Hace algunos días llegó a la parroquia de Villahermosa del Río el conocido retablo de “La Institución de la Eucaristía” (datado entre 1.385 y 1.390 y que pintado al temple sobre madera se atribuye al Maestro de Villahermosa).
La obra salió en septiembre de 2023 de la iglesia local para participar en una exposición en el Museo del Prado de Madrid y después hacerlo también en una misma sede de la exposición en el Museu Nacional d’Art de Catalunya. Más de 180.000 personas visitaron el retablo entre Madrid y Barcelona.
El próximo sábado día 8 de junio se presentará, en el Salón de Alcaldes del Ayuntamiento de Segorbe, a las 19:30 horas, el libro “Ilustrando la Memoria” de David Montolío Torán, Dr. en Historia del Arte, Licenciado en Geografía e Historia, y miembro de la Delegación Diocesana de Patrimonio Cultural. El acto, organizado por Manos Unidas y el Ayuntamiento de Segorbe, estará presentado por Higinio López Jornet y Rafael Simón Abad, contando con la actuación musical de Adrián Rius.
Cabe indicar que el libro también contiene una serie de contribuciones del autor referidas a lugares de la Diócesis de Segorbe-Castellón – relacionadas básicamente con el patrimonio religioso, arquitectónico y cultural – y que se publican regularmente en la sección “Colaboraciones” de la web diocesana, como es el caso de “La Iglesia nueva de Sot de Ferrer” o “La torre parroquial «mudéjar» de Jérica”.
Breves notas del autor del libro
“Cuando a principios del año 2022 Jordi Siracusa, de la Asociación Aragonesa de Escritores, me propuso la redacción de un artículo sobre la provincia de Teruel para la revista Imán, nº 26, con motivo de su XVIII Congreso celebrado en la ciudad de Teruel y Albarracín, me hizo el extraño encargo de ilustrar con dibujos mis propias letras, después de haber visto algunos esbozos sueltos, a vuela pluma, en un artículo antiguo, tal y como lo venía haciendo para mí mismo desde tiempos de la lejana infancia.
De aquella experiencia y, casi por azar, nace la presente muestra, que viene a ilustrar, con instantáneas, diferentes textos publicados en los últimos años de la maligna pandemia, dibujando recuerdos e impresiones nacidos en el viaje hacia muchos sitios y, a la vez, hacia ninguno. Surgidas, como en el alocado «sueño de la razón», en el camino solitario del pensamiento del diario discurrir o en largas noches de somnolencia. Por ello, deseo agradecer el apoyo de Fernando Herrero y Samuel Ferrer, dos buenos amigos sin cuyo apoyo, esfuerzo e interés en este pequeño proyecto, la presente plasmación humilde de «impresiones» no podría haber asomado su cabeza desde los inframundos. Fruto puntual de dicha colaboración fue la muestra en el Restaurante Ambigú, el primer trimestre de 2023, de una buena parte de esos trabajos de ilustración.
En ella, además, he incluido dos pequeñas series «de encargo», fruto del compromiso puntual con cuatro buenos amigos: Ángel Albert Esteve, Vicente Palomar Macián, José Manuel López Blay y Francisco José Guerrero Carot «Patxi» (†). Relaciones que, naciendo del ámbito estrictamente profesional, acabaron desembocando en hermosas prolongaciones en el rango de la más cercana amistad.
Esta exposición sencilla, en escala de grises y color, ahora libro impreso, habla de emociones y sentimientos de un paisaje natural y urbano, humano y paisajístico, versando sobre la fragilidad humana de los recuerdos, de quien quiere reflejarlos antes de que se pierdan, como barridos por la brisa, sobre un papel de perfiles inmaculados. Nace como homenaje a aquellos que, por gracia del creador, nos dieron la vida y hoy, por descabellos del destino y de una maldita enfermedad, apenas nos reconocen por unos segundos y nos olvidan para siempre el resto”.
Como cada segundo domingo de mayo los vecinos de Llucena celebraron su tradicional fiesta de Sant Miquel de Les Torrocelles. Un acto que tuvo lugar en el emblemático conjunto formado por el pequeño castillo y la ermita de época medieval y que revistió una inusual solemnidad con motivo de la bendición del recién restaurado retablo del altar de la ermita.
Una remodelación que se ha llevado a cabo bajo la dirección de la Delegación de Patrimonio Cultural de la Diócesis de Segorbe-Castellón y que ha contado con la profesionalidad de empresas como la constructora Colucons (para picar y reparar las zonas con humedades), la alcorina Conservart (en los trabajos de saneamiento, limpieza, policromado y decorado del retablo mayor) y la de Lucía Perete (en consolidación y saneado de las policromías de las paredes y la reintegración cromática de las decoraciones de 1924).
Aunque los trabajos se llevarán a cabo en varias fases, la primera de ellas sufragada por un vecino anónimo y también por la propia Junta de la ermita ha superado la cifra de 16.000 euros. Cabe destacar que el retablo gótico original de madera desapareció en la pasada guerra civil española.
Ahora se han recuperado también las figuras de los dos arcángeles faltantes, San Gabriel y San Rafael (imprimaciones digitales de las obras del artista Alonso Miguel de Tovar, de los siglos XVII-XVIII) que acompañan a la imagen del titular del lugar, Sant Miquel.
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Destacada Jornada
La jornada en honor al arcángel comenzó con la bendición de les fogassetes y de los términos. Inmediatamente, tuvo lugar la solemne eucaristía, con el acompañamiento del guitarrista Juan Bautista Valverde y la cantante Lucía Grao. Durante la homilía el cura encargado de Llucena, mosén Héctor Gozalbo, invitó a los fieles a mirar al arcángel “para luchar contra el mal de este mundo.
Y como San Miguel, poner al demonio bajo nuestros pies, para que en nuestra vida imperen el amor y la paz. El secreto está en nuestro interior porque desde dentro es desde donde han de brotar todos los sentimientos y virtudes que construyan un mundo mejor y más parecido al que Cristo nos enseña en el Evangelio”. Y concluyó: “pidamos a Sant Miquel que nos defienda y ayude en las luchas de cada día, en nuestras debilidades y obstáculos y en las adversidades y las asechanzas del mal”.
Tras la eucaristía intervino la restauradora Lucía Perete y el párroco procedió a la bendición del restaurado retablo. El alcalde David Monferrer y algunos miembros de la corporación municipal participaron también en los actos. Al final de la eucaristía se repartió una estampa recordatorio y también las tradicionales fogassetes.
Más de 350 personas participaron en una paella monumental de arroz con secreto, costillas y verduras patrocinada por el ayuntamiento. Para apuntarse a la comida los que se inscribían colaboraban con un donativo de 2 euros para ayudar en las reformas de la ermita. La jornada concluyó con un bureo a cargo del grupo folklórico “La Perla de la Muntanya”.
LA IGLESIA DE LA CUEVA SANTA DE PEÑALBA (Segorbe).
Génesis de un templo de moriscos.
Peñalba, popularmente conocida también por el nombre de Cárrica, es un caserío o barrio del propio Segorbe, desde al que antiguamente se llegaba saliendo de la ciudad por el costado norte de la muralla, por el Portal de Cárrica. Dicho conjunto poblacional había sido un antiguo asentamiento islámico y, a partir de la Guerra de las Germanías (1519-1523), con los bautismos de la población mudéjar, de moriscos.
Siguiendo la información de las primeras visitas pastorales (1536, 1539 y 1543), cuando la parroquia de Navajas, que tenía 150 vecinos moriscos, fue separada de la Catedral y constituida en parroquia bajo la advocación de San Pedro (1576) se le asimiló, como anejo, el barrio de Cárrica, donde vivían quince familias también moriscas. En ese sentido, era obligación del cura encargado celebrar misa en ambos templos, estableciéndose 30 libras valencianas a pagar por el Duque de Segorbe, al que se le habían concedido las rentas de la antigua mezquita (“olim mezquita”), extraídas de los frutos de ambos lugares, más quince de las primicias de los citados moriscos. Una realidad reflejada por la Bula «Noverint universi» del papa Clemente VIII, de 27 de junio de 1602, por la que se dotaba a las parroquias de moriscos en el obispado de Segorbe (ACS, 1190).
Tras la expulsión de los moriscos en 1609, con la desaparición de la parroquia de San Pedro de Segorbe, la Iglesia de Cárrica dejó de estar asimilada a Navajas para ser administrada desde la propia Catedral. Con tal motivo, a Peñalba se la dotó con nuevas rentas, junto con parroquias como Benagéber, Domeño, Loriguilla, Sinarcas, etc.
En el primer tercio del siglo XIX, hacia 1834, la Iglesia de la Cueva Santa de Peñalba formaba parte, junto con San Francisco de Asís de Villatorcas y como vicarías perpetuas y de patronato laical, de la parroquia de la Catedral, con 193 almas. El 2 de mayo de 1888, su Ilustrísima compraba y reedificaba una casa, la actual casa Abadía, para vivienda del capellán coadjutor que, hasta ese momento, vivía intramuros de Segorbe [Aguilar, 1890].
El templo actual es reflejo de las tradicionales construcciones de templos de moriscos, que vienen a ser simples reconversiones del antiguo espacio islámico o musulmán al culto y rito católico, sobre todo conservados en pequeños núcleos urbanos donde no se ha programado la construcción, en su lugar, de templos de mayor empeño. Tal es el caso de edificios como el de Peñalba, Higueras, Benitandús, etc. Templos de pequeñas dimensiones, de una sola nave de tres tramos y presbiterio, coro alto, órdenes clásicos apilastrados en los laterales, con arquitrabe, friso y cornisa, y cubrición de bóveda de cañón sencilla, en ocasiones con lunetos para la ubicación de las ventanas, y techumbre a doble vertiente.
Eliminados los vestigios del pequeño alminar y del mhirab e, incluso, variándose la orientación original de la oración y articulándose «a la clásica» la fachada, presenta en el acceso, sobre el hastial, una sencilla espadaña para sendas campanas, característica común a muchos de estos edificios, como primera cristianización del recinto, eliminando la llamada a la oración del almuecín por el tañido de los bronces para los oficios. Además, se le añadió la casa señorial, desde donde se podía asistir a las celebraciones desde una de sus habitaciones, sobre la sacristía y recayente al presbiterio.
Hasta 1936, en su iglesia había algunas tablas góticas procedentes de la Catedral que desaparecieron en 1936 y, actualmente, conserva modernas pinturas de José Peris Aragó (1907-2003), como la del Cristo crucificado del altar mayor, o del maestro local Luis Bolumar (1951), en la capilla del bautismo.
En definitiva, una auténtica reliquia de los tiempos pasados, apenas inalterada por intervenciones posteriores que conserva, casi intactos, los espacios originales de transición de un tiempo histórico trascendental. Reflejo directo que en una pequeñísima comunidad de nuestra diócesis tuvo el eco y consecuencias del Concilio de Trento y la guerra contra el turco; en momentos de crisis, reforma y contrarreforma y conflicto global a nivel mediterráneo, en un mundo polarizado y belicista, entre oriente y occidente que, en la actualidad, sigue por similares senderos, tan diferentes a los caminos de diálogo y paz trazados por San Francisco de Asís en su encuentro en 1219 con el sultán Malik al Kamil, sobrino de Saladino, durante la quinta cruzada.
«Las bibliotecas eclesiásticas: de los manuscritos a la inteligencia artificial» ha sido el tema de las XVI Jornadas de la Asociación de Bibliotecarios de la Iglesia en España, que se celebraron en Teruel del 6 al 8 de marzo, organizadas por la Subcomisión Episcopal para el Patrimonio Cultural, a las que asistieron técnicos del Archivo Diocesano y Catedralicio de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón.
La inauguración de estas Jornadas técnicas tuvo lugar el miércoles, 6 de marzo, a partir de las 17.00 horas, con la participación del vicario general de la diócesis de Teruel y Albarracín, Alfonso Belenguer; el Director del Secretariado de la Subcomisión Episcopal para el Patrimonio Cultural, Pablo Delclaux; el presidente de la Asociación de Bibliotecarios de la Iglesia en España, Francisco José Cortés; además del Presidente de la Diputación Provincial de Teruel, Joaquín Pascual Juste y la alcaldesa de la ciudad de Teruel, Emma Buj.
Seguidamente, la conferencia inaugural bajo el título «Inteligencia artificial en bibliotecas patrimoniales: enfoques y una prospectiva desde la Biblioteca nacional de España», fue impartida por la jefa del Servicio de Innovación y Reutilización Digital de la Biblioteca Nacional de España (BNE), Elena Sánchez Nogales; y el Director del Departamento de Proceso Técnico de la BNE, Ricardo Santos Muñoz.
Así mismo, la primera ponencia del 7 de marzo con el tema «Metodología de trabajo de Investigación colaborativa del grupo de trabajo de patrimonio bibliográfico de REBIUN» fue expuesta por la Bibliotecaria de la Universidad Pontificia Comillas, Eugenia López Varea. Otras dos ponencias completaron el día: la primera sobre «La biblioteca y el fomento del hábito lector en el hogar» por Iván Núñez, Bibliotecario y profesor en el colegio La Salle de Teruel, y otra sobre «Los clubs de lectura de la UNED, puentes entre la universidad y la sociedad: potenciar la lectura y construir comunidad», por Ana Ube, Bibliotecaria del centro de la UNED de Teruel.
Ya el viernes, 8 de marzo, la Directora de la biblioteca de la Universidad de Zaragoza-Teruel, María Eugenia Asensio, y la ayudante de la biblioteca de la Universidad de Zaragoza-Teruel, María Pilar Jarque, hablaron del proyecto «Biblioteca-te, nuestra biblioteca se acerca su ciudad. Las buenas prácticas universitarias en el «contexto turolense».
Siguió la mañana con las ponencias sobre «Del scriptorium a la Inteligencia artificial», por la Jefa del Servicio de Manuscritos e Incunables de la BNE, María José Rucio; los «Usos de la Inteligencia artificial en la catalogación de grandes repositorios audiovisuales» por el Investigador grupo Vivolab, profesor Titular de la Universidad de Zaragoza, Alfonso Ortega; y «La Guardia Civil y los delitos contra el patrimonio histórico», por el sargento de la UOPJ de la comandancia de la Guardia Civil de Teruel, Óscar Lázaro. El sábado los participantes realizaron visitas culturales guiadas.
El conocido retablo de la Institución de la Eucaristía de la parroquia de La Natividad de Nuestra Señora de Villahermosa del Río fue instalado ayer lunes en una de las salas del Museu Nacional d’Art de Catalunya (Barcelona), donde permanecerá hasta el próximo 26 de mayo, formando parte de la exposición “El espejo perdido. Judíos y conversos en la edad media”, que está coorganizada con el Museo Nacional del Prado.
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“La exposición, más allá de profundizar en cuestiones comunes con el resto de Europa, tiene la particularidad de presentar una serie de obras absolutamente únicas, que responden a las circunstancias especiales que determinaron las relaciones interreligiosas entre los siglos XIII y XV”, señalaba el director del Museu Nacional d’Art de Catalunya, Pepe Serra.
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Cabe destacar que la inauguración de la exposición tendrá lugar el próximo jueves 22 de febrero, a través de la conferencia inaugural “De la religión a la sangre. La construcción del otro”, en la Sala de la Cúpula del Museo; a cargo de Joan Molina Figueras, comisario de la exposición y Jefe del Departamento de Pintura Gótica Española del Museo Nacional del Prado. Después, se procederá a la inauguración de la exposición.
Pieza de gran valor
Ayer, los técnicos, con mucha precisión y tacto desembalaron las tablas de este conjunto atribuido al Maestro de Villahermosa (para algunos autores, Llorenç Saragossà), datado entre 1385 y 1390 y que está pintado al temple sobre madera.
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El retablo, que había permanecido en la primera sede de esta exposición, situada en el Museo del Prado de Madrid, desde el pasado mes de septiembre (aunque la inauguración tuvo lugar el 9 de octubre del pasado año) recibió -según Joan Molina- la visita de 90.000 personas. Ahora, el retablo más viajero de la provincia de Castellón permanecerá en Barcelona hasta finales de mayo para regresar en junio a la que es su casa.
Un nuevo artículo sobre la custodia y conservación del patrimonio de la Cartuja de Valldecrist y la Catedral de Segorbe durante la Guerra de la Independencia (1808-1814)
El pasado miércoles, día 24 de enero, en el Salón de Grados “Manuel Ardit” de la Universitat de València se presentó el volumen del Aniversario de la Cartuja de Portacoeli, con gran parte de los artículos científicos correspondientes a las charlas y conferencias llevadas a cabo en el Congreso celebrado en noviembre de 2022: “La Cartoixa de Portacoeli (1272-2022). Viut segles de testimoni”.
Entre todas las aportaciones editadas podemos encontrar un extenso artículo realizado por la Delegación Diocesana de Patrimonio Cultural de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. Dicho artículo, denominado “De reliquias e imágenes, pleitos y conflictos. El patrimonio de la Cartuja de Valldecrist custodiado en la Catedral de Segorbe durante la Guerra del Frances”, recoge todo el difícil contexto histórico sufrido por ambas instituciones, así como toda la aportación documental relativa a todo el pleito por la custodia y conservación de las obras de arte. Todo ello durante el episodio de la invasión francesa de las tropas napoleónicas, en Sede Vacante y en un momento de muy difíciles relaciones entre los Cartujos y el Cabildo, los dos epicentros culturales y religiosos más importantes de su tiempo en el obispado desde tiempos medievales hasta la desamortización del siglo XIX.
La Masía de Cuencas es una de las pocas masías y casas de campo conservadas de la antigua diócesis con valores arquitectónicos y ambientales dignos de atención. Teniendo su origen en una alquería bajomedieval, más tarde transformada a finales del siglo XVI (ACS, 783), sabemos por diversos estudios que por su caserío pasaba la antigua vía romana que atravesaba el Palancia desde Sagunto (Járrega, 2000).
A pesar de que el Concilio de Trento había mandado crear seminarios en las diócesis, en Segorbe no había sido posible, teniendo que estudiar los alumnos en Valencia. Para ello el obispo Pedro Ginés de Casanova (1610-1635), que había traído padres Jesuitas para la predicación en la Catedral, con gran admiración de todos, deseaba que se estableciese la orden en la capital diocesana, cosa lograda años más tarde gracias a la figura de Pedro Miralles, con la fundación del Colegio de los Jesuitas en Segorbe, en 1624.
Éstos utilizaban la Masía de Cuencas como primera finca residencial, pues las obras de su convento en la ciudad se prolongaron a lo largo de todo el siglo XVII, desde 1634 a 1699. Por la década de 1690 el arquitecto barroco Francisco Lasierra, discípulo del gran Pérez Castiel y autor de las trazas del Convento de la Orden en Segorbe (Montolío-Simón-Albert, 2020) entre otras muchas obras diocesanas de importancia, trazaba el último piso con galería del Mas, orientada a levante y al sur, teniendo como referente la realizada por él mismo en la última planta del Colegio de Jesuitas de Segorbe.
Con la expulsión de la Orden de los Jesuitas y el intento de erección de un Seminario por el obispo Blas de Arganda (1758-1770), un mandato de Su Majestad de 10 de enero de 1769, ordenaba que se cumpliesen las cargas espirituales asimiladas a sus bienes, examinándose las propias de su Colegio en Segorbe y conociéndose que existían dos administraciones. La de la Sacristía, compuesta por varias heredades y censos, y la de Misiones, con un caudal dotado por el deán Durango el 21 de septiembre de 1722, otro de Félix Marco y la Masía de Cuencas, con sus treinta y cuatro anegadas de huerta, legadas para tal fin, por Tomás Vallterra el 25 de agosto de 1725 (Aguilar, 1880).
Tras la expulsión de la Compañía de Jesús, muy mal considerada por los ilustrados, a instancias de las monarquías de Portugal (1759), Francia (1764) y España (1767), y disuelta la orden por el breve “Dominus ac Redemptor” del Papa franciscano Clemente XIV (1773), pese a no poder el Obispo Arganda finalizar el proyecto de Seminario, todo estaba ya preparado para su definitiva erección, con una sede muy capaz en el antiguo conjunto de los Jesuitas, con un fabuloso huerto y un capital de 51.134 libras, más la parte de los bienes de la Compañía cedidos o comprados, con sus cargas.
Con la expulsión de los Jesuitas del Reino, en 1767, el obispo ilustrado y trinitario, Alonso Cano Nieto (1770-1780), se quedó con la propiedad rural para uso y disfrute de los prelados, «destinado a esparcimiento de los obispos», siendo usada, al igual que su biblioteca personal, como lugar de entretenimiento y formación del Seminario por él fundado, definitivamente, en 1771, por iniciativa de la monarquía de Carlos III. Fue este obispo quien cedió el dominio del edificio, valorado entonces en unos 160.000 reales, las antiguas becas para los hijos de Arcos de las Salinas y del antiguo colegio a la nueva institución formativa, como base de una infraestructura docente propia.
Con la desamortización, las tierras de la Masía no fueron enajenadas, consideradas como una excepción, al contrario que las del resto de heredades del Seminario asimiladas por el Real Decreto de 21 de agosto de 1860, en tiempos del obispo Domingo Canubio (1847-1864 ), por ser «el único punto que han tenido y tienen los señores obispos de esta diócesis para tomar algunos días de desahogo cuando lo han necesitado, y lo mismo los jóvenes seminaristas cuando lo han creído conveniente sus Superiores».
Allí fue el 6 de septiembre de 1889 su Ilustrísima, Francisco de Asís Aguilar, a disfrutar de diez días de descanso. Ya bastante enfermo, entre sus muros pasó el epílogo de los calores del verano, sentado en una mecedora junto a la ventana de su estancia, desde donde se veía el flanco norte de la fortificación amurallada de la ciudad episcopal, el extraordinario paisaje de la vega del río Palancia, que discurre a los pies de la hondonada y, hoy en día, ve pasar regularmente el tren sin catenaria que coge impulso en estos llanos para escalar las rampas cercanas del Ragudo hacia el Altiplano de Barracas y El Toro.
Completamente expoliado durante la guerra civil, cayendo en deriva continua y degradación hasta el momento presente, aún conserva gran parte de su atractiva fábrica, de sillares, ladrillos y aparejos, que lo hicieron lugar privilegiado retiro de grandes religiosos, jesuitas, obispos, colegiales e, incluso, los arquitectos diocesanos durante su estancia en la ciudad. Con su planta baja de amplia entrada de carruajes, aún son visibles los espacios de la gran cocina principal de gran chimenea, comedor y arranque de la gran escalera tabicada de vueltas. Su primera planta, noble, con estancia del prelado, salón de recepción y habitaciones auxiliares. Y su planta alta, galería porticada a la aragonesa, para alojamiento del servicio, profesores y estudiantes. Un edificio y un paraje, durante siglos, al especial servicio de la Diócesis.
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