien general, cuando no respetan esto, caen en posturas no humanas, porque pierden ese contacto con —voy a decir la palabra— la madre tierra. No en un sentido supersticioso, sino en un sentido de aquella que nos da la cultura y nos da esa armonía.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por todas las actividades que comienzan en las parroquias y comunidades cristianas, especialmente las relacionadas con el ámbito de la catequesis, para que a todos se pueda ofrecer una formación sólida y un testimonio fiel de Cristo, el Señor, y vivir lo en la Iglesia”.
En el ámbito de la catequesis, en nuestra Iglesia diocesana vamos dando pasos en la dirección correcta. Pueden parecer pocos, pequeños o lentos, pero son innegables. Ahí está el mayor cuidado de la formación y el acompañamiento de catequistas en su ser y en su quehacer con el fin de que sean cada día más fieles a Cristo Jesús y a su misión evangelizadora, así como a su destinatario, el hombre actual en su contexto cultural concreto. Ahí están también los avances en la catequesis de iniciación cristiana, algunas experiencias en catequesis de adultos, la mayor sensibilidad por la catequesis de muchos -sacerdotes, laicos y consagrados-, y de comunidades cristianas.
Pero no podemos ocultar las dificultades. Vivimos en tiempos de profunda secularización y de globalización, de indiferencia religiosa y de alejamiento de la vida de fe y de la Iglesia de muchos bautizados. Vemos, por desgracia, que la catequesis sigue siendo entendida por muchos como un medio para recibir un sacramento y no como un proceso de crecimiento y maduración en la fe y vida cristiana, desde el encuentro personal con Jesús, la adhesión personal a Él, el cambio de vida, que lleve a un compromiso para ser discípulo misionero suyo, inserto en la comunidad eclesial. La experiencia nos dice que es escasa la acogida de la catequesis de iniciación cristiana como un proceso continuado; son muchos los niños que no que continúan después de la primera Comunión y la mayoría se alejan después de su Confirmación.
[…] En el momento actual no podemos dar por supuesto que nuestros niños, cuando piden la primera Comunión, y los adolescentes, jóvenes o adultos, cuando solicitan la Confirmación, hayan recibido el primer anuncio y hayan tenido una experiencia personal de fe. Esta situación pone de relieve la necesidad de una catequesis kerigmática, cuyo corazón sea hacer presente y anunciar la persona de Jesucristo. La catequesis, insiste el Directorio, “está llamada a ser ante todo un anuncio de la fe y no debe delegar en las demás acciones eclesiales la tarea de ayudar a descubrir la belleza del Evangelio. Es fundamental que sea, precisamente a través de la catequesis, que cada persona descubra que vale la pena creer. De este modo, ya no se reduce a ser un momento de crecimiento de la fe más armonioso, sino que ayuda a generar la propia fe y permite descubrir su grandeza y credibilidad. Por tanto, el anuncio no puede ser considerado solo como la primera etapa de la fe, previa a la catequesis, sino más bien la dimensión constitutiva de cada momento de la catequesis” (n. 57).
La finalidad primera de la catequesis es el encuentro vivo con el Señor que transforma la vida y genera, con la ayuda de la gracia, un cristiano, es decir, un creyente discípulo misionero del Señor en el seno de la comunidad de la Iglesia. No tengamos miedo. Dejémonos alentar por el Espíritu del Señor Resucitado, que está y actúa entre nosotros.
Con el inicio del mes de agosto se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por los líderes políticos: “Oremos para que los líderes políticos estén al servicio de su pueblo, trabajando por el desarrollo humano integral y el bien común, atendiendo a los que han perdido su empleo y dando prioridad a los más pobres”.
En un discurso a los jóvenes del “Proyecto Policoro” de la Conferencia Episcopal Italiana (marzo de 2023) Francisco decía lo siguiente:
Hoy la política no goza de buena fama, sobre todo entre los jóvenes, porque ven los escándalos, tantas cosas que todos conocemos. Las causas son múltiples, pero ¿cómo no pensar en la corrupción, en la ineficiencia, en la distancia de la vida de la gente? Precisamente por esto hay todavía más necesidad de buena política. Y la diferencia la marcan las personas. Lo vemos en las administraciones locales: una cosa es un alcalde o un asesor disponible, y otra es quien es inaccesible; una cosa es la política que escucha la realidad, que escucha a los pobres, y otra es la que está cerrada en los edificios, la política “destilada”.
Me viene a la mente el episodio bíblico del rey Acab y de la viña de Nabot. El rey quiere apropiarse de la viña de Nabot, para agrandar su jardín; pero Nabot no quiere y no puede venderla, porque esa viña es la herencia de sus padres. El rey está enfadado y “se enfurruña”, como un niño consentido. Entonces su mujer, la reina Jezabel —¡que es un diablillo!— resuelve el problema haciendo eliminar a Nabot con una falsa acusación. Así Nabot es asesinado y el rey toma su viña. Acab representa la peor política, la de ir adelante y hacer hueco echando a los otros, la que persigue no el bien común sino intereses particulares y usa cualquier medio para satisfacerlos. Acab no es padre, es patrón, y su gobierno es el dominio. San Ambrosio escribió un librito sobre esta historia bíblica, titulado La viña de Nabot. En un determinado momento, dirigiéndose a los poderosos, Ambrosio escribe: «¿Por qué expulsáis a quienes comparten los bienes de la naturaleza y reclamáis para vosotros la posesión de los bienes naturales? La tierra fue creada en comunión para todos, para ricos y para pobres. […] La naturaleza no sabe qué son los ricos, ella que genera todos igualmente pobres. Cuando nacemos no tenemos ropa, no venimos al mundo cargados de oro y plata. Esta tierra nos pone en el mundo desnudos, necesitados de comida, de ropa y de bebida. La naturaleza […] nos crea a todos iguales y a todos igualmente nos encierra en el vientre de un sepulcro» (1, 2). Esta pequeña pero preciosa obra de san Ambrosio será útil para vuestra formación. La política que ejerce el poder como dominio y no como servicio no es capaz de cuidar, pisa a los pobres, explota la tierra y afronta los conflictos con la guerra, no sabe dialogar.
Como ejemplo bíblico positivo podemos tomar la figura de José hijo de Jacob. Recordad que fue vendido como esclavo por sus hermanos, que tenían envidia de él, y fue llevado a Egipto. Allí, tras algunas vicisitudes, es liberado, entra al servicio del faraón y se vuelve una especia de virrey. José no se comporta como un patrón, sino como padre: cuida del país; cuando llega la carestía organiza las reservas de grano para el bien común, tanto que el faraón dice al pueblo: «Haced lo que él [José] os diga» (Gen 41,55) —la misma frase que María dirá a los siervos en la boda de Caná refiriéndose a Jesús—. José, que ha sufrido la injusticia personalmente, no busca el propio interés sino el del pueblo, paga en persona por el bien común, se hace artesano de paz, teje relaciones capaces de innovar la sociedad. Escribía don Lorenzo Milani: «El problema de los otros es igual al mío. Salir de él todos juntos es la política. Salir de él solos es avaricia» (Carta a una profesora, Florencia 1994, 14). Es así, es sencillo.
Estos dos ejemplos bíblicos, uno negativo, el otro positivo, nos ayudan a entender qué espiritualidad puede alimentar la política. Tomo solo dos aspectos: la ternura y la fecundidad. La ternura es «el amor que se hace cercano y concreto […]. Es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes. En medio de la actividad política, los más pequeños, los más débiles, los más pobres deben enternecernos: tienen “derecho” de llenarnos el alma y el corazón» (Enc. Fratelli tutti, 194). La fecundidad está hecha de compartir, de mirada a largo plazo, de diálogos, de confianza, de comprensión, de escucha, de tiempo gastado, de respuestas preparadas y no pospuestas. Significa mirar hacia el futuro e invertir sobre las generaciones futuras; iniciar procesos en vez de ocupar espacios. Esta es la regla de oro: ¿tu actividad es para ocupar un espacio para ti? No va bien. ¿Para tu grupo? No va bien. Ocupar espacios no va bien, iniciar procesos va bien. El tiempo es superior al espacio.
Queridos amigos, quisiera concluir proponiéndoos las preguntas que todo buen político debería hacerse: «¿Cuánto amor puse en mi trabajo, en qué hice avanzar al pueblo, qué marca dejé en la vida de la sociedad, qué lazos reales construí, qué fuerzas positivas desaté, cuánta paz social sembré, qué provoqué en el lugar que se me encomendó?» (ibid., 197). Que vuestra preocupación no sea el consenso electoral ni el éxito personal, sino involucrar a las personas, promover el espíritu emprendedor, hacer florecer sueños, hacer sentir la belleza de pertenecer a una comunidad. La participación es el bálsamo sobre las heridas de la democracia. Os invito a dar vuestra contribución, a participar y a invitar a vuestros coetáneos a hacerlo, siempre con el fin y el estilo del servicio. El político es un servidor; cuando el político no es un servidor es un mal político, no es un político.
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por todos los cristianos, para que con su testimonio de vida y con su palabra anuncien el Evangelio de Jesucristo en las actividades de cada día, y también en el tiempo del ocio vacacional”.
En nuestra Iglesia diocesana se nos envía a dar testimonio del Evangelio y a vivirlo día a día con nuestras obras de amor. Así es como la Iglesia lleva a cabo su misión de evangelizar. De este modo contribuye a construir una sociedad más humana y fraterna, justa y solidaria.
En la raíz de la actual crisis económica, moral, social, familiar e institucional está sin duda el abandono de Dios y de sus mandamientos, inscritos en la naturaleza humana. Como decía Juan Pablo II, cuando Dios desaparece del horizonte de los hombres, comienza el ocaso de su dignidad. Anunciando, celebrando y viviendo con fidelidad el Evangelio de Jesucristo, nuestra Iglesia contribuirá sin duda alguna a la superación de la crisis actual.
Nuestra Iglesia es un don del amor gratuito de Dios y una tarea encomendada a cuantos la formamos. Como don de Dios, la hemos de acoger con gratitud y la hemos de amar de corazón. Querida por Cristo y alentada por la fuerza del Espíritu Santo es el lugar de la presencia del Señor y de su obra salvadora entre nosotros. El mismo Cristo nos ha encomendado la hermosa tarea de anunciar el Evangelio, de celebrar los sacramentos, de vivir el amor para que la obra de su Salvación llegue a todos. Su vida y su misión dependen de todos y de cada uno de los que formamos parte de esta gran familia.
A los católicos nos urge redescubrir, valorar y vivir sin complejos y tibiezas nuestra identidad cristiana y eclesial. Ambas son inseparables. No se puede ser cristiano al margen de la Iglesia. Amar, sentir y vivir la Iglesia como algo propio no será posible si no existen un conocimiento objetivo y desde dentro de la Iglesia misma, así como una vivencia personal de la propia fe en el seno de la Iglesia. Ser cristiano no se reduce a recibir el bautismo y el resto de los sacramentos, o a practicar ocasionalmente. Cristiano es quien se ha encontrado con Cristo, cree y confía en Él, y se adhiere a Él con toda su mente y todo su corazón; es cristiano quien acoge y vive el don de la fe y la nueva vida del bautismo, formando parte de la Iglesia y participando en los sacramentos.
Es cristiano quien deja que Jesús y su Evangelio conformen su pensar, sentir y actuar, y quien da testimonio de su fe y se compromete en la transformación de la sociedad y del mundo. Cristiano es, quién unido a Cristo en el seno de la Iglesia, participa en su vida y misión.
La Penitenciaría Apostólica, autorizada por el Papa Francisco, ha emitido un decreto en respuesta a una solicitud del Cardenal Kevin Joseph Farrell, Prefecto del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida. Con motivo de la Cuarta Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, que se celebrará el domingo día 28 de julio bajo el tema «En la vejez no me abandones» (Sal. 71,9), se concede una Indulgencia Plenaria en las condiciones habituales: confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Papa.
Esta Indulgencia Plenaria se aplica a abuelos, mayores y fieles que participen en las celebraciones de la Jornada Mundial; a fieles que visiten a mayores necesitados o en dificultad; y a mayores enfermos, sus cuidadores y aquellos que no pueden salir de casa por motivos graves, siempre que se unan espiritualmente a las celebraciones y ofrezcan sus oraciones y sufrimientos a Dios.
Además, se insta a los sacerdotes a estar disponibles para la confesión, facilitando así el acceso a la gracia divina.
La semana pasada se hizo público el Instrumentum Laboris, el instrumento de trabajo para la segunda sesión de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, que tendrá lugar del 2 al 27 de octubre de 2024. «Cómo ser una Iglesia sinodal misionera» es el título que encabeza este nuevo documento, que está en continuidad con todo el proceso sinodal iniciado en 2021.
El Vicario de Pastoral, D. Miguel Abril, ha remitido el documento a los miembros de los grupos sinodales de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. “La experiencia enriquecedora de escucharnos y caminar juntos siendo Iglesia Sinodal, a través de la oración, el diálogo y el discernimiento, ha iluminado varias cuestiones que recoge el Instrumentum Laboris”, explica.
Las primeras páginas repasan, a modo de introducción, el camino recorrido hasta ahora. Le sigue un apartado dedicado a los Fundamentos de la comprensión de la sinodalidad, que vuelve a proponer la conciencia madurada a lo largo del camino y establecida por la Primera Sesión.
Después, incluye tres partes estrechamente relacionadas, que iluminan la vida sinodal misionera de la Iglesia desde diferentes perspectivas. La primera, desde la perspectiva de las relaciones con el Señor, entre los hermanos y hermanas y entre las Iglesias. La segunda, desde la perspectiva de los caminos que sostienen y alimentan en lo concreto el dinamismo de las relaciones. Y la tercera, desde la perspectiva de los lugares que, contra la tentación de un universalismo abstracto, hablan de la realidad de los contextos en los que se encarnan las relaciones, con su variedad, pluralidad e interconexión, y con su arraigo en el fundamento del que nace la profesión de fe, según se explica en la introducción. El documento se cierra con una conclusión sobre la Iglesia sinodal en el mundo.
“En la belleza del camino sinodal reafirmamos el método de la conversación en el Espíritu, que introducimos en el último Consejo Diocesano de Pastoral como método de trabajo y de consulta”, indica el Vicario de Pastoral. Junto al Instrumentum Laboris y un resumen que ha realizado la Secretaría General del Sínodo con las preguntas más frecuentes, ha enviado también un esquema de “La conversación en el Espíritu”, un método de discernimiento que se está utilizando en las asambleas sinodales. “Es una adaptación para el Consejo Diocesano de Pastoral, pero puede servir para otros momentos de discernimiento de vuestros movimientos y parroquias”, señala.
Con el inicio del mes de julio se renuevan las intenciones de oración que propone el Papa Francisco y la Conferencia Episcopal Española. El Santo Padre dirige su intención por el cuidado pastoral de los enfermos: “Oremos para que el sacramento de la Unción de los Enfermos dé a las personas que lo reciben y a sus seres queridos la fuerza del Señor, y se convierta cada vez más para todos en un signo visible de compasión y esperanza.”
Hoy quisiera hablaros del sacramento de la Unción de los enfermos, que nos permite tocar con la mano la compasión de Dios por el hombre. Antiguamente se le llamaba «Extrema unción», porque se entendía como un consuelo espiritual en la inminencia de la muerte. Hablar, en cambio, de «Unción de los enfermos» nos ayuda a ampliar la mirada a la experiencia de la enfermedad y del sufrimiento, en el horizonte de la misericordia de Dios.
Hay una imagen bíblica que expresa en toda su profundidad el misterio que trasluce en la Unción de los enfermos: es la parábola del «buen samaritano», en el Evangelio de Lucas (10, 30-35). Cada vez que celebramos ese sacramento, el Señor Jesús, en la persona del sacerdote, se hace cercano a quien sufre y está gravemente enfermo, o es anciano. Dice la parábola que el buen samaritano se hace cargo del hombre que sufre, derramando sobre sus heridas aceite y vino. El aceite nos hace pensar en el que bendice el obispo cada año, en la misa crismal del Jueves Santo, precisamente en vista de la Unción de los enfermos. El vino, en cambio, es signo del amor y de la gracia de Cristo que brotan del don de su vida por nosotros y se expresan en toda su riqueza en la vida sacramental de la Iglesia. Por último, se confía a la persona que sufre a un hotelero, a fin de que pueda seguir cuidando de ella, sin preocuparse por los gastos. Bien, ¿quién es este hotelero? Es la Iglesia, la comunidad cristiana, somos nosotros, a quienes el Señor Jesús, cada día, confía a quienes tienen aflicciones, en el cuerpo y en el espíritu, para que podamos seguir derramando sobre ellos, sin medida, toda su misericordia y la salvación.
Este mandato se recalca de manera explícita y precisa en la Carta de Santiago, donde se dice: «¿Está enfermo alguno de vosotros? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que recen por él y lo unjan con el óleo en el nombre del Señor. La oración hecha con fe salvará al enfermo y el Señor lo restablecerá; y si hubiera cometido algún pecado, le será perdonado» (5, 14-15). Se trata, por lo tanto, de una praxis ya en uso en el tiempo de los Apóstoles. Jesús, en efecto, enseñó a sus discípulos a tener su misma predilección por los enfermos y por quienes sufren y les transmitió la capacidad y la tarea de seguir dispensando en su nombre y según su corazón alivio y paz, a través de la gracia especial de ese sacramento. Esto, sin embargo, no nos debe hacer caer en la búsqueda obsesiva del milagro o en la presunción de poder obtener siempre y de todos modos la curación. Sino que es la seguridad de la cercanía de Jesús al enfermo y también al anciano, porque cada anciano, cada persona de más de 65 años, puede recibir este sacramento, mediante el cual es Jesús mismo quien se acerca a nosotros.
Pero cuando hay un enfermo muchas veces se piensa: «llamemos al sacerdote para que venga». «No, después trae mala suerte, no le llamemos», o bien «luego se asusta el enfermo». ¿Por qué se piensa esto? Porque existe un poco la idea de que después del sacerdote llega el servicio fúnebre. Y esto no es verdad. El sacerdote viene para ayudar al enfermo o al anciano; por ello es tan importante la visita de los sacerdotes a los enfermos. Es necesario llamar al sacerdote junto al enfermo y decir: «vaya, le dé la unción, bendígale». Es Jesús mismo quien llega para aliviar al enfermo, para darle fuerza, para darle esperanza, para ayudarle; también para perdonarle los pecados. Y esto es hermoso. No hay que pensar que esto es un tabú, porque es siempre hermoso saber que en el momento del dolor y de la enfermedad no estamos solos: el sacerdote y quienes están presentes durante la Unción de los enfermos representan, en efecto, a toda la comunidad cristiana que, como un único cuerpo nos reúne alrededor de quien sufre y de los familiares, alimentando en ellos la fe y la esperanza, y sosteniéndolos con la oración y el calor fraterno. Pero el consuelo más grande deriva del hecho de que quien se hace presente en el sacramento es el Señor Jesús mismo, que nos toma de la mano, nos acaricia como hacía con los enfermos y nos recuerda que le pertenecemos y que nada —ni siquiera el mal y la muerte—podrá jamás separarnos de Él. ¿Tenemos esta costumbre de llamar al sacerdote para que venga a nuestros enfermos —no digo enfermos de gripe, de tres-cuatro días, sino cuando es una enfermedad seria— y también a nuestros ancianos, y les dé este sacramento, este consuelo, esta fuerza de Jesús para seguir adelante? ¡Hagámoslo!
Por otra parte, la intención de oración de la Conferencia Episcopal Española, por la que también reza la Red Mundial de Oración del Papa, es “por las familias y matrimonios en crisis por diversos motivos, para que encuentren en el amor de Cristo la fuerza y la gracia que necesitan para seguir viviendo fieles a lo que prometieron el día de su matrimonio”.
El matrimonio y la familia están afectados hoy por un contexto cultural poco favorable, cuando no contrario, al verdadero matrimonio y a la familia. Las familias tienen, entre otras cosas, difícil en muchos casos encontrar una vivienda digna o adecuada, conciliar la vida laboral y la familiar, o disponer de tiempo para escucharse y dialogar los esposos y los hijos. Falta aprecio social por la fidelidad esponsal, por la estabilidad matrimonial o por la natalidad. Estos desafíos, lejos de constituir obstáculos insalvables, se convierten para la familia cristiana y para la Iglesia en una oportunidad nueva; la propia familia puede encontrar en ellos un estímulo para fortalecerse y crecer como comunidad de vida y amor que engendra vida y esperanza en la sociedad.[…]
Los matrimonios y las familias necesitáis atención pastoral, necesitáis dedicación y acompañamiento. En muchas de nuestras parroquias es una asignatura pendiente el acompañamiento pastoral específico de los matrimonios y las familias. Pensemos además en el acompañamiento de parejas y familias en crisis, en el apoyo a los que se quedan solos, a las familias pobres, a las familias desestructuradas. Muchas familias necesitan que se les ayude a descubrir en los sufrimientos de la vida el lugar de la presencia de Cristo y de su amor misericordioso. Este Año es una oportunidad para acercarse a las familias, para que no se sientan solas ante las dificultades, para caminar con ellas, escucharlas y emprender iniciativas pastorales que las ayuden a cultivar su amor cotidiano, como su camino hacia la santidad, a la perfección en el amor
Necesitamos además un cambio de mentalidad. Los matrimonios y las familias no son sólo destinatarios de la pastoral sino que estáis llamados a ser sujetos activos de la pastoral familiar. Las familias podéis aportar mucho a toda la sociedad y a la Iglesia, por lo que debéis ser reconocidas e involucradas activamente en la pastoral ordinaria de las parroquias y de la diócesis. Un aspecto importante de este protagonismo de las familias es vuestro ejemplo de vida. Hay muchas familias, de hecho, que viven su fe y su vocación al matrimonio y a la familia de manera ejemplar. Y es muy edificante ver cómo no se rinden y afrontan las dificultades de la vida con profunda alegría, esa alegría que se encuentra en el “corazón” del sacramento del matrimonio y que alimenta toda la existencia de los cónyuges y de sus hijos y padres. Es necesario, por tanto, dar mayor espacio a las familias en la pastoral familiar. Su misma vida es un mensaje de esperanza para todo el mundo y, en especial, para los jóvenes. Como muestran numerosas encuestas realizadas en todo el mundo, el deseo de tener una familia propia sigue siendo hoy en día uno de los mayores sueños que desean realizar los jóvenes. ¡Jóvenes, no tengáis miedo al matrimonio!
Entre todos estamos llamados a generar una cultura de la familia, que recree un verdadero ambiente familiar. Es la misión de la Iglesia hoy. Es vuestra misión, queridas familias: Anunciar la alegría del amor y la belleza del matrimonio y de la familia; generar espacios y un ambiente favorable para que la familia pueda crecer y vivir en plenitud su vocación al amor. La alegría del Evangelio se refleja en la alegría del amor que se vive y se aprende eminentemente en la familia. La fuerza para amar nace, crece y se fortalece en la familia y es fuente de alegría y de esperanza para el ser humano y para la sociedad.
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