Un nuevo artículo sobre la custodia y conservación del patrimonio de la Cartuja de Valldecrist y la Catedral de Segorbe durante la Guerra de la Independencia (1808-1814)
El pasado miércoles, día 24 de enero, en el Salón de Grados “Manuel Ardit” de la Universitat de València se presentó el volumen del Aniversario de la Cartuja de Portacoeli, con gran parte de los artículos científicos correspondientes a las charlas y conferencias llevadas a cabo en el Congreso celebrado en noviembre de 2022: “La Cartoixa de Portacoeli (1272-2022). Viut segles de testimoni”.
Entre todas las aportaciones editadas podemos encontrar un extenso artículo realizado por la Delegación Diocesana de Patrimonio Cultural de nuestra Diócesis de Segorbe-Castellón. Dicho artículo, denominado “De reliquias e imágenes, pleitos y conflictos. El patrimonio de la Cartuja de Valldecrist custodiado en la Catedral de Segorbe durante la Guerra del Frances”, recoge todo el difícil contexto histórico sufrido por ambas instituciones, así como toda la aportación documental relativa a todo el pleito por la custodia y conservación de las obras de arte. Todo ello durante el episodio de la invasión francesa de las tropas napoleónicas, en Sede Vacante y en un momento de muy difíciles relaciones entre los Cartujos y el Cabildo, los dos epicentros culturales y religiosos más importantes de su tiempo en el obispado desde tiempos medievales hasta la desamortización del siglo XIX.
La Masía de Cuencas es una de las pocas masías y casas de campo conservadas de la antigua diócesis con valores arquitectónicos y ambientales dignos de atención. Teniendo su origen en una alquería bajomedieval, más tarde transformada a finales del siglo XVI (ACS, 783), sabemos por diversos estudios que por su caserío pasaba la antigua vía romana que atravesaba el Palancia desde Sagunto (Járrega, 2000).
A pesar de que el Concilio de Trento había mandado crear seminarios en las diócesis, en Segorbe no había sido posible, teniendo que estudiar los alumnos en Valencia. Para ello el obispo Pedro Ginés de Casanova (1610-1635), que había traído padres Jesuitas para la predicación en la Catedral, con gran admiración de todos, deseaba que se estableciese la orden en la capital diocesana, cosa lograda años más tarde gracias a la figura de Pedro Miralles, con la fundación del Colegio de los Jesuitas en Segorbe, en 1624.
Éstos utilizaban la Masía de Cuencas como primera finca residencial, pues las obras de su convento en la ciudad se prolongaron a lo largo de todo el siglo XVII, desde 1634 a 1699. Por la década de 1690 el arquitecto barroco Francisco Lasierra, discípulo del gran Pérez Castiel y autor de las trazas del Convento de la Orden en Segorbe (Montolío-Simón-Albert, 2020) entre otras muchas obras diocesanas de importancia, trazaba el último piso con galería del Mas, orientada a levante y al sur, teniendo como referente la realizada por él mismo en la última planta del Colegio de Jesuitas de Segorbe.
Con la expulsión de la Orden de los Jesuitas y el intento de erección de un Seminario por el obispo Blas de Arganda (1758-1770), un mandato de Su Majestad de 10 de enero de 1769, ordenaba que se cumpliesen las cargas espirituales asimiladas a sus bienes, examinándose las propias de su Colegio en Segorbe y conociéndose que existían dos administraciones. La de la Sacristía, compuesta por varias heredades y censos, y la de Misiones, con un caudal dotado por el deán Durango el 21 de septiembre de 1722, otro de Félix Marco y la Masía de Cuencas, con sus treinta y cuatro anegadas de huerta, legadas para tal fin, por Tomás Vallterra el 25 de agosto de 1725 (Aguilar, 1880).
Tras la expulsión de la Compañía de Jesús, muy mal considerada por los ilustrados, a instancias de las monarquías de Portugal (1759), Francia (1764) y España (1767), y disuelta la orden por el breve “Dominus ac Redemptor” del Papa franciscano Clemente XIV (1773), pese a no poder el Obispo Arganda finalizar el proyecto de Seminario, todo estaba ya preparado para su definitiva erección, con una sede muy capaz en el antiguo conjunto de los Jesuitas, con un fabuloso huerto y un capital de 51.134 libras, más la parte de los bienes de la Compañía cedidos o comprados, con sus cargas.
Con la expulsión de los Jesuitas del Reino, en 1767, el obispo ilustrado y trinitario, Alonso Cano Nieto (1770-1780), se quedó con la propiedad rural para uso y disfrute de los prelados, «destinado a esparcimiento de los obispos», siendo usada, al igual que su biblioteca personal, como lugar de entretenimiento y formación del Seminario por él fundado, definitivamente, en 1771, por iniciativa de la monarquía de Carlos III. Fue este obispo quien cedió el dominio del edificio, valorado entonces en unos 160.000 reales, las antiguas becas para los hijos de Arcos de las Salinas y del antiguo colegio a la nueva institución formativa, como base de una infraestructura docente propia.
Con la desamortización, las tierras de la Masía no fueron enajenadas, consideradas como una excepción, al contrario que las del resto de heredades del Seminario asimiladas por el Real Decreto de 21 de agosto de 1860, en tiempos del obispo Domingo Canubio (1847-1864 ), por ser «el único punto que han tenido y tienen los señores obispos de esta diócesis para tomar algunos días de desahogo cuando lo han necesitado, y lo mismo los jóvenes seminaristas cuando lo han creído conveniente sus Superiores».
Allí fue el 6 de septiembre de 1889 su Ilustrísima, Francisco de Asís Aguilar, a disfrutar de diez días de descanso. Ya bastante enfermo, entre sus muros pasó el epílogo de los calores del verano, sentado en una mecedora junto a la ventana de su estancia, desde donde se veía el flanco norte de la fortificación amurallada de la ciudad episcopal, el extraordinario paisaje de la vega del río Palancia, que discurre a los pies de la hondonada y, hoy en día, ve pasar regularmente el tren sin catenaria que coge impulso en estos llanos para escalar las rampas cercanas del Ragudo hacia el Altiplano de Barracas y El Toro.
Completamente expoliado durante la guerra civil, cayendo en deriva continua y degradación hasta el momento presente, aún conserva gran parte de su atractiva fábrica, de sillares, ladrillos y aparejos, que lo hicieron lugar privilegiado retiro de grandes religiosos, jesuitas, obispos, colegiales e, incluso, los arquitectos diocesanos durante su estancia en la ciudad. Con su planta baja de amplia entrada de carruajes, aún son visibles los espacios de la gran cocina principal de gran chimenea, comedor y arranque de la gran escalera tabicada de vueltas. Su primera planta, noble, con estancia del prelado, salón de recepción y habitaciones auxiliares. Y su planta alta, galería porticada a la aragonesa, para alojamiento del servicio, profesores y estudiantes. Un edificio y un paraje, durante siglos, al especial servicio de la Diócesis.
El ecónomo diocesano, Tico Gómez, y el arquitecto diocesano, Ángel Albert, visitaron la semana pasada las obras de rehabilitación y restauración del santuario de Sant Joan de Penyagolosa. Lo hicieron el viernes pasado día 12 de enero junto a la presidenta de la Diputación de Castellón, Marta Barrachina, que acudió para conocer de primera mano las actuaciones que se están llevando a cabo a través del convenio entre la Diócesis de Segorbe-Castellón, la Conselleria de Educación, Cultura y Deportes, y la institución provincial.
“La recuperación del santuario de Sant Joan de Penyagolosa demuestra nuestro compromiso de poner en valor la riqueza cultural y el patrimonio histórico de nuestro territorio”, dijo la presidenta durante su visita a las obras que se vienen realizando, y con las que se buscan recuperar y poner en valor esta joya patrimonial, religiosa y cultural.
Con motivo de la presidencia española del Consejo de la Unión Europea, el Museo Nacional de Escultura de Valladolid ha inaugurado la exposición temporal ‘Tiempos Modernos’, una muestra que reúne a los grandes artistas de finales del siglo XV y principios del siglo XVI compuesta por 79 esculturas.
Entre ellas, una de las piezas clave de la exposición, pertenece al patrimonio religioso de la Diócesis de Segorbe-Castellón. Se trata de «La Virgen con el Niño y ángeles» (ca. 1460), creada por Donatello en mármol de Carrara, y expuesto en el Museo Catedralicio de Segorbe.
La exposición podrá visitarse en el Palacio de Villena hasta el 17 de marzo de 2024, y una buena parte de las obras que contiene procede de instituciones religiosas. Según la presentación de la exposición, con ella se pretende fomentar “la idea de Europa como un territorio donde se genera un arte heterogéneo que se va forjando bajo una serie de influencias e intercambios culturales, para contribuir a la consolidación de un concepto de ciudadanía y de cultura europea”.
También “evidenciar como, a pesar de las disputas o conflictos que pudieran existir entre los diferentes Estados europeos, el arte y el conocimiento no entiende ni de fronteras ni de rivalidades”.
Y, por último, “reforzar el concepto de «Museo Nacional» al incluir en la exposición bienes culturales procedentes de diferentes focos artísticos de los reinos hispánicos, especialmente de las Coronas de Castilla y de Aragón”.
«La primera cúpula diocesana: Martín de Orinda y el secuestro de los planos. La historia de otra disputa entre el Cabildo Catedral de Segorbe y los Cartujos»
Las páginas del pasado están, a menudo, repletas de historias aparentemente irrelevantes que han pasado inadvertidas, pese a haber sido objeto de estudios concretos en un momento dado. Tal es el caso de la Catedral de Segorbe en tiempos del clasicismo (ss. XVI y XVII) [Montolío, 2013]. Un edificio actualmente inexistente, sustituido por completo con la renovación ilustrada iniciada en 1791 que, sin duda, marcó toda una época por sus incorporaciones estéticas y estructurales, propiciadas por la labor y presencia de grandes maestros de su época.
La Iglesia segobricense, entre los siglos XVI y XVII, vivía una especial edad dorada coincidente con la «contrarreforma» emanada del Concilio de Trento (1545-1563), una vez recuperada de la desmembración de la parte de Albarracín de su primitivo territorio (1577) y a pesar de los problemas organizativos originados ante la creación de nuevas parroquias y la expulsión de los moriscos de organización (1609).
Poco a poco, las ideas conciliares, de San Carlos Borromeo, arzobispo de Milán, y sus «lnstructionum fabricae et suppellectilis ecclesiasticae», iban calando de la mano de los obispos reformistas, los denominados prelados riberistas que, sucesivamente, rigieron los caminos diocesanos, en la línea marcada por el arzobispo de Valencia, el Patriarca Juan de Ribera (1569-1611) y su sucesor Isidoro Aliaga (1612-1648) en sus «Advertencias para los edificios y fábricas de los Templos y para diversas cosas de las que en ellos sirven al culto divino y a otros ministerios» (1631).
Como resultado de todo este pensamiento y disposiciones, la mitra segorbina y su Cabildo Catedral comenzaron a concretar, a nivel organizativo, el espacio de los templos, adaptándolos a las contemporáneas necesidades del ritual y a la especial importancia de la veneración de la Eucaristía, de gran arraigo tradicional en nuestras tierras en la festividad del Corpus y en los retablos y manifestadores, que necesitaba de la generación o desarrollo de nuevos espacios, como los expositores o tabernáculos, trasagrarios o capillas de Comunión. Una aportación fervorosa y exaltadora, en gran medida, de especial acento valenciano, tras los ataques del protestantismo
En nuestra diócesis, el primer intento de Capilla de Comunión (1635-1637) [Montolío-Olucha, 2002], como edificio de entidad propia a la manera de templete tabernáculo, aconteció en el primer templo diocesano, el de la Seo, ubicando el sagrario en el centro de una arquitectura monumental para su culto especial y singularización y grandeza del misterio. Fue el prelado Ginés de Casanova (1610-1635), gran mecenas del arte, discípulo del Patriarca, el promotor del proyecto, respaldando también otras obras en su tiempo, como la primitiva iglesia de Sot de Ferrer, la parroquial de Chelva, el primer convento de Servitas de Montán o la singular torre campanario «mudéjar» de Jérica, que ya fue objeto de un pequeño trabajo nuestro poco tiempo atrás, Convento de San Martín de Segorbe, trazada por Pedro Ambuesa y construida por Juan Valero Planes, «architecte de La iglesia de les monjes de Sogorb», con el precedente de su pequeña capilla trasagrario (1625-1630). Un episodio histórico en el que se favoreció y plasmó el asentamiento de diversas órdenes en el territorio, como las Carmelitas y Agustinos en Caudiel y las Agustinas y Jesuitas en Segorbe.
En ese maremágnum histórico, podríamos utilizar el término «barroco», dos núcleos religiosos destacaban y pugnaban especialmente; la Catedral de Segorbe y la Cartuja de Valldecrist. Y, en nuestro caso concreto, ambas instituciones luchaban por construir, en sus respectivas Iglesias mayores, la primera capilla eucarística con su cúpula de la diócesis, la segunda del Reino de Valencia, de nueva planta y diseño, con presencia propia pese a su adosamiento al edificio principal que la acogía. En la Iglesia mayor de la Cartuja, a espaldas del presbiterio, y en la Catedral de Segorbe ubicada junto al presbiterio, a la que se accedía desde la capilla de Santa Catalina, desde el trasagrario o, directamente, desde la calle de San Cristóbal, donde se ubicaba una portada tabernáculo de orden toscano. Aportamos ahora una nueva versión de los dibujos de reconstrucción basados en los realizados en 2002 para el comentado artículo «La capella de Comunió de la Catedral de Sogorb» (BSCC, 2002), en colaboración con J. Sirera.
El autor de los planos de la Capilla de la Comunión de la Catedral fue el reconocido arquitecto Martín de Orinda (ca. 1586-1655) [Arciniega, 2001], uno de los introductores del estilo clasicista romanista en nuestro obispado, maestro de la Catedral de Valencia y activo en obras como la parroquial de Liria (1627), documentado en 1633 en el trabajo de renovación de la Iglesia mayor de la Cartuja de Valldecrist y en el templo y portada del monasterio de San Miguel de los Reyes a partir de 1634, quien cobró 8 Libras por las trazas de un edificio, nuestra Capilla de Comunión, que no acabaría construyendo él. Seguramente tentado por los cartujos y el aumento de su, podríamos decir, «caché», acabó llevándose los planos consigo para ser empleados en la construcción de la capilla sagrario de Valldecrist. Denunciado por el Cabildo Catedral y reclamado el material por el Gobernador de Segorbe, fue obligado a devolverlos, firmándose las capitulaciones para su construcción el 31 de diciembre de 1635 con el maestro castellonense Rafael Alcahín. Un maestro que concertaría, una vez afincado en la comarca, la capilla del sagrario de Andilla (1638) o la capilla de la Virgen de la Cueva Santa en Altura (1645), entre otras obras.
A Martín de Orinda, avanzada ya su vida, especializado en el desarrollo de las formas y técnicas de la albañilería y las bóvedas tabicadas, nos lo encontraríamos trabajando después en el aula Capitular de la Cartuja de Portaceli (1640), la Capilla de Comunión de la parroquia de los Santos Juanes de Valencia (1643), el monasterio jerónimo de Santa María de la Murta (1649). Al ser hombre de gran espiritualidad, fue muy bien acogido por cartujos y jerónimos, relacionándose con los monjes arquitectos de su tiempo en el clasicismo imperante de sus obras, como el jesuita Albiniano de Rojas, el cartujo fray Antonio Ortí o el carmelita fray Gaspar de San Martí, además de estar vinculado personalmente con los grandes maestros Pedro Ambuesa y Juan Miguel Orliens.
La imagen de la Virgen de los Desamparados ha visitado esta mañana la pedanía de Benitandús, en el municipio de Alcudia de Veo, con motivo de la restauración y bendición de su capilla, dedicada a la Mare de Déu. Han acudido números fieles de todos los pueblos de alrededor, así como autoridades locales y provinciales.
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Tras la llegada de la “Peregrina” ha tenido lugar una procesión por las calles, acompañada por la banda Unión Musical de Eslida y, durante el transcurso de la misma, el Obispo ha bendecido la imagen de la Virgen para la iglesia.
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Tras ella ha dado comienzo la Misa, presidida por D. Casimiro López Llorente, y cantada por la Coral Ad Libitum de Castellón y la Coral Polifónica Eslidense. Ha concelebrado el párroco de Alcudia de Veo, D. Alipio Bibang, D. José Llopis y D. Ángel Cumbicos; asistiendo D. Alejandro Juan, diácono permanente.
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“Hoy es un día de dicha para todos – ha dicho el Obispo en la homilía – porque ha venido nuestra Madre a visitarnos, la “Peregrina” camina con vosotros, ella nos ampara en todo momento”. Con la inauguración y bendición de esta capilla se contribuye al mantenimiento del patrimonio, para que “lo que hemos heredado, mantenerlo y transmitirlo en la mejor forma a las generaciones futuras”.
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Pero con ello “avivamos también nuestra fe cristiana”, más si cabe en este tiempo de Adviento “en que la Iglesia nos llama de una forma especial a ir al encuentro de Cristo que viene”, y “nos preparamos para celebrar con gozo la Navidad, la primera venida de Dios, la entrada de Dios en la historia de manos de María la Virgen, porque Dios nunca nos abandona”, ha explicado D. Casimiro.
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Entre esta primera venida y la final “se está dando una venida constante del Hijo de Dios a nuestro encuentro. Cristo vive porque ha resucitado y está en medio de nosotros para mostrarnos que Dios nos ama a cada uno, y nos ama de una forma personal y sin medida”. Y lo hace a través de su Palabra, de la oración, en cada sacramento, en la Eucaristía, pero también “en cada hombre y en cada acontecimiento, de una forma especial en los pobres”, ha recordado.
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Y “al final de la vida nos examinarán del amor, del amor a Dios y sobre todo del amor al prójimo, del amor al más necesitado. Así nos vamos preparando para el encuentro con el Señor. Y hoy lo hacemos de manos de María”. “Volvamos nuestra mirada a Cristo Jesús, el hijo de María”, ha exhortado, porque “la mayor pobreza que tenemos es cuando desalojamos a Dios de nuestra vida. Esa es la mayor pobreza. La que estamos tentados en estos momentos de indiferencia religiosa, de alejamiento de la fe, de materialismo y de egoísmo”, ha advertido.
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Tras la celebración de la Eucaristía, el Obispo ha bendecido la nueva capilla.
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La visita, organizada por el Ayuntamiento de Alcudia de Veo con la colaboración de la Asociación Cultural Benitandús, ha finalizado con una comida de hermandad.
Ayer, martes 28 de noviembre, se reunió la comisión técnica de seguimiento de las obras de rehabilitación y restauración del Santuario de Sant Joan de Penyagolosa, para conocer el avance de las obras y realizar un seguimiento de varias cuestiones técnicas de las mismas.
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A lo largo de la mañana visitó las instalaciones y las diferentes dependencias del Santuario, constatando que se acelera el ritmo de las obras, aunque algo menor al inicialmente previsto. Ello a causa del viento y de los numerosos días con riesgo extremo de incendio, lo que no permite avanzar con normalidad en el exterior del Santuario. No obstante, en el interior se continúa trabajando al ritmo previsto y las obras avanzan satisfactoriamente. Por ello, previsiblemente finalizarán a finales del 2024 o a principios del 2025.
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Acudieron varios técnicos y representantes de las tres instituciones implicadas. Por parte de la Diócesis de Segorbe-Castellón el Vicario General, D. Javier Aparici; el Ecónomo Diocesano, Vicente Gómez; el arquitecto diocesano, Ángel Albert; y el aparejador, José Luis Tena; así como distintos profesionales y responsables del proyecto de Diputación y Consellería.
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Cabe recordar que la recuperación y rehabilitación de este conjunto patrimonial, declarado Bien de Interés Cultural y monumento histórico-artístico, está siendo posible gracias al convenio marco de colaboración firmado entre la Conselleria d’Educació, Cultura i Esport, la Diputació Provincial y la Diócesis en junio del 2021.
Hace pocas fechas hablamos de las especiales circunstancias, con todos los detalles precisos de la edificación en el comentario de «La adecuación de la ermita de los Santos Patronos de Sot de Ferrer. Humilde Iglesia interina del pueblo durante la construcción de su gran templo parroquial (1778-1787)» (BOE Segorbe-Castellón, junio 2023), que llevaron a la construcción de uno de los grandes edificios monumentales de nuestra diócesis, la iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción de Sot de Ferrer. En el trasfondo, lo que se trasciende a la historia de aquel momento en aquel sencillo lugar del obispado, a las puertas de la archidiócesis de Valencia a orillas del Palancia, es el choque entre dos mundos, el del señor del «Antiguo Régimen» y el obispo ilustrado, el mundo tradicional del barroco y la nueva academia de bellas artes, entre el maestro de obras y cantero del antiguo régimen y el arquitecto titulado de las modernas escuelas.
En Sot encontramos uno de los últimos intentos de imponer la construcción de un edificio religioso en arquitectura barroca y rococó en nuestras comarcas, propiciada por los señores de la localidad, en contra de uno de los primeros pasos de la ilustración propiciada por las Academias de Bellas Artes, auspiciada por el obispo de Segorbe Alonso Cano y Nieto (Mota del Cuervo, 1711-Segorbe, 1780), con la llegada de los nuevos pensamientos, de alguna manera impositivos que, a través del revisionismo ilustrado en caminos, carreteras, edificios religiosos y civiles, privados o públicos, etc., llegó por inspiración real, a través del aliento reformista del castellonense Antonio Ponz, hasta los últimos confines y territorios limítrofes de nuestro territorio, ejerciendo una labor de control tan intensa que acabó, poco a poco, con las reservas de los últimos reductos artísticos para someterlos al juicio de la razón.
En aquel tiempo nos encontramos ante un verdadero cruce de caminos entre dos épocas, cuyo resultado fue la edificación más imponente del academicismo diocesano, sucediendo al anterior templo seicentista. Una realización llena de madurez, experiencia y conocimiento, perviviendo entremezclada ante la marea arrolladora de los nuevos tiempos ilustrados y la imposición de sus criterios. A simple vista, es fácilmente apreciable el valor urbanístico del templo parroquial de Sot, digno de una gran urbe, sobrepasando imponente el volumen y la altura del caserío de la localidad, sobresaliendo y centralizando el espacio más importante del entramado reticular del pueblo.
Por ello, cuando nos hallamos ante la población de Sot, al costado derecho del antiguo Camino Real, nos encontramos ante un conjunto desconcertante. Un testimonio significativo para la panorámica de la población, la gran Iglesia parroquial con su monumental fachada “a la romana” con dos campanarios, el de levante reaprovechado del templo anterior. Una armoniosa composición donde el espíritu académico respira por todos sus poros, que resultó arquitectónicamente revolucionario en nuestras tierras diocesanas, rompiendo con una estructura tradicional de siglos, entre clasicismos y barroquismos, implantando un modelo absolutamente novedoso por estos parajes y sin solución de continuidad.
Sin embargo, ese modelo absolutamente neoclasicista romano, ejecutado esencialmente en piedra y ladrillo, volvía a apostar por una solución digamos “tradicional” en nuestro devenir artístico propio: el acabado revocado y polícromo de esa fachada en tonos ocres y amarillos que, por un lado, protegían al muro de las inclemencias del tiempo y el azote diario del sol y, por otro, aportaba una escenografía colorística, aun visible, a todo el frontis recayente a la plaza principal del pueblo, con una visión de varios kilómetros a la redonda a lo largo de todo el valle.
Unas gamas cromáticas presentes en otras importantes construcciones de nuestro patrimonio histórico de ese momento a lo largo de todo el territorio valenciano. En ese sentido, el aspecto actual neutro y apagado de las tonalidades de la obra, con sus problemas estructurales, constituyen una consecuencia de las penalidades propias sufridas desde tiempos decimonónicos hasta los episodios de la posguerra, así como de la ausencia de intervención en su fábrica por imposibilidades económicas por largo tiempo. Por todo ello, una vez estabilizado el edificio, la recuperación de los colores originales y documentados, conllevaría la recuperación plástica del verdadero aspecto original de todo el frontis, con apilastrados de orden gigante y grandes cornisas y frontón, a la manera basilical romana de la época dorada.
Afectada la fachada, desde hace años, de grandes problemas de consistencia de la piedra vernácula empleada, de regular calidad, la recuperación de los cromatismos y decoraciones exteriores reales vienen a revelar una profusa ornamentación rotunda y artística completa, envuelta en colores, tonalidades y gamas propias un tanto heredadas del decorativismo del último barroco vernáculo. Por ello, resulta importante para la salvación de nuestro patrimonio histórico la necesaria actuación exterior completa, tanto de su fábrica como en la vuelta al antiguo aspecto pictórico del contorno, que nos permita encuadrarlo dentro del perfil usual dominante dentro de los monumentos propios de su época. Una actuación que permitiría recobrar elementos ornamentales fundamentales de su apariencia que, debido a las circunstancias y dificultades de algunos momentos históricos, no fueron tenidas en cuenta, recuperando el sentido estético y el criterio artístico de una obra tan importante y emblemática para nuestra diócesis.
Su perfil, ricamente coloreado en tonos llamativos, constituía un verdadero faro visible desde toda la vega media del río Palancia, impactando a todos los viajeros que subían y bajaban desde el Reino de Aragón al de Valencia. Una obra arquitectónica levantada en escasos diez años (1777-1787), que constituye un ejemplo único y singular de este momento histórico en nuestra región, realizada en un momento de transición, antes de que los nuevos tiempos ilustrados, impulsados desde la monarquía, vinieran a imponer completamente sus criterios.
A nadie escapa, a nivel patrimonial, que la torre parroquial de Jérica, de la antigua villa Condal del mismo nombre, conocida como de la «Alcudia» o de las campanas, es uno de los bienes histórico-artísticos más importantes y reconocidos, a nivel diocesano y provincial. Elevada exenta a los pies del primitivo núcleo fortificado del castillo, cerca de la primitiva iglesia -antes mezquita-, y en la parte alta del casco urbano medieval, del que constituye el epicentro del primer recinto amurallado, en el lugar óptimo para hacerla visible y audible desde todo el valle y término que preside (Rodríguez Culebras, 1983).
Viéndose que la construcción de la nueva Iglesia en el costado de levante del pueblo hacía inviable la edificación allí de un campanario funcional, la construcción de un campanar con remate de linterna tardo-mudéjar de ladrillo visto, de severo orden romanista, sobre el viejo torreón octogonal islámico de mampostería y mortero destinado a vivienda del campanero en diferentes estancias unidas por una escalera de caracol preexistente, tardorromano para la historiografía incipiente, pareció la mejor opción. Como se aprecia en el dibujo que adjuntamos al presente texto, sin querer, o quizás queriendo, se acabó dando paso, de esta manera, a un edificio singular compuesto por dos cuerpos separados por cientos de años unidos para la belleza póstuma y «mayor gloria de Dios».
La decisión del Concejo de la Villa de unir los destinos de ambas construcciones en una sola en 1614, aunque fuera por necesidad, providencial para la conservación hasta nuestros días de la más antigua, devino en la creación de uno de los monumentos más bellos y armoniosos que la retina humana pueda imaginar. Con planos de fray Antón Martín, cartujo de Portacoeli, la obra fue llevada a cabo por el maestro de obras local Domingo Frasnedo, aquel que había capitulado también las obras del campanario de Puebla de Arenoso en 23 de septiembre de 1611 (El arte al servicio de una idea, 2013), por una cantidad de 1.775 Libras. Con las dificultades, incremento desmesurado de gastos y retrasos, el Concejo acabó encargando la dirección a fray Pedro Ruhimonte, donado en la Cartuja de Valldecrist, que dio a la obra el aspecto definitivo actual.
Colocadas las campanas en 1619, pronto se visuraron los trabajos de su fábrica. Con la presencia de los dos frailes y el maestro valenciano Francisco Catalán y el segorbino Antonio Barán, en 1618, será en 1622 cuando se realizará una nueva revisión de lo realizado, con la presencia nuevamente de Catalán, por la Villa, y de Pedro Ombuena, por el maestro Frasnedo. El 23 de diciembre se firmaba el final de la obra, que había ascendido a la cantidad de 3.278 Libras.
La nueva obra ofrecía un maravilloso aspecto arquitectónico, de indudable huella aragonesa, que lo hacen único en tierras valencianas, donde se aprecia la influencia del campanario de la Catedral de Teruel o de obras cercanas, como la torre del convento de Carmelitas de Rubielos de Mora. Un momento de gran esplendor artístico en la comarca, coincidiendo con la renovación manierista de la Iglesia Mayor de Valldecrist.
Hoy en día, restaurado y con el toque manual de sus campanas tan vivo como el vidriado verde de sus tejas, incorporadas por los maestros Vicente Garrafulla y Antonio Agueriz tras la reparación seicentista de la media naranja de la linterna (Pérez Martín), nos encontramos ante el testimonio floreciente del pasado de una de las poblaciones más bellas de nuestro entorno diocesano, el pueblo de Francisco del Vayo, donde permanecen vivas las piedras de la fe plasmadas en la impronta de edificios religiosos tan emblemáticos como Santa Águeda la Vieja o San Roque (siglos XIII-XIV), la Iglesia parroquial de Santa Águeda (siglos XIV-XVII) con su colección museográfica, Convento de Agustinos del Socós (siglo XVI), la Iglesia de la Sangre renovada en el siglo XVII por Mateo Bernia (Montolío-Simón-Albert, 2020) con su antiquísima cofradía (Vañó, 2023), el Calvario (siglo XVIII), la Cruz Cubierta (1511), etc.
El hermoso campanario, que hace escasas fechas celebraba su Cuarto Centenario, en el que ya no participaron los célebres albañiles que hicieron famoso su estilo plenamente hispano en las centurias anteriores, sometido ya a las artes clásicas, fue declarado en 1979 como Monumento Histórico-Artístico Nacional. Una silueta reconocible y altiva que, muy probablemente, constituye el verdadero referente monumental de la antigua diócesis de Segorbe, testimonio de tiempos pasados como una de las principales poblaciones de la misma, y una de las villas más importantes del antiguo Reino.
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